Evangelio según San Lucas 1,46-56. Jueves de la IV Semana de Adviento
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Comentario:
La promesa hecha a nuestros padres - Homilía griega del siglo IV
María dijo: «Mi alma glorifica al Señor, mi Dios; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador... Ha librado a Israel su humilde siervo (Lc 1,54 griego), acordándose de su misericordia, como había prometido a nuestros padres, Abraham y descendencia para siempre».
Ved como la Virgen sobrepasa la perfección del patriarca y confirma la alianza que Dios estableció con Abraham, cuando le dijo: «¿Tal será la alianza entre tú y yo»? (Gn 17,11)... Es el canto de la profecía que la santa Madre de Dios, envía a Dios cuando dice: "Mi alma glorifica al Señor... porque el Todopoderoso hizo en mí obras grandes, santo es su nombre. Haciéndome la Madre de Dios, preserva mi virginidad. En mi seno se recapitula, para ser santificada allí, la plenitud de todas las generaciones. Bendijo a todas las edades, los hombres, las mujeres, los jóvenes, los niños, los viejos "...
«Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes"... Los humildes, los pueblos paganos, que estaban hambrientos de justicia (Mt 5,6), han sido exaltados. Dejando ver su humildad y su hambre de Dios, y solicitando la palabra de Dios, como la Cananea, pide las migajas (Mt 15,27), se han saciado de las riquezas que ocultan los misterios divinos. Porque todos los favores divinos, Cristo Jesús, nuestro Dios, el Hijo de la Virgen, los distribuyó a los paganos. "Acogió a Israel su siervo", no cualquier Israel, sino a su hijo, a quien honra tan alto nacimiento».
Por eso, la Madre de Dios, llama a este pueblo su hijo y su heredero. Dios que encuentra este pueblo agotado y extenuado por la Ley, lo llama a su gracia. Dándole este nombre a Israel, lo levanta, " acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre". Estas palabras resumen todo el misterio de nuestra salvación. Al querer salvar a la humanidad y sellar la alianza establecida con nuestros padres, Jesús " inclinó los cielos y descendió" (Sal. 17,10). Y así se nos manifiesta, entrando por nuestra puerta, con el fin de que pudiéramos verlo, tocarlo y entenderlo.
Homilía griega del siglo IV. Atribuida a San Gregorio Taumaturgo no. 2 ; PG 10, 1156
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
Comentario:
La promesa hecha a nuestros padres - Homilía griega del siglo IV
María dijo: «Mi alma glorifica al Señor, mi Dios; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador... Ha librado a Israel su humilde siervo (Lc 1,54 griego), acordándose de su misericordia, como había prometido a nuestros padres, Abraham y descendencia para siempre».
Ved como la Virgen sobrepasa la perfección del patriarca y confirma la alianza que Dios estableció con Abraham, cuando le dijo: «¿Tal será la alianza entre tú y yo»? (Gn 17,11)... Es el canto de la profecía que la santa Madre de Dios, envía a Dios cuando dice: "Mi alma glorifica al Señor... porque el Todopoderoso hizo en mí obras grandes, santo es su nombre. Haciéndome la Madre de Dios, preserva mi virginidad. En mi seno se recapitula, para ser santificada allí, la plenitud de todas las generaciones. Bendijo a todas las edades, los hombres, las mujeres, los jóvenes, los niños, los viejos "...
«Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes"... Los humildes, los pueblos paganos, que estaban hambrientos de justicia (Mt 5,6), han sido exaltados. Dejando ver su humildad y su hambre de Dios, y solicitando la palabra de Dios, como la Cananea, pide las migajas (Mt 15,27), se han saciado de las riquezas que ocultan los misterios divinos. Porque todos los favores divinos, Cristo Jesús, nuestro Dios, el Hijo de la Virgen, los distribuyó a los paganos. "Acogió a Israel su siervo", no cualquier Israel, sino a su hijo, a quien honra tan alto nacimiento».
Por eso, la Madre de Dios, llama a este pueblo su hijo y su heredero. Dios que encuentra este pueblo agotado y extenuado por la Ley, lo llama a su gracia. Dándole este nombre a Israel, lo levanta, " acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia para siempre". Estas palabras resumen todo el misterio de nuestra salvación. Al querer salvar a la humanidad y sellar la alianza establecida con nuestros padres, Jesús " inclinó los cielos y descendió" (Sal. 17,10). Y así se nos manifiesta, entrando por nuestra puerta, con el fin de que pudiéramos verlo, tocarlo y entenderlo.
Homilía griega del siglo IV. Atribuida a San Gregorio Taumaturgo no. 2 ; PG 10, 1156
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