lunes, 11 de enero de 2010

San Higinio, Papa y mártir - 11 de Enero


San Higinio fue griego de nación, natural de Atenas, hijo de un filósofo, cuyo nombre y genealogía se ignora, quien por su eminente y recomendables prendas ascendió a la cátedra apostólica por muerte de San Telésforo, hacia la mitad del siglo II, en el reinado del emperador Antonino Pío.

En tiempo de su pontificado fueron muchas y graves las calamidades del mundo, y con especialidad del Imperio romano; y atribuyendo los gentiles estos males y castigos a la divina Justicia, a los vicios y delitos de los cristianos; enemigos de sus dioses, con esta falsa preocupación los perseguían de muerte, con el fin de aplacar el enojo de sus ídolos, a quienes suponían gravemente ofendidos.

No menos cruel que la persecución de los paganos fue la que sobrevino a la Iglesia en la época de este Papa por la malignidad de los herejes, que no perdonaban medio alguno para corromper la pureza de la fe y la santidad de las costumbres. Casi todos los enemigos declarados de Jesucristo habían concurrido a Roma con la perversa intención de envenenar la fuente de matriz de la doctrina evangélica, con singular atractivo y cultos modales hacía grandes progresos en su secta, engañando al vulgo con su doctrina afectación de reforma y una muy bien estudiada exterioridad de virtud.

Marción, otro famoso heresiarca, separado de la Iglesia por su mismo padre, obispo después de viudo, no pudiendo conseguir en Roma ser admitido a la comunión de los fieles, por más que se cubrió con la máscara de virtud y austeridad, precipitado por la herejía de Cerdon, añadiendo muchas impiedades a las de aquel perverso maestro, engañó a muchos sencillos y simples con las apariencias de arrepentido y devoto. Contra estos y otros herejes tuvo que luchar Higinio; y como era un hombre de superior ingenio, de eminente sabiduría, de extraordinaria grandeza de alma, de inflexible tesón, y de tanta intrepidez, que miraba con desprecio los mayores peligros, les persiguió hasta exterminarles, y no perdonó diligencia alguna para precaver a su rebaño de la ponzoña con el antídoto oportuno.

Mucho sirvió para la consecución de progresos tan felices San Justino Mártir, luz brillante de su siglo, y después mártir de Jesucristo, quien por aquel tiempo compuso su doctísima Apología en favor de los cristianos, capaz de confundir vergonzosamente a todos los enemigos del Evangelio, teniéndose por dichoso en contribuir a las empresas de tan gran Pontífice, a cuya vigilancia y celo se debió el fervor que en su tiempo acreditaron los fieles a pesar de las persecuciones de los gentiles y esfuerzos de los herejes.

Conseguidos tan recomendables triunfos, aplicó a la reforma del clero en los grados de su jerarquía; porque aunque ésta se hallaba ya establecida desde el tiempo apostólico con varios reglamentos posteriores de disciplina, confundidos unos, y relajados otros con motivo de las persecuciones de Trajano y Adriano, según escribe Baronio, los restituyó y perfeccionó Higinio, ordenando en cada uno de los grados eclesiásticos el modo y forma de ejercer sus respectivas funciones. También estableció muchos decretos útiles, entre ellos varios ritos y ceremonias para la celebración del Santo Sacrificio.

Señaló asimismo que fuese uno el padrino o madrina en el Bautismo, por haberse introducido mayor número, con inhibición de que lo fuese en el sacramento de la Confirmación el del Bautismo. Igualmente mandó que en la consagración de los templos se celebrase el Santo Sacrificio de la Misa, y que las Iglesias no se erigiesen o demoliesen sin licencia de los obispos, prohibiendo que lo cedido para el culto divino sirviese en usos profanos. Tres veces hizo órdenes en el mes de diciembre, en las que creó quince presbíteros, cinco diáconos, y siete obispos para diferentes Iglesias.

Hacía mucho tiempo que suspiraba nuestro Santo por la corona del martirio. Aquel ardiente celo que mostraba en todas sus acciones y providencias por dilatar el reino de Jesucristo, y conservar en su pureza el Sagrado Depósito de la Fe, le hacía acreedor a este favor del cielo; el cual logró con efecto en la persecución de Antonio Pío a los 11 de enero del año 140, después de haber gobernado la nave de la Iglesia cuatro años, tres meses y ocho días, sufriendo infinitos trabajos y fatigas por la defensa de la religión cristiana; y su cuerpo fue sepultado al lado del Príncipe de los Apóstoles.

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