Evangelio según San Juan 16,23b-28. Sábado de la sexta semana de Pascua
Aquél día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta.
Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre.
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios.
Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre".
Comentario:
Aquél día no me harán más preguntas. Les aseguro que todo lo que pidan al Padre, él se lo concederá en mi Nombre. Hasta ahora, no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, y tendrán una alegría que será perfecta.
Les he dicho todo esto por medio de parábolas. Llega la hora en que ya no les hablaré por medio de parábolas, sino que les hablaré claramente del Padre.
Aquel día ustedes pedirán en mi Nombre; y no será necesario que yo ruegue al Padre por ustedes, ya que él mismo los ama, porque ustedes me aman y han creído que yo vengo de Dios.
Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y voy al Padre".
Comentario:
«...el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre» (Jn 15,16) - San Fulgencio de Ruspe
Al final de nuestras plegarias decimos: «Por Nuestro Señor Jesucristo, Tu Hijo» y no «Por el Espíritu Santo». Esta práctica de la Iglesia universal tiene su explicación. Se debe al misterio según el cual el hombre Jesucristo es el mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5) sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, él que con su propia sangre ha entrado en el Santuario, no en aquel que es imagen del verdadero, sino en el cielo donde está sentado a la derecha del Dios e intercede por nosotros (Heb 6,20; 9,24).
El apóstol dice, refiriéndose al sacerdocio de Cristo: «Así pues, ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que bendicen su nombre» (Heb 13,15). Por él ofrecemos el sacrificio de alabanza y de oración, porque gracias a su muerte fuimos reconciliados cuando aún éramos enemigos (Rm 5,10). Ha querido ofrecerse como víctima por nosotros. Por esto, desde entonces, nuestra ofrenda puede ser agradable a Dios. Por esto, San Pedro nos advierte con las siguientes palabras: «También vosotros, como piedras vivas, vais construyendo un templo espiritual, dedicado a un sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios» (1P 2,5). Por esto decimos a Dios Padre: «Por Jesucristo, tu Hijo, Nuestro Señor.»
San Fulgencio de Ruspe (467-532) obispo. Carta 14, 36
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