domingo, 11 de abril de 2010

Del Diario de Santa Gema Galgani


Del 19 de Julio al 3 de Setiembre de 1900.

Los números en paréntesis son las notas al final del libro.
Jueves, 19 de Julio (1)
Se le aparece Jesús y le pone la corona de espinas en la cabeza.

19 de Julio (2).
Esta tarde, finalmente, después de seis días de padecimien­s por la ausencia de Jesús, me he recogido un poquito (3). Me he uesto a orar, como acostumbro cada jueves; hubiera querido estar de rodillas, pero la obediencia quería que estuviera en la ama, y así lo hice; me puse a pensar en la crucifixión de Jesús. principio no sentía nada, pasados unos minutos comencé a entir un poco de recogimiento: Jesús estaba cerca. Al recoger­me me sucedió lo que otras veces: se me fué la cabeza(4), Y me halle con Jesús, que sufría penas horrorosas.

¿Cómo ver sufrir a Jesús y no ayudarlo? Sentí entonces gran deseo de padecer, y pedí a Jesús que me concediese esta gracia. Me contentó en seguida, y sucedió como había sucedido otras veces: se me acercó, se quitó de su cabeza la corona de espinas y la puso sobre la mía, dejándome luego en paz. Veía que yo le miraba muy silenciosa, y comprendí en seguida el pensamiento que se me vino a la mente: pensé: Acaso Jesús ya no me quiere, porque acostumbra Jesús, cuando quiere darme a entender que me ama, aencajarme bien la corona sobre la cabeza o bien en torno a la misma - Jesús lo entendió, y con sus manos me la aplicó bien a las sienes. Son momentos dolorosos, pero al mismo tiempo felices. Así pasé una hora sufriendo con Jesús. Hubiera querido estar así toda la noche, pero eomo Jesús ama tanto la obediencia, se sometió él mismo a obedecer al Confesor, y pa. sada una hora me dejó: quiero decir que ya no se dejó ver más de mí, pero aconteció una cosa que nunca había sucedido. Acos­tumbra Jesús, cada vez que me pone la corona en la cabeza, qui­tármela y ponérsela otra vez en la suya, al dejarme : ayer, en cambio, me la dejó hasta cerca de las cuatro (5).

A decir verdad, sufrí un poquito, pero, sin embargo, sólo una vez llegué a quejarme. Jesús me perdonará si alguna vez me quejo, pues es sin querer. El más ligero movimiento me causaba luego vivísimo dolor: mas era todo pura fantasía (6).

Viernes, 20 de Julio
Ayer (7), a las cuatro poco más o menos, me vino un gran de seo de unirme a Jesús; probé y en seguida me sentí unida a Él. A decir verdad sentía no poca repugnancia, porque me hallaba muy cansada y sin fuerzas; de nuevo me vi en presencia de Jesús. Se colocó junto a mí, pero no estaba triste como por la noche, estaba
un poco más alegre; me acarició un poquito, me quitó muy con. tento la corona de la cabeza (algo sufrí también entonces, pero menos) y se la volvió a poner sobre la suya, dejando yo de sufrir; recobré en seguida las fuerzas, y me hallaba mejor que antes de sufrir.

Jesús me preguntó luego varias cosas; yo también le dije que no me mandase más ir a confesar con el Padre Vallini. (8), que no me gusta; Jesús entonces se puso serio y un poco dis­gusiado me dijo que, apenas tuviese necesidad, fuese en seguida a confesar con él. Se lo prometí y voy de buena gana.

Tenía muchas cosas que decir a Jesús, pero comencé a notar que' iba ausentándose poco a poco; me prometió que más' tarde, a la oración de la tarde, volvería otra vez; entonces estaba aún más contento; me abrió su corazón, en el que vi escritas dos pa· labras que no entendía. Le pedí me las explicase y Jesús me res­ pondió: «Te quiero mucho, porque te semejas mucho a mí». «¿En qué cosa, oh Jesús -le dije -, pues yo me veo tan de­semejante a ti?» «En ser humillada», me respondió.
Entonces lo comprendí todo, se me recordó mi vida pasa· da (9). Uno de mis mayores defectos ha sido siempre la. soberbia. Cuando era pequeña, dondequiera que fuese se oía decir que era un gran soberbia. Mas Jesús, ¡de qué medios se ha valido para humillarme, en especial este año! Al fin he comprendido lo que de verdad' soy. Gracias sean dadas siempre a Jesús.

Me dijo luego mi Dios que con el tiempo él me haría San­ta (10), mas de esto no digo nada, porque es imposible que en mí se verifique lo que él dijo.
Me dió algunos avisos para el Confesor y me bendijo. En­tendí, como siempre, que se iba a alejar por algunos días. ¡Pero . qué bueno es Jesús! Apenas se fué él, me dejó al Ángel de la Guarda, que con su constante caridad, vigilancia y paciencia me asiste.

¡Oh, Jesús! Te he prometido obedecer siempre, y de nuevo lo prometo. Ya sea obra de mi fantasía, ya cosa del diablo, en todo caso quiero obedecer siempre.

Sábado, 21 de julio
Hoy, sábado, 21 de julio, creí no poder recogerme en mane­ra alguna. Pero apenas he podido estar sola, me he puesto a re­zar el rosario de los Dolores, no sé a qué punto sentí que se me iba la cabeza. Mi queridísima Mamá la Virgen de los Dolores me he querido hacer una visita (no me acordaba que es sábado, y los sábados suele dejarse ver).

Estaba afligida: no sé, pero me parecía que lloraba. La llamé muchas veces con el dulce nombre de mamá: no me respondía, pero cuando oía decir mamá, se sonreía; se lo he repetido cuan­tas veces he podido,' y ella siempre se reía. Por fin, me dijo: «Gema, ¿quieres venir a descansar un poco sobre mi pecho?» Hice ademán de levantarme, arrodillarme y acercarme a ella ; también ella se levantó, me hesó en la frente y desapareció en seguida. .

De nuevo me encuentro sola, segura empero del amor de mi Mamá, aunque está muy ofendida. Después de todo esto, me sien­to, es cierto, muy afligida, pero también muy resignada.

Esta tarde, como había prometido a Jesús, he ido a confe­sarme con el Padre Vallini. Pero, salida del confesonario, me he sentido muy agitada e inquieta: prueba inequívoca de que por medio andaba el diablo.

¡Así era por desgracia! Bien lo entendí más tarde, al po­nerme a hacer mis oraciones. Ya estaba, como he dicho, tanto exterior como interiormente .hecha una tempestad; hubiera que­ridometerme en cama o adormecerme antes que rezar; pero no lo hice, quise probar, Comencé a decir las tres invocaciones que acostumbro cada tarde al Sagrado Corazón de María; apenas .me . puse de rodillas, el enemigo, que hacía un rato que estaba escon­dido, se dejó ver en figura de un hombre muy pequeño, pero tan feo, que me causó horror.

Mi mente estaba fija en Jesús y ningún caso hacía de él, se­guía rezando, cuando, de repente, sentí caer golpe tras golpe sobre mis espaldas: me dió muchos. + Esta tempestad duraría una media hora; me he dado cuenta de que la cosa que más le dis­gusta es el recogimiento que Jesús me hace sentir a menudo. Me encomendaba a Jesús, pero ¡inútil! Entre tanto, se acercaba la hora en que debía obedecer, o sea, irme a la cama; ir de ese modo me disgustaba: no había hecho aún el examen de con­ciencia. Rogué a mi Ángel de la Guarda, quien me ayudó de una manera en verdad curiosa.

Apenas se me presentó, le rogué que no me dejara sola. Me preguntó qué tenía; le mostré al diablo, que se había alejado mucho, pero siempre amenazándome. Le rogué que pasase con­migo toda la noche, y él me decia : «Pero yo tengo sueño». «No - le replicaba yo - los Ángeles de Jesús no duermen». «y sin embargo - añadía él- tengo que dormir (noté que quería reír), ¿ dónde me haces descansar?» Yo le hubiera dicho que se me­tiera en la eama, y yo seguiría rezando; pero entonces habría desobedecido. Le dije que estuviera cerca de mí, y él me lo pro­metió (11).
Me fuí a la cama y luego me pareció que él extendía sus alas y se ponía sobre mi cabeza. Me dormí, y esta mañana le vi en el mismo sitio de ayer tarde. Allí le dejé; al volver de Misa ya no estaba.

Domingo, 22 de Julio
Recibí la sagrada Comunión, pero Jesús no se me ha hecho sentir en absoluto, ahora,emp,ero, me encuentro bastante tran­quila.
Y hoy, que creía hallarme totalmente libre de esa maldita bestia, me he visto, sin embargo, muy maltratada. Me fuí con intención de dormir , pero' sucedió muy al revés: comenzó a' darme tales golpes, que temí morir. Se presentó como un perro muy grande y negro, que me ponía las patas sobre las espaldas; me ha hecho mucho daño, pues me ha dejado resentidos todos los huesos. Hay veces que temo no me los vaya a romper; una vez, ya hace tiempo, al tomar agua bendita, me dió un golpe tan fuerte en el brazo, que caí a tierra del dolor, y llegó hasta a sacar el hueso de su sitio; pero volvió a su lugar muy pronto, apenas lo tocó Jesús, y en eso terminó todo.
Pasado un tiempo me acordé de que llevaba al cuello la reli­quia de la Santa Cruz (12), pude santiguarme con ella, y recobré la paz. Me puse a dar gracias a Jesús, que se dejó ver, pero muy poco: me animó a sufrir y a luchar, y me dejo.

Desde entonces, no he podido volverme a recoger, bendito sea Dios en todo.
Tengo que decir, sin embargo, algunos avisos que me dió el Angel ayer en el transcurso del día. El primero fué a la hora de comer; se me acercó. He de decir también que en ese momento se me había ocurrido un pensamiento. Se comprende que él lo entendió, y me dijo : «Hijita, ¿ quieres de verdad que me vaya y no vuelva más a verte?» Me avergoncé, y entré dentro de mí mis­ma. Estas palabras las pronunció muy alto y no sé si las habrán oído también los otros.

Otra vez fué ayer; mientras estaba en la iglesia, se me acercó y me dijo: «La majestad de Jesús y el lugar en que estás piden otro modo de ohrar,» En ese momento había levantado los ojos para mirar a dos niñas y ver cómo iban vestidas.
La última esta noche : estaba en la cama de un· modo no muy modesto; me ha reñido, diciéndome que en vez de adelan­tar y aprovechar sus enseñanzas me hago cada vez peor, y aflojo a cada paso en el bien.

Todas estas cosas me suceden estando' despierta (13).
A lo que me parece, en vez de ser buena y prepararme pa~a recibir la visita de la Madre Dolorosa y del Cohermano Gabriel, por más que haga, no lo voy a conseguir.

Lunes, 23 de Julio
Jesús me ha demostrado hoy nuevamente que sigue querién­dome, no al modo de antes, uniéndome con él o recogiéndome, sino de otra forma. Me fuí a la cama, me dormí bien y después de Un cuarto de hora o así (mis sueños son siempre breves), vi a los pies de la cama,' en el suelo, al acostumbrado hombrecillo muy negro y pequeño, pequeño. Comprendí quién era y pronto lo sentí; le dije: «Pero, ¿ qué vienes ahora con esta historia de no dejarme ni siquiera dormir?» «¡ Cómo! ¿Dormir? - repli­có -, ¿ por qué no rezas?))

«Ya rezaré más tarde -le dije -, ahora voy a dormir.» «Hace dos días que no puedes recogerte; bien, deja, que ya peno saré yo.» Comenzó a propinarme algunos golpes; tomé entonces el Crucifijo en la mano, pero todo fué inútil. Estaba a punto de arrojarse sobre mí y azotarme a mansalva. No sé qué sucedió; le vi montar en cólera y revolcarse por el suelo.

Yo me reía: hoy me parecía no tener miedo; me dijo : «Hoy no te puedo hacer nada, pero otro día me las pagarás.r Le pre­gunté: «Pero. ¿por qué no puedes? Si otras veces has podido, también podrás hoy: yo soy la misma, sólo que llevo a Jesús (14) en el cuello».

Entonces me dijo: «Esa... la que está en esta habitación, ¿ qué te ha hecho? Quítate de encima 'esa cosa, y luego verás (15).»
Insistía en que no tenía nada, porque dormía (16), pero en­tendía muy bien a qué se refería. Después de estos dichos quedé tranquila en la cama y me reía, viendo los revolcones que daba y la rabia que le devoraba.
Me decía que, como siga rezando, me las va a hacer pasar peo­res. «No me importa -decía yo-. Sufriré por Jesús» (17).
En fin, que hoy me he divertido mucho: lo veía tan rabio­so ... pero me dijo que ya se las pagaré todas juntas.

Esperó a esta tarde, pero gracias a Dios no ha durado tanto como 'era de temer: me ha dado tres buenas tundas, que casi me impidieron ir a la cama: me costó trabajo.
Hay veces que echa a correr y va largo, con tanto espanto que no sé que tiene. Quedé que apenas podía moverme.

¡Cuánto invoqué a Jesús! Pero inútil, no se presentó; ro­gué al Ángelde mi Guarda que me llevase a Jesús, pero también resultó inútil. Se entretuvo un poco conmigo y me dijo: «Esta tarde Jesús no vendrá ni siquiera a bendecirte, y yo tampoco te bendigo».

Me asusté al oírlo, porque si Jesús no me bendecía no po­dría hacer nada, pues no tenía hueso sano. Notó que estaba a pun­to de echarme a llorar y dijo: «Calla, que 'ya te enviará alguno, Jesús. Y si supieras quién es el que vendrá a visitarte esta tarde, ¡qué contenta te pondrías!»

Mi imaginación voló en seguida al Cohermano Gabriel. Se lo pregunté, pero no quiso responderme, me hizo pasar unos mo­mentos de sobresalto y curiosidad. Al fin me dijo: «Si Jesús mano dase de verdad al Cohermano Gabriel para bendecirte, ¿tú qué harías? No le hables, que si no desobedeces al Confesor». ffi «No, no le hablaré -, le respondí impaciente -; pero ¿cómo puede bendecirme el Cohermano Gabriel?». «Es Jesús quien lo manda, y ya lo ha mandado otras veces a bendecirte.¿Lograrás estar ca­llada y obedecer?» «Sí, sí, obedeceré; dile que venga».

Pasados unos minutos vino. ¡Qué manía me tomó entonces!, hubiera querido ... pero fuí buena y me contuve. Me bendijo con ciertas palabras latinas, que se me han quedado bien grabadas en la mente, y se dispuso para marchar en seguida.

Entonces no pude por menos de decir: «Cohermano Gabriel, ruega a nuestra Mamá que te mande conmigo el sábado, y te deje estar mucho tiempo». Se volvió y me dijo riendo: «Sé buena», y al decirlo se quitó de la cintura un cinto y me dijo: «¿Lo quie­res?» Entonces fué quererlo de verdad: «Me hace mucho bien, dámelo ahora.» Me dió a entender que no, que el sábado me lo daría, y me dejó. Me dijo que ese cinto era el que la noche antes me había librado del diablo.

Martes, 24 de Julio
Ayer sucedió como de costumbre : me fuí a dormir, me dormí ele hecho, pero el demonio parece que no quería. Se me. hizo verde una manera .asaz puerca, me tentaba, y muy fuerte. Me encomendaba. interiormente a Jesús y le pedía que me quitase la vida antes que ofenderle.

¡Qué tentaciones tan horrorosas son ésas! Todas me disgus­tan, pero las que van contra la santa pureza, ¡cuánto me ofenden!
Después de un rato vino el Ángel de la Guarda para poner paz, y me aseguró que no había hecho nada malo. Me quejo con él a veces, porque hay momentos en que yo quisiera que me vi­niera a ayudar, pero él me di-ce que, lo vea o no, siempre está a mi lado: ayer mismo, porque la Virgen Dolorosa. me ayudó de verdad, y me mostré firme, prometió que por la tarde vendría Jesús a verme.
Llegada la noche, esperaba con impaciencia el momento de ir a la cama; tomé el Crucifijo y me metí en el lecho. También el Ángel gustó de ello, porque... (18). Presentí que iba a reco­ger-me, vino mi Jesús, pero estaba bastante separado de mí. ¡Qué momentos esos tan dichosos!

Le pregunté en seguida si me amaba siempre, y me respon­dió estas palabras: «~ Hija mía, te he enriquecido .con tantos bienes, sin mérito alguno tuyo, ¿y me preguntas si te amo? Temo mucho por ti». «¿Por qué?», le dije. «Ah, hija mía; en los días en que gozabas de mi presencia, eras toda fervor, nada te costaba el rezar; ahora, en cambio, la oración te causa tedio, y una cierta negligencia en el cumplimiento de tus deberes comienza a insi­nuarse en tu corazón. Hija, ¿por qué te envileces así? Dime, ¿te parecía en los días pasados la oración tan larga como ahora? Ha­ces algo de penitencia, pero ¡cuánto tardas en resolverte!»
No sé lo que hice al oír este reproche; quedé sin hablar palabra. Luego seguí hablándole del convento; en esto me con­soló bastante. Le dije que si me amaba de verdad.. me concediera la gracia de entrar en un convento; insistí de nuevo en que me dijese alguna cosa acerca del convento que había de fundarse, y me respondió : «Pronto se verán cumplidas las palabras del Cohermano Gabrieh) (19). «¿Todas, todas?», le pregunté como fuera de mí. «Todo, no temas, y muy pronto. Cuando vuelva el Confesor, te diré las cosas más claramente.»
Por último le recomendé mi pobre pecador. Me bendijo, y al irse me dijo: «No olvides que te he criado para el cielo: no tienes nada que hacer en la tierra».

Miércoles, 25 de Julio
¿Y de hoy ,qué diré? No encuentro paz; la soberbia me domina más que otros días. Para hacer un pequeño acto de humildad, tengo que sufrir mucho.

De lo que me sucedió ayer (20) hablaré bien. poco: tengo una lengua muy larga y por ello sufren otros por culpa mía.

El confesor me ha impuesto por obediencia que hable poco, y nunca con personas que sepan mis cosas. Hace unos días vino el P. Norberto, (21) Y escapé en seguida; vino otra vez e hice lo mismo; a decir verdad, estaba dispuesta a obedecer,pero, ¿qué sucedió luego? Pasados unos días tuve ocasión de hablar de esto con otro fraile, e inventé una hermosa mentira, diciéndole que había sido la señora Cecilia la que me había mandado esconder; y no fué así: había salido de mí.

No sé cómo vino a saberlo el susodicho Padre Norberto, y vino en seguida a contárselo a la señora Cecilia, la cual- se mo­lestó bastante; no menos disgusto me causó a mí. Ella me pr,e­guntó si de verdad no se lo había dicho a nadie; le respondí que no, pues no me acordaba de nada; pero no faltó quien me lo recordase todo; vino el Ángel de la Guarda y me comenzó a reñir diciendo: «Pero, ¡cómo, Gema! ¿También mentiras? ¿No te acuerdas cómo días hace, en castigo de haber contado las cosas al Hermano Fabián(22), te hice estar media hora ...?»

Entonces me acordé de todo (he de decir que el Ángel de la Guarda me castiga siempre que hago alguna cosa mal: no pasa noche que no le tenga), y él me mandó que se lo fuese a contar todo a la señora Cecilia y la rogase me perdonase en nombre suyo.
Prometí de hacerlo, ¡pero sí! pasó todo el día, llegó la noche, y yo sin hacer ese pequeño acto de humildad. Volvió a avisarme el Ángel, diciéndome que si no se lo decía todo a la tía, durante la noche vendría el diablo.

Al oír esta amenaza no pude resistir más. y me fuí a su ha­bitación. Estaba en la cama, y la luz apagada; no me parecía verdad: así no sería vista. Del mejor modo que me fué posible lo dije todo, pero con gran esfuerzo; era una vergüenza para mí el no ser capaz de humillarme. Por último, después de ha­berme dicho que todo lo olvidaría, me fuí a acostar.¡Olvidarlo! Así lo decía ella, pero no era posible. Pedí muchas veces perdón a Jesús, a mi buen Ángel, y me fuí a la cama. ¡Qué noche tan perra! El Ángel de mi Guarda,. por la mucha dificultad que mostré en hacer este acto de humildad, me dejó sola, y el ene­migo no dejó de hacerme alguna visita. Dormir no podía, por tener la conciencia intranquila; ¡qué mal que estaba!

Jueves, 26 de Julio
Llegó la mañana siguiente, y al fin vino el Ángel de la Guar­da, que me volvió a reñir mucho y me dejó luego sola y afligida. Recibí la sagrada Comunión, pero, ¡oh, Dios, en qué estado! Jesús no se dejó sentir. Cuando, pasado un rato, pude estar sola, comencé a desahogarme: soy culpable, me doy cuenta; pero, si he de decirlo todo, hay disgustos que a ciertas personas yo no se los querría dar nunca, pero es tan fuerte mi mala inclinación al mal, que a menudo caigo en estas cosas. Jesús me hizo estar en este estado por más de una hora; yo lloraba y me afligía. Al fin, Jesús se compadeció de mí y vino; me acarició, me hizo pro­meter que no lo volvería a hacer y me bendijo.

Debo decir que en el suceso de ayer dije tres mentiras, tuve pensamientos contrarios a la mansedumbre e ideé vengarme de quien había hecho el oficio de espía, pero Jesús me prohibió en absoluto hablar de esto con el Hermano Fabián u otros. Pronto. recobré la paz, y para estar más tranquila corrí' a confesarme.

Por la tarde, después de hacer mis oraciones, me puse a 'hacer la acostumbrada hora. Jesús estuvo siempre conmigo; es­taba en la cama, como de costumbre, porque si no, luego no po­dría entretenerme con mi Jesús y sufrir con él. Sufrí mucho, medió nuevas pruebas de su amor hacia mí, regalándome hasta el día siguiente su corona de espinas: los viernes es cuando más me ama Jesús. Por la tarde me quitó la corona, diciendo que es­taba muy contento de mí y añadiendo al acariciarme: «Hija, si te doy nuevas cruces, no te aflijas». Se lo prometí y me dejó.

Viernes, 27 de Julio
Este viernes sufrí bastante más, porque me vi obligada a tra­jinar, y a cada movimiento me creía morir.
Una de las tías (23) me había mandado subir agua; me costó mucho, me parecía (era imaginación mía) que las espinas se me clavaban en el cerebro, y una gota de sangre me corrió por la sien. Me limpié en seguida y poco vió. Me preguntó si me ha­bíacaído y herido en la cabeza; le dije que me había arañado con la cadena del pozo. Luego me fuí con las monjas (24); eran las diez y estuve con ellas hasta las cinco: después regresé a casa, pero Jesús me la había quitado ya.

Sabado, 28 de Julio
La noche la pasé muy bien; por la mañana vino el Ángel de la Guarda: estaba muy contento, me dijo que tomase papel y escribiera lo que él me dictara.
Helo todo: «Recuerda, hija mía, que quien ama a Jesús habla poco y sufre mucho.
»Te mando de parte deTesús que no digas nunca tu parecer, si no eres preguntada, y que no sostengas nunca tu parecer, sino que cedas en seguida.
»Obedece puntualmente al Confesor y a quien él quiera, sin replicar; en las cosas que es debido, conténtate con una réplica sola y sé sincera con todos.
»Cuando hayas cometido alguna falta, acúsate en seguida, sin esperara que te lo pidan.

»Recuérdate 'por fin de mortificar los ojos, y piensa que el ojo mortificado verá la hermosura del cielo.»

Después de esto me bendijo, y me dijo que fuese también a comulgar. Corrí en seguida: fué la primera vez, después de casi un mes, que Jesús se me hizo sentir.
Le conté todas mis cosas y me entretuve mucho con Él, pues comulgué a las ocho y media y, cuando volví en mí, era ya muy tarde. Marché corriendo a casa, y por el camino sonaron las diez y cuarto'; pero fuí buena (25), estuve siempre en la postura ordi­naria que uso al comulgar, y vi al levantarme que el Ángel! de la Guarda estaba sobre mi cabeza con las alas extendidas. El mis­mo me acompañó hasta casa y me avisó de que no orase durante el día, hasta que no llegase la noche, pues no estaba segura (26).

En efecto, pronto me di cuenta, por los de casa más que segura, pero no para mi hermana, que me había tapado el agujero de la cerradura y me fué imposible cerrar;' vinieron las tías a tratar de arreglarlo, y por la noche pude cerrar.
Por la tarde fuí a hacer los 15 sábadosen Santa María (27); la Virgen me dijo que no me haría la acostumbrada visita, porque en los días pasados había disgustado a Jesús. Le dije que Jesús me había perdonado, a lo que ella : «Yo no perdono tan fácilmente a mis hijas. Quiero absolutamente que seas perfecta; ya veremos si el sábado puedo ir y llevarte el Cohermano Gabriel. A pesar de todo, me bendijo, y yo me resigné.

No me falta empero alguna tentación: una, y bastante fuer. te, la tuve el sábado (ayer) por la tarde: vino el demonio y me dijo: « ¡Bien, muy bien! escríbelo todo: ¿No sabes que todas estas cosas son obra mía, y si llegas a ser descubierta te correrás de vergüenza ? ¿Dónde irás a esconderte ? ¡Te hago pasar por santa y no eres más que una ilusa!»
Estuve tan mal, que de la pena juré que ,apenas llegara la señora Cecilia, destruiría ese escrito (28). Traté de romperlo, pero no lo logré; no tuve valor, o no sé qué pasó.

Domingo, 29 de Julio
En este estado lo pasé hasta ayer mañana, domingo, sin poder recogerme. El Ángel de mi Guarda, sin embargo, no me falo taba; me anima, y debo decir que ese mismo domingo no tenía ganas de comer, yél me: obligó a hacerlo, lo mismo ha hecho también esta mañana. No deja ninguna tarde de bendecirme y aun de reñirme y castigarme.

Hoy, domingo (29), siento gran necesidad de Jesús, pero ,es ya tarde y no abrigo esperanza alguna de verlo'; esperaré a ver esta noche, cuando esté sola y libre.
¡Oh! ha venido al fin Jesús. ¡Cuántos reproches por no haber comulgado! He aquí de qué modo me reprochaba: «¿Por qué, hija mía, he de verme privado tan a menudo de tus visitas? Y eso que sabes lo mucho que deseo que vengas a mí cuando eres buena.»

Me arrodillé delante de Jesús, y llorando le dije: «Pero, ¿cómo, Jesús mío, no estás todavía cansado de sufrir tanta frialdad?» «Hija - me respondió -, haz de modo que no pase día sin que vengas a mí, procura tener el corazón limpio y adornado lo mejor que puedas. Aleja de tu corazón todo amor de ti misma, y todo lo que no sea enteramente mío, y luego ven a mí y no temas».

Me bendijo, junto con todos los miembros del sagrado Cole­gio (30), y se marehó ; pero a lo último me recomendó que tuviera un poco más de valentía contra el enemigo, diciéndome que no hiciera caso de sus palabras, porque es un verdadero mentiroso, y busca por todos los medios hacerme faltar en especial a la obe­diencia. «Obedece, hija mía - me repetía -, obedece pronta­mente y alegremente, y para mejor lograrlo y salir victoriosa en esta hermosa virtud, pídeselo a mi Madre, que tanto te quiere.» Le hubiera querido decir que ayer su Madre no quiso venir a verme, pero escapó.

Lunes, 30 de Julio
Esta mañana, lunes, 30 (31) de julio, he ido a recibir la sagrada Comunión.No la quería recibir, me remordía la conciencia, he titubeado hasta las nueve si debía o no hacerlo, pero al fin venció Jesús, y la hice, pero ¿cómo? ¡Con qué frialdad! A Jesús no le he sentido para nada.

Hoy no he podido recogerme en todo el día; he sido mala, me he impacientado, aunque a solas, sin que nadie se diera cuenta, he llorado mucho, porque mi hermana no quería salir de la habitación .. Ayer, domingo, por la tarde, estuvo por despe­cho en mi habitación hasta lasonce,diciendo, para burlarse de mí, que quería verme caer en éxtasis; hoy ha hecho otro tanto. Ayer escribió una carta a Baños de San Julián (32) y hablaba mu­cho de mí y de mis cosas. Estas cosas, que debería recibir bien, dando gracias a Jesús, me causan mucho disgusto y hay momen­tos en que me desespero.

Estando en este estado, el Ángel de la Guarda, que, me es­taba mirando, me dijo: «¿Por qué te Intranquilieas así, hija mía? Hay que sufrir algo por Jesús». (A la verdad, lo que más me había dísgustadoeran ciertas palabras que mi hermana había dicho), y por esto el Ángel dijo: «Sólo mereces ser despreciada, porque has ofendido a Jesús».

Luego me tranquilizó, se sentó junto a mí y comenzó a de­cirme con cariño: «(Oh, hija, ¿pero no sabes que debes ser en todo conforme a la vida de Jesús? Él sufrió mucho por ti, ¿y no sabes que tú debes aprovechar toda ocasión de sufrir por él? Y luego, ¿ por qué das este disgusto a Jesús, de dejar todos los días la meditación sobre la Pasión?» Era verdad: me recordé d,e que la meditación sobre la Pasión no la hago más que el jueves y el viernes. «Debes hacerla todos los días, no te olvides.r Al ter. minar me dijo: «!Ánimo, ánimo!, este mundo no es lugar de descanso :el descanso viene después de la muerte; ahora tienes ,que sufrir y sufrirlo todo, para librar a algún alma de la muerte eterna». Le pedí que dijera a mi Mamá viniese un poquito con­migo, pues tengo muchas 'cosas que decirle; me dijo que lo haría. Pero esta tarde no ha venido.

Martes, 31 de julio
Es martes: voy a recibir la Comunión, pero i en qué estado!
He prometido a Jesús ser buena y mudar de vida; se lo he di­cho, pero Él no me ha respondido nada; también le he dicho que me mande a su Madre y mía, a lo que ha dicho: «¿Eres digna?» Quedé avergonzada y no supe qué más decir. Al fin, aña­dió: «Sé buena y vendrá pronto con el Cohermano Gabriel».

¡Desde el domingo no he podido recogerme. De todos modos doy gracias a Jesús. Cuando viene el Ángel de la Guarda estoy despierta y no pierdo la cabeza; Jesús, mi Mamá y algunas veces el Cohermano Gabriel son los que me hacen perder la cabeza; pero quedo siempre donde me pongo, me hallo en el sitio ordinario , pero la cabeza no sé por dónde anda. ¡Qué necesidad tan grande tengo de mi Mamá! Si Jesús me quisiera dar este gusto, luego sería buena. ¿Cómo poder estar tanto tiempo sin mi Mamá?

Miércoles y jueves, 1 y 2 de Agosto
El miércoles no pude recogerme ni una vez, el jueves tam­poco; de vez en cuando mi Ángel me decía alguna cosa, pero· siem­·pre estaba despierta. El miércoles por la tarde me puse a pensar conmigo sola que podía muy bien estar engañada del diablo; pero me tranquilizaba, diciéndome únicamente: «Obediencia».
Estamos, pues, en esta tarde (jueves). Como de costumbre, me fui, por obedecer, a la cama; me puse a rezar y me recogí enseguida. Hacía rato que me sentía algo mal, Estuve sola: mientras padecía, Jesús no estaba, y sólo sufrí de la cabeza.
Esta mañana (viernes) me ha preguntado el Confesor si ha­bía tenido también las señales (33); le he respondido que no. Se­rán también dolorosas esas, pero no tanto como lo de la cabeza.

¡Pobre Jesús! Me dejó estar cerca de una hora sola, pero luego vino, presentándose todo ensangrentado y diciéndome: «Soy el Jesús del Padre Germán». No lo' creía, ¿por 'qué? Por­que siempre temo. Pronuncié aquellas palabras: «Bendito Je­sús y bendita María» (34), y entonces comprendí. Me animó un poco, pero yo tenía interiormente miedo, por lo que me dijo: «No temas: .soy el Jesús del Padre Germáin». Me recomendó por sí mismo, sin que yo le dijera nada, que rogase por la Madre Ma­ría Teresa del Niño Jesús, porque está en el purgatorio y sufre mucho. Me parece que Jesús la quiere pronto consigo.

Viernes, 3 de Agosto
+ Hoy he dormido un poco (35), luego me he sentido reco­ger interiormente; pasado el recogimiento noté que se me iba la 'cabeza: estaba con Jesús. ¡Qué contenta estaba! He sufrido mu­eho, sí, de la cabeza ;me he quejado un poquito, porque me de­jaba sola. Le he pedido también que me haga saber cuándo la Madre María Teresa estará en el cielo. Me ha dicho: «Aun no, sigue sufriendo.» Hecomendé a mi pobre pecador, me dió la bendición a mí y a todos los miembros. del sagrado Colegio y me dejó muy satisfecha.

Esta tarde veía que no me iba a poder recoger; hice mis breves oraciones de la noche y me metí en la cama. A decir ver­dad, preveía algo de borrasca, porque Jesús hace días que me dijo: «Todavía una última batalla; el enemigo te tentará, pero será la última vez, y por ahora hasta». No pude dejar de darle gracias por la fuerza que me ha dado siempre, y le rogué no me faltase en el último trance, quiero decir, ayer tarde (36).

Me metí en la cama con intención de dormir; el. sueño no tardó en venirme, y en seguida se me apareció un hombrecillo muy pequeño, todo cubierto de pelo negro. ¡Qué espanto! Posó las manos sobre la cama, creyendo yo que iba a pegarme. «No, no- dijo - no te puedo pegar, no tengas miedo», y al decirlo se había alejado.
Llamé a Jesús en mi ayuda, pero no vino; no por eso me dejó : invocado su nombre, me vi luego libre; la cosa fué repentina.

+ Otras veces he llamado a Jesús, pero nunca había acudido tan pronto como ayer tarde. !Si hubiera visto luego la rabia del, demonio! Se revolcaba por tierra, blasfemaba, hizo un último esfuerzo para arrancarme el Crucifijo que llevaba conmigo, pero se retiró en seguida.

¡Qué bueno fué Jesús conmigo ayer tarde! El diablo,hecho ese último esfuerzo, me dijo que ya que no había podido conse­guir nada, iba a atormentarme toda la noche. «NO» - le dije - Llamé al Ángel de mi Guarda, extendió sus alas, se colocó junto a mí,me bendijo y el diablo escapó. Sean dadas gracias a Jesús.
Esta mañana he sabidoque cuando el diablo se puso tan fu­rioso, fué en el momento en que se me había aplicado el escapulario de la Virgen de los Dolores,. y ahora comprendo que su esfuerzo se dirigía - a quitármelo. Sean dadas gracias a la Madre Dolorosa (37).


Sábado, 4 de Agosto
Hemos llegado al sábado: es el día destinado para ver a rrn Mamá, pero ¿qué debo esperar?

Al fin he llegado a esta tarde (38). Me he .puesto a rezar el rosario de los Dolores. En principio estaba resignada, quiero de­cir, que me había conformado con el querer divino,· de pasar aquel sábado sin ver a Nuestra Señora de los Dolores; pero a Jesús le bastó mi intención y me contentó. No sé a qué punto del rezo;' me sentí recoger interiormente: al recogimiento, como dé ordinario, sucedió bien pronto la pérdida de la cabeza, y sin dar­me cuenta me hallé en presencia (según a mí me pareció) de Nuestra Señora de los Dolores.
Apenas la vi, sentí un poco de miedo. Hice lo posible por cerciorarme de que de verdad .era la Mamá de Jesús: -ella me dió pruebas inequívocas de serlo. Pasados unos instantes, me sen. tí llena de alegría; pero fué tanta mi emoción al verme tan in. digna delante de ella, y tanta mi alegría, que no pude pronun­ciar. palabra, contentándome con repetir el nombre de mamá.

Ella me miraba fijamente y se sonreía; se acercó para acari­ciarme y me dijo que me tranquilizase. Imposible, la satisfacción' y la emoción crecían, por lo que ella, temiendo tal vez no me hi­ciera mal (como otras veces ha sucedido, unl' en efecto, sin yo notarlo, el corazón, por el consuelo que encontraba en ver a Jesús, comenzó a latir con tanta fuerza que me vi obligada, por mandato del Confesor, a ceñirmeen ese lado una faja muy apre. tada), me dejó, diciéndome que me fuera a descansar. Obedecí en seguida,en un segundo me fuí a la cama y no tardó 'en vol. ver ; entonces ya me calmé.

+ Debo decir que en el primer momento en que veo estas cosas, estas imágenes (en las que muy bien puedo engañarme), siento miedo, pero al miedo sucede muy pronto la alegría (39). Pero, sea de ello lo que fuere, yo digo lo. que siento. Le hablé de algunas cosas mías, la principal fué que me llevase con ella al paraíso; me respondió: «Hija, todavía tienes que sufrir». «Allí sufriré - quería decirle -, en el paraíso'». «No _. me replicó-, en el paraíso ya no se sufre ; pero pronto te llevaré.»

Estaba junto a la cama, era muy hermosa y yo no me can­saba de mirarla. Le recomendé a mi, pecador: fué buena señal. También le recomendé a varias personas que me son queridas, en especial aquellas con las que tengo un deber tan grande de grao titud. Esto debo hacerlo también por orden de mi Confesor, el que la última vez me dijo) que pidiese fervorosamente por ellas a la Virgen de los Dolores, pues ya que yo no puedo _ hacer nada por ellas, que supla la Virgen Santísima, concediéndoles toda gracia.

Temía que me iba a dejar de un momento a otro, y por eso la llamaba muchas veces, diciéndole que me llevase con ella. Su presencia me hizo olvidar de mi protector el Cohermano Gabriel. Le pregunté por él y por qué no me lo había traído; me dijo: «Porque el Cohermano Gabriel quiere de ti una obediencia más exacta». Tenía que decirme una cosa para el Padre Germán; pero a esto último no me respondió.
Mientras hablábamos, me soltó la mano que me tenía cogida; no quería yo que se fuera, estaba a punto de llorar y me dijo: «Hija mía, basta; Jesús quiere de ti este sacrificio, te conviene que yo me vaya por ahora». Sus palabras me tranquilizaron: respondí serenamente: «Pues bien, el sacrificio está hecho». Me dejó. ¿Quién podrá describir al por menor lo hermosa y amable que es la Madre celestial? No, no hay cosa que se la pueda COmo parar. ¿Cuándo tendré la suerte de verla otra vez?

Domingo, 5 de Agosto
Hoy domingo he suplicado al Ángel tuviese la bondad de decir a Jesús que no podría hacer la meditación sobre la Pasión, porque no me sentía bien, que ya vería el hacerla por la tarde. Esta llegada, me encontraba sin ganas; me fuí a la cama, hice la preparación y quedé recogida. sólo interiormente. He de decir que la meditación de los domingos suele ser siempre sobre la Re· surrección o bien el paraíso; pero Jesús me da a entender que no quiere todavía de mí esta meditación, pues la mente vuela en seguida a algún punto de la Pasión. Hágase su voluntad.

Lunes, 6 de agosto
He llegado al 6 de agosto. Los días pasan, y yo siempre en el abismo de este mundo.

Esta tarde, mientras hacía mis oraciones, el Ángel de la Guarda se me ha acercado y golpeándome en la espalda me ha dicho: «Gema, ¿cómo tanta desgana para la oración? No le agrada a Jesús». «No - respondí ., -, no es desgana: hace dos días que no me hallo bien», Él añadió: «Cumple con diligencia tu deher, y ya verás cómo Jesús te ama más todavía». Se calló unos mo­mentos, y luego me preguntó : «¿Y el Cohermano Gabriel)) «No sé.» «¿Cuánto tiempo hace que no le ves?» (Hace mucho,» «Esta noche te lo mandará Jesús.)) « ¿Cómo? Esta noche no quiero, des­obedecería: el Confesor no quiere que venga de noche.» ¡Oh, con qué gusto le hubiera recibido! Le rogué queme lo enviase de día y pronto, para poder escribir aquella carta al Padre Ger­mán. Supliqué al Ángel que fuese a Jesús y le pidiese para pasar la noche a mi lado. Desapareció en seguida.

Terminadas mis oraciones, me fuí a la cama. Cuando hubo recibido el permiso de Jesús, volvió; me preguntó: «¿ Cuánto tiempo hace que no ruegas por las almas del purgatorio? Hija mía, j piensas tan poco! La Madre María Teresa sufre mucho, ¿sabes?«. Desde la, mañana no había rogado nada por ellas. Me dijo que le agradaría que todo, por pequeño que fuese, tratán­dose de dolores, lo ofreciera por las almas del purgatorio». Toda pena, por pequeña que sea, las consuela mucho; aun eso poquito que podías haberlas ofrecido ayer y Iroy». Le respondí maravillada: «¡Si eran dolores del cuerpo!«, «¿también estos do­lores alivian a las almas del purgatorio?», «Sí - me dijo -, sí, hija mía; todo padecimiento, por mínimo que sea las alivia.» Entonces le prometí que en adelante todo lo ofrecería por las al­mas de] purgatorio. Añadió: «¡Cuánto sufren esas almas! ¿ Quie­res hacer algo esta noche por ellas? ¿Quieres sufzir?». « «¿Qué? -le dije -. ¿Es lo mismo que sufre Jesús los viernes?» «No - respondió -. No es lo de Jesús, son dolores corporales.» Le dije que no, porque Jesús no quiere que sufra fuera del jueves y el viernes. Pero como las almas del purgatorio, y en especial la Madre María Teresa, me son muy queridas, le dije que una hora sufriría de buena gana.

Le bastaron estas palabras, pues bien veía que, haciéndolo, fbabría desobedecido; me dejó dormito. Esta mañana, al despertarme, estaba continuamente a mi lado, me bendijo y se marchó.

Martes, 7 de Agosto
Ayer por la mañana el Ángel me 'prometió que por la tarde podria hablar con el Cohermano GabrIel (40). Llego la tarde tan deseada; el sueño quería vencerme, luego me sobrevino una agitación tal, que me llenó de espanto. Pero es que Jesús estaba a punto de darme ese consuelo, y cuando lo hace, antes o después, me da algún dolor. Siempre sea bendito +.

Al sentir esta agitación no veía a nadie, quiero decir, al día­~,blo. Sólo que me sentía mal; la cosa duró poco. Me calmé pronto, me sentí de repente recogida, y en seguida lo de siempre: la ca­, beza que se me fué y yo me hallé con el Cohermano Gabriel (41).

¡Qué consuelo sentí! Pero la obediencia no me permitía acercar­t me a él, para besarle el hábito y resistí. Lo primero que le pre­fgunté fué por qué tardaba tanto en dejarse ver. Me respondió kque es por culpa mía. Cosa de que estoy bien persuadida, pues 'i soy muy mala.

¡Qué hermosas cosas me dijo acerca del convento (42) y con qué energía! Parece como si los ojos le centelleasen. Por sí mis­mo, sin que yo le preguntara, me dijo: «Hija, dentro de pocos meses, entre la alegría de casi todos los católicos se verificará la fundación del nuevo convento». «Dentro de pocos meses?» -le contesté yo -, «Todavía faltan trece.» «Son pocos» añadió. Y sonriendo se volvió luego hacia un lado y se arrodilló, y juntando las manos, dijo así: «Virgen bendita, ya lo ves: aquí en la tierra se anda a porfía por la propagación del nuevo instituto; ea, te lo ruego, haz que sobreabunde la copia de los dones y favores celestiales sobre los que de él formarán parte. Aumenta su fuer­za y aumenta también su celo. Todo será dádiva vuestra, ¡oh, Virgen bendita!»

Hablaba como si tuviera delante a Nuestra Señora de los Do­lores; yo no veía nada, pero advertía la fuerza y la expresión con que decía estas palabras, cosa que me maravillaba; también él parecía fuera de sí.
Ahora dehería hablar del Padre Germán, pero el Confesor dice .que aquí no lo haga, porque ...

Hablé también de mi pobre pecador. Se sonrió: buena se­ñal. Por fin me dejó llena de consuelo.

Miércoles, 8 de Agosto
Vengamos a esta mañana. Apenas salí del confesonario, me vino a la mente el pensamiento .. de que a mi parecer el Confesor disminuye demasiado mis pecados, cosa que me intranquilizó. Para calmarme se me acercó el Ángel de la Guarda. Estaba en la iglesia, y pronunciaba en voz alta estas palabras. «Vamos a ver: ¿ a quién quieres creer, al Confesor o a tu cabeza? ¿Al Confesor que tiene continuas luces y asistencia, que tiene mucha capaci­dad, o a ti, que no tienes nada de nada? ¡Soberbia! - me de­cía-, ¡quieres hacerte maestra y guía del Confesor!» No pensé más. Hice un acto de contrición y comulgué.

Jueves, 9 de Agosto
También hoy, después de haber sostenido una gran batalla con elenemigo auxiliada de Dios, ha venido el Ángel de la Guarda, que riñéndome y muy severo me ha dicho: «Hija, acuérdate de que faltando a la obediencia, sea en lo que fuere, cometes siempre pecado. ¿Por qué eres tan reacia a obedecer al Confesor? Acuérdate también que no hay camino más seguro y breve que el ae la obediencia.»
¿Y a qué viene hoy todo esto? Por mi culpa. Merecería co­sas peores, pero Jesús usa siempre conmigo de misericordia.

¡Ay de mí, qué repugnancia siento esta tarde! Desde esta mañana me siento muy cansada, es todo desgana, mala voluntad, pero con la ayuda de Dios quiero vencerme (43)

Es jueves y por eso me encuentro tan impaciente. Cuando llega esta tarde me sucede siempre lo mismo. Sí, padecer, pade­cer por los pecadores, y de una manera particular por las pobres almas del purgatorio, sobre todo por ... (44). Ya sé por qué se apo­dera tan pronto de mí esta desgana. Otras tardes me venía pocas horas antes. Es porque hoy me dijo el Ángel que Jesús quería hacerme sufrir esta tarde una hora más, esto es, dos horas. Co­menzarfa a las nueve, y ello por un alma del purgatorio. Sin per­miso del Confesor, pero acostumbra a no reñirme por ello, al contrario lo quiere y lo puedo hacer muy bien.

Ayer tarde (45), a eso de las nueve, o poco menos, . comencé a sentirme un poco mal, me fuí pronto a la cama, pero hacía rato que venía sufriendo. El dolor de cabeza era extraordinario, el menor movimientoque hacía me causaba penas terribles. Sufrí dos horas, como Jesús quería, por la Madre Teresa, luego me desnudé con mucho trabajo y me metí en la cama, comenzando la hora. Fué muy dolorosa, pero en compañía de Jesús, ¡qué no se haría!

Viernes, 10 de Agosto
Me dijo la tarde anterior el Ángel de la Guarda que me ha­ría tener la corona de espinas en la cabeza hasta las cinco del viernes. Fué verdad, porque hacia esa hora comencé a recogerme un poquito, me escondí en la iglesia de los Franciscanos y allí vino Jesús a quitármela de nuevo, estuve siempre sola. ¡Qué muestras me dió de cariño! Me animó de nuevo a padecer y me dejo en un mar de consuelos.
Tengo que decir, sin embargo, que a las veces, sobre todo el jueves por la tarde, se apodera de mí una tristeza tal, pensando que he cometido tantos pecados, los que todos me vienen a la memoria, que me avergüenzo de mí misma y me aflijo sobrema­nera. Ayer tarde, pocas horas antes, me sobrevino también esta vergüenza y este disgusto, y sólo puedo hallar un poco die alivio sufriendo eso poquito que Jesús me manda, y ofreciéndolo por los pecadores, en especial por mí, y luego por las almas del purgatorio.

¡Cuántos consuelos me da Jesús! ¡De cuántas maneras me prueba que me quiere! Todas son cosas de mi cabeza, pero si obedezco, Jesús no permitirá que me engañe. El jueves por la tarde me prometió que durante estos días, que faltará la señora Cecilia, haría que no me faltase nunca el Ángel de la Guarda. Me 10 dió ayer tarde y no me ha vuelto a dejar ni un solo momento.

Esto lo he observado varias veces, p,ero nunca se 10 he dicho al Confesor. Hoy, en cambio, lo digo en seguida. Si estoy con otras personas, el Ángel de la Guarda no me deja nunca, pero si estoy a solas con él, en seguida me deja (quiero decir que no se hace ver de' mí, si no es para darme algún aviso). Lo propio sucedió hoy, ni siquiera un minuto se ha separado de mí. Ya hable, ya rece, ya haga cualquier cosa, él me lo dice. Jesús quiere que no me engañe.

Esto me maravilla mucho, y me he visto obligada a preguntarle: «¿Por qué, cuando está la señora Cecilia, no apareces nunca?» Me ha contestado: «Porque nadie, fuera de ella, sabe hacer mis veces. i Pobre niña - añadió -, eres tan pequeñina, que necesitas quién te lleve de la mano! Ahora te llevaré yo, no temas, pero obedece, porque, si no, pronto ... » (46).
He ido a confesarme, he dicho la cosa al Confesor (se lo ha­bía también escrito) (47); me explicó lo que yo no había enten­dido, y ahora lo entiendo todo.

Sábado, 11 de Agosto
Es sábado, voy a comulgar; ¿ qué haré? De todos modos quiero obedecer. i Si pudiera conseguir una visitilla de mi Mamá! Pero no, me recuerdo del pecado que cometí ayer tarde. Es ver­dad que esta mañana me he confesado en seguida, mas no importa, la Virgen a mí no me perdona tan fácilmente. Me quiere perfecta.

Estamos en la tarde del sábado. ¡ Dios mío! ¡ Qué castigo! El mayor castigo que puedes darme es privarme de la visita de María. Santísima, y es precisamente cuando se acerca el sábado cuando cometo siempre alguna falta......

Domingo, 12 de Agosto
He llegado al domingo. ¡Qué desgana, qué aridez! Sin em­bargo, no quiero dejar mis ordinarias oraciones.

Miércoles, 15 de Agosto
En este estado de aridez yde falta de Jesús he durado hasta hoy miércoles. Desde el viernes no le he vuelto a sentir. El Gon­fesor me asegura que es en castigo de mis pecados o para ver si puedo pasar sin Jesús y estimularme a amarlo todavía más. He estado siempre sola, quiero decir, sin Jesús. El Ángel de la Guar­da no me ha dejado ni siquiera un segundo, y no obstante, ¡cuántos defectos y cuántas faltas en su presencia! ¡Dios mío, tened misericordia de mí! He comulgado todos los días, pero Jesús como si no existiera. ¿Querrá Jesús dejarme también sola en una solem­nidad tan grande como es ésta? La Comunión la he hecho con algo más de consuelo, pero sin sentir a Jesús. He rogado mucho durante estos días, porque quiero una gracia de Jesús.

Hoy la Madre María Teresa tiene que ir al paraíso. ¿Cómo saberlo? Recogerme no puedo, si no estoy en lugar seguro. El Án­gel de mi Guarda estará hoy de guardián ante mi puerta.

Son las nueve y cuarto de este gran día. Siento como de cos­tumbre un recogimiento interior. He pedido al Ángel de la Guar­da que vigile y que nadie vea nada. Me he escondido en una celda de las monjas (48).
Al poco rato el recogimiento se convirtió en arrobamiento, (No crea quien lea estas cosas nada de cuanto digo, pues puedo muy bien engañarme). ¡Que Jesús no lo permita! Lo digo por obediencia y me, sujeto a escribirlo con gran repugnancia.

Eran cerca de las nueve y media, leía (49), de repente me vi, sacudida por una mano que venía a posarse con mucha suavidad sobre mi hombro izquierdo. Me volví asustada: tuve miedo, es­tuve a punto de llamar, pero me contuve. Al volverme, vi a una persona vestida de blanco. Conocí que era una mujer; la. miré, y su mirada me dió a entender que no temiera nada: «Gema - me dijo, pasados unos momentos -¿me conoces?» Dije que no, porque así era en efecto. A lo que añadió: «Yo soy la Madre Teresa del Niño Jesús. ¡Gracias por la mucha solicitud que te tomas a fin de que pueda ver pronto la gloria del cielo».

Todo esto sucedía estando yo despierta y con pleno conoei­miento de mí misma. Aun añadió: «Pide todavía, que aun me quedan algunos días que sufrir». Y al decírmelo me acarició y se fué,

Aquellas sus miradas, he de decirlo, me inspiraron mucha confianza. Desde ese punto redoblé mis oraciones, para que pron­to pueda alcanzar su fin; pero mis oraciones son muy pobres, quisiera que para las almas del purgatorio gozaran de la virtud de las oraciones de los Santos.

Desde ese momento sufrí continuamente, hasta cerca de las once, que ya no podía estar sola. Sentía dentro de mí cierto re­cogimiento, y un cierto deseo de ponerme a. orar, pero ¿cómo hacer? No podía. j Cuántas veces tuve que insistir! Por fin con­seguí el anhelado permiso, y me fuí con mi Mamá. Fueron bre­ves instantes, pero j cuán preciosos!

Por mi mal comportamiento, Jesús no permitió que la Vir­gen viniera como de ordinario sonriente, sino triste (de lo que yo era la causa). Me riñó un poco, pero se alegró también de una cosa (que creo oportuno callar aquí), cosa que dió también mucho' consuelo a Jesús, y fué precisamente en premio de ella por lo que vino (la Virgen), aunque, como he dicho, seria. Me dijo algunas palabras, entre las cuales recuerdo: «Hija cuando esta mañana me vaya al cielo me llevaré conmigo tu corazón».
Y entonces me pareció que se me acercaba... me lo quitó, lo tomó consigo en sus manos, y me dijo: «No temas nada, pro· cura ser buena, yo tendré tu corazón siempre conmigo allá arriba y en mis propias manos». Me dió la bendición aprisa, y al mar­char pronunció todavía estas palabras: «A mí me has dado el corazón, pero Jesús quiere también otra cosa». «¿Qué cosa?» - le dije -. Y me respondió: «La voluntad», y luego desapa­reció:
Me vi en el suelo, pero esto de caer, sé muy bien cuándo sucedió, cuando hizo ademán de acercarse y quitarme el corazón(50).
Aunque estas cosas en el primer momento me asustan, aca­ban siempre por ser cosas de infinito consuelo para mí.

Jueves, 16 de Agosto
Es jueves. Se apodera de mí la acostumbrada repugnancia; el temor de perder mi alma me asusta; el número de mis pecados y su enormidad, todo se me presentaba delante. ¡Qué agitación! En esos momentos el Ángel de la Guarda me sugirió al oído: «Pero la misericordia de Dios es infinita». Me tranquilicé.

Pronto comencé a padecer de la cabeza: serían como las diez. Cuando me hallé sola, me eché en la cama, sufrí un poco, pero Jesús no tardó en presentarse, demostrando que también él sufría mucho. Le recordé a los pecadores, por los que él me ani­mó a ofrecer al Eterno Padre todos mis ligeros padecimientos.

Mientras estaba con Jesús se dió cuenta, y me preguntó: «¿Qué quieres que haga?» A lo que yo en seguida: «Jesús, por caridad, alivia sus penas a María Teresa». Y Jesús: «Ya lo he hecho. ¿Quieres algo más?», me decía. Tomé entonces ánimo y le dije: «Jesús, sálvala, sálvala». A lo que Jesús me respondió: «El tercer día después de la. Asunción de mi Madre Santísima, se verá libre del purgatorio y me la llevaré al cielo».

+ Estas palabras me llenaron de una alegría tal, que no sao bría explicar. Otras muchas cosas me dijo Jesús, le pregunté también por qué ya no me hacía sentir después de la Comunión aquellas dulzuras de paraíso. Me respondió prontamente: «Por­que no eres digna, oh, hija»; pero me prometió que me las ha­ría sentir la mañana siguiente.

Pero ¿cómo llegar a mañana? Es verdad que faltaban pocas horas, pero para mí eran años: no pude ni cerrar los ojos para dormir. Me consumía, hubiera querido que llegase inmediatamen­te la mañana; en una palabra, que esta noche me ha parecido un siglo, pero por fin ha llegado (la mañana).

Viernes, 17 de Agosto
¡Qué instantes tan felices se pasan con Jesús! Al quitarle la corona de espinas; Jesús la bendice con mano radiante, derramando sobre ella un cúmulo de gracias. El Ángel le recomienda que sea obediente y dé algunos avisos a su Confesor. Repugnancia que siente en escribir.

Jesús, apenas se ha posado sobre mi lengua (causa tantas veces de muchos pecados), se me ha hecho sentir. Ya no estaba en mí, sino que, dentro de mí, Jesús bajaba a mi seno. (Digo al pecho, porque el corazón ya no lo tengo: se lo ha llevado la Mamá de Jesús.) ¡Qué instantes tan felices se pasan con Jesús! ¿Cómo pagar tanto amor? ¿Con qué palabras expresar el amor que manifiesta para con esta pobre criatura? A pesar de todo, ha querido venir a mí. Es verdaderamente imposible, es imposible no amar a Jesús. Me pregunta muchas veces si amo y le amo de verdad. ¿Y todavía lo dudas, Jesús mío? Él se une cada vez más a mí, me habla, me quiere perfecta, me dice que me ama mucho y que yo le corresponda.

Dios mío, ¿qué hacer, para hacerme digna de tantas gra­cias? Donde yo no llegue, llegará por mí el santo Ángél de mi Guarda. Dios quiera que nunca me engañe y nunca llegue a en­gañar a nadie.
He pasado el resto del día unida a Jesús. Sufro, pero nadie se da cuenta de lo que sufro. Sólo de vez en cuando se me capa algún lamento, pero bien sabe Dios que es involuntario.

Hoy poco, o, por mejor decir, nada se ha necesitado para que . me recogiera: mi mente estaba ya con Jesús, y a Él he volado también con el espíritu. ¡Qué cariñoso se ha mostrado conmi­go Jesús! ¡Pero cuánto sufre! Trabajo mucho por disminuir su pena, y quisiera hacer mucho más, si me fuera permitido. Hoy se me acercó, me quitó la corona de espinas de la cabeza, y luego no vi que se la pusiera, como otras veces, en la suya; se quedó con. ella en las manos, tenía todas las llagas abiertas, pero no echaban sangre como otras veces, eran muy hermosas.

Acostumbra a bendecirme antes de dejarme. En efecto, le­vantó su mano derecha; de ella vi salir una luz mucho más fuer­te que la de la candela. Tenía la mano levantada, yo le miraba fijamente y no me hartaba de contemplarlo.
¡Oh, si pudiera hacer que todos vieran y conocieran lo her­moso que es Jesús! Me bendijo con la misma mano que había le­vantado y me dejó.
Después de esto , hubiera tenido gusto en saber qué cosa sig­nificaha aquella luz que salía de sus llagas, en especial de la mano derecha, con la que me bendijo. El Ángel de la Guarda me dijo estas palabras: «Hija, este día la bendición de Jesús ha hecho descender sobre ti una lluvia de gracias».

Ahora, mientras escribo, se me ha acercado y me ha dicho: «Te lo encargo mucho, hija mía, obedece siempre y en todo. De­cláraselo todo al Confesor. Dile que no te descuide, sino que te esconda.» Luego ha añadido: «Dile que Jesús quiere que se tome un poco más cuidado por ti, piense más, en atención a que tú eres muy inexperta».
Estas cosas me las ha vuelto a repetir ahora después de es­cribir, me las ha repetido varias veces, estando despierta (51), y de forma que me ha parecido estarlo viendo y oírle hablar. J e­sús, hágase siempre tu santísima voluntad.

¡Pero, qué trabajo me cuesta tener que escribir estas cosas! La repugnancia 'que encontraba al principio, lejos de disminuir, va siempre en aumento y siento una pena como de muerte. ¡Cuán tas veces he sido tentada hoy de buscar y quemar todos mis escritos!

¿Y luego? Acaso tú, Dios mío, quieres que yo escriba tamo bién esas cosas ocultas, que por tu bondad me das a conocer, para humillarme y tenerme más confundida? Si lo quieres, oh, Jesús, estoy dispuesta a hacerlo: daa conocer tu voluntad. Pero, ¿para qué van a servir estos escritos? ¿Para tu mayor gloria o para que yo recaiga en nuevos pecados? Tú has querido que yo lo haga, yo lo he hecho y lo hago. Ocúpate tú de ello, en la llaga de tu sa­grado costado escondo todas mis palabras, oh Jesús.

Sábado-domingo, 18-19 de Agosto
La Madre María Teresa, acompañada de Jesús y de su Angel de la Guar­da, viene a dar gracias a Gema y vuela al cielo.

Jesús me ha hecho conocer esta mañana en la sagrada Comu­nión que la Madre María Teresa volará esta noche al paraíso. Nada más por ahora.
Jesús me había prometido darme una señaL Llega la media­noche, y nada todavía. Dan las doce, tampoco. A las doce y me­dia me pareció que la Virgen venía a avisarme de .que se acero caba la hora.

Después de un ratito, se me apareció la Madre María Te­resa vestida de Pasionista, acompañada de su Ángel de la Guar. da y de Jesús. ¡Qué cambio desde el día en que la vi por pri­mera vez! Sonriendo se mé acercó, me dijo que era verdadera­mente feliz y que se iba a gozar eternamente de su Jesús. De nuevo me dió gracias, y añadió: «Avisa a la Madre Josefa de que soy feliz y esté tranquila» (52). Me dijo adiós varias veces con la mano, y en compañía de Jesús y de su Ángel se voló al cielo, a eso de las dos y media.

Esta noche sufrí mucho, porque tambiéil yo quería irme con ella, pero nadie se preocupó de facilitarme la ida al paraíso.
El deseo que hacía tanto tiempo Jesús había despertado en mí, esta noche se ha visto, al fin, colmado. María Teresa está en el paraíso, pero me ha prometido que desde el paraíso vendrá a verme.

Lunes, 20 de Agosto
Ayer (53) durante el día tuve ocasión de hablar con el Ángel de la Guarda; me reprochó sobre todo mi desgana en la oración; también me recordé otras muchas cosas: en especial lo que toca a los ojos, amenazándome severamente.

Ayer tarde en la iglesia me volvió a recordar lo que me había dicho por la mañana, diciendo que tendría -que dar cuenta a Jesús. Por último, antes de ir a la cama, en el momento de darme la bendición, me avisó' de que Jesús iba a permitir al de. monio me diera un grave asalto, y ello porque había sido durante algunos días algo descuidada en mis oraciones. Me avisó también que el demonio haría lo indecible para impedirme orar, en espe­cial mentalmente, durante todo el día, y que quedaría privada de sus visitas (quiero decir de las del Ángel de la Guarda), pero sólo por hoy.

He recibido la sagrada Comunión, ¡pero cualquiera sabe en qué estado! Estaba muy distraída, el pensamiento volaba a lo ocu­rridodurante la noche, esto es un feo sueño, que reconocí pre­parado por el demonio.

¡Oh, Dios, el momento del asalto ha llegado, ha sido muy fuerte, casi diría terrible! Ninguna bendición, ningún escapula­, rio bastaban para hacer cesar la tentación más fea que pueda ima­ginarse. Era tan horrendo (el demonio) que he cerrado los ojos y no los he abierto, sino cuando me he visto totalmente libre.
Dios mío, si no he pecado, sólo a ti te ]0 debo. Gracias te sean dadas. ¿Qué decir en esos momentos? Buscara Jesús y no hallarlo es una pena mucho más grande que la de la misma ten­tación. Lo que paso en esos momentos sólo Jesús lo sabe, que a escondidas me mira y se complace. En un momento en que pa­recía que la tentación iba a tomar más fuerza, se me ocurrió in­vocar al Santo Papá de Jesús, gritando: «Eterno Padre, por la Sangre de Jesús, líbrame».

No sé lo que sucedió: ese diablazo me dió un empellón for­tísimo, me arrojó de la cama, y me hizo dar con la cabeza en el suelo, causándome vivo dolor; perdí los sentidos y así perma­necí en tierra, hasta tanto que volví en mí, que fué bastante tarde:
Gracias sean dadas a Jesús, pues también hoy ha pasado del mejor modo qué él ha querido.

Lo restante del día lo he pasado muy bien. Esta tarde, como suele .sucederme muchas veces, me han venido a la memoria to­dos mis graves pecados, pero con tanta enormidad, que he teni­do que hacerme gran violencia para no llorar. Sentía un dolor vivísimo, como nunca lo he sentido. El número de ellos sobrepasa con mucho a mi edad y mi capacidad; lo único que me consuela es que siento por ellos vivísimo dolor, y quisiera que este dolor no se borrara nunca de mi mente y que jamás disminuyera. ¡Dios mío, hasta dónde ha llegado mi malicia!

Esta tarde, si he de decir verdad, esperaba a Jesús, pero ¡en vano! , no ha venido nadie. Sólo el Ángel de la Guarda no cesa de vigilarme, instruirme y darme sabios consejos. Se deja ver varias veces al día y me habla. Ayer me acompañó durante la comida, pero no me hacía fuerza, como me hacen los de. más (54). Después de comer no me sentía nada bien, y él me trajo entonces una taza de café tan bueno, que curé en segui­da (55); luego me mandó descansar un poco. Le digo muchas veces que pida a Jesús para pasar conmigo la noche, se lo va a decir, vuelve y ya no me deja hasta por la mañana, si Jesús se lo permite.

Martes, 21 de Agosto
Acaso me engañe, pero hoy espero visita del Cohermano Ga­briel, y, si es verdad, tengo que hablarle de muchas cosas. Luz, Jesús, luz no a mí, sino al Padre Germán y al Confesor.

Miércoles, 22 de Agosto
Ayer (56) el Ángel de la Guarda me avisó de que en el trans­curso del día vendría Jesús. Me tiñó, me llamó soberbia, mas luego nos contentamos en seguida. Ya no pensé rnás en la visita de Jesús, porque dudaba de ella; pro al ponerme a hacer las ora­ciones de la noche me sentí recogida en Jesús, el que me hizo en seguida un dulce reproche, diciéndome: «Gema, ¿no me quie­res ya?» «Oh, Dios mío -le dije -, ¿no ves de cuántas ma­neras te busco? Te deseo en todas partes, te quiero, te busco constantemente, te deseo a ti solo.»

Pero se me ocurrió preguntarle en seguida: «Una vez que has venido esta tarde, ¿ ya no vendrás mañana por la tarde?» Me contestó que sí. El Confesor empero me tiene dicho que si sufro y no me siento bien, será responsable mi conciencia; si me sien­to bien, a la misma hora puedo sufrir con Jesús, si no, que Jesús venga, pero sin hacerme sufrir. Que me entretenga con Él y. lo compadezca y participe con Él de aquella mortal tristeza que sin­tió en el huerto de los olivos. De todos modos obedeceré.

También me habló Jesús, sin que yo se lo recordara, de la santa alma de doña Josefina Imperiali. «¡Oh, qué querida que me es! - repetía Jesús -. Mira - añadió - sufre mucho, no tiene un minuto de tregua. ¡Feliz ella!» Me dejó como de ordinario, con un consuelo indecible.

Gracias a Jesús, y por su infinita misericordia el Ángel de la Guarda no me abandona ni siquiera un segundo. Ayer vi varios Ángeles, el mío, que me asiste continuamente, y otro de otra pero sona, y del que no es necesario que diga más particulares; si la obediencia me lo exige, lo haría, pero por ahora, basta. Cuando llegue el caso me acordaré.

Jueves, 23 de Agosto
¡Ay!, llega la tarde, y ya fije apodera de mí la acostumbrada frialdad, la ordinaria repugnancia, el cansancio quiere vencerme, pero aunque me cueste un poco no quiero dejar de cumplir con mi deber.

Jesús esta noche me ha puesto la . corona de espinas sobre la cabeza a eso de las diez, después de haberme recogido un poco. Mi padecimiento, que nada tiene que ver con el de Jesús, ha sido baso tante fuerte: hasta los dientes todos parecían resentidos, cada mo­vimiento me producía vivo dolor; creí que no iba a poder resistir­lo, pero al fin, todo fué bien.

Ofrecí por los pecadores esas pequeñas penas, en especial por mi pobre alma. Le rogué que volviera pronto. Cuando estaba para dejarme, comenzó una porfía entre Jesús y yo: sobre quién iríamos primero a visitarnos (he sido yo la que he ido primero, yendo a comulgar), y, al mismo tiempo, quedamos de acuerdo en que Él vendrá a mí y yo iré a Él. .Me prometió la asistencia de mi Ángel de la Guarda, y me dejó.

Viernes, 24 de Agosto
Más tarde vino Jesús a quitarme la corona de espinas, vino pronto, diciendo que ya había hecho bastante; y porque yo no quería, pues no estaban cumplidas las horas, me dijo que soy siem­pre muy pequeña y que ya es bastante lo que hago.
Sufrí durante varias horas continuamente; Jesús me acarició mucho. A cierto punto de nuestra conversación le pedí luz para el Confesor; y entonces se me ocurrió contarle lo que me había dicho el Ángel de la Guarda. Me había dicho la mañana anterior que el Padre Germán tiene bastante luz para mis cosas, y que me quiere bien. Referí sin pensar la cosa a Jesús, y Jesús no sabía nada de lo que me había dicho el Ángel de la Guarda (57): se puso serio y me dijo que no quería que el Ángel de la Guarda me ande soplando al oído.

Pero mientras me decía esto, en vez de asustarme, como me sucede cuando Jesús se pone serio y enfada, tomé más confianza y le pregunté: «¿No podrías, Jesús ... ?» callé, creyendo que me entendía sin decir más, y Jesús, entendiendo, me dijo: «No teafli­jas, hija mía: pronto vendrá el Padre Germán. ¿Has entendido?» me preguntó. «Sí», respondí. Y por último me dijo estas palabras: «No temas, pronto vendrá.» Me hizo .sefias con la mano de que se iba, y desapareció.

Luego, más tarde, me fuí a la iglesia para recibir como de costumbre la bendición, pero me parecía estar un poco cansada. En efecto, era verdad, mas no es, según tengo ya dicho otras veces, cansancio propiamente dicho, es desgana y pocas ganas de rezar; el Ángel de la Guarda me dijo al oído que rezase estando sentada. Al principio no quería acceder, pero insistió dos veces, y entonces' obedecí y estuve siempre sentada. Ciertamente que estuve muy a gusto, porque de rodillas no podía estar.

Ayer tarde me dió a entender que cuando Jesús se queja de que no hago la meditación, no se refiere al jueves y al viernes, sino a los otros días; y así es en efecto, pues esos dos días nunca la olvido. Le prometí ser más exacta en hacerla, y me mandó me fuera a la cama, porque estaba cansada, y que tratase de dormir. Le pedí que estuviera conmigo, pero no me lo prometió: así ha sido, no ha estado.

«Ahora - le dije - vete corriendo a Jesús y pídele con insistencia que se deje ver, pues mañana tengo que confesarme,»: a lo que me dijo en seguida: «¿Y si viniera el cohermano Ga­briel?» «Me da lo mismo - respondí - Pero Jesús o el coher­mano Gabriel es necesario que yo los vea; ruégale que me conce­da esta gracia: la necesito mucho. «¿Y no podrías decírmelo a mí?» - me preguntó. «Tú vete -le dije - a estar con Jesús y ponte al corriente de todo, y, luego, ven a decírmelo.» Me hizo señas de que así lo haría.

Acababa de hablarme del Cohermano Gabriel y, como siem­pre que lo oigo nombrar no puedo menos de alegrarme, exclamé: ¡Oh, cuánto hace que espero al Cohermano Gabriel, cómo lo de­seo!» «Pues precisamente por eso, porque tienes tantas ganas de verlo, Jesús no quiere darte este gusto». Entonces riendo me enseñó que, cuando viniera Jesús, no dejase traslucir mi manía por ver al Cohermano Gabriel, que así me contentaría más fácil.' mente.

Comprendí,que se burlaba, porque a Jesús no se le puede ocultar nada. «Muéstrate indiferente - me dijo -, y ya verás como Jesús te lo manda más a menudo.» «Pero si no puedo estarlo» - le dije. «Yo te enseñaré : le debes decir así a Jesús: «Si vie­ne, bien, si no, es lo mismo»: y al decir estas palabras se reía mucho.

Entonces comencé a repetirlo también yo y conocí que él se divertía. Me mandó que fuese a la cama, diciendo que por esa noche tenía que estar sola, pues, si estuviera él no dormiría, y se fué, y así es en verdad: estando él no duermo; se entretiene en­señándome muchas cosas que se hacen en el cielo, y la noche se pasa sin sentir. Pero esta noche no ha sido así: me ha dejado sola yme he dormido; me he despertado, sin embargo, varias ve­ces y él me decía: «A dormir, si no, me voy de verdad».
He oído tronar muy fuerte y tenía miedo, entonces vino y se dejó ver; me bendijo otra vez y volví a quedar dormida.

Sábado, 25 de Agosto
Esta mañana en la Comunión no he sentido consuelo alguno, todo ha sido muy fríamente. Hágase Ja santísima voluntad de mi Dios. ¿Qué sucederá hoy? Jesús no viene, y no veo trazas de que fande cerca. Me voy a descansar, y veo que se me presenta delante un Ángel de la Guarda que reconocí ser el mío; pero me sobre­cogió algo de miedo y una turbación extraña.

El miedo se apodera de mí muchas veces, cuando se me apa­rece alguno, pero poco a poco se me pasa y acabo consolándome.

Ayer (58), en cambio, la turbación .Iué en aumento y si me toca­ba, temblaba: cosa que nunca me sucede cuando de verdad es mi Ángel. Estaba dudando sobre esto, cuando me preguntó: «¿ Cuándo vas a confesarte?» «Esta tarde», respondí. «¿Y por qué? ¿Qué haces allí tan a menudo? ¿No sabes que tu Confesor es un embrollón?» Caí en la cuenta de lo que se trataba, y me santigüé varias veces; cayeron sobre mí golpes que me hacían estremecer. Mi Ángel no me habla nunca de este modo.

Así pasé largo rato, combatiendo del mismo modo, y aseguré que, a pesar suyo, me iría a confesar; y así lo hice en efecto. Llamaba a Jesús y a mi Mamá, pero, ¡inútil!, nadie acudía. Pasado un rato, se dejó ver mi Ángel auténtico, mandando que lo confesara todo, y me habló de dos cosas que tenía que decir
[al Confesor] (59). -

La turbación y el miedo al enemigo desaparecieron pronto, recobré la paz, la que duró hasta el momento de confesarme; esto no quería hacerlo de ninguna manera. Haciéndome violen­cia, fuí, pero pude hablar muy poco. De todos modos lo diré todo cuando escriba (60).

Mi queridísima Mamá no me faltó ayer, pero su visita fué muy breve; no obstante, me consoló mucho (61). Le pedí mucho por mí, que me llevase al paraíso; también la rogué por otros y con fervor. !Cómo sonreía cuando muchas veces la llamaba mamá! Se acercó, me acarició y me dejó en compañía del Ángel de la Guarda, que ha estado conmigo muy afable hasta por la mañana.

Domingo, 26 de Agosto
Por la mañana me ha dejado [el Ángel de la Guarda] una vez que he salido de la habitación. He comulgado sin saber nada de Jesús; durante la mañana sentía tan grandes deseos de llorar, que tenía que esconderme de la vista de los demás, para que no se dieran cuenta de nada: me remordía la conciencia y no sabía a qué acudir. ¡Dios mío, lo que voy a escribir! Pero no estará de más, pues si este escrito cae en manos de alguien, verá que yo no soy más que una desobediente y una malvada.

Ayer (62), mientras comía, levanté los ojos y vi al Ángel de mi Guarda que me miraba con un rostro tan severo que hacía temblar; no me habló. Más tarde, al irme unos momentos a la cama, ¡oh, Dios!, me dijo que le mirase a la cara; le miré, y bajé en seguida la vista; pero él insistió y me dijo: «¿No te da vergüenza cometer faltas en mi presencia? ¡Después que las has cometido es cuando sientes la vergüenza!» Volvió a insistir en que le mirase; por espacio de más de media hora me hizo estar en su presencia, mirándole continuamente a la cara: me echaba unos ojos tan severos...

No hice más que llorar. Me encomendaba a Dios y a nuestra Mamá, para que me quitasen de allí, porque yo no podía resis­tirlo por más tiempo. De cuando en cuando me repetía: «Me avergüenzo de ti». Rogaba también que nadie le viera en ese estado, pues de verlo nadie se acercaría a mí; no sé si otros le habrán visto.

Pasé un día malísimo, y siempre, al levantar la vista, me miraba con mirada severa; no pude recogerme ni un solo ins­tante. Por la tarde hice' mis oraciones, y siempre estuvo mirán­-dome del mismo modo; me dejó ir a la cama y me bendijo, pero no me abandonó; ha estado conmigo varias horas, pero sin hablar y siempre severo.

Yo no me atreví a dirigirle ni una sola vez la palabra; sólo decía: «i Dios mío, si vieran los demás a mi Ángel tan enfadado!»

De ninguna manera podía ayer noche coger el sueño; he estado despierta hasta pasadas las dos: lo sé porque he oído sonar el reloj. Estaba quieta en la cama, con la mente puesta en Dios, pero sin rezar. Por fin, pasadas las tres, he visto que el Ángel se me acercaba, me ponía la mano en la frente, y me decía estas palabras: «¡Duerme, mala!» No le volví a ver ya.

Lunes, 27 de Agosto
Esta mañana he recibido la Comunión: no me atrevía a ha­cerla. Parece que Jesús me ha dejado entrever un poco el motivo por el que el Ángel se muestra tan severo conmigo: por la última confesión que hice mal (63). Por desgracia, es cierto.

Martes, 28 de Agosto
El Ángel de la Guarda no ha dejado de mostrarse severo con­migo hasta esta mañana, en que manifesté todo al Confesor. Ape­nas salí del confesónario, me miró sonriente, con aire compla­cido: me pareció que volvía de la muerte a la vida. Más tarde me habló espontáneamente (yo no me atrevía a preguntárselo) de lo ocurrido: me preguntó cómo me hallaba y por qué no me sentía bien la noche pasada. Le respondí que sólo él podía cu­rarme; se acercó, me acarició mucho y me dijo que fuera muy buena.

Repetidamente le pregunté si me quería como antes, y si meamaba 10 mismo; me respondió de esta manera: «Hoy no me avergüenzo de ti; ayer, sí». Le pedí muchas veces perdón, y me dió a entender que me lo concedía. Luego le mandé a Jesús para tres cosas: 1. a Para ver si está contento de mí. 2. a Para ver si me lo ha perdonado todo. 3. a Para que me quite cierta vergüenza que se me echa encima cuando tengo que decir las cosas al Confesor...

En seguida se marchó, y volvió bastante tarde: me ha dicho que Jesús está bastante contento, que me ha perdonado, pero por última vez ; en cuanto a la vergüenza, dijo que Jesús le había respondido: «Dile que obedezca ciegamente».

Más tarde me fuí a la cama, pero comencé a sentir luego un poco de remordimiento. Pensaba, es cierto, en la Pasión, pero en la cama. Mi Ángel me preguntó en qué estaba pensando. «En la Pasión - le dije -. ¿Qué diría Jesús de mí, que llevo una vida tan cómoda, rezo poco yeso en la cama? En suma, todo el tiempo de la oración lo paso en la camao Esto todo es verdad. Me respondió que qué me parecía a mí. Le dije que todo me parecía desgana. Pero le prometí que, desde esa tarde, nunca más haría oración en la cama, fuera de los días que la obediencia me lo tiene ordenado. Desde ayer tarde y por toda la noche no se ha vuelto a separar de mí, pero con una condición: de que callase y durmiese. Así lo hice.

Miércoles, 29 de Agosto
+ Hoy voy a hacer una cosa: quiero escribir una cartita al Cohermano Gabriel; después la consignaré al Ángel de mi Guarda y esperaré la respuesta. Y esto lo haremos sin que Jesús se entere: él mismo me ha dicho que no le dirá nada a Jesús.
Lo he hecho: he escrito una carta bastante larga, en que hablaba de muchas cosas mías, sin dejar una; luego avisé al Ángel de que estaba pronta, que si la quería ... Esta tarde, miérco­les, la he puesto bajo la almohada, y esta mañana [jueves] al levantarme no se me ha ocurrido mirar, porque tenía otra cosa mejor en la cabeza: iba a estar con Jesús.

Jueves, 30 de Agosto
Apenas he vuelto, he mirado y, i cosa curiosa l , la carta - ya no estaba. Digo que es cosa curiosa, porque así lo oigo decir a los demás, que es una cosa extraña ; pero a mí - no me parece. El Ángel de la Guarda me preguntó si esperaha respuesta. Me eché a reir. «!Vaya si la espero!», le dije. «Pues hien - me contes­tó -, hasta el sáhado no podrás recibirla.» Tendremos paciencia, pues, hasta elsáhado.
Entre tanto, estamos en el jueves. Es por la tarde. ¡Oh, Dios!, todos mis pecados se me presentan delante. ¡Qué enormidad! Sí, sahedlo todos: mi vida ha sido hasta ahora una continua sarta de pecados. Veo a cada paso su gran número y la malicia con que los he cometido, pero en especial lo veo el jueves por la tarde, y de una manera tan espantosa se me ponen delante, que me avergüenzo - de mí misma y no me puedo sufrir.
Y entonces, máxime en esa tarde, es el hacer continuamente propósitos y actos de arrepentimiento, cosas en fin que luego no cumplo, volviendo a las andadas. Un poco más de' ánimo, y de valor me parece sentirlo cuando Jesús me pone la corona de es" pinas y me hace sufrir así hasta el viernes; esto lo ofrezco en sufragio de las almas pecadoras, en especial por la mía.

Así sucedió ayer tarde, jueves: me pareció que Jesús ohraha en mí del modo acostumbrado; me colocó la corona de .espinas en la cabeza, causa de tantas penasa mi querido Jesús, y me la dejó por varias horas. Sufrí hastante; pero, qué digo sufrir: gocé. Ese sufrir es gozar. ¡Qué afligidoestaha! ¿ La causa? Los muchos pecados que se cometen, hasta por almas que Él tanto beneficia, pero que, ingratas, le pagan de esa manera. ¡Cuán culpahle me conozco yo tamhién de esta ingratitud! Bien se hahrá quejado Jesús de mí.

Apenas terminada la hora que la ohediencia me tiene seña­Iada, mi Ángel me avisó. ¿Qué hacer? Jesús seguía entretenién­dome, pero hien veía el emharazo en que me encontraha. Me recordó la obediencia, y era menester que yo mandase marchar a Jesús, a fin de no faltar a la obediencia, pues la hora había terminado. «Bueno - dijo Jesús -, dame una señal de que obe­decerás siempre.» Entonces exclamé : «Vete, Jesús, que ahora no te quiero». Jesús, sonriendo, me bendijo, así como a todos los miembros del Colegio [de Jesús], y encomendándome al Ángel de la Guarda, me dejó y con tanta alegría que no podría explicar.

Acostumbro a no dormir en esa noche, porque sigo unida a Jesús, en unión 'más estrecha que de ordinario, y tamhién por­que me suele doler la caheza algo más; estuve velando junta­mente con mi Ángel querido.

Viernes, 31 de Agosto
Corrí la mañana siguiente a recihir la Comunión, pero no pude hahlar nada, estuve todo el tiempo en silencio: el dolor de caheza no me dejaha. ¡Dios mío, cuánto suelo faltar en esto! Jesús no escatimó conmigo - nada, y yo, por no padecer, procuro evitar hasta el más leve movimiento.¿ Qué dirás, oh, Jesús, de esta mi desgana y mala voluntad?

Toda la mañana la pasé descansando. Por la tarde nada me cosió el volar a Jesús: me quitó las espinas y me preguntó si había sufrido mucho. «Oh, Jesús mío - exclamé -, el sufri­miento empieza ahora, cuando tú te alejas. Ayer y hoy he gozado mucho, porque me veía cercana a ti; pero desde ahora hasta que vuelvas, no haré sino padecer,» Le suplicaha: «Ven, Jesús mio, ven más a menudo: seré buena, ohedeceré siempre a todos. Dame gusto, Jesús». Al hablar así, sufría porque Jesús poco a poco me iba faltando.

Al fin, pasado un ratito, me dejó sola y otra vez en el acos tumbrado abandono. Al atardecer me fuí a confesar, y el Con­fesor, creyendo que no estaría bien, porque había sufrido un poco, me mandó ir a la cama inmediatamente apenas entrara en la .habitación, y que durmiese, sin hablar con el Ángel de la Guarda (hay' veces que pasamos hablando horas enteras).

Me fuí a la cama, pero no podía coger el sueño, de la cu­riosidad que tenía: quería preguntar muchas cosas al Ángel de la Guarda y esperaba que él me las dijera por sí mismo, pero, ¡ca!... me dijo varias veces que durmiera. Por fin me adormecí.

Sábado, 1 de Septiembre
Esta mañana, de madrugada, me despertó y me dijo que hoy recihirfa respuesta. «¿Cómo Y»; le pregunté. «Ya lo verás», me dijo riendo.
Todo el día lo he' pasado sin tentación alguna; pero al caer la tarde me sobrevino una de improviso y 'de la manera más re­pugnante. No creo oportuno referirla aquí, porque sería dema­siado ...

¿Quién habría imaginado que mi querida Mamá iba a venir a visitarme? Yo ni siquiera lo pensaba, porque creía que mi mala conducta no se lo permitiría; pero, no obstante, tuvo compasión de mí, y al poco rato me sentí recogida interiormente; luego su­cedió lo de siempre: que se me fué la cabeza. Me hallé con mi Mamá Dolorosa. j Qué felicidad en esos momentos! ¡Qué dulce es proferir entonces el nombre de madre! ¡Qué satisfacción no se siente en esos momentos! Explíquelo quien pueda. Pasados unos momentos de conmoción, me pareció que me tomaba sobre sus rodillas y, haciéndome reclinar la cabeza sobre su seno; me tenía así por un poco de tiempo. Mi corazón se sentía en esos momentos plenamente feliz y contento; no tenía más que desear.

«¿No me amas sino a mi?»; me preguntaba de vez en cuando.
«¡Ah, no! - le respondía -, . antes quaa ti amo a otra persona.» «¿A quién?», me preguntaba, aparentando no saberlo. «Es una persona a quien yo quiero mucho, más que a nadie; la quiero tanto, que en este mismo instante daría mi vida por ella; por ella no me cuido ni de mi euerpo.» «Pero, dime quién es», seguía preguntándome, impaciente. «Si hubieras venido Ia otra tarde, la habrías visto conmigo. Ella viene conmigo muy de tarde en tarde; yo, en cambio, voy a verla todos los días, y aun varias veces al día; si pudiera ... ¿Y sabes, Mamá mía, por qué procede así? Porque quiere probar si soy capaz de amarlo estando así alejado; pero yo, cuanto más Él se aleja, tanto más me siento arrastrada hacia Éb) Volvía a repetirme: «Anda, dime quién es». «No, no te lo digo - replicaba yo- Si vieras, Mamá mía: se parece mucho a ti en la belleza, y su cabello escomo el tuyo.» y mi Mamá, acariciándome, me decía (según me parece): «Pero, ¿a quién te refieres, hija mía» Y yo, ya en voz alta, le dije: «¿No me entiendes? Me refiero a Jesús. A Jesús», repetí todavía más fuerte. Me miró sonriente y me abrazó apretadamente. Luego dijo: «Ámalo, ámalo mucho, y ámale a Él solo». «No temas - le respondí -, que nadie en el mundo podrá gustar de mis afectos, fuera de Jesús».

Nuevamente me abrazó, me pareció que me besaba en la frente; me desperté y me encontré tendida en el suelo, con el Crucifijo cerca.

Quien me lea, vuelvo a repetirlo, que no crea nada de estas cosas, porque todo es pura fantasía; me someto a escribirlo, por­que así lo exige la obediencia; si no, no escribiría nada. Espero que andando el tiempo cese mi repugnancia a escribir ciertas cosas, pero por ahora es cada vez mayor: siento una pena tal que no la puedo sufrir y me parece morir.

Domingo, 2 de Septiembre
Ternura, severidad y reproches del Ángel de la Guarda.
Esta noche he dormido con mi Ángel de la Guarda al lado; al despertar lo he visto junto a mí: me ha preguntado dónde iba. «Con Jesús», le respondí.

Todo el resto del día he pasado muy bien. Pero al anochecer, ¡Dios mío!, no sé qué ha sucedido. El Ángel de la Guarda se ha puesto muy serio y severo; yo no sabía explicarme la causa, pero él, a quien nada puedo ocultarle, con tono severo me ha pre­guntado, al tiempo de ponerme a hacer mis oraciones acostum­bradas, qué hacía. «Estoy rezando», le dije. «¿A quién esperas?», agregó, poniéndose más serio. Yo no pensaba en nadie. Pero le respondí: «Al Cohermano Gabriel. Apenas oyó pronunciar esas palabras, comenzó a reñirme, diciéndome que era inútil que espe­rase, corno también lo era que esperase la contestación apetecida, porque ...

Y aquí me recordó dos pecados que había cometido en el transcurso del día. ¡Dios mío, qué severidad! Pronunció varias veces estas palabras: «Me avergüenzo de ti. Voy a terminar con no. dejarme ya ver, si sigues así. Esta noche no me verás, y tal vez ... acaso ni mañana».

Y me dejó en este estado. Me hizo llorar mucho. Inútil in­tentar entonces pedir perdón ; cuando está tan enfadado no hay posibilidad de que me perdone.

Lunes; 3 de Septiembre
Esta noche no le he vuelto a ver, ni tampoco esta mañana; esta tarde me ha dicho que adorase a Jesús, que estaba solo, y luego ha vuelto a reaparecer.
Esta tarde estaba bastante mejor que ayer tarde; le he pe­dido varias veces perdón, y parecía dispuesto a perdonarme. Esta noche la ha pasado conmigo; me repetía que fuera buena y no f disguste a nuestro Jesús, que cuando esté en su presencia sea todavía mejor y guarde más compostura.


Notas a pie de página

(1) El Diario es un cuaderno de 104 páginas que escribió la Santa ,por orden de su Confesor ordinario, Monseñor Juan Volpi. Habiendo ido a Luca el P. Germán a primeros de septiembre de 1900, aconsejó al Confesor que suspendiera este trabajo, ,:el que, por lo mismo, termina el 3 de septiembre. Pronto, empero, se dió cuenta el ;'buen Padre de cuántas noticias preciosísimas quedaría privado, y quiso enmendar ']0 hecho mandando a la Santa que escribiera su confesión general o autobiografía ,\,(Vita, cap. XIX). El manuscrito se conserva en la Postulación.
(2) Esta fecha, en principio, es puesta por la misma Santa, como también la 'cruz, que a menudo se encuentra 00 sus escritos. En adelante, empero, las fecbas j, na se indican casi, nunca, y resulta, por lo tanto, difícil distinguir las cosas de uno 'u otro día; tanto más que la Santa solía escribir al día siguiente lo que empezara .el anterior, añadiendo a ello, sin transición alguna, lo . que le sucedía en el día , corriente.
(3) Cf. carta 8 al P. Germán.
(4) Irse la cabeza, dormir, significa, en el lenguaje de Gema, perder los sen­tidos y caer en éxtasis. Ya antes de éste, el mismo día 19 de julio de 1900, tuvo la Santa otro éxtasis, que nos ha sido conservado (éxtasis 41).
(5) Hasta las cuatro de la tarde del siguiente día, viernes.
(6) Que no era fantasía, sino que de verdad sufría penas indecibles en la coro- . nación de espinas, nos lo testifican quienes asistieron a tan crnel martirio. Léase la descripción que de él hace el P. Germán en la vida de la Santa, con palabras de
los mismos testimonios (Vit/!, cap. XI). .
(7) . Ayer, viernes; la Santa escribe en sábado (véase el éxtasis 42).
(8) P .. Martín Vallini, franciscano.
(9) De las mismas alabanzas que recibe de Jesús, Gema toma ocasión para humillarse.
(10) Estas palabras, me haría santa, se ven escritas al margen del autógrafo, señal clara de que la Santa las escribió después, para no callar nada al Confesor. Semejante revelación, y aun más clara, se la repitió Jesús a la Santa en marzo de 1901 (ef, carta 55. a Monseñor Volpi).
(11) El Angel, bromeando con esta alma angelical, quería probar al mismo tiempo su obediencia al Confesor, que le había preceptuado irse a la cama y dormir.
(12) La reliquia de la Santa Cruz, que le había sido dada por el Provincial de los Pasionistas, P. Pedro Pablo de la Inmaculada (Moreschíni), . para defenderla' de los asaltos del demonio (ef. Summ. super virtut., n, XI, e. 10).
(13) Despierta, o sea, no enajenada de los sentidos; eran, por lo tanto, visiones sensibles.
(14) Jesús en el cuello, es decir, el Crucifijo o la reliquia de la Santa Cruz.
(15) Debia estar presente la señora Cecilia, quien le había puesto el cinturón de San Gabriel, como dice, poco después la misma Santa, la cual, escribiendo al P. Germán, le decía que esa reliquia la libraba de las tentaciones del demonio y por eso deseaba conservarla (carta 72).
(16) Estaba en éxtasis.
(17) Este razonar con el demonio, por ser peligroso, le fué prohibido por el P. Germán (véase el éxtasis 44, nota 5).
(18) Porque le estaba ordenado por el Confesor.
(19) Véase la carta 1 al P. Germán.
(20) Como se echa de ver, la Santa escribió lo que precede el 25 de julio, y el resto el 26, dejando la misma fecha 25.
(21) P. Norberto de San José, misionero Pasionista.
(22) Fabián del Sagrado Corazón, lego pasionista, que, siendo postulante del vecino retiro del Ángel, paraba a menudo en casa Giannini. La Santa se entretenía de buena gana con este humilde y sencillo religioso, que luego, en los procesos de beatificación, nos ha dejado hermosos testimonios de la virtud de Gema.
(23) Tía paterna. La Santa no estaba todavía habitualmente en casa Gíanníní.
(24) Con las monjas Manteladas, llamadas en Luca Hermanitas [Suorine], con las que Gema pasaba el día cuando estaba ausente de Luca la señora Cecilia.
(25) Fuí buena: con esta expresión quiere Gema significar que logró contenerse de modo. que nada se trasluciese al exterior.
(26) No estaba segura de permanecer inobservada.
(27) Santa María la Blanca, como dicen en Luca, es la iglesia de los Canónigos regulares Lateranenses; la parroquia a que pertenece la casa Giannini.
(28) Ese escrito, esto es, lo que tenía escrito hasta entonces del Diario, y que era conservado por la señora Cecilia.
(29) La Santa había escrito «lunes», pero luego corrigió, queriendo seguir ha­blando del domingo; usa, sin embargo, del tiempo presente y dice «hoy», como si escribiera el mismo domingo.
(30) El Colegio de Jesús, piadosa asociación fundada por el Padre Germán.
(31) Por error, Gema escribe 29.
(32) El hermano Guido, farmacéutico en Baños de San Julián (Luca).
(33) Las señales, o sea las llagas.
(34) Palabras que le había enseñado Jesús para distinguir las apariciones díabó­licas de las celestiales (véase la carta 6 al P. Germán).
(35) Se trata aquí del sueño natural, como aparece por lo que sigue.
(36) La Santa escribía el día después, sábado, 4 de agosto, prosiguiendo el relato de lo que le había sucedido el viernes, 3.
(37) El hecho nos viene mejor contado por la señora Cecilia . en el proceso apostólico de la Santa. «Un día - dice -, estando ya en nuestra casa, serían hacia las tres o las cuatro de la tarde, Gema estaba en éxtasis y en la cama; oí que decía: «!Párate, párate! »,ytemblaba y hacía temblar. toda la cama: .se comprendía que alguíen la pegaba, y debía ser el demonio, pues no había nadie. Yo cogí en­tonces el Crucifijo, agua bendita y estampas, pero de nada servía; cosa etxraña, pues otras veces había visto su buen resultado; entonces le apliqué el escapulario de Nuestra Señora de los Dolores, y Gema exclamó, estando todavía en éxtasis: «Bien, bien, ¿ qué ha sido? ¡Rábiate!. .. », y después de un poco volvió en sí. Yo me había retirado ya a una habitación próxima, como acostumbro cuando veo que va a volver en sí. Al saltar de la 'cama, Gema bajó hacia la huerta con la labor en la mano: estaba haciendo media; al verme me dijo: « ¿ Quiere llevarme a confesar?» Yo le dije: «Vaya, te acabas de confesar esta mañana ¿y quieres que te lleve otra vez? No quiero que vayas a molestar. a estas horas a Monseñor». Me respondió que no podría comulgar, a lo que yo le dije: «] Pues, vaya! No sé qué 'puedes haber hecho desde esta mañana en tan poco tiempo», Nadie había venido, y por lo tanto no había podido tener ocasión ni de hablar ni de enfadarse. «Dímelo a mí, que acaso no es pecado; si es, te Ilevo ,» Entonces comenzó a contar lo que yo había barruntado y que tenía tantas ganas de conocer, o sea lo sucedido cuando me pareció que el demonio la pegaba. Me dijo: «Estaba en la, cama, y el demonio me ha golpeado de tal manera que creí iba a arrancarme los pulmones -- esta fué la frase de Gema-. De repente vi que el demonio se hacía pequeño como un enano; se comía las manos, se arrancaba los pelos, saltó de la cama y fué a colocarse en uno de los lados de la ventana. Yo me reía y dije: «Bien, ¿ qué ha sido? ¡Rábiate!», que son pre­cisamente las palabras que yo había oído; ella decía que no podía comulgar porque había desobedecido, pues el Confesor le tenía prohibido pararse a conversar con el demonio. A lo que yo le dije: «Entonces, ¿por qué te has parado?» Y ella: «Porque gozaba un poquito», La pregunté: «¿ Cómo fué para marcharse luego?» «No lo sé», me dijo. Yo le había quitado el escapulario de encima antes de que volviera en sí, y ella no se había dado cuenta. Entonces le mostré el escapulario, diciendo: «Mira quién te ha librado. Procura ser devota de la Virgen de los Dolores». Ella me lo tomó, se lo puso al cuello y ya no se lo volvió a quitar; con él murió y con él fué enterrada. Yo le dije: «La Comunión puedes hacerla, pero la primera vez que te vayas a confesar dirás en seguida este pecado» (Summar. super uirtut., n6­mero XI, c. 8).
(38) También aquí Gema comienza a escribir el sábado por la tarde, para con­tinuar el domingo siguiente.
(39) Óptima señal para distinguir las apariciones celestiales de las diabólicas, las cuales causan, en cambio, al principio alegría, pero luego dejan en el alma turbación y tristeza.
(40) El coloquio habido con el Angel en el éxtasis 43.
(41) De esta aparición habla también la Santa en la carta 10 al P. Germán.
(42) El monasterio de las Pasionistas que había de fundarse en Luca.
(43) Este mismo día, 9 de agosto de 1900, la señora Cecilia, escribiendo al Padre Germán, le decía lo siguiente: «Hoyes jueves, y esta tarde se dispone a sufrir como si se preparase para una fiesta. Estoy sola; si pudiera estar también usted, . cuántas cosas podría entender' y podría hacerme entender también a mí, que entiendo tan poco ... Los jueves Jesús le da su corona de espinas y se la, aprieta un poco, Y entonces hilillos de sangre comienzan a correr por toda la cara hasta empapar la almohada; así sufre por espacio de una hora; luego Jesús la bendice, como también al sagrado Colegio, y la deja; pero la corona no se la quita, sino que se la deja hasta el viernes; la sangre, empero, no se ve ya, excepto en el momento en que se la quita, que es hacia las tres o las cuatro del viernes; durante este tiempo tiene grandes dolores de cabeza, pero nadie se da cuenta. Y basta ya de esto: me parece que le he dicho demasiado; usted haga lo que le parezca. Ahora le diré que, mañana salgo para Controne, donde permaneceré hasta la Asunción. Gema queda con las Hermanitas durante el día; por la noche va a su casa. Cuando tenga tiempo, le escriba, pues sus cartas le hacen mucho bien, lo mismo que a mí.»
(44) Por la Madre María Teresa, según Gema dice poco después.
(45) La Santa continúa el día siguiente, viernes, 10 de agosto.
(46) Es fácil entender: me voy.
(47) Véase la carta 36 a Monseñor Volpi.
(48) En una habitación, fuera de clausura, en el monasterio de las Manteladas o Hermanitas (véase también la carta 37 a Monseñor Volpi).
(49) Leía las «Glorias de María» de San Alfonso María de Ligorio (cf. carta cit.).
(50) Este místico robo del corazón, que Gema nos cuenta aquí con su acostum­brada sencillez, es también un favor singular que Dios concede alguna vez a almas muy privilegiadas. Así leemos también en la vida de Santa Catalina de. Sena, escrita por el B. Raimundo de Capua, que en una celestial visión le pareció que el eterno Esposo venía como de ordinario a visitarla, y que, abriéndole el pecho por la parte izquierda, le quitaba el corazón y se iba con él, y por esto al confesarse decía a su confesor que ya no tenía corazón; otro día el Señor se le acercó, le abrió nuevamente el pecho del lado izquierdo e, introduciendo en él un corazón que llevaba, le dijo: «Querida hija ; ya que el otro día te quité el corazón, quiero ahora darte el mío, con el que vivirás siempre» (Santa Caterinada Siena nel racconto del suo conjessore il B. Raimondo da Capua. Siena, 1939, págs. 112 ss.). Del mismo modo quitó también Jesús el corazón a Santa Verónica Juliani, dándole en cambio el suyo (P. Giov. Giacomo Romano, Postulatore Capuccino, Vita della Ven. Serva di Dio Suor Veronica Giuliani, Capuccina. Roma, 1776, pág. 141). Santa Margarita M. Alacoque, narrando la célebre visión del 27 de diciembre de 1673, en la que el Esposo celestial la escogía para manifestar al mundo los tesoros. de su Corazón, dice entre otras cosas: «Dicho esto, pidió mi corazón, y yo le .supliqné que lo tomase; El lo tomó, o puso en contacto con su Corazón adorable y me lo hizo ver como átomo imperceptible que se consumía en aquel ardiente fuego; y sacándolo luego en forma de un corazón allamarado, me lo devolvió diciendo: «Ahí tienes,. hija mía querida, una prenda preciosa de mi amor, que pone en tu pecho una centellita de sus vivas llamas, para que te sirva de corazón y te consuma hasta el último instante» .. » (Vita di Santa Margherita Maria Alacoque, Roma, 1920, págs. 93 ss.). Lo mismo se lee en la vida de San Miguel de los Santos, Trinitario descalzo: «Rezaba un día Fr. Miguel, poco satisfecho de su amor hacia Dios, y pedía a Jesús que se dignara mudarle el corazón y darle otro más tierno y sensible a las ternuras del amor divino. Esta amorosísima oración fué tan agradable al Señor, tan favorable­mente acogida, tan largamente oída, que el mismo suplicante no hubiera jamás podido sospechar lo que sucedió. Radiante de luz y con semblante el más dulce que darse pueda, se le apareció Jesucristo, y con su mano, con un toque suavísimo, le arrancó del pecho el corazón, y en su lugar, después de esconderlo en su seno, puso en el de Miguel su propio Corazón divino» (P. Luigi di S. Diego, Trinitario Scalzo, Storia della vita di S. Michele De Sanctis, del medessimo Ordine, Roma, 1863, páginas 81 ss.), De este prodigio hace también mención la Bula de Canonización del Santo, emanada de la Santidad de Pío IX, y aun antes, con ocasión del Decreto sobre las virtudes heroicas, Benedicto XIV, en el panegírico que tuvo en la iglesia de San Carlos de las Cuatro Fuentes, había dicho ser este místico cambio de cora­zones «Una de las mayores pruebas de amor con que Nuestro Señor haya distinguido a algunos de sus más fieles amadores» (ibid., pág. 81).
(51) Despierta, o sea no arrebatada en éxtasis, privada de los sentidos.
(52) La Madre Josefa del Sagrado Corazón (Armellini), monja Pasionista en Tarquinía, A ella escribió Gema diez cartas (véase Epistolario, págs. 317-331).
(53) Ayer, 19; la santa escribe el 20.
(54) Esta visible y solícita asistencia del Ángel de la Guarda a nuestra Santa sirve para demostrarnos lo que el Ángel Custodio hace con cada uno de nosotros de un modo invisible. Semejantes y tan extraordinarias muestras de ternura por parte de los ángeles no son nuevas en la vida de los santos. Baste recordar a San Víctor, celebrado en los escritos de San Bernardo, al que los ángeles guisaban la comida y alegraban la mesa con música suavísima (Monologium Benedictinum, 26 de febrero); y Santa María Francisca de las Cinco Llagas de Jesucristo, terciaria profesa alcantarina, de la cual se lee que, «rendida de una vena que se le había dilatado en el pecho, se veía imposibilitada para hacer nada, y el Arcángel San Miguel la ayudó a meterse en la cama, le cortó el pan, quitándole el cuchido de la mano y di­ciéndole que eso no debía hacerlo ella por el indicado II1otivo» (Vita, escrita por P. D. Bernardo Laviosa, C. R. S., Nápoles, 1864, pág. 92).
(55) Muy parecido es lo que se lee de San Felipe Nerf. Estaba el Santo enfermo y no teniendo Julio Petrucci, que lo asistía, un poco de .azúcar para endulzar. una bebida que le había preparado, «vió de repente presentarse un jovencito, que él no volvió a ver jamás, con un terrón de azúcar en la mano; él, sin pensar en nada" no se cuidó sino de hacer lo que había pensado. Felipe una vez tomada el agua, vol. viéndose del otro lado y serenándose un poquito se' despertó y dijo: «Julio, estoy curado», ,y levantándose por la mañana, siguió ~jerciendo sus funciones. Pensando luego Julio en lo ocurrido, y no viendo más al joven, entendió la bondad de Dios, que había mandado milagrosamente aquel poco de azúcar para so-correr la extrema necesidad de su siervo, creyendo sin duda qUe aquel joven era un ángel del Señor» (Vita, escrita por Pietro Jacomo Bacci Aretino. Roma 1646, pág. 221 s.),
(56) Ayer, miércoles; la Santa escribe el jueves, 23.
(57) No sabía nada, esto es, mostraba no saber. Con un alma tan inocente el Redentor, amabilísimo, se complacía en juguetear.
(58) Como se ve, la Santa sigue escribiendo el día siguiente (véase el éxtasis 44).
(59) Véase el éxtasis 45.
(60) Alude acaso a la carta 39, que pensaba escribir al Confesor.
(61) Véase el éxtasis 46.
(62) Ayer, domingo, 26 de Agosto.
(63) Hice mal, no por haber callado los pecados, sino por haber manifestado todo cuanto de extraordinario le había sucedido.
Diario de Santa Gema Galgani en Español

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