lunes, 20 de abril de 2009
La noción de real concomitancia en Santo Tomás
A partir de unas palabras del Concilio de Trento podríamos entender mejor (dentro de los límites del misterio, pero sacudiendo la pereza) la íntima conexión que se da entre “los misterios totales de la Eucaristía”, entre la celebración de la eucaristía, la reserva eucarística fuera de la misa, la adoración a la Hostia Santa, la comunión de los enfermos, la renovación de las formas consagradas reservadas en el tabernáculo, las bendiciones con el Santísimo, las procesiones eucarísticas y otras manifestaciones de culto a un único misterio.
Trento propone la doctrina de la fe con estas palabras: inmediatamente después de la consagración está el verdadero cuerpo de Nuestro Señor y su verdadera sangre juntamente con su alma y divinidad bajo la apariencia del pan y del vino; ciertamente el cuerpo, bajo la apariencia del pan, y la sangre, bajo la apariencia del vino en virtud de las palabras; pero el cuerpo mismo bajo la apariencia del vino y la sangre bajo la apariencia del pan y el alma bajo ambas, en virtud de aquella natural conexión y concomitancia por la que se unen entre sí las partes de Cristo Señor que resucitó de entre los muertos para no morir más [Rom. 6, 5]; la divinidad, en fin, a causa de aquella su maravillosa unión hipostática con el alma y con el cuerpo [Can. 1 y 3]. Por lo cual es de toda verdad que lo mismo se contiene bajo una de las dos especies que bajo ambas especies. Porque Cristo, todo e íntegro, está bajo la especie del pan y bajo cualquier parte de la misma especie, y todo igualmente está bajo la especie de vino y bajo las partes de ella [Can. 3]. (Denz.1545-1563, 876 ).
Se da una razón explicativa para colegir que desde una presencia de “cuerpo de Cristo” y de otra presencia de “sangre de Cristo” se llega a la presencia de Cristo entero bajo ambas especies: en virtud de aquella natural conexión y concomitancia por la que se unen entre sí las partes de Cristo Señor que resucitó de entre los muertos para no morir más (ut supra). Esta razón la empleó ya en el siglo XIII Tomás de Aquino, llamándola “real concomitancia”[1], que consiste en lo siguiente: “si dos cosas están realmente unidas entre sí, donde esté una de ellas está la otra”[2]. Esta argumentación (ratio theologica) la empleó el Aquinate también para cuestiones trinitarias: por real concomitancia, por ejemplo, donde está una divina Persona también lo están las otras Dos.[3] Santo Tomás establece una distinción entre la fuerza de las palabras de la consagración eucarística (que haría presente solamente el Cuerpo o la Sangre de Cristo como términos de la conversión) y la fuerza de la real concomitancia que haría presente a Cristo entero (cuerpo, sangre, alma y divinidad ) bajo los accidentes de pan y vino porque donde está el Cuerpo de Cristo Resucitado está su Sangre, su Alma y su Divinidad y donde está su Sangre está su Cuerpo, su Alma y su Divinidad. El Concilio de Trento recoge esta doctrina empleando la palabra “especies” en vez de “accidentes”. Sin embargo, es importante distinguir entre el contenido firme y permanente de la fe (en este caso, la presencia de Cristo entero bajo las dos especies eucarísticas) y lo que es una razón argumentativa para facilitar una cierta comprensión del misterio creído (en este caso, el argumento de la real concomitancia). Hay que señalar que una buena parte de la teología católica más reciente evita usar el argumento de la “real concomitancia” al dar cuenta de lo que es indiscutible para la fe católica; suelen alegar razones de tipo bíblico y patrístico. También hay que señalar que el Catecismo de la Iglesia Católica no menciona la “real concomitancia” al exponer la doctrina de la fe de siempre: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero". "Esta presencia se denomina «real», no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen «reales», sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente"[4].
Me parece que la noción misma de “real concomitancia” responde a un sentido de la realidad muy fuerte; se trata de una noción más que de un concepto, puede entenderse en diversos sentidos análogos y es útil para ilustrar muchos aspectos de la fe y de la vida espiritual. El nervio conductor de este trabajo va a ser precisamente la noción de real concomitancia aplicada a la Presencia de Cristo en la Hostia Santa (o en el Cáliz consagrado). No ha sido muy frecuente el recurso a esta argumentación para enriquecer reflexivamente el contenido de nuestra fe ante el Santísimo Sacramento pero puede intentarse, yendo siempre de la mano del Magisterio, de los textos litúrgicos, de la vida eucarística de los santos.
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