El Santo Padre celebró este miércoles la audiencia general en el aula Pablo VI, donde recibió a peregrinos venidos de numerosos países. El discurso del pontífice se centró en la fiesta de conmemoración de todos los fieles difuntos y en la realidad de la muerte
Benedicto XVI señaló que "a pesar de que la muerte es a menudo un tema casi prohibido en nuestra sociedad, y de que continuamente se intenta eliminar de nuestra mente el solo pensamiento de la muerte, ésta concierne a cada uno de nosotros (...) Ante este misterio todos, incluso inconscientemente, buscamos algo que nos invite a esperar, una señal que nos dé consuelo, que se abra a algún horizonte que ofrezca aún un futuro".
Experimentamos temor ante la muerte porque "tenemos miedo a la nada, a este partir hacia algo que no conocemos". Asimismo, "no podemos aceptar que todo lo grande y hermoso que ha sido realizado durante una entera existencia sea borrado improvisamente, caiga en el abismo de la nada. Sobre todo, sentimos que el amor necesita eternidad, y no es posible aceptar que sea destruido por la muerte en un solo instante. (...) Cuando nos encontramos hacia el final de la existencia percibimos que hay un juicio sobre nuestras acciones, sobre cómo hemos conducido nuestra vida, especialmente en lo que se refiere a esos puntos de sombra que, con habilidad, sabemos a menudo eliminar o intentamos eliminar de nuestra conciencia".
Por otra parte, actualmente, en el mundo "se ha difundido la tendencia a pensar que cada realidad debe ser afrontada con los criterios de la ciencia experimental, y que a la gran cuestión de la muerte se debe responder no tanto con la fe, sino partiendo de conocimientos experimentales, empíricos. Pero no se advierte con claridad que, precisamente de este modo, se termina por caer en formas de espiritismo, en el intento de establecer un contacto con el mundo más allá de la muerte".
En cambio, para los cristianos las solemnidades de Todos los Santos y Todos los Fieles Difuntos "nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. (...) El hombre tiene necesidad de eternidad, y cualquier otra esperanza es para él demasiado breve. El hombre se explica sólo si hay un Amor que supere todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una totalidad que trascienda el espacio y el tiempo. El hombre se explica, encuentra su sentido más profundo, solamente si hay Dios. Y nosotros sabemos que Dios ha salido de su lejanía y se ha hecho cercano".
En efecto, "Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible, ha amado tanto al mundo 'que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna', y en el supremo acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la ha vencido, ha resucitado y nos ha abierto las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que Él mismo ha atravesado; es el Buen Pastor a cuya guía podemos confiarnos sin ningún miedo porque conoce bien el camino, incluso a través de la oscuridad".
"Es precisamente la fe en la vida eterna -concluyó el Papa- la que da al cristiano la fuerza y el valor para amar aún más intensamente esta tierra nuestra y para trabajar con el fin de construirle un futuro, para darle una esperanza verdadera y segura".
Tras saludar a los peregrinos en diversos idiomas, Benedicto XVI recordó que los días 3 y 4 de noviembre se reúnen en Cannes (Francia) los jefes de Estado del G-20, "para examinar los principales problemas relacionados con la economía global", y expresó su deseo de que "el encuentro ayude a superar las dificultades que, a nivel mundial, obstaculizan la promoción de un desarrollo auténticamente humano e integral".
La audiencia concluyó con el canto del Padre Nuestro y la bendición apostólica.
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