martes, 21 de febrero de 2012

Evangelio del día 21 de febrero de 2012


Evangelio según San Marcos 9,30-37. Martes de la séptima semana del tiempo ordinario


Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará". Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?". Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos". Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".



Comentario:


"El que acoge en mi nombre a un niño como éste, es a mí a quien acoge" - Cardenal Joseph Ratzinger (SS Benedicto XVI)



Hemos de recordar que el título de nobleza teológica central de Jesús es "el Hijo". ¿En qué medida esta designación fue prefigurada ya lingüísticamente, en la manera en la que Jesús mismo se presentó?... Sin duda intentó resumir en una palabra la impresión general que daba su vida; la orientación de su vida, su raíz y su punto de origen tenía como nombre " Abba " - papá. Sabía que nunca estaba solo; hasta en su último grito en la cruz se dirige por entero al Otro, al que llama Padre. Esto es lo que hizo posible que su verdadero título de nobleza no sea finalmente "Rey" ni "Señor" ni otros atributos de poder, sino una palabra que también podríamos traducir por "niño".
Entonces, podemos decir que si el niño ocupa un lugar eminente en la predicación de Jesús, es porque está en consonancia con su misterio más personal, su filiación. Su mayor dignidad que le lleva a su divinidad, no es, al final, un poder que posee por si mismo; sino que consiste en el hecho de volver al Otro—a Dios Padre...
El hombre quiere hacerse Dios (Gn 3,5) y debe llegar a él. Pero cada vez que, como en el eterno dialogo con la serpiente del Paraíso, él trata de alcanzarlo, librándose allí de la tutela de Dios y de su creación para no apoyarse más que en sí mismo e instalarse en sí mismo; cada vez que, en una palabra, se vuelve completamente adulto, completamente emancipado, y cada vez que rechaza la infancia como estado de vida, desemboca en la nada, porque se opone a su propia verdad que es dependencia. Solamente ha de conservar lo más esencial de la infancia y la existencia de hijo, vivida primero por Jesús, para entrar con el Hijo en la divinidad.


Cardenal Joseph Ratzinger [Papa Benedicto XVI]- El Dios de Jesucristo

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