Amándole, sois casta;
abranzándole, os haréis más pura;
aceptándolo, sois virgen.
Su poder es más fuerte, su generosidad más alta,
su aspecto más hermoso, su amor más suave,
y todo su porte más elegante.
Y ya os abraza estrechamente Aquel
que ha adornado vuestro pecho con piedras preciosas,
y ha puesto en vuestras orejas por pendientes
unas perlas de inestimable valor,
y os ha cubierto con profusión de joyas resplandecientes,
envidia de la primavera,
y os ha ceñido las sienes
con una corona de oro, forjada con el signo de la santidad
¡Oh pobreza bienaventurada,
que da riquezas eternas a quienes la aman y abrazan!
¡Oh pobreza santa,
por la cual, a quienes la poseen y desean,
Dios les promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3),
y sin duda alguna les ofrece la gloria eterna
y la vida bienaventurada!
¡Oh piadosa pobreza,
a la que se dignó abrazar con predilección el Señor Jesucristo,
el que gobernaba y gobierna cielo y tierra,
y, lo que es más, lo dijo y todo fue hecho (Sal 32; 9; 148,5)!
En efecto, las zorras -dice el mismo Cristo- tienen sus madrigueras, y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Mt 8,20), sino que, inclinándola, entregó su espíritu (Jn 19,30).
Pues si un Señor tan grande y de tal calidad, encarnándose en el seno de la Virgen, quiso aparecer en este mundo como un hombre despreciado, necesitado y pobre, para que los hombres, pobrísimos e indigentes, con gran necesidad del alimento celeste, se hicieran en él ricos por la posesión del reino de los cielos, alegraos Vos y saltad de júbilo, colmada de alegría espiritual y de inmenso gozo, pues Vos, al preferir el desprecio del siglo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, y guardar cuidadosamente los tesoros en el cielo y no en la tierra, allí donde ni la herrumbre los corroe, ni los come la polilla, ni los ladrones los descubren y roban (cf. Mt 6,20), os habéis asegurado una recompensa copiosísima en los cielos y habéis merecido dignamente ser hermana, esposa y madre del Hijo del Altísimo Padre y de la Virgen gloriosa» (1 CtaCl 15-24)
abranzándole, os haréis más pura;
aceptándolo, sois virgen.
Su poder es más fuerte, su generosidad más alta,
su aspecto más hermoso, su amor más suave,
y todo su porte más elegante.
Y ya os abraza estrechamente Aquel
que ha adornado vuestro pecho con piedras preciosas,
y ha puesto en vuestras orejas por pendientes
unas perlas de inestimable valor,
y os ha cubierto con profusión de joyas resplandecientes,
envidia de la primavera,
y os ha ceñido las sienes
con una corona de oro, forjada con el signo de la santidad
¡Oh pobreza bienaventurada,
que da riquezas eternas a quienes la aman y abrazan!
¡Oh pobreza santa,
por la cual, a quienes la poseen y desean,
Dios les promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3),
y sin duda alguna les ofrece la gloria eterna
y la vida bienaventurada!
¡Oh piadosa pobreza,
a la que se dignó abrazar con predilección el Señor Jesucristo,
el que gobernaba y gobierna cielo y tierra,
y, lo que es más, lo dijo y todo fue hecho (Sal 32; 9; 148,5)!
En efecto, las zorras -dice el mismo Cristo- tienen sus madrigueras, y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Mt 8,20), sino que, inclinándola, entregó su espíritu (Jn 19,30).
Pues si un Señor tan grande y de tal calidad, encarnándose en el seno de la Virgen, quiso aparecer en este mundo como un hombre despreciado, necesitado y pobre, para que los hombres, pobrísimos e indigentes, con gran necesidad del alimento celeste, se hicieran en él ricos por la posesión del reino de los cielos, alegraos Vos y saltad de júbilo, colmada de alegría espiritual y de inmenso gozo, pues Vos, al preferir el desprecio del siglo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, y guardar cuidadosamente los tesoros en el cielo y no en la tierra, allí donde ni la herrumbre los corroe, ni los come la polilla, ni los ladrones los descubren y roban (cf. Mt 6,20), os habéis asegurado una recompensa copiosísima en los cielos y habéis merecido dignamente ser hermana, esposa y madre del Hijo del Altísimo Padre y de la Virgen gloriosa» (1 CtaCl 15-24)
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