domingo, 29 de marzo de 2009

Sobre la Santísima Virgen y el Culto Mariano



1. Hay ahora quienes rechazan el culto a la Santísima Virgen, por estimar que pertenece a una época de cristianismo infantil ya superada, y que para la mentalidad del hombre moderno una presencia de "intermediarios" sería un obstáculo para la relación personal con Jesucristo. Algunos "conceden" a lo sumo a Santa María una función de ejemplaridad, restringida además a veces al terreno social e incluso político. ¿Qué es el Magnificat -preguntan retóricamente- sino la primera afirmación de la revolución cristiana contra los poderosos y los ricos, en favor de los pobres y oprimidos? Otros llegan a decir que el culto a la Virgen se fue introduciendo en el cristianismo por influencia de mitos paganos (en los que junto a un dios no solía faltar una diosa).

Tratándose de verdades de fe, no tenemos necesidad alguna de refutar semejantes aberraciones para creer y para -en consecuencia- venerar con un culto especialísimo y renovado cariño de hijos a la que es Madre de Dios y Madre Nuestra. Pero podemos tomar ocasión de esos errores para, con espíritu de reparación, cantar una vez más las alabanzas a Aquella a quien debemos decir: ¡Más que Tú, sólo Dios! ...

2. Antes de exponer las principales verdades de la fe sobre la Santísima Virgen, es conveniente recordar que la Revelación ha de ser aceptada por la fe, es decir con la ayuda de la gracia, atendiendo a la autoridad de Dios y no a la evidencia intrínseca de lo que se nos manifiesta (cfr. Conc. Vaticano I, sess. III, cap. 3: Dz 1739). Por eso, resulta difícil comprender que algunos rechacen puntos esenciales de la fe, afirmando que resultan inaceptables para el "hombre moderno": Jesucristo y los Apóstoles predicaron la verdad, que tampoco era humanamente fácil de recibir por quienes entonces los escuchaban (cfr. Ioann. VI, 61; Act. XVII, 32; Act. XXIV, 25; etc.). Y San Pablo nos dice: Mi modo de hablar y mi predicación no fue con palabras persuasivas de humano saber, pero sí con efectos sensibles del espíritu y de la virtud de Dios, para que vuestra fe no estribe en saber de hombres, sino en el poder de Dios (I Cor. II, 4-5); y hará notar que la Cruz de Jesucristo es para muchos causa de escándalo (cfr. Gal. V, 11; I Cor. I, 23) y su predicación considerada como necedad por quienes no tienen fe (cfr. I Cor. I, l8.2l). Con este espíritu de fe, que es don de Dios, contemplemos una vez más con alegría y admiración los privilegios de nuestra Madre Santa María.

3. Dios "eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre para que su Unigénito Hijo tomase carne de Ella y de Ella naciese en la dichosa plenitud de los tiempos; y en tal grado la amó por encima de todas las criaturas, que sólo en ella se complació con señaladísima complacencia" (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854). El decreto divino de salvación de los hombres por el sacrificio redentor de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, comprende la elección de María para Madre del Verbo Encarnado. La Iglesia ha enseñado siempre la íntima unión entre Jesús y María, tanto por lo que se refiere a las verdades de la fe, como por lo que se refiera a la vida cristiana. Por eso la vida cristiana debe tener algunas manifestaciones de piedad mariana, de modo que "no posee la plenitud de la fe cristiana quien no vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María.

Los que consideran superadas las devociones a la Virgen Santísima, dan señales de que han perdido el hondo sentido cristiano que encierran, de que han olvidado la fuente donde nacen: la fe en la voluntad salvadora de Dios Padre; el amor a Dios Hijo, que se hizo realmente hombre y nació de una mujer; la confianza en Dios Espíritu Santo, que nos santifica con su gracia. Es Dios quien nos ha dado a María, y no tenemos derecho a rechazarla, sino que hemos de acudir a ella con amor y con alegría de hijos" (Del Padre, Homilía Por María hacia Jesús, 4-V-1957).

Es lógico -con la lógica del mal- que, tratando de destruir los fundamentos de la fe, los enemigos de la Iglesia no duden en atacar a quien “es modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos”, a María, “que por su participación íntima en la historia de la salvación, reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe” (Conc. Vaticano II, const. dogm. Lumen gentium, n.65). Especialmente en los momentos actuales no debemos olvidar que “el amor a la Señora es prueba de buen espíritu, en las obras y en las personas singulares. -Desconfía de la empresa que no tenga esa señal” (Camino, 505).

4. La Maternidad divina, es el hecho central que llena de luz la vida, de María, y explica los innumerables privilegios con que Dios ha querido adornarla. Es una verdad que los cristianos profesaron desde los inicios de la Iglesia, y que se deriva del dogma de la Unión hipostática. El año 431, el Concilio de Éfeso definió solemnemente: “Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la Santa Virgen es Madre de Dios -pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne- sea anatema” (Dz 113).

Pío XI recogió, con estas palabras, el sentir constante de la fe cristiana: “Esta verdad, transmitida hasta nosotros desde los primeros tiempos de la Iglesia, no puede ser rechazada por nadie fundándose en que, si bien María engendró el cuerpo de Jesucristo, no engendró el Verbo del Padre; porque como ya San Cirilo advirtió clara y acertadamente en su tiempo, así como todas las madres, en cuyo seno se engendra nuestro cuerpo, poro no el alma racional, se llaman y son verdaderas madres, así también María, por la unidad do la persona de su Hijo, es verdaderamente Madre de Dios" (Enc. Lux veritatis 25-XII-1931; cfr. también Conc. de Calcedonia, año 45l: Dz 148; Conc. II de Constantinopla, año 553: Dz 218).

Esta verdad de fe es silenciada o negada -ahora como hace siglos- por quienes pretenden negar la divinidad de Jesucristo.

5. También desde antiguo, el pueblo cristiano confesó la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ya en los primeros siglos se comenzó a celebrar la fiesta de la Concepción de la Virgen, y sólo más tarde los teólogos discutieron esta verdad, hasta que Sixto IV, en 1476, intervino para aprobar la celebración solemne y pública de esa fiesta. Más tarde, Pío IX definió solemnemente que "ha sido revelada por Dios y, por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, desde el primer instante de concepción por singular gracia y privilegio do Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano" (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854).

Este dogma no se opone a la universalidad de la redención, pues "nuestro Señor Jesucristo ha redimido verdaderamente a su divina Madre de una manera más perfecta, al preservarla Dios de toda mancha hereditaria de pecado en previsión de los méritos de El. Por esto, la dignidad infinita de Cristo y la universalidad de su Redención, no se atenúan ni disminuyen con esta doctrina, sino que se acrecientan de una manera admirable" (Pío XII, Enc. Fulgens corona, 8-IX-1953: Dz-Schön. 3909).

Junto a la inmunidad del pecado original, María Santísima estuvo siempre inmune de concupiscencia y de cualquier tipo de pecado personal, y gozó de un especial privilegio para evitar todos los pecados veniales. María es y fue siempre la Llena de gracia (cfr. Luc. I, 28; León I, Ep. Lectis dilectionis tuae, 13—VI-449; Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854; Conc. de Trento, sess, VI, can. 23).

6. Uno de los dogmas marianos más atacados actualmente eS el de la Virginidad de María, tanto por quienes quieren negar u oscurecer la divinidad de Jesucristo, como por quienes desprecian la virginidad y el celibato. Por el contrario, desde los orígenes mismos de la Iglesia, se profesó la verdad de la virginidad de María (cfr. Símbolo Apostólico; Símbolo Niceno-Constantinopolitano; etc). Este dogma fue así expresado en 1555 por Paulo IV: “(La Madre de Dios) perseveró siempre en la integridad de la virginidad, es decir, antes del parto, en el parto, y perpetuamente después del parto” (Paulo IV, Const. Cum quorundam, 7-VIII-1555: Dz 993).

Confesando la virginidad de María antes del parto, la fe católica afirma que María concibió a Cristo, no por obra de varón, sino por virtud del Espíritu Santo (cfr. Luc. I, 34-35; Matth. I, 18; Símbolo Apostólico; Conc. de Letrán del año 649, can. 3: Dz 256; Conc. Florentino, Bula Cantate Domino, 4-II-1442: Dz 708-709.

3. La virginidad de María durante el parto debe entenderse en el sentido de que conservó inviolada su virginidad corporal al dar a luz a Jesucristo, por una especialísima y sobrenatural intervención divina (cfr. Concilio de Letrán del año 649, can, 3: Dz 256; Catecismo de San Pío V, p. I, c, IV. Nº 8).

Hay que reconocer también como dogma de fe la virginidad de María después del parto, pues Dios "tanto engrandeció a la Madre en la concepción y en el nacimiento del Hijo, que le dio fecundidad y conservó en perpetua virginidad" (Catecismo de San Pío V, p. I, c. IV, nº 8; cfr. Conc. de Letrán del año 649, can, 3: Dz 256; Paulo IV, Const. Cum quorundam, 7-VIII-1555: Dz 993; Conc. Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 52).

7. El ultimo de los dogmas marianos solemnemente definidos os el de la Asunción do María en cuerpo y alma a los cielos: "Declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (PÍO XII, Const. Ap. Munificentissimus Deus, 1-XI-1950: Dz 2333). La tradición (especialmente en la liturgia) profesaba ya desde la remota antigüedad de la Iglesia esta verdad dogmática.

8. El Magisterio ordinario y universal de la Iglesia enseña también que la Virgen María fue asociada con Cristo en la redención del género humano, de modo que es verdaderamente Corredentora, Madre de los cristianos y Mediadora entre Dios, y los hombres. Santa Maria es, en términos de la Tradición, la Nueva Eva, ya que Mors per Evam, vita per Mariam (S. Jerónimo, Epist, 22, 21: PL 22, 408). La Virgen Santísima es “Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes” (Conc. Vaticano II, Const. dogm., Lumen gentium, n. 54; cfr. Ioann. XIX, 27).

Ciertamente hay un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo (cfr. I Tim, II, 5), pero "la misión maternal de María con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la sobreabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ahí saca todo su poder. Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta" (Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 60).

Fue iuxta crucem Iesu donde María ejerció principalmente su misión corredontora. Allí, "no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas do madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la victima que Ella misma había engendrado" (Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 58). Esta verdad de la corredención había sido enseñada por Benedicto XV con las siguientes palabras: "En efecto, en comunión con su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó de los derechos de madre sobre su Hijo, para conseguir la salvación de los hombres; y para apaciguar la justicia divina, en cuanto dependía de ella, inmoló a su Hijo, de suerte que se puede afirmar con razón que redimió con Cristo al linaje humano" (Benedicto XV, Epist. Inter sodalicia, 22-V-1918; cfr. También: León XIII, Enc. Octobri mense, 22-IX-1891; S, Pío X, Ad diem illum, 2-II-1904; Pío XI', Enc. Lux veritatis, 25-XII-1931; Pío XII, Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943; Paulo VI, Enc. Mense maio; etc.).

9. La correndención de María tiene como principalísima consecuencia su mediación en la gracia: es Medianera de todas las gracias: “Aunque la gracia y la verdad nos vinieron de Jesucristo, por divina voluntad no se distribuye nada si no es a través de María, de suerte que así como nadie puede ir al Padre soberano sino por el Hijo, del mismo modo nadie puede, allegarse a Cristo sino por la Madre” (León XIII, Enc. Octobri mense, 22-IX-1891). Esta mediación no se reduce a la mera intercesión, sino que llega a la conducción efectiva, por participación con Cristo, de los hombres a la patria celestial (cfr. S. Pío X, Enc. Ad diem illum, 2-II-1904). Por eso, "querría deciros pocas cosas, pero muy claras; y una de éstas es que para llegar a la Trinidad Beatísima, paso por María, y por María llegó hasta Jesús. ¿Quien va a ser mejor maestra do amor a Dios que esta Reina, que esta Señora, que esta Madre, que tiene la relación más íntima con la Trinidad: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo" (Del Padre, en Sobre nuestra fe, "Cuadernos" I, p. 187).

10. Todas estas verdades de fe sobre la Santísima Virgen fundamentan sobradamente el culto especialísimo que le debemos tributar, y que desde los orígenes del cristianismo se ha tributado a quien por ser Madre de Dios "recibe cierta dignidad infinita" (Santo Tomás, S. Th. I, q. 25, a. 6 ad 4).

Hoy día precisamente, cuando la Iglesia atraviesa tan graves dificultades, es más necesario que todos acudamos a Santa María, Madre de la Iglesia, Mater Misericordiae, Virgo Potens, Tronum Gloriae...; a Ella que os la Omnipotencia suplicante clamando con más fuerza monstra te esse Matrem!

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