El próximo domingo 4 de septiembre (primer domingo de septiembre) la Iglesia celebra en la Argentina la Jornada Nacional del Emigrante, o Día del Migrante, en coincidencia con la fecha que también el Estado nacional estableció para celebrar el Día del Migrante.
En el orden mundial la 97ª Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, para la que el papa Benedicto XVI envió un mensaje titulado “Una sola familia humana”, se celebró el pasado 16 de enero.
En dicho mensaje el Santo Padre explica que esta Jornada brinda un espacio para que la Iglesia reflexione sobre este tema cada vez más común en la sociedad actual globalizada, que permita además una convivencia fraterna y pacífica entre los diversos pueblos que recorren "un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas".
Benedicto XVI constata en su mensaje que muchos pasan por la emigración, voluntaria o forzada. "Al respecto, la Iglesia no cesa de recordar que el sentido profundo de este proceso histórico y su criterio ético fundamental vienen dados precisamente por la unidad de la familia humana y su desarrollo en el bien. Por tanto, todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los reciben, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir", explica el Santo Padre.
Al hablar sobre la necesaria fraternidad de los pueblos, el Papa señala que esta es la "experiencia, a veces sorprendente, de una relación que une, de un vínculo profundo con el otro, diferente de mí, basado en el simple hecho de ser hombres. Asumida y vivida responsablemente, alimenta una vida de comunión y de compartir con todos, de modo especial con los emigrantes; sostiene la entrega de sí mismo a los demás, a su bien, al bien de todos, en la comunidad política local, nacional y mundial".
El Papa Benedicto XVI recuerda luego las palabras del querido Juan Pablo II quien en el año 2001 indicaba que en el contexto del bien universal de todos los hombres "se debe considerar el derecho a emigrar. La Iglesia lo reconoce a todo hombre, en el doble aspecto de la posibilidad de salir del propio país y la posibilidad de entrar en otro, en busca de mejores condiciones de vida".
En este contexto, prosigue Benedicto XVI, "los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. Los inmigrantes, además, tienen el deber de integrarse en el país de aceptación, respetando sus leyes y la identidad nacional. ‘Se trata, pues, de conjugar el recibimiento que se debe a todos los seres humanos, en especial si son indigentes, con la consideración sobre las condiciones indispensables para una vida decorosa y pacífica, tanto para los habitantes originarios como para los nuevos llegados’".
Luego de explicar la necesaria labor de caridad que cumple la Iglesia en medio del mundo y en particular en este tema de la emigración, el Santo Padre se refiere a la difícil situación de los refugiados que son "una parte relevante del fenómeno migratorio. Respecto a estas personas, que huyen de violencias y persecuciones, la comunidad internacional asumió compromisos precisos. El respeto de sus derechos, así como las justas preocupaciones por la seguridad y la cohesión social, favorecen una convivencia estable y armoniosa".
La ayuda a los refugiados, continúa el Papa, debe darse de modo que estas personas puedan "encontrar un lugar donde puedan vivir en paz y seguridad, donde puedan trabajar y asumir los derechos y deberes existentes en el país que los recibe, contribuyendo al bien común, sin olvidar la dimensión religiosa de la vida".
En la parte final de su mensaje Benedicto XVI se refiere a los estudiantes universitarios extranjeros e internacionales. A ellos les recuerda que son "puentes" culturales y económicos entre los países de salida y de recepción; que tienen el derecho de ser ayudados y que "en la escuela y en la universidad se forma la cultura de las nuevas generaciones: de estas instituciones depende en gran medida su capacidad de mirar a la humanidad como a una familia llamada a estar unida en la diversidad".
El Papa concluye su mensaje haciendo votos para que todos en la Iglesia y en el mundo formen "una sola familia humana" y para que Dios "nos ayude a ser, a cada uno en primera persona, hombres y mujeres capaces de relaciones fraternas; y para que, en el ámbito social, político e institucional, crezcan la comprensión y la estima recíproca entre los pueblos y las culturas".
En el orden mundial la 97ª Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, para la que el papa Benedicto XVI envió un mensaje titulado “Una sola familia humana”, se celebró el pasado 16 de enero.
En dicho mensaje el Santo Padre explica que esta Jornada brinda un espacio para que la Iglesia reflexione sobre este tema cada vez más común en la sociedad actual globalizada, que permita además una convivencia fraterna y pacífica entre los diversos pueblos que recorren "un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas".
Benedicto XVI constata en su mensaje que muchos pasan por la emigración, voluntaria o forzada. "Al respecto, la Iglesia no cesa de recordar que el sentido profundo de este proceso histórico y su criterio ético fundamental vienen dados precisamente por la unidad de la familia humana y su desarrollo en el bien. Por tanto, todos, tanto emigrantes como poblaciones locales que los reciben, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir", explica el Santo Padre.
Al hablar sobre la necesaria fraternidad de los pueblos, el Papa señala que esta es la "experiencia, a veces sorprendente, de una relación que une, de un vínculo profundo con el otro, diferente de mí, basado en el simple hecho de ser hombres. Asumida y vivida responsablemente, alimenta una vida de comunión y de compartir con todos, de modo especial con los emigrantes; sostiene la entrega de sí mismo a los demás, a su bien, al bien de todos, en la comunidad política local, nacional y mundial".
El Papa Benedicto XVI recuerda luego las palabras del querido Juan Pablo II quien en el año 2001 indicaba que en el contexto del bien universal de todos los hombres "se debe considerar el derecho a emigrar. La Iglesia lo reconoce a todo hombre, en el doble aspecto de la posibilidad de salir del propio país y la posibilidad de entrar en otro, en busca de mejores condiciones de vida".
En este contexto, prosigue Benedicto XVI, "los Estados tienen el derecho de regular los flujos migratorios y defender sus fronteras, asegurando siempre el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. Los inmigrantes, además, tienen el deber de integrarse en el país de aceptación, respetando sus leyes y la identidad nacional. ‘Se trata, pues, de conjugar el recibimiento que se debe a todos los seres humanos, en especial si son indigentes, con la consideración sobre las condiciones indispensables para una vida decorosa y pacífica, tanto para los habitantes originarios como para los nuevos llegados’".
Luego de explicar la necesaria labor de caridad que cumple la Iglesia en medio del mundo y en particular en este tema de la emigración, el Santo Padre se refiere a la difícil situación de los refugiados que son "una parte relevante del fenómeno migratorio. Respecto a estas personas, que huyen de violencias y persecuciones, la comunidad internacional asumió compromisos precisos. El respeto de sus derechos, así como las justas preocupaciones por la seguridad y la cohesión social, favorecen una convivencia estable y armoniosa".
La ayuda a los refugiados, continúa el Papa, debe darse de modo que estas personas puedan "encontrar un lugar donde puedan vivir en paz y seguridad, donde puedan trabajar y asumir los derechos y deberes existentes en el país que los recibe, contribuyendo al bien común, sin olvidar la dimensión religiosa de la vida".
En la parte final de su mensaje Benedicto XVI se refiere a los estudiantes universitarios extranjeros e internacionales. A ellos les recuerda que son "puentes" culturales y económicos entre los países de salida y de recepción; que tienen el derecho de ser ayudados y que "en la escuela y en la universidad se forma la cultura de las nuevas generaciones: de estas instituciones depende en gran medida su capacidad de mirar a la humanidad como a una familia llamada a estar unida en la diversidad".
El Papa concluye su mensaje haciendo votos para que todos en la Iglesia y en el mundo formen "una sola familia humana" y para que Dios "nos ayude a ser, a cada uno en primera persona, hombres y mujeres capaces de relaciones fraternas; y para que, en el ámbito social, político e institucional, crezcan la comprensión y la estima recíproca entre los pueblos y las culturas".
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