“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso”
La solemnidad de Cristo Rey, que celebramos hoy, situada al final del año litúrgico, nos presenta a Jesús, Hijo eterno del Padre, como principio y fin de toda la creación, como Redentor del hombre y Señor de la historia. Jesús es Rey.
Esta es también la fiesta central de la Acción Católica en su día, que al celebrar sus ochenta años, realiza en forma conjunta las oficializaciones de este año y la renovación de los ya oficializados.
Jesucristo encendió con su venida el fuego del amor
Como acabamos de escuchar en el Evangelio, su Reino no es de este mundo, tiene una clave diferente. La imagen que nos ofrece la liturgia de este Rey, no es la de un soberano temporal de esta sociedad, sino la que nos presenta el profeta Ezequiel en la primera lectura que acabamos de escuchar. “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez. 34,11)
El Rey es un pastor que atrae, y podemos decir que la misión eterna de Jesucristo, hasta que llegue el fin, se realiza por la atracción del amor. Es Él quien encendió con su venida el fuego de la caridad de Dios en el mundo. Y porque el amor es el que da la vida, el Señor nos envió a difundir ese amor en el mundo (cfr. Benedicto XVI, Aparecida, 13.V.2007).
En el Evangelio, Jesús habla del juicio final, cuando todas las naciones sean reunidas en su presencia, cuando Jesús glorioso reine con todo su esplendor.
Entonces Jesús elegirá a quienes entrarán y heredarán el Reino. Ellos son los que, aún sin saberlo, tuvieron un trato misericordioso con él.
Entrarán los que lo alimentaron y le dieron de beber cuando tuvo hambre y sed; los que lo vistieron cuando estuvo sin ropas, o lo visitaron cuando estuvo preso y enfermo; o lo alojaron cuando fue un forastero, o no tenía donde vivir. Estos pequeños hermanos necesitados, son el mismo Jesús; y el amor hacia ellos es la condición para entrar en el Reino, que ya ha comenzado entre nosotros.
El Reino de Dios ya ha comenzado entre nosotros.
Al hablar del Reino de Dios nos preguntamos si va venir, o ya podemos de alguna manera vivir en él. También los fariseos le preguntaban a Jesús por la venida del Reino y le decían: ¿Cuándo va a venir el Reino de Dios? (Lucas 17,20). Y Jesús les respondía que la venida del Reino no iba a estar sujeta a cálculos humanos, ni se podrá decir:”mírenlo aquí o mírenlo allí”. Porque en realidad, dice Jesús, “el Reino de Dios está entre ustedes”.
Jesús no dice solamente que el Reino de Dios está en nuestro interior; ni tampoco se refiere al Reino diciendo que vendrá cuando se cumplan las expectativas humanas. El Reino es el mismo Jesús, y al hablar de su Reino, el Señor se refiere a sí mismo. El Reino de Dios es Jesucristo, que está en medio de nosotros, solo que aún no lo conocemos. El Reino se hace presente aquí y ahora, se acerca en Él y a través de Él (cfr. Jesús de Nazareth, II, pg. 87-88). El Reino ya ha comenzado, y crece por el amor a Dios y a los hermanos, aún cuando lo esperamos en forma definitiva.
En Cristo, es Dios quien actúa y reina. Él reina a través del amor, que llega hasta dar la vida por nosotros (cfr. ibidem). De este modo, es Jesucristo quien atrae a todos hacia sí. Por esto, nosotros, también nos sentimos atraídos por ese amor que es Jesucristo vivo.
La Iglesia también debe atraer, como nos enseña el Papa. Debe anunciar a Jesús y darlo a conocer. Y de este modo, también la respuesta crece mucho más por atracción, con la fuerza del amor de Cristo, que culminó en su entrega en la cruz (cfr. Aparecida, 13.V.2007), y resucitó para darnos la vida nueva.
Vence el amor y no el odio: este es el desafío de la evangelización.
Este es el desafío de la evangelización, que también nosotros queremos asumir en sintonía con la enseñanza de la Iglesia. Vivimos en un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural.
Percibimos en nuestra vida luces y sombras. Hay luces por la solidaridad; por una mayor sensibilidad, por ejemplo ante los flagelos naturales que sufre el hombre; por un mayor deseo de intercomunicación y de cercanía fraterna; por adelantos científicos, etc. Pero a la vez, la cultura se seculariza, se paganiza frecuentemente; y reniega de tantos valores que recibió a través de la historia de Cristo y del cristianismo. En este marco cultural, hay muchos hombres y mujeres que no conocen a Jesucristo; o si lo conocieron, lo fueron olvidando o lo dejaron de lado.
Asimismo, constatamos con nuestra propia experiencia que en el mundo se sufre el mal, el egoísmo, y se quiere desmerecer la dignidad de la vida frecuentemente avasallada, y hasta parece que el mal se extiende más y más. Pero confiamos que siempre el Señor es más fuerte, nuestro verdadero rey y Señor Jesucristo, “porque combate con toda la fuerza de Dios y, a pesar de todo lo que nos hace dudar sobre el resultado positivo de la historia, vence Cristo y vence el bien, vence el amor y no el odio” (Benedicto XVI, 16 XI. 11).
Por esto queremos evangelizar y anunciar a Cristo, con nuevo ardor. Reconocer la dignidad de la persona humana, alabar a Dios por el don maravilloso de la vida; manifestar que todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, puede llegar a descubrir, en la ley natural escrita en su corazón, el valor sagrado de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, así como el derecho de cada uno a ser respetado totalmente.
Si el hombre de hoy encuentra una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida de Dios, en su misterio más elevado (cfr. D.A nº 106 – 113). Y ante el subjetivismo hedonista, Jesús nos enseña, que se debe llegar a dar la vida por Él para ganarla.
Para vivir de esta manera queremos encontrarnos con Jesucristo vivo en la Palabra y en la Sagrada Eucaristía. Necesitamos estar en su gracia, en su presencia, adorarlo y vivir con El.
Queremos anunciar y extender el Reino de Jesucristo entre los hombres. Su extensión es el propósito de la misión. Se trata de que el hombre y la mujer miren hacia Dios, que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Solo así puede llegar a reinar el amor, la paz y la justicia, y la salvación eterna de todos los hombres.
Que podamos servir a Cristo Rey y caminar definitivamente hacia su Reino. Se lo encomendamos a la Santísima Virgen, María Reina, la Madre del Rey, la mujer vestida del sol.
Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario, en la solemnidad de Cristo Rey (20 de noviembre de 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario