Evangelio según San Juan 19,25-27. Nuestra Señora La Virgen de Los Dolores - Memoria
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Comentario: «Madre, aquí tienes a tu hijo» - Santa Teresa del Niño Jesús
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia. Poesía «Porque te amo, Oh María», §20-25
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Comentario: «Madre, aquí tienes a tu hijo» - Santa Teresa del Niño Jesús
Los pobres pecadores escuchan la doctrina
de quien quisiera a todos en el cielo admitir;
tú te encuentras con ellos, María, en la colina;
alguien dice a tu Hijo que lo buscas allí;
entonces tu divino Jesús ante las turbas
nos demuestra su amor a nosotros sin fin:
dice:"¿Quién es mi hermano, mi hermana, mi Madre
sino aquel que practica mi voluntad por Mí?»
Virgen Inmaculada y Madre la más tierna,
oyendo eso a Jesús, comprendes su ideal;
No te apena, te alegra que nos haga entender
que nuestra alma se torna su familia aquí ya;
Sí, ¡te causa alegría que Él su vida nos done
y el tesoro infinito de su divinidad...!
¿Cómo no te he de amar, oh, mi Madre querida,
viendo en ti tanto amor y tan honda humildad?
Tú nos amas María, como Jesús nos ama,
por nosotros aceptas verte alejada de Él.
Amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo
tú quisiste probarlo, siendo nuestro sostén.
Sabía el Salvador de tu inmensa ternura,
tu corazón de Madre conocía muy bien;
del pecador refugio, te nos dejó a nosotros
junto a la Cruz y al cielo a esperarnos se fue.
Tú me apareces, Virgen, en lo alto del Calvario,
de pie junto a la Cruz, cual preste ante el altar,
ofreciendo a Jesús, tu Hijo, el Emmanuel,
a fin de la justicia de su Padre aplacar...
Un profeta dijo, ¡oh, Madre desolada! :
«¡No hay dolor que se pueda al tuyo comparar!»
¡Oh, Reina de los mártires!, ¡desterrada prodigas
por nosotros tu sangre, corazón maternal!
La casa de San Juan se hace tu único asilo,
de Zebedeo el hijo a Jesús reemplaza...
Es el postrer detalle que nos da el Evangelio;
de la Reina del cielo ya nunca más se habla.
Mas este hondo silencio, ¡oh, mi Madre querida!,
¿no revela, quizás, que quiere el Verbo eterno
por sí mismo cantar de tu vida el misterio,
asombrando a tus hijos, los electos del cielo?
Yo escucharé muy pronto esa dulce armonía,
iré muy pronto a verte en el hermoso cielo.
Pues viniste a sonreírme de mi vida en la aurora,
¡sonríeme en la tarde..., que ya va oscureciendo...!
No temo el resplandor de tu gloria suprema,
He sufrido contigo y ahora yo deseo
cantar en tus rodillas, María, por qué te amo,
¡y repetir por siempre que soy tu hija, quiero...!
de quien quisiera a todos en el cielo admitir;
tú te encuentras con ellos, María, en la colina;
alguien dice a tu Hijo que lo buscas allí;
entonces tu divino Jesús ante las turbas
nos demuestra su amor a nosotros sin fin:
dice:"¿Quién es mi hermano, mi hermana, mi Madre
sino aquel que practica mi voluntad por Mí?»
Virgen Inmaculada y Madre la más tierna,
oyendo eso a Jesús, comprendes su ideal;
No te apena, te alegra que nos haga entender
que nuestra alma se torna su familia aquí ya;
Sí, ¡te causa alegría que Él su vida nos done
y el tesoro infinito de su divinidad...!
¿Cómo no te he de amar, oh, mi Madre querida,
viendo en ti tanto amor y tan honda humildad?
Tú nos amas María, como Jesús nos ama,
por nosotros aceptas verte alejada de Él.
Amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo
tú quisiste probarlo, siendo nuestro sostén.
Sabía el Salvador de tu inmensa ternura,
tu corazón de Madre conocía muy bien;
del pecador refugio, te nos dejó a nosotros
junto a la Cruz y al cielo a esperarnos se fue.
Tú me apareces, Virgen, en lo alto del Calvario,
de pie junto a la Cruz, cual preste ante el altar,
ofreciendo a Jesús, tu Hijo, el Emmanuel,
a fin de la justicia de su Padre aplacar...
Un profeta dijo, ¡oh, Madre desolada! :
«¡No hay dolor que se pueda al tuyo comparar!»
¡Oh, Reina de los mártires!, ¡desterrada prodigas
por nosotros tu sangre, corazón maternal!
La casa de San Juan se hace tu único asilo,
de Zebedeo el hijo a Jesús reemplaza...
Es el postrer detalle que nos da el Evangelio;
de la Reina del cielo ya nunca más se habla.
Mas este hondo silencio, ¡oh, mi Madre querida!,
¿no revela, quizás, que quiere el Verbo eterno
por sí mismo cantar de tu vida el misterio,
asombrando a tus hijos, los electos del cielo?
Yo escucharé muy pronto esa dulce armonía,
iré muy pronto a verte en el hermoso cielo.
Pues viniste a sonreírme de mi vida en la aurora,
¡sonríeme en la tarde..., que ya va oscureciendo...!
No temo el resplandor de tu gloria suprema,
He sufrido contigo y ahora yo deseo
cantar en tus rodillas, María, por qué te amo,
¡y repetir por siempre que soy tu hija, quiero...!
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia. Poesía «Porque te amo, Oh María», §20-25
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