domingo, 18 de octubre de 2009
San Lucas, Evangelista - 18 de octubre
El Santo evangelista Lucas nació en la ciudad Siria de Antioquia. Sus padres no fueron miembros de la raza hebrea, al mismo tiempo el nombre "Lucas" revela en parte que se trata de una forma abreviada del nombre latino "Lucanus." Asimismo, en un pasaje de su Epístola a los Colosenses, el Santo Apóstol Pablo hace una clara distinción entre Lucas y "los que son de la circuncisión," o sea, los judíos (Col. 4:10-15). En sus propios escritos, sin embargo, Lucas demuestra un profundo conocimiento de la ley de Moisés y de las costumbres del pueblo judío. De aquí podemos concluir que Lucas ya había adoptado la religión judía antes de convertirse a Cristo. Además, en su país natal, que era conocido por su floreciente actividad en las artes y ciencias, Lucas había desarrollado su intelecto con numerosos estudios eruditos. De la Epístola a los Colosenses de San Pablo, deducimos que Lucas estudió medicina (Col. 4:14). La tradición señala también que fue pintor. Indudablemente que recibió una excelente educación en general, por la calidad del griego empleado en sus escritos, el cual es mucho más puro y correcto que el de los otros escritores del Nuevo Testamento.
Cuando se corrió el rumor de los milagros y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo desde Galilea hasta Siria y toda la región circundante, Lucas viajó de Antioquia a Galilea, donde el Señor había comenzado a sembrar las semillas de su salvadora enseñanza. Estas semillas encontraron un buen terreno en el corazón de Lucas y dieron frutos cien veces más. El Santo Lucas pronto fue considerado como merecedor de un lugar en el grupo de los setenta Apóstoles y, después de recibir las instrucciones de viaje del Señor y el poder para obrar milagros, fue ante la presencia del Señor Jesucristo, predicando la inminencia del reino de Dios y preparando el camino.
En los días finales de la vida terrenal del Salvador, cuando el Pastor fue abatido y las ovejas de su rebaño se diseminaron, el Santo Lucas permaneció en Jerusalén, lamentándose y llorando por su Señor, que había aceptado voluntariamente el sufrimiento. Con toda probabilidad, Lucas permaneció también "distante" de los demás que conocían a Jesús y miraban al crucificado. Pero pronto su pena se transformó en regocijo, porque el Señor resucitado consoló a Lucas el mismo día de su resurrección, considerándolo digno de ver y conversar con él, tal como el mismo Lucas señala en forma detallada y vívida en su Evangelio (Lc. 24:13-32). Apenado por la muerte de su Maestro y dudando que éste resucitara, lo que una mirófora le había informado, Lucas partió de Jerusalén a Emaus en compañía de Cleofás, otro discípulo del Señor. En el camino a esa ciudad, tuvo el honor de convertirse en el compañero de viaje de él, quien es "el Camino, la Verdad y la Vida." Ambos discípulos caminaban y conversaban entre sí cuando el mismo Jesús les dio alcance y caminó con ellos. El Señor se les apareció, como relata el evangelista Marcos, "de otra manera (Mc. 16:12), y no de la manera en que ellos lo conocían antes." Asimismo, por la especial providencia de Dios, "mas los ojos de ellos estaban embargados" (Lc. 24:16), para que no pudieran reconocer al Señor que se les había aparecido. Ellos suponían que su compañero era uno de los peregrinos que había venido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.
"¿Qué es lo que van conversando juntos por el camino y estáis tristes?" les preguntó el Señor. "¿Eres un extranjero en Jerusalén y no sabes las cosas que han acontecido allí en estos días?" preguntó a su vez Cleofás. "¿Qué cosas?" preguntó de nuevo Jesús. "En relación a Jesús de Nazaret, que fue un profeta, de poderosas acciones y palabras ante Dios y toda la gente; y sobre cómo los sumos sacerdotes y nuestros gobernantes lo han condenado a muerte haciéndolo crucificar. Pero esperamos que sea El quien haya salvado a Israel; y aparte de todo esto, hoy es el tercer día desde que pasaron estas cosas. Sí, y algunas mujeres también de nuestro grupo nos hizo asombrar, ellas estuvieron temprano en el sepulcro; y cuando no encontraron el cuerpo de Jesús, salieron diciendo que habían visto una visión de ángeles, que decían que él estaba vivo. Algunos que estaban con nosotros fueron al sepulcro y hallaron todo tal como habían dicho las mujeres, pero a El no lo vieron."
Entonces el Señor les dijo: "Oh necios e incrédulos de todo lo que los profetas han dicho." "¿Acaso Cristo no debe haber sufrido estas cosas y entrar a la gloria?" Entonces el Señor comenzó a explicarles, comenzando con Moisés, pasajes de todos los profetas que hablaron de El en las Escrituras. Así, conversando con el Señor, los discípulos llegaron a Emmaus sin siquiera darse cuenta de ello; y como su conversación les resultaba agradable y su compañero supuestamente iba a un lugar más lejano, le pidieron que se quedara con ellos, diciendo: "Quédate con nosotros; porque se está anocheciendo y el día ya se ha ido."
De esta forma el Señor entró al pueblo y se quedó con ellos en una casa. Cuando se reclinó con ellos para cenar, él tomó un pedazo de pan de la mesa y, luego de bendecirlo, lo partió y se los dio. Tan pronto como el Señor hizo esto, sus discípulos lo reconocieron inmediatamente. Con toda probabilidad, el Señor había realizado anteriormente esta acción en presencia de sus discípulos; asimismo, éstos pudieron haberlo reconocido por las heridas de los clavos que habían perforado sus manos. Pero en ese momento el Señor se desapareció ante los ojos de ellos, quienes se dijeron entre sí: "¿No se consumió nuestro corazón dentro de nosotros, mientras que El hablaba con nosotros en el camino y nos abrió las Escrituras?" (Lucas 24:13-35).
Con el deseo de compartir su alegría con los demás discípulos del Señor, Lucas y Cleofás dejaron inmediatamente la comida y partieron hacia Jerusalén. Allí encontraron a los Apóstoles y los demás discípulos que estaban reunidos en una casa, y naturalmente les anunciaron de inmediato a éstos que Cristo había resucitado y que ellos habían conversado con él. Por su parte, los Apóstoles les confirmaron que el Señor había resucitado realmente y se le había aparecido a Simón. Después Lucas y Cleofas narraron en detalle todo lo sucedido en el camino y cómo habían reconocido a Cristo el Señor cuando partía el pan. Repentinamente, en medio de la conversación se apareció ante los Apóstoles el mismo Señor resucitado, y les concedió la paz y calmó sus turbados corazones. Para convencer a aquellos que pensaban que lo que estaban viendo no era sólo el alma de su maestro muerto, el Señor les mostró las heridas que le habían hecho los clavos en sus manos y pies, comiendo luego un poco de alimento. Después el evangelista Lucas fue nuevamente honrado con escuchar del Señor una explicación de todo lo dicho por el Señor en las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento, recibiendo el don de comprender las Escrituras (Lc. 24:18-49).
Después de la Ascensión del Señor, el Santo Lucas se quedó con los demás Apóstoles en Jerusalén durante un tiempo; pero después se fue, según afirma la tradición, a Antioquia, su ciudad natal, en donde ya había muchos cristianos. En su camino a esta ciudad, pasó por Sebaste, la principal ciudad de Samaria. Allí proclamó las buenas nuevas de la llegada del Mesías, en donde también encontró las intactas reliquias de San Juan el Bautista. Cuando llegó el momento de partir de Sebaste, el Santo Lucas quiso llevarse consigo estos restos a su tierra natal, pero los cristianos del lugar, que honraban fervorosamente al Bautista del Señor, no le permitieron sacar las sagradas reliquias. Entonces San Lucas sacó sólo el brazo derecho, bajo el cual Cristo había inclinado su cabeza cuando recibió el bautismo de Juan. Con su invalorable tesoro el Santo Lucas llegó a su tierra natal, para gran alegría de los cristianos de Antioquia, ciudad que abandonó sólo después que se hizo compañero de viaje y colaborador del Santo Apóstol Pablo, quien, en palabras de varios escritores antiguos, era incluso uno de sus parientes. Esto sucedió durante el segundo viaje misionero del Apóstol Pablo. Por ese tiempo, San Lucas y el Apóstol Pablo viajaron a Grecia a predicar el Evangelio; pero el Apóstol dejó al santo evangelista con los gentiles, para establecer y organizar la iglesia en la ciudad Macedonia de Filipos; desde entonces, el Santo Lucas trabajó durante varios años difundiendo el cristianismo en todos aquellos lugares.
Cuando el Apóstol Pablo visitó nuevamente Filipos, al final de su tercer viaje misionero, Lucas partió a Corinto, por orden de aquél y a instancias de todos los fieles, a fin de recolectar limosnas para los cristianos pobres de Palestina. Una vez que concluyó la tarea encomendada, San Lucas partió con el Apóstol Pablo hacia Palestina, visitando en su camino las iglesias de las islas del archipiélago Egeo, a lo largo de la costa del Asia Menor, en Fenicia y Judea. Cuando el Apóstol Pablo fue encarcelado en la ciudad de Cesárea de Palestina, San Lucas permaneció a su lado, no dejándolo ni siquiera cuando aquél fue enviado a Roma para ser juzgado ante el César. Junto al Apóstol Pablo, soportó todas las dificultades de su viaje por mar, perdiendo casi la vida. (Hechos de los Apóstoles, cap. 27 y 28).
Al llegar a Roma, el Santo Lucas permaneció siempre al lado del Apóstol; asimismo, junto a Marcos, Aristarco y varios otros compañeros de los Apóstoles, anunció a Cristo en la ciudad principal del mundo antiguo (esto se desprende de la información dada en la Epístola de San Pablo a Filemón). En Roma, el Santo Lucas escribió su Evangelio y el Libro de los Hechos de los Apóstoles. En este Evangelio describe la vida terrenal de nuestro Señor Jesucristo, no sólo en base a lo que él mismo vio o escuchó, sino tomando también en cuenta todo lo que entregaron "los que desde un comienzo fueron testigos y ministros de la Palabra" (Lc. 1:2). el Santo Apóstol Pablo lo guió en su tarea y aprobó posteriormente el Evangelio escrito por San Lucas. El Libro de los Hechos de los Apóstoles fue escrito de la misma manera, según dice la tradición de la Iglesia, por orden del Apóstol Pablo.
Luego de permanecer dos años encadenado en las mazmorras de Roma, el Apóstol Pablo fue dejado en libertad; éste abandonó Roma y se dedicó a visitar las numerosas iglesias que había fundado antes. En esta ocasión el Santo Lucas también fue su compañero. Sin embargo, poco después el emperador Nerón inició una cruel persecución en contra de los cristianos de Roma, por lo cual Pablo regresó a esta ciudad, a fin de poder alentar, con su predicación y ejemplo, a la Iglesia perseguida, afirmarla y compartir con los fieles, si esto complacía a Dios, la corona del martirio. Pronto fue arrestado por los paganos y encarcelado nuevamente. Tampoco en esta oportunidad se olvidó el Santo Lucas de su maestro; entre todos los colaboradores de los Apóstoles, él permaneció solo a su lado durante ese período de tiempo tan terrible que el Apóstol se comparó a una víctima predestinada a ser sacrificada. "Ahora estoy listo para ser ofrecido — escribía a su discípulo Timoteo — y está muy cerca el momento de mi partida. Porque Demas me ha desamparado, amando este siglo; y se ha ido a Tesalónica; Crescente a Galacia, Tito a Dalmacia. Lucas sólo está conmigo" (II Tim. 4:6, 10-1 .
Es bastante probable que Lucas haya sido también testigo del martirio del Apóstol Pablo en Roma. Después del descanso de su maestro, el Santo Lucas difundió el Evangelio de Cristo, según señala la tradición de la Iglesia, en Italia, Dalmacia, Galia y, especialmente, en Macedonia, en donde había trabajado antes durante varios años. También evangelizó Acaya, que limita con Macedonia.
Cuando tenía una edad bastante avanzada, el Apóstol Lucas emprendió un viaje al lejano Egipto, donde trabajó arduamente y pasó por muchas aflicciones por el Santo nombre de Jesús. Atravesando primero toda Libia, llegó a Egipto, en donde en la Tebaída convirtió a muchos a Cristo. En la ciudad de Alejandría ordenó como obispo a un tal Abilio como sucesor de Annas, quien había sido ordenado por el evangelista Marcos y realizado su ministerio durante veintidós años. Al regresar a Grecia, estableció nuevamente iglesias allí, principalmente en Beocia, ordenó sacerdotes y diáconos y sanó a enfermos de cuerpo y alma. Al igual que su amigo y consejero, el Apóstol Pablo, San Lucas peleó la buena batalla, concluyendo su recorrido y manteniendo la fe. A la edad de ochenta y cuatro años, murió como mártir en Acaya, crucificado a un olivo en lugar de una cruz. Su precioso cuerpo fue enterrado en Tebas, la principal ciudad de Beocia, en donde sus sagradas reliquias, que produjeron numerosas curaciones, se irían a encontrar recién en la segunda mitad del siglo IV, las que posteriormente fueron trasladadas a Constantinopla, capital del Imperio de Oriente.
El lugar de las reliquias del Santo Apóstol Lucas se conoció en el siglo IV debido a las curaciones que allí se obraban. Gracias a ellas se realizaron numerosas curaciones en los que sufrían de males a los ojos. El emperador Constantino, hijo del Santo emperador Constantino el Grande, de igual clase que los Apóstoles, al saber por el obispo de Acaya que el cuerpo de San Lucas yacía en Tebas, envió a Artemio, entonces prefecto de Egipto, para que trasladara las reliquias del Santo Lucas a la capital, tarea que Artemio llevó a cabo con gran solemnidad.
Durante el traslado de las sagradas reliquias de San Lucas de la costa a la iglesia, se produjo un hecho milagroso. Uno de los chambelanes imperiales, un eunuco de nombre Anatolio, sufría de una enfermedad incurable. Este había gastado gran cantidad de dinero en médicos, pero sin lograr resultados; sin embargo, cuando se acercó a las preciosas reliquias del Apóstol Lucas con fe en su milagroso poder, le pidió al Santo que lo sanara. Se aproximó al venerado relicario del Santo y ayudó a cargarlo, en la medida de sus posibilidades. Entonces, el mal lo abandonó antes de dar siquiera algunos pasos. Al ver esto, regocijado siguió cargando el precioso relicario hasta la iglesia de los Santos Apóstoles, en donde los restos de San Lucas fueron guardados bajo el altar, junto con las reliquias de los Santos Apóstoles Andrés y Timoteo. Allí, sus restos se convirtieron en una fuente de milagros y fueron venerados con especial afecto por los cristianos ortodoxos.
Los escritores de la antigua Iglesia señalan que San Lucas fue el primero en pintar, accediendo el piadoso deseo de los primeros cristianos, la imagen de la santísima Madre de Dios sosteniendo en sus brazos al Niño preeterno, nuestro Señor Jesucristo. Después pintó también otros dos íconos de la santísima Madre de Dios, a quien se los llevó para que ésta los aprobara. Al ver los íconos, ella dijo: "¡Que la gracia de él, que nació de mí, y mi misericordia estén con estos íconos!"
También el Santo Lucas pintó en tablas imágenes de los preeminentes Santos Apóstoles Pedro y Pablo, siendo así el iniciador de la buena obra de la iconografía, para la gloria de Dios, la Deípara y todos los Santos, para la decoración de las santas iglesias y la salvación de los fieles que los veneran con devoción. Amén.
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