"¿Quién combate tanto como tú, Santa María, a favor de los pecadores? Tú, que gozas de una autoridad maternal en relación con Dios, obtienes la gracia de un generoso perdón, incluso para quienes han pecado muy gravemente. No es posible, en efecto, que tú no seas escuchada, puesto que Dios, en todo y por todo, te obedece, como a su verdadera e inmaculada Madre. Por todo ello, el afligido confiadamente se refugia junto a ti, débil se apoya en ti y el que es combatido prevalece, por medio de ti, contra sus enemigos. Tú transformas «la cólera», el enojo, la tribulación, la expedición de ángeles malos (Sal 78); tú apartas las justas amenazas y cambias la sentencia de una merecida condena, porque tienes gran amor al pueblo que lleva el nombre de tu Hijo. Por eso, a su vez, el pueblo cristiano, que es posesión tuya, valorando su propia condición, confiadamente te encomienda sus plegarias, a fin de que tú las presentes a Dios.
¿Quién por tanto, no te proclamará bienaventurada? Tú eres el objeto de la contemplación de los ángeles; tú la dicha más extraordinaria de los hombres, tú el amparo del pueblo cristiano; tú el refugio al que acuden sin cesar los pecadores; tú, la invocada constantemente por los cristianos."
El mismo santo de glorioso recuerdo por su lucha contra los iconoclastas de esa época (hoy lamentablemente renacidos), declara en otra oportunidad:
"Único alivio mío, divino solio, refrigerio de mi sequedad, lluvia que desciende de Dios sobre mi árido corazón, lámpara resplandeciente en la oscuridad de mi alma, guía de mi camino, sostén de mi debilidad, vestido de mi desnudez, riqueza de mi extrema miseria, remedio de mis incurables heridas, término de mis lágrimas y de mis gemidos, liberación de toda desgracia, alivio de mis dolores, liberación de mi esclavitud, esperanza de mi salvación...
Que así sea, Señora mía. Que así sea, refugio mío, vida mía, ayuda mía, mi protección y mi gloria, esperanza mía y mi fortaleza. Concédeme disfrutar de los inenarrables e incomprensibles bienes de tu Hijo..."
¿Quién por tanto, no te proclamará bienaventurada? Tú eres el objeto de la contemplación de los ángeles; tú la dicha más extraordinaria de los hombres, tú el amparo del pueblo cristiano; tú el refugio al que acuden sin cesar los pecadores; tú, la invocada constantemente por los cristianos."
El mismo santo de glorioso recuerdo por su lucha contra los iconoclastas de esa época (hoy lamentablemente renacidos), declara en otra oportunidad:
"Único alivio mío, divino solio, refrigerio de mi sequedad, lluvia que desciende de Dios sobre mi árido corazón, lámpara resplandeciente en la oscuridad de mi alma, guía de mi camino, sostén de mi debilidad, vestido de mi desnudez, riqueza de mi extrema miseria, remedio de mis incurables heridas, término de mis lágrimas y de mis gemidos, liberación de toda desgracia, alivio de mis dolores, liberación de mi esclavitud, esperanza de mi salvación...
Que así sea, Señora mía. Que así sea, refugio mío, vida mía, ayuda mía, mi protección y mi gloria, esperanza mía y mi fortaleza. Concédeme disfrutar de los inenarrables e incomprensibles bienes de tu Hijo..."
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