viernes, 14 de septiembre de 2012

El Dulce Nombre de María - 14 de septiembre


Evangelio según San Juan 3,13-17. Fiesta de la Cruz Gloriosa


Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.




Comentario:



La cruz, un puente echado sobre el abismo de la muerte - San Efrén




Nuestro Señor fue pisoteado por la muerte, pero él, a su vez, pisoteó la muerte, trazando un camino que aplasta a la muerte. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor “salió cargado con su cruz” (Jn 19,17). Pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos que yacían en el abismo...

Él es el admirable “hijo del carpintero” (Mt 13,55) que, sobre el carro de su cruz vino hasta la gola voraz del país de los muertos, y condujo así al género humano a la mansión de la vida (Col 1,13). Y la humanidad entera, que a causa del árbol del paraíso había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol pues en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que reconozcamos en él al jefe ante el cual no resiste nada de lo que ha sido creado.

¡Gloria a ti que con tu cruz has echado un puente sobre el abismo de la muerte para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida!... ¡Gloria a ti que asumiste el cuerpo de Adán, mortal, e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales! ¡Sí, tú vives para siempre! Tus verdugos se comportaron contigo como unos agricultores: sembraron tu vida en las profundidades de la tierra como se entierra el grano de trigo, para que luego brotara e hiciera levantar con él a muchos granos (Jn 12,24).

Venid, hagamos de nuestro amor como un incensario inmenso y universal; elevemos cánticos y plegarias a aquel que ha hecho de su cruz un incensario a la Divinidad y, por su sangre, nos ha colmado de riquezas.


San Efrén (hacia 306-373), diácono en Siria, doctor de la Iglesia. Homilía sobre nuestro Señor

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