jueves, 5 de marzo de 2009
Observen una buena conducta en medio de los paganos
Hay un gran beneficio, muy deseable, que viene junto con el que nos abstengamos de los deseos carnales. El apóstol Pedro escribió: “Observen una buena conducta en medio de los paganos y así, los mismos que ahora los calumnian como a malhechores, al ver sus buenas obras, tendrán que glorificar a Dios el día de su Visita.” (1 Pedro 2, 12).
En el primer siglo, los cristianos muchas veces fueron objeto de una presentación en falsos conceptos, pues la gente los describía como “malhechores”. Acusaciones como las siguientes fueron típicas: “ Esta gente está sembrando la confusión en nuestra ciudad,… predican ciertas costumbres que nosotros, los romanos, no podemos admitir ni practicar”. ( Hechos 16, 20-21) “Esos que han revolucionado todo el mundo, han venido también aquí” “Toda esta gente contraviene los edictos del Emperador, pretendiendo que hay otro rey, llamado Jesús.” (Hechos 17. 6-7). Al apóstol Pablo se le acusó de ser “una verdadera peste : el suscita disturbios entre todos los judios del mundo y es uno de los dirigentes de la secta de los nazarenos.” Hombres de tanta importancia entre los judios de Roma dijeron a Pablo: quisieramos oirte exponer lo que piensas, porque sabemos que esta secta encuentra oposición en todos partes”.
La mejor defensa contra esta clase de presentación en falsos conceptos es la conducta excelente. Decía San Josemaría Escrivá de Balaguer: “Aceptemos sin miedo la voluntad de Dios, formulemos sin vacilaciones el propósito de edificar toda nuestra vida de acuerdo con lo que nos enseña y exige nuestra fe. Estemos seguros de que encontraremos lucha, sufrimiento y dolor, pero, si poseemos de verdad la fe, no nos consideraremos nunca desgraciados: también con penas e incluso con calumnias, seremos felices con una felicidad que nos impulsará a amar a los demás, para hacerles participar de nuestra alegría sobrenatural” (Homilía pronunciada el 15-IV-1960, Viernes Santo). Cuando los cristianos demuestran que son obedientes a la sana doctrina, “ Que los ancianos sean sobrios, dignos, moderados, íntegros en la fe, en el amor y en la constancia. Que las mujeres de edad se comporten como corresponde a personas santas. No deben ser murmuradoras, ni entregarse a la bebida. Que por medio de buenos consejos enseñen a las jóvenes a amar a su marido y a sus hijos, a ser modestas, castas, mujeres de su casa, buenas y respetuosas con su marido. Así la palabra de Dios no será objeto de blasfemia.
Exhorta también a los jóvenes a ser moderados en todo, dándoles tú mismo ejemplo de buena conducta, en lo que se refiere a la pureza de la doctrina, a la dignidad, a la enseñanza correcta e inobjetable. De esa manera, el adversario quedará confundido, poque no tendrá mada que reprocharnos” (Tito 2, 2-10). Así, hasta las personas que repitan la información calumniadora acerca de los cristianos se les puede ayudar a ver lo incorrecto de su proceder y a sentirse impulsadas a adoptar la adoración verdadera. Entonces, al tiempo en que Dios verifique su inspección y juicio, puede que éstos que antes representaban en falsos conceptos a los cristianos se cuenten entre los que glorifique o alaben al Altísimo.
El hecho de que la vida recta que el cristiano lleva pueda ser una fuerza tremenda para el bien debe hacernos considerar seriamente el modo en que tratamos a otros y hasta qué punto mostramos interés en nuestros prójimos. Ciertamente no queremos cerrar los ojos ante las necesidades de la gente que nos rodea. Por supuesto, el que seamos bondadosos, corteses y considerados no es simplemente “politicamente correcto”. Es fundamental si queremos ser cristianos. En su Sermón del Monte, Jesucristo amonestó: “Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos” (Mateo 7, 12). Las Escrituras nos instan así: “ Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe”. (Galatas 6,10) “En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos”. (Romanos 12, 18) “Procuren que nadie devuelva mal por mal. Por lo contrario, esfuércence por hacer siempre el bien entre ustedes, en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5, 15).
Claro que el ser cristianos abarca más que el cumplir requisitos vitales como los de asistir a la Santa Misa, o los Sacramentos. Tambien estamos bajo el mandato de imitar al Hijo de Dios en nuestras actitudes y acciones, en lo que somos como personas, como individuos. El apóstol Pedro escribió: “En fin, vivan todos unidos, compartan las preocupaciones de los demás,ámense como hermanos, sean misericordiosos y humildes. No devuelvan mal por mal, ni injuria por injuria: al contrario, retribuyan con bendiciones, porque ustedes mismos estàn llamados a heredera una bendición”. (1 Pedro 3,8-9). “Que no haya divisiones” para vivir “en perfecta armonía” teniendo “la misma manera de pensar y de sentir” (cfr. 1 Corintios 1,10) Nuestro pensar, especialmente, debe estar en armonía con el de Jesucristo, quien expresó su amor por medio de entregar su vida por nosotros. (Juan 13, 34-35.15-12.13) Aunque los verdaderos discípulos de Jesucristo tienen “ la misma manera de pensar y sentir”, como lo evidencian su amor y unidad por todo el mundo, las preguntas que tenemos que contestar son éstas: ¿Genuinamente contribuyo yo a este espíritu de unidad y cariño? ¿Cómo y a que grado?
Si verdaderamente amamos a nuestros hermanos en la fe, seremos bondadosos y demostraremos que estamos dispuestos a perdonar. Una vez que se considere un problema y se convenga en la solución, no seguiremos abrigando rencores ni evitaremos deliberadamente a ciertos miembros de la congregación cristiana que tal vez hayan contribuido a crear la dificultad. En armonía con el consejo de Pedro, tenemos que ejercer cuidado para no caer víctimas de la insensibilidad, de la severidad y el orgullo que son comunes en el mundo. A otros les debe ser fácil ver que compartimos un sentimiento de compañerismo o que nos tenemos amor afectuoso o cariño a nuestros hermanos espirituales, que somos “tiernamente compasivos” o que nos inclinamos a mostrar piedad, y que no tenemos una opinión ensalzada de nosotros mismos, sino que somos “humildes de mente” que estamos dispuestos a servir a otros. – Compare con Mateo 18, 21-35; 1 Tesalonicenses 2, 7-12. 5,14. Que así sea.
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