lunes, 9 de marzo de 2009
¿Con qué autoridad afirmamos que sólo la Religión Católica es la verdadera?
1.- ¿Con qué autoridad afirmamos que sólo nuestra Religión es la verdadera? No vale citar la Biblia ni el Magisterio.
2.- ¿Cómo defender que los pasajes bíblicos nunca fueron adulterados, o que por lo menos no sufrieron influencia de la cultura hebrea?
Le hago estas preguntas porque necesito argumentos para la clase de filosofía. Mi profesor dijo que él era Dios, que todos sus alumnos son Dios y que todo lo que nos rodea es Dios. Esta cuestión la supe elucidar (Dios está en todo, pero nada lo contiene... ), sin embargo, no me atreví a responder las preguntas que arriba le hago para no empeorar la situación.
RESPUESTA
Nuestro interlocutor sitúa claramente en qué términos quiere una respuesta: “no vale citar la Biblia ni el Magisterio”, porque su profesor no admite la autoridad de ambos. Se trata por lo tanto de demostrar, a quien no acepta los fundamentos de la verdad católica —la Sagrada Escritura y la Tradición transmitida e interpretada por el Magisterio eclesiástico— que nuestra Religión es la verdadera.
En honor a la verdad, conviene desde ya decir lo siguiente: la posición de un interlocutor que, de antemano, no acepte la demostración estrictamente científica e histórica de que Nuestro Señor Jesucristo entró en la Historia de la humanidad, comprobó su divinidad como Dios humanado, e instituyó el Cristianismo, equivaldría “ipsis litteris”, por ejemplo, a la posición irracional y anticientífica de un profesor de Historia que, también de antemano, repeliese toda documentación histórica —científicamente comprobatoria— de que América fue descubierta por Cristóbal Colón.
Nosotros sabemos, es decir, tenemos la convicción interior de que la Religión católica es la verdadera porque con el sacramento del Bautismo recibimos el don de la fe. ¿Cómo hacer para transmitir esa convicción a quien no tiene fe?
Pues bien, desde luego cabría decir que humanamente eso es imposible, mientras nuestro interlocutor no se abra al llamado de la gracia e, iluminado interiormente por el don de la fe, acepte la verdad por sí mismo.
Esta respuesta parece a primera vista simplista y desalentadora. Alguien dirá: ¿Entonces no podemos hacer nada para demostrar a los otros que nuestra Fe es verdadera? Si así fuere, ellos dirán que nuestra posición ¡es la de “dueños de la verdad”, meramente subjetiva, que no pasamos de grandes presuntuosos, queriendo imponer a los otros “nuestra verdad” sin siquiera tener argumentos para probar que estamos en lo cierto!
Si el lector sacó esa conclusión, corrió demasiado y no analizó debidamente la afirmación anterior (resaltada en negrita-itálica). No prestó atención en el “humanamente imposible” (lo que es imposible al hombre, no lo es para Dios); y no se detuvo en la cláusula “mientras”, que levanta el problema de la colaboración del hombre con la gracia de Dios. Sobre esta importante y delicada cuestión, el lector podrá ver La Palabra del Sacerdote del mes de Setiembre del 2002..
A respecto de ser “dueños de la verdad”, conviene recordar el dicho, al mismo tiempo espirituoso y profundo del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: “Yo no soy dueño de la verdad, es la verdad que es dueña de mí”.
Conocimiento de Dios por la luz de la razón
La Religión católica tiene ciertamente argumentos para probar que todos los puntos de su doctrina están de acuerdo con la recta razón, que ninguno de ellos contradice las verdades conocidas por la razón humana.
En efecto, hay ciertas verdades sobre Dios que las podemos conocer con la luz de nuestra razón. Así, por ejemplo, que Dios es un ser espiritual perfectísimo, eterno, creador del Cielo y de la Tierra. Que es infinitamente sabio, poderoso, justo y bueno. Que todas sus perfecciones son infinitas. Que es inmenso, y por eso está en el Cielo, en la Tierra y en todas partes (como en la consulta apropiadamente se recuerda). Que es omnisciente, y así ve claramente todas las cosas presentes, pasadas y futuras, hasta incluso los afectos más íntimos del corazón, como los pensamientos más secretos de todo hombre.
Los filósofos griegos –siglos antes de la Encarnación del Verbo y de la Redención cristiana– por el simple uso de la razón dedujeron que, siendo el hombre dotado de inteligencia y voluntad, Dios también debería serlo. Y observando el admirable orden reinante en el universo, afirmaron que el Ser supremo, ordenador del universo, debería ser infinitamente sabio. Y llegaron al punto de concluir que la finalidad del hombre en esta Tierra es ponerse de acuerdo con ese orden reinante en el universo. ¿No es maravilloso que la mente humana, sin conocer los datos de la Revelación, haya llegado a esas conclusiones?
No obstante, siendo la razón humana limitada, no puede abarcar de Dios sino una mínima parte, menos que un grano de arena comparado con toda la arena del Sahara.
Observando el admirable orden reinante
en el universo, los filósofos griegos afirmaron
que el Ser supremo, ordenardor del universo,
debería ser infinitamente sabio.
Conocimiento muy limitado
De ahí proviene que ciertas verdades sobre Dios, sólo las conocemos porque Él mismo nos las reveló. Si no lo hubiese hecho, jamás podríamos conocerlas. Como por ejemplo el misterio de la Santísima Trinidad, es decir, el misterio de tres Personas divinas —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— ¡que constituyen sin embargo un solo Dios!
Así, una persona —como el profesor de nuestro consultante— que rechaza las enseñanzas de la Biblia y del Magisterio, sólo podrá conocer de Dios, cuando mucho, las verdades que la limitada razón humana con gran esfuerzo puede deducir.
¿Cómo hacer entonces para sustentar la polémica con ese tipo de personas?
A lo largo de los dos mil años de cristianismo, los polemistas católicos han enfrentado esa situación de múltiples maneras.
No nos parece buena la famosa “apuesta” de Pascal (apologista francés del siglo XVII): si Dios no existe, si la Religión católica no es verdadera —por tanto, si no existe Cielo ni infierno— lo máximo que yo puedo perder, llevando una vida mortificada por la penitencia, son algunas decenas de años, que constituyen el marco de la vida humana en esta Tierra. Si, por el contrario, Dios existe y las máximas y exigencias de la Religión católica son verdaderas, mi interlocutor que no se conformó a ellas se condenará para siempre en el fuego del infierno.
La Revelación auxilia nuestra comprensión
Tal “apuesta” tiene la marca del genio que indudablemente fue Pascal, pero tiene un inconveniente grave, que es conceder que la Religión católica pueda no ser la verdadera. Se comprende que Pascal, que cayó en la perniciosa herejía del jansenismo, la haya propuesto. Sin embargo, un alma católica sin mancha conducirá la polémica por otras vías.
Lo que podemos hacer es mostrar a nuestro interlocutor incrédulo —¡y frecuentemente presuntuoso en su incredulidad!— que él parte de un presupuesto erróneo, pretendiendo encuadrar el conocimiento de Dios en los estrechos límites de la razón humana. Tal pretensión es totalmente irrazonable.
Además, estando Dios infinitamente por encima de nuestra capacidad de comprensión, ese hecho postula la necesidad de una Revelación, pues sería contrario a la sabiduría divina habernos creado para conocerlo y amarlo cara a cara, y mantenernos en la ignorancia de verdades fundamentales para nuestra salvación. Esa necesidad de la Revelación es mayor aún en el estado degradado en que nos encontramos (fruto del pecado original, agravado por los pecados actuales), pues nuestra inteligencia no sólo es limitada, sino también sujeta a errores y desvaríos enormes.
Por lo tanto, el rechazo de nuestro interlocutor de aceptar las enseñanzas de la Biblia y del Magisterio implica en negar la necesidad de la Revelación, lo que una vez más es una posición errónea, y ella misma contraria a la razón.
Ahí tiene el lector algunas directrices fundamentales para conducir su polémica con el profesor incrédulo, en lo que se refiere al primer tema. Su segunda pregunta queda para otra ocasión.
Tomado de: http://www.fatima.org.pe/
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