La Iglesia Oriental tuvo, desde los primero siglos, una fuerte tradición monástica, mucho antes de las iniciativas monásticas de Occidente. Basta recordar a los ermitas San Antón y San Pacomio de Egipto, San Hilario y San Seba de Palestina, los monjes de Cálcida, San Jerónimo y los monjes que se inspiraron en la regla de San Basilio, Doctor de la Iglesia.
Otra gran ilustre de la vida monástica del siglo V, aunque menos conocido para nosotros, fue San Marón, cuya influencia beneficiosa perdura hasta nuestros días. San Marón, defensor de la fe católica en Oriente, nació en el año 353 en la ciudad de Antioquía de Siria, donde los discípulos de Cristo recibieron por primera vez el nombre de «cristianos».
Esta misma ciudad fue la primera sede episcopal de San Pedro, antes de trasladarse a Roma. Marón tuvo una educación esmerada. Sus padres grabaron en el corazón de su hijo las máximas del Evangelio, que él supo cultivar con gran fervor. Condiscípulo y amigo de San Juan Crisóstomo, Marón se dedicó desde su más tierna edad a la práctica de las virtudes. En plena juventud, abandonó el mundo para seguir la vida contemplativa, y tiempo después, fundaría numerosos monasterios en varias regiones de Siria y el Líbano.
La fama de las virtudes del monje atrajo a muchos discípulos de ambos sexos, que siguieron sus santos ejemplos. Muchos de ellos se convirtieron después en hombres importantes en la Iglesia, como obispos y defensores de la fe contra las herejías del monofisismo y del nestorianismo. Algunos también sufrieron el martirio en las continuas invasiones persas y musulmanas. Los numerosos monasterios fundados por San Marón y sus monjes nació la liturgia maronita, usada ampliamente hasta hoy en día en varias regiones, como en Siria, El Líbano y hasta en una región de la India.
Los monjes maronitas, seguidores de la disciplina y doctrina de San Marón, fueron verdaderos misioneros y defensores de la ortodoxia católica en Oriente, que se encontraba convulsionada por tantos errores. Las comunidades cristianas formadas por él, por haber adoptado una liturgia propia, se conservan compactas y sobreviven con el nombre de «cristianos maronitas» o católicos del rito maronita.
La mayor parte de ellos vive en El Líbano. San Marón murió alrededor del año 407, el mimo año en que murió en el exilio su gran amigo, San Juan Crisóstomo, Doctor de la Iglesia, con quién mantenía correspondencia. Los monasterios fundados por él se conservaron por muchos siglos y fueron destruidos por la violencia de los turcos alrededor del año 1000.
Sin embargo, los monjes continuaron en otras regiones y se cuentan por centenas incluso hoy. Una gran parte de las reliquias de San Marón fueron trasladadas a la ciudad de Foligno, en el centro de Italia, donde se las conserva con mucha veneración. Durante su vida e incluso después de su muerte, este santo se hizo famoso por los numerosos milagros realizados. En Oriente son muchas las iglesias dedicadas a su nombre.
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