Con ocasión de algunas canonizaciones, el Magisterio de la Iglesia ha enseñado que la santidad no requiere llevar a cabo acciones extraordinarias sino que “consiste propiamente sólo en la conformidad con el querer de Dios, expresada en un continuo y exacto cumplimiento de los deberes del propio estado” .
Éste es también el sencillo camino de santidad que propone San Josemaría: “¿Quieres de verdad ser santo? –Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces” (Camino, 815).
Las palabras anteriores muestran dos exigencias de la santidad: una material (“haz lo que debes”: cumplir el pequeño deber de cada momento, y cumplirlo sin retrasos: hodie, nunc, hoy, ahora) y otra formal (“está en lo que haces”: cumplirlo con perfección y empeño, por amor a Dios). Estas dos exigencias confluyen en una sola: el cuidado amoroso de las cosas pequeñas. Porque, en la práctica, los propios deberes no son cosas materialmente grandes sino “pequeños deberes” de cada momento; y porque la perfección de su cumplimiento consiste también en “cosas pequeñas” (en actos de virtud en cosas pequeñas).
El infinito valor de "lo pequeño"
En la base de estas dos exigencias se encuentra la idea de que, para la santidad, es prioritario el amor respecto a la materialidad de las obras. “Un pequeño acto, hecho por Amor, ¡cuánto vale!” . El valor de las obras en el plano de la santificación y del apostolado no deriva principalmente de su relieve humano (de que sean importantes en su materialidad), sino del amor a Dios con que se realizan. Ese amor se manifiesta muchas veces en “cosas pequeñas” en el trato con Dios y con los demás: desde un detalle de piedad como rezar bien una oración vocal o una genuflexión bien hecha ante el sagrario, hasta un gesto de buena educación o de amabilidad. El amor convierte en grande lo que a ojos humanos resulta ínfimo: “Hacedlo todo por Amor. –Así no hay cosas pequeñas: todo es grande”. “Las obras del Amor son siempre grandes, aunque se trate de cosas pequeñas en apariencia”.
Materializar la grandeza interior
Lo anterior (la prioridad del amor) no debe llevar a pensar que la perfección objetiva, externa, de las obras que se realizan es poco importante. San Josemaría insiste también en esto último. Para comprender mejor su enseñanza conviene reflexionar algo más sobre el significado de la expresión “cosas pequeñas”.
Ante todo, no hay que imaginar las “cosas pequeñas” principalmente como realidades externas a nosotros. Por ejemplo, en el caso de “una puerta abierta que debería estar cerrada”, la “cosa pequeña” no es la puerta abierta, sino el acto de cerrarla practicando la virtud del orden por amor a Dios. Es decir, las “cosas pequeñas” son ante todo actos virtuosos interiores, que se califican de “pequeños” no por la intensidad del acto (que como tal puede ser muy grande), sino por algún otro motivo, como su poca duración o su escasa relevancia en el plano humano (como sucede con muchos detalles de orden, independientemente de que, además, puedan tener notables consecuencias: piénsese en lo que puede suponer dejar mal cerrada la puerta de un frigorífico).
Cuando San Josemaría habla de la importancia de las “cosas pequeñas”, se refiere unas veces a “cosas pequeñas espirituales” que son actos únicamente interiores, aunque se realicen con ocasión de actividades externas (por ejemplo, decir una jaculatoria al cerrar una puerta, o renovar en el corazón el ofrecimiento del trabajo a Dios); otras veces, en cambio, piensa en “cosas pequeñas materiales”: actos que tienen por objeto un detalle exterior que contribuye a mejorar objetivamente el estado de cosas a nuestro alrededor, aunque sea en grado mínimo (por ejemplo, arreglar un desperfecto, para servir a los demás por amor a Dios).
Despacito y buena letra...
En el caso de estas últimas –las “cosas pequeñas materiales”–, San Josemaría atribuye importancia también a su efecto exterior aunque, su valor para la santidad reside prioritariamente en el amor con que se realizan, como ya se ha dicho. Está claro que las cosas pequeñas son valiosas por el amor, gracias al cual pueden hacerse “grandes”, pero esto – dentro de la “lógica de la Encarnación” que preside la doctrina de San Josemaría– es inseparable del valor que posee “hacer las cosas bien”, esmerarse en su ejecución. Desde luego, no pierden mérito sobrenatural cuando, a pesar de la buena voluntad de obrar con perfección poniendo todos los medios para que las cosas “salgan bien”, no se consigue el efecto deseado; pero la voluntad no sería buena sin el real interés por lograr que los resultados sean buenos.
Ese interés está presente de continuo en los textos de San Josemaría. Ya hemos visto antes que enseña a “estar en lo que haces”; otras veces exhorta a realizar con perfección las propias tareas hasta poner “la última piedra” ; a “dejar las cosas acabadas, con humana perfección” , de modo que sea una “labor primorosa, acabada como una filigrana, cabal” , y recuerda en este sentido los versos de un poeta de Castilla: “el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas” .
J. López
Tomado de: www.collationes.org
Éste es también el sencillo camino de santidad que propone San Josemaría: “¿Quieres de verdad ser santo? –Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces” (Camino, 815).
Las palabras anteriores muestran dos exigencias de la santidad: una material (“haz lo que debes”: cumplir el pequeño deber de cada momento, y cumplirlo sin retrasos: hodie, nunc, hoy, ahora) y otra formal (“está en lo que haces”: cumplirlo con perfección y empeño, por amor a Dios). Estas dos exigencias confluyen en una sola: el cuidado amoroso de las cosas pequeñas. Porque, en la práctica, los propios deberes no son cosas materialmente grandes sino “pequeños deberes” de cada momento; y porque la perfección de su cumplimiento consiste también en “cosas pequeñas” (en actos de virtud en cosas pequeñas).
El infinito valor de "lo pequeño"
En la base de estas dos exigencias se encuentra la idea de que, para la santidad, es prioritario el amor respecto a la materialidad de las obras. “Un pequeño acto, hecho por Amor, ¡cuánto vale!” . El valor de las obras en el plano de la santificación y del apostolado no deriva principalmente de su relieve humano (de que sean importantes en su materialidad), sino del amor a Dios con que se realizan. Ese amor se manifiesta muchas veces en “cosas pequeñas” en el trato con Dios y con los demás: desde un detalle de piedad como rezar bien una oración vocal o una genuflexión bien hecha ante el sagrario, hasta un gesto de buena educación o de amabilidad. El amor convierte en grande lo que a ojos humanos resulta ínfimo: “Hacedlo todo por Amor. –Así no hay cosas pequeñas: todo es grande”. “Las obras del Amor son siempre grandes, aunque se trate de cosas pequeñas en apariencia”.
Materializar la grandeza interior
Lo anterior (la prioridad del amor) no debe llevar a pensar que la perfección objetiva, externa, de las obras que se realizan es poco importante. San Josemaría insiste también en esto último. Para comprender mejor su enseñanza conviene reflexionar algo más sobre el significado de la expresión “cosas pequeñas”.
Ante todo, no hay que imaginar las “cosas pequeñas” principalmente como realidades externas a nosotros. Por ejemplo, en el caso de “una puerta abierta que debería estar cerrada”, la “cosa pequeña” no es la puerta abierta, sino el acto de cerrarla practicando la virtud del orden por amor a Dios. Es decir, las “cosas pequeñas” son ante todo actos virtuosos interiores, que se califican de “pequeños” no por la intensidad del acto (que como tal puede ser muy grande), sino por algún otro motivo, como su poca duración o su escasa relevancia en el plano humano (como sucede con muchos detalles de orden, independientemente de que, además, puedan tener notables consecuencias: piénsese en lo que puede suponer dejar mal cerrada la puerta de un frigorífico).
Cuando San Josemaría habla de la importancia de las “cosas pequeñas”, se refiere unas veces a “cosas pequeñas espirituales” que son actos únicamente interiores, aunque se realicen con ocasión de actividades externas (por ejemplo, decir una jaculatoria al cerrar una puerta, o renovar en el corazón el ofrecimiento del trabajo a Dios); otras veces, en cambio, piensa en “cosas pequeñas materiales”: actos que tienen por objeto un detalle exterior que contribuye a mejorar objetivamente el estado de cosas a nuestro alrededor, aunque sea en grado mínimo (por ejemplo, arreglar un desperfecto, para servir a los demás por amor a Dios).
Despacito y buena letra...
En el caso de estas últimas –las “cosas pequeñas materiales”–, San Josemaría atribuye importancia también a su efecto exterior aunque, su valor para la santidad reside prioritariamente en el amor con que se realizan, como ya se ha dicho. Está claro que las cosas pequeñas son valiosas por el amor, gracias al cual pueden hacerse “grandes”, pero esto – dentro de la “lógica de la Encarnación” que preside la doctrina de San Josemaría– es inseparable del valor que posee “hacer las cosas bien”, esmerarse en su ejecución. Desde luego, no pierden mérito sobrenatural cuando, a pesar de la buena voluntad de obrar con perfección poniendo todos los medios para que las cosas “salgan bien”, no se consigue el efecto deseado; pero la voluntad no sería buena sin el real interés por lograr que los resultados sean buenos.
Ese interés está presente de continuo en los textos de San Josemaría. Ya hemos visto antes que enseña a “estar en lo que haces”; otras veces exhorta a realizar con perfección las propias tareas hasta poner “la última piedra” ; a “dejar las cosas acabadas, con humana perfección” , de modo que sea una “labor primorosa, acabada como una filigrana, cabal” , y recuerda en este sentido los versos de un poeta de Castilla: “el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas” .
J. López
Tomado de: www.collationes.org
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