domingo, 29 de noviembre de 2009
Primer Domingo de Adviento - Monseñor Marcelo Raúl Martorell
Los Profetas lo anunciaron a lo largo de la historia de la salvación, lo proclamaron y esperaron los Reyes de Israel. Los Profetas no tuvieron retaceos en el anuncio del Salvador. Jeremías dice: “He aquí que vienen días, oráculo del Señor, en que yo cumpliré la buena noticia que yo mismo he pronunciado sobre la casa de Israel….Suscitaré a David un renuevo de Justicia”, el Salvador, “él restablecerá la justicia y el derecho sobre la tierra”. Es decir, salvará a los hombres y los conducirá de nuevo a Dios (Cfr. Jer. 33,14-15).
La realización de este gran acontecimiento -que se llevó a cabo en la historia y en el tiempo a través de la intervención de Dios, el Espíritu Santo, y la aceptación de la Virgen María- es uno de los puntos focales del Adviento. La venida del Salvador nos hace esperar en la oración y la piedad a Jesucristo Señor de la historia que por el misterio de la liturgia y del Espíritu nace de nuevo, quien ya nació de una vez para siempre, con el fin de hacernos por la espera del Señor más semejantes a él, identificándonos con él a través de las obras de la caridad, la justicia y el amor, el cumplimiento de los mandamientos y la perseverancia de la fe.
El otro punto focal del Adviento es la venida del Señor que nos prometió que al final de los tiempos vendría para el juicio definitivo. Toda la Iglesia vive en esa espera, cada día, cada Eucaristía, ella grita diciendo: ¡Ven Señor Jesús! esperando que al final de los tiempos, cuando “se verá venir al Hijo del Hombre con toda su majestad y su gloria” (Luc.21, 27). La Iglesia nos exhorta a vivir siempre en un continuo adviento, y esto significa, transformar nuestro corazón, mientras esperamos, en un corazón semejante al de Jesucristo. Siendo imitadores de Cristo -como nos dice el Apóstol- viviendo en la caridad y cumpliendo los mandamientos…porque de verdad no sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor en su gloria y ciertamente que vendrá y nos preguntará sobre esa herencia fabulosa que nos dejó: “vivir en el amor”.
Esta espera, a la que nos invita el Adviento y en la que la Iglesia nos exhorta a la penitencia y a la oración, no es para que llenemos el corazón de temor y menos aún de miedo, sino que es la advertencia de que esta vida no es la definitiva –sino que es pasajera- y que esta ciudad terrena no puede ser el final de nuestra meta. La Iglesia quiere que nuestro corazón, lleno de esperanza, perciba la alegría del encuentro definitivo con el Señor que vendrá en la plenitud de su gloria, pero también de su amor.
Velemos pues y oremos para encontrarnos con aquel Señor que nos preguntará al final con cuánto amor vivimos en la fe la vida presente. Él nos está dando la gracia para poder amar con la medida de su amor. ¡Ánimo, esperemos la Navidad, con espíritu cristiano! Y que si viene el Señor nos encuentre haciendo el bien y amando a nuestro prójimo.
Que María, nos ayude a esperar al Señor con el amor que ella lo esperó. Amén.
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