Gracias del misterio de la Visitación, descended a mi alma y dadle una perfecta caridad con nuestro prójimo.
Dios Todopoderoso, Tu que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel; concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo de Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida.
1. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. (Lc. 1, 39-40).
2. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el Niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. (Lc. 1, 41).
3. Y en alta voz exclamó: ¡Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!. (Lc. 1, 42).
4. Bienaventurada Tú que has creído, porque tendrán cumplimiento en Ti las promesas que se han hecho de parte del Señor. (Lc. 1, 45).
5. Entonces María dijo: mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador. Porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava. (Lc. 1, 46-48).
6. Mirad: ya desde ahora me aclamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha obrado en mi cosas estupendas Aquél que es poderoso. (Lc. 1, 48, 49).
7. Santo es su Nombre y su misericordia alcanza en generaciones a los que le temen. (Lc. 1, 49-50).
8. Después la fuerza de su brazo dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. (Lc. 1, 51).
9. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. (Lc. 1, 52).
10. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. (Lc. 1, 53).
El segundo misterio se refiere al tiempo que sigue al mensaje del ángel, anuncio que tan dichoso y angustioso fue, a la vez, para María. Ninguna mujer vivió una felicidad comparable a la suya. Pero tampoco ninguna fue encerrada jamás en un silencio semejante, pues ¿cómo podía contar lo sucedido de modo que otras personas pudieran creerla? Ni siquiera la comprenderá aquel a quien se ha prometido de por vida –y él menos que nadie, porque lo sucedido le afecta de forma especialmente honda-. Aquí comienza la seriedad de la entrega. Para honor y deshonor, para vida y para muerte, María está en las manos de Dios. En su apuro, sale de casa y va por la montaña a visitar a Isabel, la mujer maternal a la que le une, manifiestamente, una vieja confianza. Ella, así lo espera esta joven desazonada, entenderá lo que ha sucedido. Y así ocurre realmente, porque el mismo Espíritu que está operando el misterio en María llena también a Isabel, de forma que, antes de que María diga algo, ella conoce la verdad: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42)… Todo el misterio está lleno de la interioridad indecible en la que María lleva la vida humano-divina, le da la suya y recibe la que ha concebido.
En toda existencia cristiana se da el ámbito santo del “llegar a ser”, en el cual Cristo vive, y nos es más íntimo de lo que podemos serlo con nosotros mismos. Ahí actúa y crece; se adueña de nuestro ser, atrae nuestras fuerzas hacia él, penetra en nuestro pensamiento y nuestra voluntad, gobierna nuestras emociones y sensaciones para que se cumpla lo dicho por el apóstol: Y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí (Gal 2, 20).
Guardini, Romano, Orar con... El Rosario de Nuestra Señora, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2008, p. 109.
El motivo de la visita se halla también en el hecho de que, durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo significativo a Isabel, que en edad avanzada había concebido de su marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios: « Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible a Dios »(Lc 1, 36-37). El mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la pregunta de María: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? » (Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el « poder del Altísimo », como y más aún que en el caso de Isabel.
Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, « llena de Espíritu Santo », a su vez saluda a María en alta voz: « Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno » (cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: « ¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? »(Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: « saltó de gozo el niño en su seno » (Lc 1, 44). EL niño es el futuro Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.
En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! » (Lc 1, 45).28 Estas palabras se pueden poner junto al apelativo « llena de gracia » del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque « ha creído ». La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.
Martínez Puche, José A., El Rosario de Juan Pablo II, Edibesa, Madrid, 2003, p. 8.
Dios Todopoderoso, Tu que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel; concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo de Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida.
1. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. (Lc. 1, 39-40).
2. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el Niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. (Lc. 1, 41).
3. Y en alta voz exclamó: ¡Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!. (Lc. 1, 42).
4. Bienaventurada Tú que has creído, porque tendrán cumplimiento en Ti las promesas que se han hecho de parte del Señor. (Lc. 1, 45).
5. Entonces María dijo: mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador. Porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava. (Lc. 1, 46-48).
6. Mirad: ya desde ahora me aclamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha obrado en mi cosas estupendas Aquél que es poderoso. (Lc. 1, 48, 49).
7. Santo es su Nombre y su misericordia alcanza en generaciones a los que le temen. (Lc. 1, 49-50).
8. Después la fuerza de su brazo dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. (Lc. 1, 51).
9. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. (Lc. 1, 52).
10. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. (Lc. 1, 53).
El segundo misterio se refiere al tiempo que sigue al mensaje del ángel, anuncio que tan dichoso y angustioso fue, a la vez, para María. Ninguna mujer vivió una felicidad comparable a la suya. Pero tampoco ninguna fue encerrada jamás en un silencio semejante, pues ¿cómo podía contar lo sucedido de modo que otras personas pudieran creerla? Ni siquiera la comprenderá aquel a quien se ha prometido de por vida –y él menos que nadie, porque lo sucedido le afecta de forma especialmente honda-. Aquí comienza la seriedad de la entrega. Para honor y deshonor, para vida y para muerte, María está en las manos de Dios. En su apuro, sale de casa y va por la montaña a visitar a Isabel, la mujer maternal a la que le une, manifiestamente, una vieja confianza. Ella, así lo espera esta joven desazonada, entenderá lo que ha sucedido. Y así ocurre realmente, porque el mismo Espíritu que está operando el misterio en María llena también a Isabel, de forma que, antes de que María diga algo, ella conoce la verdad: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42)… Todo el misterio está lleno de la interioridad indecible en la que María lleva la vida humano-divina, le da la suya y recibe la que ha concebido.
En toda existencia cristiana se da el ámbito santo del “llegar a ser”, en el cual Cristo vive, y nos es más íntimo de lo que podemos serlo con nosotros mismos. Ahí actúa y crece; se adueña de nuestro ser, atrae nuestras fuerzas hacia él, penetra en nuestro pensamiento y nuestra voluntad, gobierna nuestras emociones y sensaciones para que se cumpla lo dicho por el apóstol: Y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí (Gal 2, 20).
Guardini, Romano, Orar con... El Rosario de Nuestra Señora, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2008, p. 109.
El motivo de la visita se halla también en el hecho de que, durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo significativo a Isabel, que en edad avanzada había concebido de su marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios: « Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible a Dios »(Lc 1, 36-37). El mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la pregunta de María: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? » (Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el « poder del Altísimo », como y más aún que en el caso de Isabel.
Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, « llena de Espíritu Santo », a su vez saluda a María en alta voz: « Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno » (cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: « ¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? »(Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: « saltó de gozo el niño en su seno » (Lc 1, 44). EL niño es el futuro Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.
En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! » (Lc 1, 45).28 Estas palabras se pueden poner junto al apelativo « llena de gracia » del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque « ha creído ». La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.
Martínez Puche, José A., El Rosario de Juan Pablo II, Edibesa, Madrid, 2003, p. 8.
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