martes, 24 de marzo de 2009
El sacrificio de Cristo y la Iglesia - Santa Hildegarda de Bingen
“Y después de esto vi que, mientras el Hijo de Dios pendía en la cruz, aquella imagen de mujer ya mencionada, cual luminoso esplendor que avanza presuroso desde el antiguo consejo, era conducida hacia Él por el divino poder; y luego de ser elevada hacia lo alto fue bañada por la sangre que manaba de Su costado, y por la voluntad del Padre Celestial unida a Él en felices esponsales, noblemente dotada con Su carne y Su sangre. Y oí una voz que desde el cielo le decía: ‘Sea ésta, oh Hijo, Tu esposa para la restauración de Mi pueblo, sea ella una madre para él, regenerando las almas por la salvación del Espíritu y del agua.’
Y habiendo recobrado la imagen sus fuerzas de esta manera, vi como un altar hacia el que ella se aproximaba frecuentemente, y allí volvía a mirar con devoción su dote, mostrándosela humildemente al Padre Celestial y a Sus ángeles. Entonces, al acercarse al altar un sacerdote revestido con los ornamentos sagrados para celebrar los divinos misterios, vi que súbitamente una luz grande y clara que venía del cielo acompañada de la reverencia de los ángeles envolvió con su fulgor todo el altar, y permaneció allí hasta que el sacerdote se retiró del altar, después de la finalización del misterio. Pero también allí, una vez leído el Evangelio de la paz y depositada sobre el altar la ofrenda que debía ser consagrada, cuando el sacerdote hubo entonado la alabanza de Dios todopoderoso –que es el ‘Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos’– para comenzar así la celebración de los misterios, repentinamente un relámpago de fuego de inconmensurable claridad descendió del cielo abierto sobre la ofrenda misma, y la inundó toda con su luz, tal como el sol ilumina aquello que traspasa con sus rayos. Y mientras la iluminaba de este modo, la elevó invisiblemente hacia los [lugares] secretos del cielo y nuevamente la bajó poniéndola sobre el altar, como el hombre atrae el aire hacia su interior y luego lo arroja fuera de sí: así la ofrenda fue transformada en verdadera carne y verdadera sangre, aunque a la mirada humana apareciera como pan y como vino.
Mientras yo veía estas cosas, repentinamente aparecieron, como en un espejo, las imágenes de la Natividad, la Pasión y la Sepultura y también de la Resurrección y la Ascensión de nuestro Salvador, el Unigénito de Dios, tal como habían acontecido cuando el mismo Hijo de Dios estaba en el mundo. Pero, mientras el sacerdote entonaba el cántico del Cordero Inocente –que es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo– y se presentaba para recibir la Santa Comunión, el relámpago de fuego antes mencionado se retiró hacia los cielos; y tan pronto como el cielo se cerró oí una voz que desde el cielo decía: ‘Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de Mi Hijo para borrar la desobediencia de Eva, hasta que seáis restaurados en la justa herencia’. Y mientras los demás hombres se acercaban al sacerdote para recibir el sacramento, yo advertí en ellos cinco maneras de ser.
Porque unos eran de cuerpo luminoso y alma ígnea; otros, en cambio, parecían tener cuerpo pálido y alma tenebrosa; pero algunos de cuerpo grosero eran despreciables también en el alma porque estaban llenos de la gran inmundicia de la corrupción humana; otros, con el cuerpo rodeado por agudísimas espinas, parecían leprosos en sus almas; pero otros se mostraban con el cuerpo ensangrentado y el alma fétida como cadáver putrefacto. En tanto todos estos recibían el mismo sacramento, unos eran inundados por un resplandor como de fuego, pero otros eran ensombrecidos como por una oscura nube. Cuando finalizó la celebración de estos misterios y mientras el sacerdote se retiraba del altar, la claridad arriba mencionada que viniendo del cielo, como se dijo, había rodeado todo el altar con su fulgor, fue elevada hacia los lugares secretos del Cielo.”
Hildegardis Scivias II, 6-1. Ed. Adelgundis Führkötter O.S.B. collab. Angela Carlevaris O.S.B.. In: Corpus Christianorum Continuatio Mediaevalis. Vol. 43-43a. Turnhout: Brepols, 1978.
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