martes, 30 de marzo de 2010
Segunda Parte: Formación del rito romano tradicional, llamado “Misa de San Pío V”
A. PREÁMBULOS
Hasta ahora sólo hemos recordado la parte “teórica” de la Santa Misa, o sea la doctrina que transmitió Nuestro Señor Jesucristo a su Iglesia referente al Sacrificio del Altar. Nos queda por ver cómo históricamente se elaboró, desarrolló y perfeccionó el rito de la Santa Misa. Antes de seguir paso a paso la historia de este desarrollo, escuchemos al Papa Pío XII, en su encíclica Mediator Dei, explicar y describirnos cuáles fueron los principios que guiaron la Iglesia a lo largo de los siglos en la formación de su rito sacrificial:
1. Existen elementos del rito que pueden cambiar y otros no: “la Sagrada Liturgia consta de elementos humanos y divinos: éstos, evidentemente, no pueden ser alterados por los hombres, ya que han sido instituidos por el Divino Redentor; aquéllos, en cambio, con aprobación de la Jerarquía eclesiástica, asistida por el Espíritu Santo, están sujetos a modificaciones diversas, según lo exijan los tiempos, las cosas y las almas” (nº 49).
2. Pueden modificarse los ritos sólo en la medida que quede salvaguardada la integridad de la fe: “La Iglesia, en realidad, es un organismo vivo, y por eso crece y se desarrolla también en lo que toca a la Sagrada Liturgia, y se adapta a las exigencias y circunstancias de cada época, con tal que quede salvaguardada la integridad de su doctrina” (nº 58). Este es el principio más fundamental del desarrollo del rito de la Misa. Ante todo la Iglesia quiere conservar la pureza de la doctrina sobre el Santo Sacrificio del Altar, tal como la transmitió su divino fundador. Un rito que estuviese en oposición con la expresión de la fe católica sería inaceptable y debería ser absolutamente condenado y reprobado.
3. ¿Por qué se modificaron los ritos? Según el Papa Pío XII, por cuatro razones principales: 1º) “Una formulación más segura y precisa de la doctrina católica”. De nuevo el Pontífice insiste sobre la exactitud doctrinal de los ritos; 2º) “El desarrollo ulterior de la disciplina eclesiástica en lo que toca a la administración de los Sacramentos”; 3º) “Las iniciativas y las prácticas de piedad no íntimamente unidas a la Sagrada Liturgia, nacidas en épocas posteriores por disposición admirable del Señor y tan difundidas entre el pueblo”; 4º) “El progreso de las Bellas Artes, en especial de la arquitectura, la pintura y la música” (nº49).
4. Trascendencia práctica de los ritos. “Aunque las ceremonias no contengan en sí ninguna perfección y santidad, sin embargo son actos externos de religión que, como signos, estimulan al alma a venerar las cosas sagradas, elevan la mente a las realidades sobrenaturales, nutren la piedad, fomentan la caridad, acrecientan la fe, robustecen la devoción, instruyen a los sencillos, adornan el culto de Dios, conservan la religión y distinguen a los verdaderos fieles de los cristianos falsos y heterodoxos” (nº 23).
Éstos son los principios que, durante veinte siglos, guiaron la Iglesia en la formación de sus ritos. Convencida del gran alcance espiritual y doctrinal de sus fórmulas y ceremonias litúrgicas, especialmente en cuanto a la profesión y defensa de la fe, la Iglesia cuidó siempre celosamente la expresión exterior de su culto. Tenemos que ver ahora cómo históricamente se aplicaron dichos principios y se formó el rito romano de la Misa, codificado por San Pío V.
B. LA MISA, DE SAN PEDRO AL SIGLO XVI (1)
1. La Misa en la época de los Apóstoles.
Desde la edad apostólica, la estructura de la Misa fue la que conocemos, con todas sus partes. El cuadro adjunto muestra el perfeccionamiento del rito desde nuestro Señor Jesucristo hasta la época de San Pío V. Todas las partes del rito se desarrollaron y fijaron armoniosamente en torno al núcleo esencial dejado por el Salvador a sus Apóstoles: la consagración.
El Sacrificio de la Misa fue instituido después de una comida, el Jueves Santo. Por eso, en algunos lugares, se acompañó la celebración del Sacrificio eucarístico con una comida entre cristianos: el ágape. Pero se llegaron pronto a excesos, de los que se quejaba San Pablo (1 Cor. 11), y se comprendió la necesidad de separar la Misa del ágape, manifestando bien la diferencia esencial entre el sacrificio y la comida.
Desde el principio, el carácter sacrificial de la Misa fue netamente marcado, por la presencia del altar: “Tenemos un altar –dice San Pablo– del cual no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo” (2) (es decir los sacerdotes del templo de Jerusalén). En otro lugar dice el Apóstol: “No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios”.(3) El Catecismo del Concilio de Trento explica que “así como por la mesa de los demonios se ha de entender el altar donde se les sacrificaba, así también (para que se concluya con un discurso probable, lo que propone el Apóstol) no puede significar otra cosa la mesa del Señor, que el altar, en que se ofrece Sacrificio al Señor”.(4)
Podemos resumir de esta manera las enseñanzas del Nuevo Testamento relativas al rito eucarístico: El primer día de la semana los fieles se reúnen para “la fracción del pan”.(5) Durante la reunión, se leen los Evangelios y las Cartas Apostólicas,(6) se predica la palabra de Dios,(7) se reza por todos los hombres (8) y se da el beso de paz.(9) Después el sacerdote, imitando a Cristo, toma el pan y el vino,(10) bendice y da gracias a Dios sobre los elementos eucarísticos (11) y repite lo que dijo Cristo. (12) Al final los fieles responden “Amén”,(13) y se da la comunión bajo las dos especies.(14)
2. La Misa en la época de San Justino (hacia el año 150).
La primera descripción de la Misa conservada aparte de la Biblia es la de San Justino: “En el día del sol, todos aquellos que viven en las ciudades o en los campos se reúnen en un mismo lugar. Entonces se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Luego, cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para amonestar a los presentes y exhortarles a imitar las hermosas lecciones escuchadas. Después nos levantamos todos y entonamos oraciones, y, como arriba dijimos, se trae el pan, el vino y el agua, y el que preside, eleva oraciones y acciones de gracias según tiene por conveniente, y el pueblo responde Amén. Entonces tiene lugar la distribución de las cosas eucarísticas a cada uno, y se llevan a los ausentes por medio de los diáconos”.
En otro lugar San Justino precisa: “Este alimento es llamado por nosotros eucaristía. A ninguno es permitido comer de él, sino a quien cree ser verdadero lo que nosotros enseñamos, ha sido bautizado con el bautismo de la remisión de los pecados y de la regeneración y vive como Cristo manda. Porque nosotros no comemos estas cosas como si fueran pan y bebida vulgares, sino de la misma manera como Cristo nuestro Salvador, por medio del Verbo de Dios, tomó carne y sangre, así también el alimento, hecho eucarístico mediante la palabra que viene de El — alimento de que nuestra sangre y carne se nutren con vistas a la transformación —, es, según nos han enseñado, la carne y la sangre de Jesucristo encarnado. Los apóstoles, en efecto, en las memorias que escribieron, y que nosotros llamamos Evangelios, nos han referido que a ellos les fue dada esta orden: Jesús, tomando el pan dio gracias y dijo: Haced esto en memoria mía. Esto es mi cuerpo. Y del mismo modo, tomando una copa, dio gracias, diciendo: Esto es mi sangre. Y a ellos solos Jesús dio a gustar... Desde entonces, hacemos siempre entre nosotros conmemoración de estas cosas”.
San Justino habla también del beso de paz; la práctica de la fracción de pan era ya generalizada. Podemos observar la discreción con la que habla de las oraciones consagratorias. Tal actitud es conforme a la regla del secreto que se mantuvo hasta el final de las persecuciones.
Por tanto, como lo muestra el cuadro comparativo, vemos que la liturgia descrita por San Justino no acusa novedad ninguna en comparación con las ceremonias descritas en los escritos de los Apóstoles. Constituye un desarrollo progresivo del rito instituido por nuestro Señor Jesucristo el Jueves Santo y corresponde ya, en sus líneas generales, con la estructura de la Misa codificada por San Pío V.
3. Formación del Canon romano y Misa de San Gregorio.
a) Formación del Canon romano. Resulta difícil establecer la historia exacta del desarrollo del Canon (o plegaria consagratoria). Tal como fue ratificado por San Pío V en 1570, el Canon romano ya estaba acabado en la época de San León (400-461). San Gregorio Magno lo completó definitivamente agregándole seis palabras: “Diesque nostros in tua pace disponas”, al final del “Hanc igitur”. Siempre se tuvo una veneración muy grande hacia el Canon: “Es la oración sacrificial de la Iglesia, en la que Cristo, como Sumo Sacerdote, renueva al Padre la oblación perfecta de todo su cuerpo y toda su sangre, inmolado un día sobre el calvario, para la salvación del mundo. Entre todas las fórmulas litúrgicas, la del Canon es, sin duda, la más sagrada y la más veneranda, porque encuadra las palabras divinas de la institución eucarística, y, desde hace dieciséis siglos, en los labios de millares de obispos y sacerdotes, constituye invariablemente la expresión oficial de la oración sacerdotal”.(15)
b) Las palabras de la consagración. La fórmula de la consagración contenida en el rito romano es más amplia que la que nos transmitió la Sagrada Escritura. Según la Tradición, referida por Santo Tomás, estas palabras “derivan de la tradición del Señor, llegada a la Iglesia a través de los Apóstoles”.(16) San Alberto Magno pensaba lo mismo, y el Papa Inocencio III lo afirmó expresamente: “Nos preguntas quién añadió en el Canon de la misa a la forma de las palabras que expresó Cristo mismo cuando transustanció el pan y el vino en su cuerpo y sangre, lo que no se lee haber expresado ninguno de los evangelistas (…) En el canon de la misa se halla interpuesta la expresión "mysterium fidei" a las palabras mismas (…) A la verdad, muchas son las cosas que vemos haber omitido los evangelistas tanto de las palabras como de los hechos del Señor, que se lee haber suplido luego los Apóstoles de palabra o haber expresado de hecho (…) Creemos, pues, que la forma de las palabras, tal como se encuentra en el canon, la recibieron de Cristo los Apóstoles, y de éstos, sus sucesores”.(17)
c) La Misa en la época de San Gregorio Magno (Papa de 590 a 604). Si pudiéramos presenciar una Misa cantada por San Gregorio, nos sorprendería su similitud con la Misa codificada por San Pío V en 1570. El cuadro comparativo muestra con evidencia que se trata substancialmente del mismo rito, más desarrollado a lo largo de los siglos.
3. Últimas modificaciones del rito romano desde San Gregorio hasta el siglo XV.
Tres aspectos principales marcan el perfeccionamiento de la Misa entre el siglo VI y el siglo XV:
a) La asimilación de ritos de origen galicano. Cuando murió San Gregorio, todavía el rito romano no era el rito común del Occidente católico. A lado de él existían otros ritos muy antiguos, como el rito ambrosiano (en Italia), el rito mozárabe (en España) y el rito galicano (en Francia). Este último tuvo una influencia particular sobre el desarrollo del rito romano. El Asperges, el Salmo Judica me, el Confiteor, las oraciones acompañando las ceremonias del Ofertorio y las tres oraciones antes de la comunión son todos de origen galicano. Es de observar que la parte central de la Misa, el Canon, no fue retocada. Ya había llegado a su estado de perfección.
b) El desarrollo del Ofertorio. A vista de las vivísimas críticas de Lutero relativas al Ofertorio –como lo veremos pronto–, no será inútil detallar un poco más sus fundamentos.
El Ofertorio, tal como se encuentra en el rito romano actual, ya estaba acabado en siglo XIV. Con las oraciones del Ofertorio, la Iglesia subraya el significado completo del misterio que se va a llevar a cabo y permite a los fieles unirse más íntimamente con él. ¿Qué ocurre en el Ofertorio? ¿Cuál es su sentido profundo? El Ofertorio incluye varios aspectos:
- ES LA OBLACIÓN ANTICIPADA DEL SACRIFICIO DE CRISTO: Durante el Ofertorio se ofrece a Dios la materia del Sacrificio, en cuanto se va transformar unos instantes después en la Divina Víctima.
- EXPONE LA DOCTRINA CATÓLICA RELATIVA AL SACRIFICIO DE LA MISA: El Canon es la acción sacrificial; el Ofertorio manifiesta con mucha precisión el dogma católico de la Santa Misa, especialmente en cuanto a la propiciación por los pecados. Es como un “catecismo de la Misa”. De hecho, un protestante contemporáneo no dudaba en decir que “la parte central del Ofertorio, «Suscipe Sancte Pater», es una perfecta exposición de la doctrina romana sobre el Sacrificio de la Misa”.(18)
- MANIFIESTA Y FOMENTA LA OBLACIÓN INTERIOR DE LOS FIELES, llamados a unirse íntimamente con la oblación de Cristo: el Ofertorio insiste sobre la importancia del sacrificio y oblación interior de los fieles, en unión con la divina Víctima. También recalca las disposiciones necesarias para aprovechar el sacrificio y recibir sus frutos.
Por lo tanto podemos decir que el Ofertorio es como un baluarte doctrinal y espiritual del Santo Sacrificio. Presenta la gran ventaja de introducir y preparar al Sacrificio.
c) El desarrollo del culto eucarístico. Después de San Gregorio, las otras partes de la Misa casi no fueron modificadas. Es de observar que el Canon codificado por San Pío V quedó sin modificarse desde el siglo V.
La recepción de la Eucaristía bajo las dos especies se fue dejando paulatinamente, por varias razones, a la vez prácticas y doctrinales: la comunión a la Preciosísima Sangre requería cuidados especiales e implicaba complicaciones rituales (los inconvenientes eran muchos y entre ellos se cuentan no sólo la “efusión del líquido en los varios trasiegos de los cálices, repugnancia instintiva de algunos, especialmente mujeres, hacia el vino; suciedad de los vasos, barbas largas, que quedaban impregnadas; conservación difícil por el peligro de avinagrarse, costo notable, facilidad de helarse en los duros inviernos septentrionales” (19)). También lo exigió la protección de la fe en la Presencia real: el hereje Juan Hus (1372-1415) y sus seguidores insistían violentamente sobre la necesidad de comulgar bajo las dos especies, creyendo que Cristo no estaba presente enteramente en ambas con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Afirmaban que en las especies del vino está la Sangre sin el Cuerpo; en las del pan está el Cuerpo sin la Sangre. La supresión de la comunión del Sanguis fue también una respuesta a esta herejía.
Hacia el fin del siglo XII apareció el rito de la elevación después de la consagración. Durante la Edad Media, muchas manifestaciones de piedad hacia la Presencia real de Cristo florecieron, en contra de la herejía de Berengario de Tours, quien fue el primero en poner en duda la transubstanciación. Apareció, por ejemplo, la costumbre de conservar los dedos pulgares e índices unidos desde la consagración hasta la purificación de los mismos después de la comunión, para que no se pierda ninguna partícula de las Sagradas Especies. Con este mismo espíritu se instituyó también la fiesta de Corpus Christi.
El desarrollo del culto eucarístico es un ejemplo llamativo de la preocupación doctrinal de la Iglesia en lo que se refiere a sus ritos. Ve en ellos la profesión y el baluarte de la fe, una respuesta práctica a las herejías.
4. Forma definitiva del Rito romano.
A fines del siglo XII, Inocencio III (1198-1216) promulga un Ordo Missæ que refleja el rito en uso en la capilla papal: muestra una identidad casi completa con el que, tres siglos y medio más tarde, se impondrá a toda la Iglesia por San Pío V en la reforma del misal. Las diferencias son pocas y de escasa importancia.(20)
C. ATAQUES PROTESTANTES CONTRA LA MISA
“Cuando la Misa sea trastornada, estoy convencido de que habremos tornado definitivamente al papismo. Efectivamente, el papismo se apoya en la Misa como sobre una roca, todo entero, con sus monasterios, obispados, colegiatas, altares, ministerios y doctrinas, en una palabra, con todo su vientre. Todo eso crujirá necesariamente cuando sea resquebrajada su Misa sacrílega y abominable”.(21)
Lutero, jefe del protestantismo alemán, anuncia claramente sus intenciones: “Hay que derribar la Misa para herir la Iglesia católica en su corazón”.(22)
El heresiarca no se equivocaba. Toda la vida cristiana se apoya sobre la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario. Al modificar paulatinamente los ritos y ceremonias tradicionales de la Misa, Lutero llevó insensiblemente a los fieles a un cambio en la fe. Aconsejaba lo siguiente: “Para alcanzar segura y felizmente el objetivo, hace falta conservar ciertas ceremonias de la antigua Misa para los débiles, que podrían escandalizarse por un cambio demasiado brutal”.(23) Tales cambios visibles de la liturgia responden a conceptos doctrinales totalmente erróneos, especialmente sobre la Santa Misa y el sacerdocio.
1. La herejía protestante.
Lanzada en el año 1517, la herejía protestante fue difundida por Lutero –en Alemania–, Calvino y Zwinglio –en Francia y Suiza– y Enrique VIII –en Inglaterra–. Estos tres hombres fundaron, fuera de la Iglesia católica, tres iglesias disidentes: la iglesia luterana, calvinista y anglicana, llamadas usualmente con el nombre genérico de “iglesias protestantes”. Por eso la palabra “protestante” se refiere a realidades y doctrinas muy distintas. Conviene aquí dar un retrato de ellas, para comprender el origen de los cambios operados en la liturgia por los pseudo-reformadores.
a) Lutero. Lo esencial de la doctrina de Lutero se halla en La Confesión de Augsburgo, en la Apología de la Confesión de Augsburgo y en los dos catecismos redactados por él en 1529.
Mientras la doctrina católica considera que la Iglesia enseñante es la única depositaria de la verdad revelada, cuyas fuentes son la Sagrada Escritura y la Tradición oral, Lutero rechaza el poder de enseñar de la Iglesia y, por consiguiente, la Tradición oral. Afirma que la única fuente de la fe es la Biblia, interpretada por la razón individual, iluminada directamente por el Espíritu Santo.
El centro de la doctrina luterana se halla en la interpretación de la naturaleza caída después del pecado original y en la justificación por la gracia.
La teología católica enseña que la salvación se opera por una colaboración estrecha entre Dios y el hombre: Primero, Dios da su gracia; después, el hombre coopera a la obra de Dios, con el uso de su libertad. La sociedad de los fieles, con una estrecha solidaridad, pone sus bienes en común, o sea sus oraciones, sacrificios, sufrimientos, de manera que sirvan al bien, santificación y salvación de todos. Es la llamada “Comunión de los Santos”.
Según la doctrina individualista de Lutero, que rechaza dicha comunión, el pecado original corrompió radicalmente la naturaleza humana, de manera que ya no existe la libertad: desde el pecado original, el hombre ya no es libre de hacer el bien. No puede sino pecar. La gracia, según Lutero, no transfigura interiormente al alma ni hace de ella el “templo del Espíritu Santo” –como dice San Pablo–, sino que tapa la miseria humana, a modo de un manto. Esta gracia “luterana” consigue infaliblemente la salvación, pero no borra en el alma la malicia del pecado.
Al fundarse sobre la negación de la libertad humana, dicha doctrina tiene gravísimas consecuencias doctrinales y morales: El rechazo de la necesidad de las buenas obras, de la oración, del culto a los santos, del purgatorio, de las indulgencias…
Puesto que la única condición exigida para la justificación es la fe, se rechaza también la esencia de los sacramentos. Para Lutero, los sacramentos son puros símbolos destinados a alimentar la fe. También se pueden considerar como ciertas manifestaciones exteriores de que somos justificados, pero en absoluto en el sentido católico, como medios reales de santificación, comunicando y produciendo la gracia.
Finalmente, al afirmar que la salvación proviene directamente de Dios, sin intermediarios, Lutero llega a negar la necesidad de la jerarquía eclesial instituida por Nuestro Señor Jesucristo. Por eso se entregará a los príncipes la autoridad sobre las iglesias.
b) Zwinglio y Calvino. La mayor parte de la doctrina de Lutero se encuentra también en ellos. Sin embargo se observan varias diferencias, especialmente en cuanto al modo de presencia real en la Eucaristía. La característica principal del sistema de Calvino y Zuinglio consiste en la teoría de la predestinación absoluta, según la cual los hombres son predestinados desde toda la eternidad a la beatitud o a la condenación, sin previsión ninguna de sus méritos. Como Lutero, rechazan la jerarquía sacerdotal, pero difieren de él al afirmar la independencia y supremacía de la iglesia sobre el estado.
c) Enrique VIII y sus sucesores. El caso de la iglesia anglicana es algo distinto: en un principio, la separación con la Iglesia católica se hizo por motivos personales y diplomáticos, no religiosos. El fondo de la enseñanza seguía siendo católico. Pero después de la muerte de Enrique VIII, el poder fue entregado a Mons. Cranmer, Arzobispo de Canterbury, y al Duque de Somerset, ambos allegados a los protestantes de Alemania, que permitieron y fomentaron la difusión de la herejía luterana. Puesto que los ingleses seguían muy aficionados a la fe católica, en primera instancia los reformadores se empeñaron en modificar exteriormente el culto, antes de cambiar abiertamente la doctrina –según la táctica enseñada por Lutero–.
2. Errores protestantes relativos al culto.
Las consecuencias de las herejías protestantes sobre la doctrina de la Misa son gravísimas. Se resumen en una triple negación:
- del carácter sacrificial y expiatorio de la Misa.
- de la presencia real por transubstanciación.
- del sacerdocio ministerial del sacerdote.
a) El carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa. La teoría de la justificación del hombre por la fe sin las obras llevó a negar que la Misa sea esencialmente un sacrificio de expiación por los pecados. Lutero decía que “el elemento principal de su culto, la Misa, es la mayor de las impiedades y abominaciones; hacen de ella un sacrificio y una obra de bien”.(24) “La Misa no es un sacrificio, o la acción de un sacrificador. Veamos en ella un sacramento o un testamento. Llamémosla bendición, eucaristía o memoria del Señor”.(25) “Es un error manifiesto e impío el ofrecer o aplicar la misa por los pecados, como satisfacción, o por los difuntos”.(26) A veces Lutero hablará de “sacrificio”, pero sólo en el sentido de un sacrificio de alabanza o acción de gracias, jamás de un sacrificio de propiciación. Para el heresiarca, la Misa no es sino un simple memorial de la Pasión y de la Cena del Señor. Su fin es instruir a los fieles y recordarles el Sacrificio del Calvario, para provocar en ellos el acto interior de fe: “El Santo Sacramento no fue instituido como un sacrificio ofrecido por el pecado, sino para despertar nuestra fe y consolar las conciencias”.(27) Por consiguiente, para alcanzar dicha instrucción, la liturgia de la Palabra debe tener el lugar principal y la comunión un lugar segundario. De sacrificio propiciatorio por los pecados, la Misa pasa a ser una reunión de los creyentes, una conmemoración de la Cena y Pasión del Señor en que Cristo alimenta nuestra fe por su palabra y su eucaristía.
b) La presencia real por transubstanciación. Los protestantes se opusieron también al dogma de la transubstanciación, con el que la Iglesia católica designa el cambio operado por las palabras de la consagración de toda la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, sólo permaneciendo las apariencias –llamadas también “especies”– del pan y del vino. Pero entre los reformadores se originó una violenta controversia.
Lutero defendía la tesis de la empanación, según la que la materia del pan y vino permanece después de la consagración: “Ya no es simplemente pan de horno, sino pan-carne, pan-cuerpo o sea un pan que hizo un solo ser y realidad sacramental con el cuerpo de Cristo”. (28) Todavía algo quedaba de la presencia real, mientras que Calvino aceptaba solo una presencia virtual: Para él, el pan era sólo un signo, una representación de Cristo, presente realmente en el cielo y en ninguna otra parte.
Es de notar que la presencia más o menos real profesada por ambos proviene del acto de fe de los fieles reunidos, y no de la eficacia de las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote.
c) El sacerdocio ministerial. Tal concepción de la Misa y de la Eucaristía reduce necesariamente la función del sacerdote. El ministro se vuelve un simple presidente de la asamblea. Ya no actúa más como instrumento de Cristo, en la persona de Cristo. Lutero llegó a negar la distinción fundamental entre los clérigos y los laicos: “Se ha descubierto que el Papa, los obispos y los monjes forman el estado eclesiástico, mientras los príncipes, señores, artesanos, paisanos forman el estado seglar. Es puro invento y mentira. En realidad, todos los cristianos son el estado eclesiástico; no se halla entre ellos ninguna diferencia, sino la función que ocupan (…) Cuando un Papa o un obispo unge, confiere la tonsura, ordena, consagra, se viste de otra manera que los laicos, puede hacer unos embusteros o ídolos ungidos, pero nunca un cristiano o eclesiástico (…) todo lo que sale del bautismo puede jactarse de ser consagrado sacerdote, obispo o Papa aunque no esta función no conviene a todos”. (29) Por tanto, Lutero defiende el concepto de sacerdocio universal y rechaza el sacramento del Orden sagrado.
3. La liturgia protestante.
Respecto a las modificaciones exteriores del culto, los protestantes actuaron a propósito de modo progresivo: “El sacerdote se las puede arreglar muy bien, de manera que el hombre del pueblo desconozca siempre el cambio realizado y pueda asistir a misa sin escandalizarse”.(30) Aplicando este solapado principio, se operaron los siguientes cambios:
- DESAPARICIÓN PROGRESIVA DEL LATÍN. Siendo la “misa luterana” esencialmente un memorial, una reunión para instruir a los fieles y no propiamente un acto sacrificial, el latín no tenía más su razón de ser y se volvía más bien un obstáculo. Tenía que desaparecer.
- SUPRESIÓN DEL OFERTORIO: El motivo presentado para eso quedaba en claro: “Esta abominación (…) que llaman ofertorio. Ah, casi todo suena y huele a sacrificio”.(31) El Ofertorio, compendio doctrinal de la Santa Misa, no podía sobrevivir a la purga luterana.
- USO DEL TONO NARRATIVO, EN VOZ ALTA, PARA LA CONSAGRACIÓN. Al usar dos tonos distintos, el rito romano distingue bien el relato de la Institución de las palabras consagratorias. El relato se dice en tono narrativo; las palabras de la consagración se dicen en tono imperativo, para manifestar que ahí opera el mismo Jesús, ofreciéndose por el ministerio del sacerdote. Al ser la misa luterano un simple memorial, el tono imperativo, propio a la acción sacrificial, perdía su razón de ser.
- CAMBIO DE LAS PALABRAS DE LA CONSAGRACIÓN: Se suprimió el “mysterium fidei”, porque no se encuentra en la Biblia sino sólo en la Tradición oral, ignorada por Lutero.
- SUPRESIÓN DE LOS SIGNOS DE RESPETO A LA EUCARISTÍA: por ejemplo desaparecieron las genuflexiones, la unión de los dedos del sacerdote después de la consagración; se usaron vasos sagrados de materia común (por supuesto sin dorado). El relato de una de las primeras “misas” protestantes refiere que, al caer una hostia sobre el piso, el celebrante “dijo a los laicos que la recogieran, y mientras no lo hacían, sea por respeto o superstición, dijo sólo: «que se quede ahí, mientras no se la pisotee»”.(32)
- COMUNIÓN DE PIE, EN LA MANO.
- COMUNIÓN BAJO LAS DOS ESPECIES. Ya que la Misa luterana se volvía esencialmente una reunión, una cena en memoria de la última Cena, se tenía que comulgar también al cáliz: una comida sin bebida no tiene razón de ser…
- CELEBRANTE CARA AL PUEBLO. Lutero da un lugar preponderante a los fieles. El celebrante ya no se halla a la cabeza del pueblo, dirigido hacia la Cruz del altar, sino hacia los fieles a los cuales tiene que instruir.
- CAMBIO DEL ALTAR POR UNA MESA, para diluir la idea de sacrificio, y reducir la Misa a una reunión en memoria de la Cena. En Inglaterra, se mandó a todos los obispos la siguiente directiva: “el altar tiene que ser sacado inmediatamente de todas las iglesias y reemplazado por una mesa”.(33) La razón de este cambio no se ocultaba: “La forma de mesa hará mejor pasar a los simples de las opiniones supersticiosas de la Misa papista al legítimo uso de la Cena del Señor. Porque un altar sirve para ofrecer un sacrificio, pero la mesa sirve para comer (…) Nadie puede negar que la forma de mesa es más indicada para participar a la comida del Señor”.(34)
- ABOLICIÓN DEL CULTO A LOS SANTOS Y A LA VIRGEN MARÍA.
La revolución luterana no podía quedar sin respuesta. La Iglesia tenía que reaccionar. Lo hizo con la reunión de un Concilio ecuménico, en la ciudad de Trento, en Italia.
D. EL CONCILIO DE TRENTO (1545-1563)
Los Padres del Concilio de Trento se empeñaron en reafirmar solemnemente la doctrina católica sobre los tres principales puntos atacados por la Reforma protestante referentes al Santo Sacrificio de la Misa.
1. Reafirmación del carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa.
La Sesión XXII del Concilio fue enteramente dedicada al Santo Sacrificio de la Misa. Contiene los siguientes cánones:
- “Si alguno dijere que en el Sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio (…): sea anatema” (Sesión XXII, can. 1º). Recordemos que los protestantes no niegan totalmente la noción de sacrificio, sino que reducen la Misa a un simple memorial del Calvario y a un sacrificio de acción de gracias, no propiciatorio, que no tiene el poder de expiar los pecados y hacer que Dios nos sea propicio. Esto es el objeto del canon tercero:
- “Si alguno dijere que el Sacrificio de la Misa sólo es de alabanza o de acción de gracias, o mera conmemoración del Sacrificio cumplido en la Cruz, pero no propiciatorio (…): sea anatema” (Can. 3º). De este carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa se sigue el permiso y aprobación de las misas “privadas” (sin asistencia de fieles) “porque se celebran por público ministro de la Iglesia, no sólo para sí, sino para todos los fieles que pertenecen al Cuerpo de Cristo” (Sesión XXII, cap. 6).
- “Si alguno dijere que las Misas en que sólo el sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas y deben ser abolidas, sea anatema” (Can 8º). Este canon muestra claramente que la Misa no es esencialmente una comida, porque si fuera el caso, asistir a ella sin comulgar no tendría razón de ser.
2. La transubstanciación.
La doctrina relativa al modo de presencia de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía se encuentra expresada en la XIIIª Sesión del Concilio:
- “Si alguno negare que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia: sea anatema” (Can. 1º).
- “Si alguno dijere que en el sacrosanto Sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo [lo que la teología protestante llama «empanación»] y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama transubstanciación: sea anatema” (Can. 2º).
Observemos también que en el Canon 2º de la Sesión XXI, se condena a los que afirman que la abolición de la comunión bajo las dos especies se hizo sin motivo o erróneamente.
3. Recuerdo del verdadero sentido del sacerdocio cristiano.
Los protestantes acusaban a los católicos de hacer de la Misa un sacrificio nuevo y distinto del Sacrificio de la Cruz. El Concilio de Trento refutó esta objeción: “Es uno y el mismo Sacrificio el que se ofrece en la Misa y el que se ofreció en la Cruz, así como es una y la misma ofrenda, es a saber Cristo Señor nuestro, el cual sólo una vez vertiendo su sangre se ofreció a sí mismo en el ara de la Cruz”.(35)
Se objetará: En la Cruz se ofreció Jesús; en la Misa ofrece el sacerdote. ¿Cómo hablar de identidad entre los dos sacrificios? El Catecismo del Concilio de Trento refuta la objeción: “Es uno sólo y el mismo el Sacerdote, que es Cristo Señor nuestro. Porque los Ministros que celebran el Sacrificio, no obran en su nombre, sino en el de Cristo cuando consagran el Cuerpo y Sangre del Señor. Y esto se muestra por las mismas palabras de la consagración. Porque no dice el Sacerdote: Esto es el Cuerpo de Cristo; sino este es mi Cuerpo. Porque representando la persona de Cristo Señor nuestro convierte la substancia del pan y vino en la verdadera substancia de su cuerpo y sangre”.(36)
Además, el Concilio recuerda que en la última Cena, nuestro Señor estableció a sus Apóstoles como sacerdotes del Nuevo Testamento y les mandó que renovaran el Sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre.(37)
Como ya dijimos en la primera parte, el sacerdote no es un simple presidente de la asamblea de los fieles. Tiene una función y poderes mucho más amplios, puesto que desde el día de su ordenación, ha sido hecho ministro de la Santa Iglesia, participando real e íntimamente del Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo.
“Debe enseñarse, pues, que a solo los Sacerdotes ha sido dada la potestad de consagrar la sagrada Eucaristía, y de distribuirla a los fieles (…) Y atendiendo en el modo posible a la dignidad de tan augusto Sacramento, no solamente fue dada a solos los Sacerdotes la potestad de administrarle, sino que también se prohibió por ley de la Iglesia, que ninguno sin estar consagrado, se atreviese a tratar o tocar los vasos sagrados, lienzos, y demás utensilios necesarios para el sacrificio, si no ocurría grave necesidad”.(38)
Las verdades doctrinales recordadas por el Concilio de Trento son de fe divina y católica, definidas infaliblemente. No pueden cambiar ni ser retocadas, ya que “el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe”.(39)
E. LA CODIFICACIÓN DEL MISAL HECHA POR SAN PÍO V (1566-1572)
1. ¿Por qué una codificación?
Cuando se inició el Concilio de Trento, reinaba en toda la Iglesia una gran variedad de misales, llegando incluso cada diócesis a introducir algunos cambios; excepcionalmente en el mismo Canon, y frecuentemente después del Pater noster hasta el fin de la Misa. También se introducían muchas nuevas Misas sin autorización de la Santa Sede y prescindían por completo de las que el Papa introducía en su Misal de Curia. Lo más grave es que ni siquiera en el Misal de Curia se lograba esa uniformidad. Tal situación anormal y anárquica había ayudado la “Reforma” luterana. Se requería un rito único, que fuese como un baluarte contra la herejía.
Por tanto, fueron muchos los Prelados que con ocasión del Concilio de Trento, pidieron que se pusiera remedio a dicha variedad que parecía amenazar la unidad de la Iglesia. Por eso trabajaron para que el Misal alcanzara la necesaria uniformidad. Pero la clausura precipitada del Concilio (1563) dejó inacabada la obra, y se le encargó al Papa Pío IV la tarea de terminarla. A éste, que murió muy pronto, le sucedió Pío V, el cual, apenas elegido, se empeñó por llevar a cabo esta reforma tan importante para la vida de la Iglesia.
2. La Bula Quo primum tempore
El 14 de julio de 1570 San Pío V publicaba la Bula Quo primum tempore. Con este documento:
a) San Pío V codificaba la Misa tal como existía antes de él. No inventaba ninguna misa nueva (por eso, bajo este aspecto, la fórmula “Misa de San Pío V” es incorrecta). Para llegar a esta edición del Misal, se había nombrado a unos “sabios escogidos”, quienes “después de haber reunido cuidadosamente todos los manuscritos, no solamente los antiguos de Nuestra Biblioteca Vaticana, sino también otros buscados en todas partes, corregidos y exentos de alteración, así como las decisiones de los Antiguos y los escritos de autores estimados que nos han dejado documentos relativos a la organización de esos mismos ritos, han restablecido el mismo Misal conforme a la regla y a los ritos de los Santos Padres”.(40)
b) San Pío V mandaba a todos los sacerdotes de rito latino que celebrasen según las rúbricas del misal codificado, pero autorizaba a las diócesis y a las congregaciones religiosas que celebraban según un rito con más de 200 años de antigüedad a conservarlo. Fue el caso de los Dominicos, Cartujos, etc. cuyos ritos de hecho son muy parecidos al rito romano.
c) San Pío V autorizaba a perpetuidad el uso de este misal: “Nos concedemos y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en totalidad en la misa cantada o leída en todas las iglesias, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente y esto a perpetuidad”.(41)
F. CONCLUSIÓN: LA MISA DE SIEMPRE
Al final de este retrato histórico del Rito Romano, ambiguamente llamado “Misa de San Pío V”, podemos concluir que el misal tridentino ha sido la conclusión de un largo perfeccionamiento, que, a través de sus fases principales, se reanuda substancialmente con la más antigua tradición de la iglesia romana. Podemos decir, en una palabra, que nuestra rito de la Misa es substancialmente el mismo que, a través de San Gregorio, San Gelasio, San León, San Hipólito y San Justino, nos une con la Misa de los Apóstoles y la primera Misa del Jueves Santo.
El rito de la Misa es como un diamante en bruto que Jesús entregó a sus Apóstoles el Jueves Santo y que la Iglesia fue tallando con mucho cuidado a lo largo de los siglos. A fines de la Edad Media, esta piedra preciosa llegó a tal estado de perfección doctrinal y simbólica, que ya no necesitó ser retocada. San Pío V no hizo más que codificar y promulgar el rito recibido por Tradición, para luchar eficazmente contra la herejía protestante y defender la unidad de culto. Ese rito es realmente la Misa de siempre, la joya de la Iglesia.
NOTAS:
(1) Nos inspiramos principalmente de La Messe a-t-elle une histoire? (1997).
(2) Hebreos, 13, 10.
(3) I Corintios, 10, 20.
(4) Catecismo del Concilio de Trento, nº 486.
(5) Hechos de los Apóstoles, 20, 7; I Corintios, 16, 1-2.
(6) II Corintios, 8, 18; Hechos, 15, 30; I Tesalonicenses, 5, 27; Colosenses, 4, 16.
(7) Hechos, 20, 7.
(8) I Timoteo, 2, 1-2.
(9) Romanos, 16, 16; I Corintios, 16-20.
(10) I Corintios, 11, 23-25; San Mateo, 26; San Marcos, 14; San Lucas, 22.
(11) I Corintios, 10, 16; 11, 24.
(12) I Corintios, 11, 23-25; San Mateo, 26; San Marcos, 14; San Lucas, 22.
(13) I Corintios, 14, 16.
(14) I Corintios, 10, 16-22; 11, 26-29; San Mateo, 26; San Marcos, 14; San Lucas, 22.
(15) Historia de la Liturgia de Mario Righetti, Tomo II, B.A.C (1956), págs. 294-295.
(16) IIIª c. 78 a.3 ad 9um.
(17) Carta Cum Marthae circa a Juan, en otro tiempo Arzobispo de Lyon, del 29 de noviembre de 1202.
(18) Luther Reed (Pastor Luterano), en The Lutheran liturgy, Fortress Press, Philadelphia (1947) pág. 312.
(19) Así los enumeraba más tarde Juan Charlier (+1417) al Concilio de Constanza.
(20) Las diferencias son realmente unos puntos de detalle: “a) las oraciones dichas al pie del altar (apologías introductorias) son idénticas a las del misal piano [de San Pío V]. Solamente añaden, después de repetir la antífona ‘Introibo ad altare Dei…’ el ‘Confitemini Domino quoniam bonus. Quoniam in saeculum misericordiam ejus’. El beso de altar no se da durante la oración ‘Oramus te, Domine’ sino inmediatamente después, pronunciando la jaculatoria ‘A vinculis peccatorum nostrorum absolvat nos omnipotens, pius et misericors Dominus. Amén.’ b) En la Misa cantada, el celebrante, apenas sube al altar, da la paz al diácono. c) Las apologías del Ofertorio son igualmente idénticas a las actuales; existe alguna variante en las ceremonias. El celebrante se lava la primera vez las manos antes de ofrecer el pan y el vino; mientras se extiende el corporal sobre el altar, debe recitar una fórmula; la oración ‘Offerimus tibi, Domine…’ que hoy se dice teniendo el cáliz en alto, en el Ordo va precedida de la rúbrica siguiente: ‘quando ponit calicem super altari’; la fórmula, en fin , ‘Incensum istud…’ que, según el misal piano, debe decirse sobre la oblata, se recita, en cambio, ‘cum incensatur altare’, junto con la otra: ‘Dirigatur, Domine, oratio mea…’ d) El texto y las rúbricas del Canon no presentan ninguna variante notable con respecto a las actuales, fuera de que la pequeña elevación no tiene lugar al ‘Omnis honor et gloria’ sino al ‘Per omnia saecula saeculorum’. El Ordo desconoce aún la elevación mayor, introducida poco antes en Occidente. e) La fórmula que acompaña la fracción del pan presenta una variante: ‘Fiat commixtio et consecratio Corporis et Sanguinis D.N.J.C., accipientibus nobis vita aeterna. Amen’. f) Todas las apologías de la comunión son idénticas a las del misal de San Pío V. g) La fórmula ‘Placeat tibi, Sancta Trinitas’ está prescrita no para antes, sino para después del ‘Ite Missa est’; con ella se acaba el Santo Sacrificio. No se hace mención del Evangelio de San Juan”. Righetti, op.cit., pág. 164.
(21) Lutero, De captivitate Babylonis.
(22) Lutero, De captivitate Babylonis.
(23) Lutero, t. XII, pág. 212.
(24) Lutero, De votis monasticis judicium (1521), (t. VIII, pág. 651).
(25) Lutero, Sermón del primer domingo de Adviento (t. XI, pág. 774).
(26) Lutero, De captivitate babylonica (1520), (t. VI, pág. 521).
(27) Lutero, Confesión de Augsburgo, art. XXIV: de la Misa.
(28) Lutero, Oeuvres, VI, pág. 127, Labor et Fides, Genève (1969).
(29) Lutero, Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania, 1520.
(30) Lutero, citado por Jacques Maritain en Trois réformateurs, París, 1925, pág. 247.
(31) Lutero, Formula missæ et communionis (1523) (t. XII, pág. 211).
(32) Navidad del año 1521, celebrada por Karlstadt; lo refiere Mons. Cristiani en Du Luthéranisme au protestantisme.
(33) Directiva de Mons. Cranmer, citada por Messenger en La Réforme – La Messe et le sacerdoce.
(34) Nicolas Ridley, Obispo de Londres, Oeuvres, pág. 321 et App. VI.
(35) Catecismo del Concilio de Trento, nº 488.
(36) Catecismo del Concilio de Trento, nº 489.
(37) Concilio de Trento, Ses. I, cap. 1º.
(38) Catecismo del Concilio de Trento, nº 478.
(39) Concilio Vaticano I, Constitución Pastor Æternus, cap. 4º.
(40) Bula Quo Primum Tempore (1570).
(41) Bula Quo Primum Tempore (1570).
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