Evangelio según San Lucas 10,21-24. Martes de la primera semana de Adviento
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".
Comentario:
“Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis ahora” - San Alfonso Maria de Ligorio
Consideremos que después de tantos siglos, tantos deseos y oraciones, el Mesías, al que ni los patriarcas ni los profetas vieron, "el Deseado de las naciones" (Ag 2,7 Vulg), el Deseo de las colinas eternas, nuestro Salvador, vino por fin: "nació, se nos dio por entero" (Is 9,5).
El Hijo de Dios se hizo pequeño para darnos su grandeza; se nos entregó, con el fin de que nosotros nos entregáramos a él; vino a demostrarnos su amor, con el fin de que respondamos al suyo con el nuestro. Acojámoslo pues con afecto, amémoslo, recurramos a él en todas nuestras necesidades...
Jesús vino bajo la apariencia de un niño, para mostrarnos su gran deseo de colmarnos de sus bienes. Entonces "en él están encerrados todos los tesoros" (Col. 2,3); su Padre celeste "lo ha puesto todo en sus manos" (Jn 3,35; 13,3). ¿Deseamos la luz? Ha venido a alumbrarnos. ¿Deseamos más fortaleza, para resistir a nuestros enemigos? Vino a fortalecernos. ¿Deseamos el perdón y la salvación? Vino a perdonarnos y salvarnos. ¿Deseamos en fin el don supremo, el don del amor divino? Ha venido a abrasar nuestros corazones. Por todo esto se hizo niño: quiso mostrársenos en un estado muy pobre y muy humilde, para desterrar de nosotros todo temor y ganar mejor nuestro afecto...
Todos los niños provocan el afecto de quien les ve; entonces ¿quién no amará con gran ternura a un Dios hecho niño, alimentado con un poco de leche, tiritando de frío, pobre, despreciado, abandonado, lloroso y gimiente en un pesebre, sobre paja? Este espectáculo empujaba a san Francisco a exclamar: "¡Amemos al Niño de Belén!" Venid, cristianos, venid a adorar a un Dios hecho niño, que se ha hecho pobre por nosotros, un Dios todo amor, bajado del cielo para dársenos por entero.
San Alfonso Maria de Ligorio (1696-1787), obispo, fundador de los Redentoritas, doctor de la Iglesia. Tercera meditación para la Novena de Navidad
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".
Comentario:
“Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis ahora” - San Alfonso Maria de Ligorio
Consideremos que después de tantos siglos, tantos deseos y oraciones, el Mesías, al que ni los patriarcas ni los profetas vieron, "el Deseado de las naciones" (Ag 2,7 Vulg), el Deseo de las colinas eternas, nuestro Salvador, vino por fin: "nació, se nos dio por entero" (Is 9,5).
El Hijo de Dios se hizo pequeño para darnos su grandeza; se nos entregó, con el fin de que nosotros nos entregáramos a él; vino a demostrarnos su amor, con el fin de que respondamos al suyo con el nuestro. Acojámoslo pues con afecto, amémoslo, recurramos a él en todas nuestras necesidades...
Jesús vino bajo la apariencia de un niño, para mostrarnos su gran deseo de colmarnos de sus bienes. Entonces "en él están encerrados todos los tesoros" (Col. 2,3); su Padre celeste "lo ha puesto todo en sus manos" (Jn 3,35; 13,3). ¿Deseamos la luz? Ha venido a alumbrarnos. ¿Deseamos más fortaleza, para resistir a nuestros enemigos? Vino a fortalecernos. ¿Deseamos el perdón y la salvación? Vino a perdonarnos y salvarnos. ¿Deseamos en fin el don supremo, el don del amor divino? Ha venido a abrasar nuestros corazones. Por todo esto se hizo niño: quiso mostrársenos en un estado muy pobre y muy humilde, para desterrar de nosotros todo temor y ganar mejor nuestro afecto...
Todos los niños provocan el afecto de quien les ve; entonces ¿quién no amará con gran ternura a un Dios hecho niño, alimentado con un poco de leche, tiritando de frío, pobre, despreciado, abandonado, lloroso y gimiente en un pesebre, sobre paja? Este espectáculo empujaba a san Francisco a exclamar: "¡Amemos al Niño de Belén!" Venid, cristianos, venid a adorar a un Dios hecho niño, que se ha hecho pobre por nosotros, un Dios todo amor, bajado del cielo para dársenos por entero.
San Alfonso Maria de Ligorio (1696-1787), obispo, fundador de los Redentoritas, doctor de la Iglesia. Tercera meditación para la Novena de Navidad
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