Vueltos al Señor, Dios Padre omnipotente, con corazón puro, démosle gracias tan honda y sinceramente como permita nuestra pequeñez: suplicando con toda el alma a su extraordinaria mansedumbre que se digne hacer de su beneplácito escuchar nuestras oraciones; también que, con su fuerza, expulse al enemigo de nuestros actos y raciocinios, multiplique nuestra fe, gobierne nuestra mente, conceda pensamientos espirituales y nos lleve a su felicidad por Jesucritos, su Hijo.
Amén.
Amén.
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