miércoles, 30 de noviembre de 2011

Evangelio del día 30 denoviembre de 2011


Evangelio según San Mateo 4,18-22. San Andrés, apóstol - Fiesta


Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.


Comentario:


«Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres» - Liturgia bizantina





Cuando has oído la voz del Precursor... cuando el Verbo se hizo carne y trajo la Buena Nueva de salvación a la tierra, tu le seguiste a su casa ofreciéndote a ti mismo como primicia; como primera ofrenda a Aquel que acabas de conocer, y lo muestras a tu hermano como nuestro Dios (Juan 1:35-41): pidiéndole que salve e ilumine vuestras almas...
Tú abandonas la pesca de peces, por la pesca de los hombres, con la caña de la predicación y el anzuelo de la fe. Has alejado a todos los pueblos del abismo del error, Andrés, hermano del jefe del coro de los Apóstoles, cuya voz suena para instruir a todo el mundo. Ven a iluminar a los que celebran tu dulce recuerdo, a aquellos que están en las tinieblas
Andrés, el primero de entre tus discípulos, Señor, llamado a imitar tu pasión, y también tu muerte. Por tu cruz ha sacado del abismo de la ignorancia a los que se pierden otra vez, para traerlos a ti. Por eso te que cantamos, Señor de bondad: por su intercesión, da la paz a nuestras almas...
Alégrate, Andrés, que pregonas por todas partes la gloria de nuestro Dios, (Sal 18,2). Tú el primero, has respondido a la llamada de Cristo y has llegado a ser su íntimo compañero, imitando su bondad, reflejas su claridad en los que moran en las tinieblas. Por eso celebramos tu festividad y cantamos: "A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje» (Sal 18,5).


Liturgia bizantina. Vísperas del 30 de Noviembre

San Andrés, Apóstol, mártir - 30 de Noviembre


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martes, 29 de noviembre de 2011

Jesús, dulce y humilde de corazón - San Pedro Julián de Eymard


Discite a me quia mitis sum et humilis corle. "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón." (MATTH., XI, 29.)

En su forma eucarística, Jesús nos enseña a anonadarnos para asemejarnos a El: la amistad exige la igualdad de vida y de condición; para vivir de la Eucaristía nos es indispensable anonadarnos con Jesús, que en ella se anonada. Entremos ahora en el alma de Jesús y en su sagrado Corazón, y veamos qué sentimientos han animado y animan a este divino corazón en el santísimo Sacramento. Nosotros pertenecemos a Jesús sacramentado. ¿No se da a nosotros para hacernos una misma cosa con El? Necesitamos que su espíritu informe nuestra vida, que sus lecciones sean escuchadas por nosotros, porque Jesús en la Eucaristía es nuestro maestro. El mismo desea enseñarnos a servirle para que lo hagamos a su gusto y según su voluntad, lo cual es muy justo, puesto que El es nuestro señor y nosotros sus servidores. Ahora bien: el espíritu de Jesús se revela en aquellas palabras: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón", y cuando los hijos del Zebedeo quieren incendiar una población rebelde a su Señor, Jesús les dice: "Ignoráis qué espíritu os impulsa": Nescitis cujas spiritus estis (1). El espíritu de Jesús es de humildad y de mansedumbre, humildad y mansedumbre de corazón, es decir, humildad y mansedumbre aceptadas y amadas por imitar a Jesús. Nuestro señor Jesucristo quiere formarnos en estas virtudes y para esto se halla en el santísimo Sacramento y viene a nosotros. Quiere ser nuestro maestro y nuestro guía en estas virtudes: sólo El puede enseñárnoslas y darnos la gracia necesaria para practicarlas.

La humildad de corazón es corno si dijéramos el árbol que produce la flor y el fruto de la dulzura o mansedumbre.
Discite a me quia humilis corle. Jesús habla de la humildad de corazón; ¿es que no poseía la humildad de espíritu? La humildad de espíritu es negativa, es decir, la que se funda en el pecado y en la miseria de nuestra naturaleza corrompida, Jesús no la podía tener, y si practicó las obras de esta virtud fué para darnos ejemplo; por eso se humilla como los pecadores a pesar de estar libre de pecado. Jamás hizo El cosa alguna por la cual debiera sonrojarse, como confesó el buen ladrón: Hic nihil mal¡ gessit (2). "Este no hizo nada malo." Nosotros..., ¡ah!, nosotros deberíamos sonrojarnos a cada momento, porque hemos cometido muchos pecados, y aún no conocemos todo el mal que hemos hecho...
Tampoco hay en Jesús la ignorancia propia de la naturaleza caída, mientras que nosotros, puede decirse que no sabemos nada, o apenas si conocemos otra cosa que el mal. Desnaturalizamos la noción de la justicia y del bien. Jesús lo sabe todo y es tan humilde que obra como si todo lo ignorase: ¡El pasa treinta años aprendiendo, sin ser conocido!
Posee todos los dones de la naturaleza; sabe y puede hacer todas las cosas a la perfección y no lo demuestra; trabaja toscamente, algo así como los aprendices: Nonne fabri filius? (3). ¿No es éste el hijo- del artesano y artesano como su padre?
Nunca lió a conocer Jesús que lo sabía todo: aun cuando enseña, repite muchas veces que no hace más que anunciar la palabra de su Padre: se limita a cumplir su misión, y lo hace en la forma más sencilla y humilde; se condujo, pues, como un hombre verdaderamente humilde de espíritu. Nunca se glorió de nada, ni pretendió brillar, ni mostrar agudeza, ni aparecer más instruído que los demás: en el templo, estando en medio de los doctores, los escuchaba y les preguntaba para dar señales de instruirse: Audientem et interrogantem eos (4).
Jesús tenía la humildad de espíritu positiva, la cual no consiste en humillarse uno por razón de su miseria, sino en transferir a Dios todo el bien habido y humillarse uno en el mismo bien. El dependía-en todo de su Padre, le consultaba y obedecía en aquellos que ocupaban su lugar aquí en la tierra, y cedía a su divino Padre la honra de todo bien: su humildad de espíritu es magnífica, admirable, divina: Ego autemnon quaero gloriam meam (5), es una humildad gloriosísima, una humildad enteramente amorosa y completamente espontánea.
Nosotros debemos tener la humildad de espíritu, porque somos ignorantes y pecadores: es un deber de justicia en nosotros. Venimos también obligados a ello en calidad de discípulos y siervos de Jesucristo. Sin embargo, Jesús, en su mandato, nos habla solamente de la humildad de corazón; parécele a su amor que sería humillarnos demasiado hablarnos de esta humildad de espíritu, porque ello trae a la memoria un sinnúmero de miserias y pecados, cosas todas a propósito para engendrar el menosprecio. El amor de Jesús echa un velo sobre todo esto que nos es menos grato y nos dice tan sólo que seamos como El, humildes de corazón, humilis corde.
¿Qué es ser humilde de corazón? Es aceptar de Dios, con sumisión de corazón, la obligación de practicar la humildad, como un bien y como un ejercicio que le es muy glorioso; consiste en conformarnos con_ el estado en que Dios nos ha colocado, y en cumplir nuestros deberes, cualesquiera que ellos sean, sin avergonzarnos de nuestra condición; consiste en mostrar naturalidad y sencillez en las gracias extraordinarias con que Dios nos haya favorecido. Por consiguiente, si amo a Jesús, debo asemejarme a El; si amo a Jesús, debo amar lo que ama El, lo que practica El, lo que El prefiere a todo; esto es, la humildad.


La humildad de corazón es más fácil de practicar que la humildad de espíritu, puesto que no se trata sino de un sentimiento digno de toda estima y muy elevado: asemejarse a Jesús, amarle y glorificarle en estas sublimes circunstancias de humildad.
¿Tenemos nosotros esa humildad de corazón, o, mejor dicho, este amor de Jesús humillado?
Puede ser que tengamos aquella humildad que no pugna con el interés, la gloria ni el éxito en las empresas; aquella humildad que da y se sacrifica puramente, sin móviles de alabanza humana; pero no aquella otra que desciende con Juan Bautista, el cual se rebaja, se oculta y tiene como una gran dicha ser abandonado por nuestro Señor; no aquella humildad de Jesús en el Sacramento, oculto, abatido y anonadado por glorificar a su Padre.
Este es un verdadero combate por el cual debemos triunfar de nuestra naturaleza: amar la humildad de Jesús es la gloria y la victoria de Jesús en nosotros.
Se concibe la humildad en la prosperidad, en la abundancia, en el éxito, en los honores, en el poder...; ahora, que esta humildad debe ser muy fácil, porque causa satisfacción el practicarla, esto es, el referir a Dios toda nuestra gloria. Pero hay también la humildad positiva del corazón, que se practica cuando las humillaciones, tanto internas como externas, afectan directamente al corazón, al alma, al cuerpo, a nuestras acciones, sobre las cuales se desencadenan como furiosa tempestad que amenaza sumergirnos; esta es la humildad de Jesucristo y de todos los santos: amar a Dios en tales circunstancias, darle gracias por vernos reducidos á semejante estado, es la verdadera humildad del corazón.
¿Cómo llegar a conseguirla? No será por medio del raciocinio y de la reflexión, porque juzgaríamos estar en posesión de la humildad cuando nuestra mente formase de ella ideas muy elevadas y cuando tomásemos heroicas resoluciones..., pero no pasaríamos de ahí. Se necesita tan sólo revestirse del espíritu de nuestro Señor, verle, consultarle, obrar bajo su divina inspiración, como en sociedad, en amor; es necesario recogernos en su divina humildad de corazón, ofrecer nuestras obras a Jesús humillado por amor en el Sacramento, y prefiriendo este estado oculto a toda su gloria; después examinaremos nuestros actos a ver si nos hemos desviado de esta regla. Digamos sin cesar: "¡Oh Jesús, Vos que sois tan humilde de corazón, haced el mío semejante al vuestro!"
La humildad de corazón produce la mansedumbre; por eso Jesús es manso: esta virtud forma como la nota característica de su vida y es como si dijéramos el espíritu que la informa: "¡Aprended de mí que soy manso!" No dice
Aprended de mí que soy penitente, pobre, sabio o callado, sino manso; porque el hombre caído es natural y esencialmente colérico, envidioso e inclinado al odio, muy quisquilloso, vengativo, homicida en su corazón, furioso en su mirada, lleno de veneno en la lengua y violento en sus movimientos; la cólera forma con él una naturaleza, porque es soberbio, ambicioso y sensual; y como en su condición de hombre caído lucha de continuo con el infortunio y la humillación, vive siempre exasperado, como si fuese un hombre que ha padecido injustamente.
Mansedumbre interior. Jesucristo es dulce y pacífico en su corazón: ama al prójimo, quiere su bien, no piensa sino en los beneficios que podrá hacerle; juzga al prójimo según su misericordia y no según su justicia: aun no ha llegado la hora de la justicia. Jesús es como una madre: es el buen samaritano. Lo mismo al tierno niño, al justo que al pecador..., a todos se extiende la ternura de su corazón.
En este corazón no cabe la indignación contra aquellos que le desprecian, le injurian o le quieren mal; contra los que le maltratan o están dispuestos a ofenderle: a todos los conoce y no siente hacia ellos sino grande compasión y experimenta honda pena por el lastimoso estado en que se hallan: "Et videns civitatem flevit super illam" (6).
Jesús era dulce por naturaleza: 'es el cordero de Dios; dulce por virtud para glorificar a su Padre mediante tal esta-do de mansedumbre; dulce por la misión que recibió de su Padre; la dulzura debió ser el carácter del Salvador, para que pudiese atraerse a los pecadores, animarlos a venir a El, granjearse su afecto y sujetarlos a la ley divina.
¡Y qué necesidad tenemos nosotros de esta dulzura de corazón! Por desgracia carecemos de ella, y, en cambio, con demasiada frecuencia sentimos que están llenos de ira e indignación nuestros pensamientos y nuestros juicios. Juzgamos de las cosas y de las personas apuntando siempre al éxito desde nuestro punto de vista y tratamos sin consideración a cuantos se oponen a nuestro parecer. Y nosotros deberíamos juzgar de todo como nuestro Señor, o en su santidad o en su misericordia; de esta manera seríamos caritativos y nuestro corazón conservaría la paz: Jugis pax cum humili (7).
Si prevemos que se nos va a contradecir, ¡cuántos razonamientos, cuántas justificaciones y respuestas enérgicas bullen en nuestra imaginación! ¡Y cuán lejos está todo esto de la mansedumbre del cordero! Es el amor propio el que nos sugiere estas cosas, que no ve más que la propia persona y los' propios intereses. Si estamos constituídos en autoridad nada vemos fuera de nosotros mismos; sólo tenemos en cuenta los deberes de nuestros inferiores, las virtudes que debieran poseer, el heroísmo de la obediencia, la dulzura del mandato, nuestra obligación de humillar y quebrantar la voluntad del súbdito, su escarmiento ; todo esto no vale nunca lo que un acto de mansedumbre. El que manda debe ser el que más se humille, dice el Salvador. Nosotros no somos ni debemos ser más que discípulos del maestro, dulce y humilde de corazón. Servus servorum Dei, y no generales de ejército.
¿Por qué mostramos a menudo tanta energía cuando se nos hace oposición? ¿Por qué esa indignación, no santa ciertamente, contra lo que es malo y contra los incrédulos e impíos? ¡Ay! En el fondo la vanidad nos comunica tales energías; parecemos hacer alarde de energía y no es más que impaciencia y cobardía. Jesucristo compadecería a esas pobres gentes, oraría por ellas y trataría, en sus relaciones con las mismas, de honrar a su Padre por medio de la dulzura 'y de la humildad.
Además, esas expresiones enérgicas y picantes dan muy mal ejemplo. ¡Oh Dios mío, haced mi corazón dulce como el vuestro!
Mansedumbre de espíritu. Jesús es dulce en su espíritu: El no ve en todas las cosas sino a Dios su Padre; en los hombres, las criaturas de Dios, y El es el padre que lleva los extravíos de sus hijos y procura hacerles volver a la casa paterna; él es el que cura las heridas, cualquiera que sea la causa que las haya producido, y anhela verlos reintegrados a la vida divina. Su mente está enteramente ocupada en el pensamiento de su paternidad para con sus hijos, en la pena que le causa el desgraciado estado en que se hallan; su ocupación constante es el bienestar de sus hijos, y a este fin encamina todos sus trabajos, siendo inspirados todos sus actos por la paz, y no por la cólera, por la indignación ni por la venganza. Como David, que lloraba por Absalón, culpable, y al mismo tiempo recomendaba que le salvasen la vida; como María, la madre del dolor, que llora por los verdugos de su hijo, alcanzándoles el perdón...
La caridad verdadera se alimenta, así en el espíritu como en cuanto al corazón, con el bien que procura hacer, no queriendo el mal ni emplear medio alguno para vengarlo; tiene siempre presente el estado sobrenatural, presente o futuro, del hombre; no se aparta de Dios a fin de no ver en el hombre a un enemigo: la caridad es dulce y paciente.
Todo lo que hay en nuestros corazones está también en nuestro espíritu y en nuestra imaginación, que son los agentes que promueven en nosotros terribles tempestades y nos ponen la espada en la mano para destrozarlo todo. Hay que aplicar la segur a la raíz de estos ataques: una mirada dirigida, desde el primer momento, a Jesús sacramentado bastará para recobrar la calma.


Jesús, dulce en su corazón y en su espíritu, lo es también, naturalmente, en su exterior. La dulzura de Jesús es como el suave perfume de su caridad y de su `santidad. Se percibe en todos los movimientos de su cuerpo: nada de violento en sus ademanes, que son moderados y tranquilos como la expresión de su pensamiento y de sus sentimientos llenos de dulzura; su andar es sosegado y sin precipitación, porque en sus movimientos todo está regulado por la sabiduría. Su cuerpo, su porte exterior, sus vestidos, todo, en suma, anuncia en El el orden, la calma y la paz; es el reinado de su dulce modestia, porque la modestia es la mansedumbre del cuerpo y su honor.
La cabeza del Salvador guarda también una posición modesta, no orgullosa ni altanera, ni está erguida, aunque tampoco excesivamente abajada y tímida; en una palabra, ofrece el aspecto de la modestia sencilla y humilde.
Sus ojos no denuncian movimiento alguno de indignación ni de cólera; su mirada es respetuosa para los superiores, amorosa para su madre y para san José en Nazaret, bondadosa para sus discípulos, tierna y compasiva para los pecadores e indulgente y misericordiosa para sus enemigos.
Su boca augusta es el trono de la dulzura: se abre con modestia y con suave gravedad. El Salvador habla poco jamás ha salido de su boca una chocarrería, ni una palabra burlesca, ni una frase de mal gusto o de mera curiosidad; todas sus palabras, lo mismo que sus pensamientos, son fruto de su sabiduría; los términos que emplea son siempre sencillos, siempre oportunos y al alcance de aquellos que le escuchan, que, por lo general, son pobres y gente del pueblo. Jesucristo en sus predicaciones evita toda alusión personal que pueda lastimar; no ataca sino los vicios de escuela o de casta, no condena sino los malos ejemplos y los escándalos, no revela los delitos ocultos ni los defectos interiores.
No esquiva la presencia de aquellos que le odian; no deja de cumplir ningún deber ni de defender la verdad por temor, por evitar la contradicción o por agradar a las personas. No dirige reproches impremeditados ni formula profecías personales antes del tiempo señalado por su Padre; trata con la misma sencillez y mansedumbre a los que sabe que le han de abandonar; mientras no llega el momento de hablar, el porvenir para El es como si no lo conociera.
Jesucristo dio pruebas de una paciencia admirable con aquellas muchedumbres que se apiñaban en torno suyo; de una calma sublime en medio de las mayores agitaciones y entre tantas peticiones y exigencias de un pueblo grosero y terrenal.
Todavía causa más admiración su comportamiento tan suave, tan dulce y tan bondadososo con discípulos rudos e ignorantes, susceptibles e interesados, que se envanecerán de tenerle por maestro. Jesucristo manifiesta a todos el mismo amor: no hay en El preferencias ni aceptación de personas: i Jesús es todo miel, todo dulzura, todo amor!
Si comparamos nuestra vida con la de Jesucristo, i qué reprochable resulta la nuestra! Nuestro amor propio afila el sable contra ciertas personas que por su manera de ser y por su carácter hieren de una manera especial nuestro orgullo
todas esas impaciencias, esos reproches y ese proceder mortificante proceden de un fondo de pereza que quiere desembarazarse y librarse cuanto antes de un obstáculo, de un sacrificio, de un deber, y por esta causa lo rehuímos o lo cumplimos con demasiada precipitación.
¡Ay!, a decir verdad, esa afectación, esos aires de triunfo y esas palabras son cosas ridículas. Yo espero que el divino maestro nos ha de mirar con ojos de piedad por todas esas faltas que no dejan de ser miserias y necedades.
Es de notar que la dulzura con los poderosos y con aquellos que pueden halagar nuestra vanidad es una debilidad, una adulación y una cobardía, y el mostrarse fuerte con los débiles, una crueldad, y la humillación no es otra cosa, frecuentemente, que una venganza secreta. ¡Oh Dios mío!


El mayor triunfo de la mansedumbre de Jesús está en la virtud del silencio.
Jesús, que vino al mundo para regenerarnos, principia por guardar silencio en público durante treinta años; sin embargo, ¡cuántos vicios había en el mundo que corregir, cuántas almas extraviadas, cuántas faltas en el culto, cuántas en los levitas y en las primeras autoridades de la nación! Jesucristo no reprende a nadie; se contenta con orar, con hacer penitencia, no transigiendo con el mal y con pedir perdón a Dios.
¡Qué cosas más hermosas y útiles hubiera podido hacer Jesús en esos treinta años para enseñar y consolar! Y, sin embargo, no las dijo; se limitó a oír a los ancianos, a asistir a las instrucciones de la sinagoga, a escuchar a los escribas y doctores de la ley como un simple israelita de la última clase del pueblo; hubiera podido reprender y corregir y no lo hace; ¡todavía no había llegado la hora!
¡La sabiduría increada, el Verbo de Dios que ha creado la palabra y hace conocer la verdad, se calla y honra a su Padre con su dulce y humilde silencio! Este silencio de Jesús elocuentemente nos dice: "¡Aprended de mí, que soy dulce y humilde de corazón!"
¡Cómo condena nuestra vida la conducta de Jesús! Hablamos como insensatos diciendo muchas veces lo que no sabemos, resolviendo como ciertas las cuestiones dudosas e imponiendo a los demás nuestro criterio. ¡Cuántas veces decimos lo que no deberíamos decir, revelando lo que la más rudimentaria prudencia y humildad debieran hacernos callar! Cuando obramos así Jesucristo nuestro señor nos trata como a charlatanes e insolentes, dejándonos hablar solos para confusión nuestra; su pensamiento no está con nosotros y su gracia no quita la esterilidad de nuestras palabras.
Este silencio que dimana de la mansedumbre de Jesús es paciente; a los que le hablan los escucha hasta el fin, sin interrumpirles jamás, y eso que sabe de antemano lo que desean decirle; responde El mismo directamente; reprende y corrige con bondad, sin humillar ni zaherir a nadie, como lo haría el mejor maestro con sus jóvenes discípulos. Oye cosas que le desagradan, cosas impertinentes, y en todo halla ocasión de instruir y hacer bien.
En cuanto a nosotros, ocurre de muy distinto modo: somos impacientes para contestar a lo que hemos comprendido de antemano, y nos molesta escuchar lo que nos obliga a callar largo tiempo o lo que nos contraría. Esta impaciencia y esta molestia las reflejamos en nuestro semblante y nuestro aspecto exterior. No es éste el espíritu de Jesucristo, ni aun el de una persona bien educada, ni siquiera el de un hombre pagano honrado y prudente. Hay un montón de circunstancias en la vida del hombre en las que la paciencia, la dulzura y la humildad del silencio vienen a ser la virtud del momento, las cuales deben ser, ante Dios, el fruto único de ese tiempo que empleamos en practicarlas y que creemos perdido. Su gracia ya no los advierte: escuchemos su voz y obedezcámosle sencilla y fielmente.
¿Qué decir de la mansedumbre del silencio de Jesús en el sufrimiento?
Jesús se calla habitualmente ante la incredulidad de muchos discípulos, en presencia del corazón inicuo e ingrato de Judas, cuyos pérfidos pensamientos e infames maquinaciones conoce en absoluto. Jesús se domina, está sereno, tranquilo y afectuoso con todos, como si nada supiese; continúa con ellos su trato ordinario, respetando el secreto que con los mismos guarda su Padre. ¡Qué lección contra los juicios temerarios, contra las sospechas y antipatías secretas!. Jesús conoce el secreto de los corazones, pero antes de hacer uso de este conocimiento tiene presente la ley de la caridad Y .del deber común, porque éste es el orden de la Providencia.
Jesús confiesa sencillamente la verdad de su misión delante de los jueces; en presencia de los pontífices confiesa que es Hijo de Dios; y que es rey, en presencia del gobernador romano. Se calla delante del curioso e impúdico Herodes. Guarda silencio como los sentenciados a muerte, mientras la cohorte pretoriana le llena de improperios y se burla de El sacrílegamente; sufre, sin exhalar una queja, el suplicio de la flagelación y el insulto del Ecce Homo. No protesta por la lectura de su injusta condenación; toma su cruz con amor, y sube al calvario en medio de las maldiciones de todo el pueblo; y cuando se ha agotado la malicia de los hombres y los verdugos han terminado su obra, abre la boca y dice "¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!" ¿Es posible que, conociendo esta escena, nuestro corazón no se sienta quebrantado por el dolor y conmovido por el amor?
¿Qué diremos de la mansedumbre eucarística de Jesús? ¿Cómo pintar su bondad cuando recibe a todos los que se acercan a El; su afabilidad cuando se pone al alcance de todos..., pequeños..., ignorantes; su paciencia en escuchar a toda clase de gentes, en oír todo lo que le dicen, la relación de todas nuestras miserias...? ¿Cómo describir su bondad cuando se da en la Comunión, acomodándose al estado en que se hallan los que le reciben, yendo a todos con alegría, con tal que los encuentre con la vida de la gracia y con algún sentimiento de devoción, con algunos buenos deseos o, por lo menos, un poco respetuosos; comunicando a cada uno la gracia que le conviene según su disposición y dejándole la paz y el amor como señales de su paso?
Y en cuanto a los que le olvidan, ¡qué mansedumbre tan paciente y misericordiosa! ...
Por último, respecto de aquellos que le desprecian y le ofenden, ruega por ellos y no reclama ni amenaza; a los que le ultrajan con el sacrilegio no les castiga al momento, sino que trata de conducirlos al arrepentimiento con su mansedumbre y su bondad. La Eucaristía es el triunfo de la mansedumbre de Jesucristo.


¿Qué medios debemos emplear para llegar a la mansedumbre de Jesús? Es cosa fácil conocer la belleza, la bondad y, especialmente, la necesidad de una virtud como la mansedumbre; parar en este conocimiento sin pasar adelante es hacer como el enfermo que conoce su remedio, lo tiene a mano y no lo toma; o el viajero que, sentado cómodamente, se contenta con mirar el camino que tiene que andar.
El mejor medio para llegar a la dulzura del corazón de Jesús es el amor de nuestro Señor; el amor tiende siempre a producir la identidad de vida entre aquellos que se aman. El amor obrará este resultado por tres medios.
El primero consiste en destruir el fuego incandescente de la cólera, de la impaciencia y de la violencia, haciendo la guerra al amor propio en las tres concupiscencias que se disputan nuestro corazón; si nos irritamos, es porque nuestra sensibilidad, nuestro orgullo o nuestro deseo de gloria y honras mundanas sufren la contrariedad de algún obstáculo; de aquí que combatir estas tres pasiones dominantes es atacar al enemigo de la mansedumbre.
En segundo lugar hay que amar más la ocupación que se nos ofrece, ordenada por la providencia, que aquella que actualmente practicamos. Sucede muchas veces que nos irritamos, porque no nos es dado continuar libremente una ocupación que nos agrada más que la presentada por Dios. Entonces ha de dejarse todo para hacer la voluntad de Dios, y todo lo que nos ofrezca lo miraremos como lo mejor y como lo más agradable a nuestros ojos. Esta metamorfosis no puede operarse sino amando aquello que Dios pide de nosotros en ese momento, el cual cambia nuestras gracias y nuestras obligaciones para su gloria y nuestro mayor provecho; somos entonces como el criado que abandona a su señor vulgar para ponerse a servir en persona al soberano. ¡Cuán propio es este pensamiento para alentarnos y hacernos conservar la paz y la dulzura en medio de las vicisitudes de la vida!
Pero entre todos, el medio mejor es tener continuamente delante de los ojos el ejemplo de nuestro Señor, sus deseos y complacencias; este medio es del todo bello, luminoso y agradable. Para ser dulces, miremos al Dios de la Eucaristía; alimentémonos con aquel divino maná que contiene todo sabor; en la Comunión hagamos provisión de mansedumbre para todo el día: ¡tenemos tanta necesidad de ella-!
Ser dulce como Jesucristo, ser dulce por amor al Salvador: he aquí el objetivo de un alma que quiere tener el espíritu de Jesús.
¡Oh alma mía! Sé dulce con el prójimo que ejercita tu paciencia, como lo son contigo Dios, Jesús y la santísima Virgen; sé dulce para que el juez divino lo sea contigo, el cual te medirá con la misma medida con que tú hayas medido. Y si piensas en tus pecados, en lo que has merecido y mereces; al ver, ¡oh, pobre alma!, con qué bondad y dulzura, con qué paciencia y consideración te trata nuestro señor Jesucristo, no podrás menos de deshacerte en actos de humildad y dulzura para con el prójimo.

NOTAS:

(1) Luc., IX, 55.
(2) Luc., XXIII, 41.
(3) Matth., XIII, 55.
(4) Matth., II, 46.
(5) Joann., VIII, 50.
(6) Luc., XIX, 41.
(7) Imit. Libr. I, cap. VII.

"Obras Eucarísticas de San Pedro Julián de Eymard"

Evangelio del día 29 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 10,21-24. Martes de la I Semana de Adviento


En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".


Comentario:


«Lo que has escondido a los sabios y entendidos, lo has revelado a los más pequeños» - San Alfonso María de Ligorio




Considera cómo, después de tantos siglos, después de tantas plegarias y suspiros, vino, nació y se dió todo a nosotros el Mesías, que no fueron dignos de ver los santos patriarcas y profetas; el suspirado de los gentiles, el deseado de los collados eternos, nuestro Salvador: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. El Hijo de Dios se empequeñeció para hacernos grandes; se dio a nosotros para que nosotros nos diéramos a Él; vino a demostrarnos su amor, para que le correspondiésemos con el nuestro. Recibámoslo, pues, con afecto, ámennosle y recurramos a Él en todas nuestras necesidades.
¡Oh amable Jesús, tan despreciado por mi!, bajasteis del cielo para rescatarnos del infierno y daros por completo a nosotros, y ¿cómo pudimos tantas veces despreciaros y volveros las espaldas? ¡Oh Dios!, los hombres son tan agradecidos con las criaturas, que, si alguien les hace un regalo, si les envía una visita lejana, si les da cualquier prueba de afecto, no se olvidan y se sienten forzados a corresponder. Y, a vuelta de esto, ¡son tan ingratos con vos, que sois su Dios, y tan amable que por su amor no rehusasteis dar sangre y vida !Mas, ¡ay de mi, que fui peor que los demás, por haber sido más amado y más ingrato. ¡Ah!, si las gracias que me dispensasteis las hubierais dado a un hereje, aun idolatra, se habrían hecho santos, y yo os ofendí. Por favor, no os recordéis, Señor, de las injurias que os hice.
Dijisteis que, cuando el pecador se arrepiente, os olvidáis de todos los ultrajes recibidos: Ninguno de los pecados que cometió le será recordado. Si en lo pasado no os amé, en lo futuro no quiero hacer más que amaros. Ya que os disteis completamente a mí, os doy, en cambio, toda mi voluntad; con ella os amo, os amo, os amo y quiero repetir siempre: os amo, os amo. Quiero vivir siempre repitiendo lo mismo y así quiero morir, lanzando el postrer suspiro con estas suaves palabras: Dios mío, os amo, para comenzar desde el punto en que entrare en la eternidad con un amor contínuo hacia vos, que durara eternamente, sin dejar ya de amaros. Entre tanto, Señor mío, único bien y único amor mío, me propongo anteponer vuestra voluntad a todos mis placeres. Venga todo el mundo y lo rechazo, que no quiero ya dejar de amar a quien me ha amado tanto; no quiero disgustar más a quien merece por parte mía infinito amor. Secundad, Jesús mío, este mi deseo con vuestra gracia.


San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia. 3er Discurso para la Novena de Navidad

San Gregorio Taumaturgo - 29 de noviembre


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lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Por qué Cristo es el Cordero?


El Jueves Santo, Jesucristo nos dejó instituido ese “sacramento admirable”: el de su Cuerpo y su Sangre (Corpus Christi). Es el regalo más grande que Jesús nos ha dejado: su presencia viva entre nosotros, todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual, para unirnos a El.

Ese maravilloso regalo nos lo dio el Señor horas antes de morir, durante la Ultima Cena. Los sucesos de esa noche y del Viernes Santo opacan un tanto la alegría de este Regalo que nos dejó el Señor el Jueves Santo.

Pero, veamos qué relación hay entre lo sucedido el Jueves Santo y el Viernes Santo, y el por qué de la Fiesta de Corpus Christi en que la Iglesia recuerda y celebra el Sacramento del Cuerpo de Cristo.

En el Antiguo Testamento se nos describen diferentes tipos de sacrificios, entre éstos, los sacrificios de expiación de los pecados del pueblo, los cuales se hacían sacrificando un cordero.

Sucedió, entonces, que cuando Dios decidió liberar a su pueblo cautivo por los Egipcios, le ordenó a los Hebreos inmolar por familia un cordero “sin mancha, macho, de un año” (Ex. 12, 5), indicándoles marcar con la sangre del cordero sacrificado el dintel de la puerta para que el Angel exterminador los perdonara cuando esa noche viniera a herir a los primogénitos egipcios. Desde ese momento, la sangre del cordero tuvo para los israelitas valor redentor.

Es así como, ese primer Jueves Santo de la historia celebraba Jesucristo con sus Apóstoles la Pascua judía, es decir, la conmemoración de la liberación de Egipto. En esa Cena Pascual se comía –igual que aquella noche antes de salir de Egipto, un cordero sacrificado. Pero sucede algo imprevisto: Jesús, después de comer la cena pascual, sustituye al cordero pascual por Sí mismo. El se entrega como “verdadero Cordero Pascual” (Prefacio de la Misa de Pascua), a ser sacrificado en la Cruz al día siguiente.

Eso es lo que significan las palabras del Sacerdote cuando, presentando la hostia consagrada dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Esas palabras ya las dijo antes San Juan Bautista, al identificar a Jesús como el Mesías en la ribera del Jordán: ”Allí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (cf. Jn. 1, 29).

Pero hay más: en el Antiguo Testamento había otro tipo de sacrificios: los sacrificios de alianza. La Alianza entre Yavé y su pueblo, por el cual éste se comprometía a cumplir lo pedido por Dios, se sella mediante un rito de sangre. Así dice Moisés a los israelitas, una vez hecha la Alianza: “Esta es la sangre de la Alianza que Yavé ha hecho con ustedes, conforme a todos estos compromisos” (Ex. 24, 3-8).

Esa era la “Antigua Alianza”. Pero en la Ultima Cena, al presentar el cáliz lleno de vino, Jesús dice: “Este es el cáliz de la Nueva Alianza, la cual se sella con mi Sangre”. (Ya no era sangre de animales, sino la Sangre del Hijo de Dios la que sella la Nueva Alianza).

Estaba anunciando el Señor su muerte al día siguiente, el verdadero Cordero sacrificado en la Cruz y su Sangre derramada, con la cual sellaría la Nueva Alianza.

El Cuerpo entregado y su Sangre derramada hacen de la muerte de Cristo un sacrificio singular: sacrificio de alianza, que sustituye la Antigua Alianza del Sinaí por esta Nueva Alianza, en la cual el Cordero es Cristo, y en la que no se derrama sangre de animales, sino ¡nada menos! que la del mismo Hijo de Dios.

Y todo este sacrificio de Jesús, para nuestra redención: todo esto por mí y para mí. Y esta Nueva Alianza es perfecta, puesto que Jesús nos redime de nuestros pecados y nos asegura para siempre el acceso a Dios y la posibilidad de vivir unidos a El, mediante la recepción de su Cuerpo y de su Sangre en la Comunión, Sacramento de salvación que nos dejó instituido en el primer Jueves Santo de la historia y que con razón celebra nuevamente la Iglesia en la Fiesta de Corpus Christi.

El significado de este “Misterio de Fe” que es la presencia real de Jesucristo en la Hostia Consagrada y el sentido del sacrificio de Cristo en la Cruz está expuesto de manera elocuente en “La Pasión” de Mel Gibson.

En este filme vemos que, al llegar Jesús al Gólgota, soltando la cruz, mira al cielo. Enseguida cambia la escena a la Ultima Cena cuando le son presentados a Jesús los panes cubiertos con un paño. De inmediato volvemos al Calvario y vemos a Cristo siendo despojado de sus vestiduras.¡El Cuerpo desnudo del Calvario es el mismo Cuerpo del Pan de la Cena: Corpus Christi!

Ya crucificado, antes de ser levantada la Cruz, la película nos traslada al preciso momento de la institución de la Eucaristía. Jesús toma el pan en la mano, lo parte y dice: “Tomen y coman todos de él, porque este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes.” Ya su Cuerpo, el mismo que nos había ofrecido en la Ultima Cena –el mismo que nos ofrece en cada Eucaristía- estaba siendo entregado en la cruz.

Luego, mientras la Cruz es levantada, vemos mucha sangre manar del cuerpo de Cristo, y enseguida aparece el flashback de Jesús con el cáliz de vino entre sus manos. Toma un sorbo y dice: “Toman y beban. Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza Nueva y Eterna, que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados. Hagan esto en memoria mía”. Y en ese momento se ve a Juan tomando el vino. Luego se vuelve a la crucifixión, y Jesús sangra aún más.

Tal como lo anunció al presentar el Cáliz en la Ultima Cena: su Sangre es derramada por nosotros para perdonar nuestros pecados; su Cuerpo es entregado por nosotros. Y ese Cuerpo y esa Sangre -los mismos de la Cruz- son el Pan y el Vino consagrados, cuando el Sacerdote pronuncia las mismas palabras de Cristo en la Ultima Cena.

¡Oh misterio inefable! ¡Oh misterio de nuestra fe!

El misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo es un misterio de Amor. Es el Regalo más grande que nos ha sido dado: Dios Padre nos entrega a su Hijo para redimirnos del pecado, para pagar nuestro rescate. ¡Qué precio para rescatarnos! La Vida de Jesucristo, el Cordero de Dios, entregada en la Cruz.

Y esa entrega del Hijo de Dios por nosotros los seres humanos, se nos hace presente en cada Eucaristía. Así, en cada Santa Misa celebrada en cualquier parte del mundo tenemos su Presencia Real y Viva en medio de nosotros, para reconocerlo y adorarlo en la Hostia Consagrada, y para ser alimento de nuestra vida espiritual cuando lo recibimos en la Sagrada Comunión.

¡Oh Regalo infinito! ¡Oh Regalo de Amor!



“El Señor en la Ultima Cena
se tuvo a Sí mismo en sus manos”
(San Agustín)

Tomado de: http://www.homilia.org/

Evangelio del día 28 de noviembre de 2011


Evangelio según San Mateo 8,5-11. Lunes de la I Semana de Adviento


Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole":
"Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace".
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos.



Comentario:


«Muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán en el banquete del Reino» - San Buenaventura


El reino de los cielos, mayor que la largueza de una caridad sin límites, contiene personas "de toda lengua, pueblo, tribu y nación" (Ap 5,9), no es estrecho, ya que por el contrario, se expande y en consecuencia aumenta la gloria de cada uno. Por lo cual dijo San Agustín: "Cuando están involucrados en la misma alegría, la alegría de cada uno es más abundante, ya que todos se encienden unos a otros." La magnitud del Reino se expresa por las palabras de la Escritura: "Pídemelo y te daré las naciones como herencia" (Sal 2,8): "Vendrán muchos de Oriente y Occidente, y se juntarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos». Ni la multitud de aquellos que lo deseen, ni la multitud de los ya existentes, ni la multitud de aquellos que lo poseen, ni la multitud de los que llegan, estrecharán el espacio en este Reino y no perjudicarán a nadie.
Pero ¿por qué confío y espero que poseeré el Reino de Dios? Ciertamente, gracias a la generosidad de Dios que me invita: " Buscad primeramente el reino de Dios" (Mt 6:33). A causa de la verdad que me consuela: "No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre os dará el reino" (Lucas 12:32). Debido a la bondad y la caridad con que me han rescatado: "Tú eres digno, Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y nos has redimido para Dios, con tu sangre, a hombres de toda tribu, lengua y pueblo y nación. Ha hecho para nuestro Dios, un reino de sacerdotes que reinan sobre la tierra "(Ap 5,9-10).


San Buenaventura (1221-1274), franciscano, doctor de la Iglesia. Evangelio del Reino

Santa Catalina Labouré - 28 de Noviembre


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sábado, 26 de noviembre de 2011

Evangelio del día 26 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 21,34-36. Sábado de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario


Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre".



Comentario De pie delante del Hijo del Hombre - San Máximo Confesor


Te suplicamos, Señor, Dios de bondad, que el misterio de la salvación realizado por nosotros en tu Hijo unigénito, no se convierta en nuestra condenación; que "no nos aleje de tu presencia." No rechaces nuestra condición miserable, al contrario, ten compasión de nosotros por tu gran misericordia; "sólo tu infinita misericordia borra nuestros pecados." Por lo tanto, al presentarnos ante ti, en tu gloria, lejos de merecer la condena, obtendremos la protección de tu Hijo único, y no seremos condenados como malos servidores... Sí, Maestro y Señor todopoderoso, escucha nuestra súplica: "No conocemos otro como tú". Invocamos tu nombre, ya que tú eres "El que obra todo en todos", y cerca de tuyo, nos encontramos seguro.
"Señor, mira desde el cielo y desde tu santa gloria. ¿Dónde está tu amor celoso y poderoso? ¿Dónde están tu piedad y misericordia infinita? Tú eres nuestro Padre: Abraham no puede reconocernos... Tú, Señor, Padre nuestro, líbranos, porque desde el principio tu nombre ha sido invocado por nosotros "y el nombre de tu único Hijo, y de tu Espíritu Santo. "¿Por qué nos dejas errar lejos de tus caminos? ... ¿Por qué nos has abandonado a nuestras fuerzas, y nos has dejado extraviar?» Haz volver hacia tí a tus siervos, Señor, en el nombre de tu santa Iglesia, en nombre de todos los santos de otros tiempos...
"¡Oh, si rasgases el cielo! Las montañas temblarían ante tí, se derretirían como cera ante el fuego... Desde antiguo hemos escuchado y nuestros ojos no han contemplado a otro Dios más que a tí... Tú eres nuestro Padre ...todos somos obra de tus manos ...Todos somos tu pueblo."

(Referencias bíblicas: Sal. 50,13.3; Jdt 8,20; 1 Cor 12,6; Is 63,15 a 19 LXX; Sal. 96.5; Is 64, 3.7-8)


San Máximo Confesor. ( 580-662), monje y teólogo. Discurso ascético; PG 90, 912

Beato Santiago Alberione - 26 de noviembre


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San Leonardo de Puerto Mauricio - 26 de noviembre


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viernes, 25 de noviembre de 2011

Evangelio del día 25 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 21, 29-33.


Les añadió una parábola: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Santa Catalina de Alejandría, Mártir - 25 de noviembre


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San Dionisio - 25 de noviembre


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jueves, 24 de noviembre de 2011

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Evangelio del día 23 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 21,12-19. Miércoles de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario


Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas.


Comentario:

Nada es fácil para el cristiano. Las tensiones o presiones que podemos vivir por ser fieles al Señor son el pan de cada día, y con ello parece que nos alimentamos. Pero estas tensiones están acompañadas de la compañía de Dios. Y es Jesús quien está al lado nuestro, y de nuestro lado, en los momentos de mayores sufrimientos. Pongamos en sus manos todos estos conflictos, que él nunca nos abandonará.

San Clemente I, papa y mártir - 23 de noviembre


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martes, 22 de noviembre de 2011

Jesucristo Rey del Universo - Monseñor José Luis Mollaghan


Queridos hermanos:

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso”

La solemnidad de Cristo Rey, que celebramos hoy, situada al final del año litúrgico, nos presenta a Jesús, Hijo eterno del Padre, como principio y fin de toda la creación, como Redentor del hombre y Señor de la historia. Jesús es Rey.

Esta es también la fiesta central de la Acción Católica en su día, que al celebrar sus ochenta años, realiza en forma conjunta las oficializaciones de este año y la renovación de los ya oficializados.



Jesucristo encendió con su venida el fuego del amor


Como acabamos de escuchar en el Evangelio, su Reino no es de este mundo, tiene una clave diferente. La imagen que nos ofrece la liturgia de este Rey, no es la de un soberano temporal de esta sociedad, sino la que nos presenta el profeta Ezequiel en la primera lectura que acabamos de escuchar. “Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez. 34,11)

El Rey es un pastor que atrae, y podemos decir que la misión eterna de Jesucristo, hasta que llegue el fin, se realiza por la atracción del amor. Es Él quien encendió con su venida el fuego de la caridad de Dios en el mundo. Y porque el amor es el que da la vida, el Señor nos envió a difundir ese amor en el mundo (cfr. Benedicto XVI, Aparecida, 13.V.2007).

En el Evangelio, Jesús habla del juicio final, cuando todas las naciones sean reunidas en su presencia, cuando Jesús glorioso reine con todo su esplendor.

Entonces Jesús elegirá a quienes entrarán y heredarán el Reino. Ellos son los que, aún sin saberlo, tuvieron un trato misericordioso con él.

Entrarán los que lo alimentaron y le dieron de beber cuando tuvo hambre y sed; los que lo vistieron cuando estuvo sin ropas, o lo visitaron cuando estuvo preso y enfermo; o lo alojaron cuando fue un forastero, o no tenía donde vivir. Estos pequeños hermanos necesitados, son el mismo Jesús; y el amor hacia ellos es la condición para entrar en el Reino, que ya ha comenzado entre nosotros.



El Reino de Dios ya ha comenzado entre nosotros.


Al hablar del Reino de Dios nos preguntamos si va venir, o ya podemos de alguna manera vivir en él. También los fariseos le preguntaban a Jesús por la venida del Reino y le decían: ¿Cuándo va a venir el Reino de Dios? (Lucas 17,20). Y Jesús les respondía que la venida del Reino no iba a estar sujeta a cálculos humanos, ni se podrá decir:”mírenlo aquí o mírenlo allí”. Porque en realidad, dice Jesús, “el Reino de Dios está entre ustedes”.

Jesús no dice solamente que el Reino de Dios está en nuestro interior; ni tampoco se refiere al Reino diciendo que vendrá cuando se cumplan las expectativas humanas. El Reino es el mismo Jesús, y al hablar de su Reino, el Señor se refiere a sí mismo. El Reino de Dios es Jesucristo, que está en medio de nosotros, solo que aún no lo conocemos. El Reino se hace presente aquí y ahora, se acerca en Él y a través de Él (cfr. Jesús de Nazareth, II, pg. 87-88). El Reino ya ha comenzado, y crece por el amor a Dios y a los hermanos, aún cuando lo esperamos en forma definitiva.

En Cristo, es Dios quien actúa y reina. Él reina a través del amor, que llega hasta dar la vida por nosotros (cfr. ibidem). De este modo, es Jesucristo quien atrae a todos hacia sí. Por esto, nosotros, también nos sentimos atraídos por ese amor que es Jesucristo vivo.

La Iglesia también debe atraer, como nos enseña el Papa. Debe anunciar a Jesús y darlo a conocer. Y de este modo, también la respuesta crece mucho más por atracción, con la fuerza del amor de Cristo, que culminó en su entrega en la cruz (cfr. Aparecida, 13.V.2007), y resucitó para darnos la vida nueva.



Vence el amor y no el odio: este es el desafío de la evangelización.


Este es el desafío de la evangelización, que también nosotros queremos asumir en sintonía con la enseñanza de la Iglesia. Vivimos en un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural.

Percibimos en nuestra vida luces y sombras. Hay luces por la solidaridad; por una mayor sensibilidad, por ejemplo ante los flagelos naturales que sufre el hombre; por un mayor deseo de intercomunicación y de cercanía fraterna; por adelantos científicos, etc. Pero a la vez, la cultura se seculariza, se paganiza frecuentemente; y reniega de tantos valores que recibió a través de la historia de Cristo y del cristianismo. En este marco cultural, hay muchos hombres y mujeres que no conocen a Jesucristo; o si lo conocieron, lo fueron olvidando o lo dejaron de lado.

Asimismo, constatamos con nuestra propia experiencia que en el mundo se sufre el mal, el egoísmo, y se quiere desmerecer la dignidad de la vida frecuentemente avasallada, y hasta parece que el mal se extiende más y más. Pero confiamos que siempre el Señor es más fuerte, nuestro verdadero rey y Señor Jesucristo, “porque combate con toda la fuerza de Dios y, a pesar de todo lo que nos hace dudar sobre el resultado positivo de la historia, vence Cristo y vence el bien, vence el amor y no el odio” (Benedicto XVI, 16 XI. 11).

Por esto queremos evangelizar y anunciar a Cristo, con nuevo ardor. Reconocer la dignidad de la persona humana, alabar a Dios por el don maravilloso de la vida; manifestar que todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, puede llegar a descubrir, en la ley natural escrita en su corazón, el valor sagrado de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, así como el derecho de cada uno a ser respetado totalmente.

Si el hombre de hoy encuentra una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida de Dios, en su misterio más elevado (cfr. D.A nº 106 – 113). Y ante el subjetivismo hedonista, Jesús nos enseña, que se debe llegar a dar la vida por Él para ganarla.

Para vivir de esta manera queremos encontrarnos con Jesucristo vivo en la Palabra y en la Sagrada Eucaristía. Necesitamos estar en su gracia, en su presencia, adorarlo y vivir con El.

Queremos anunciar y extender el Reino de Jesucristo entre los hombres. Su extensión es el propósito de la misión. Se trata de que el hombre y la mujer miren hacia Dios, que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Solo así puede llegar a reinar el amor, la paz y la justicia, y la salvación eterna de todos los hombres.

Que podamos servir a Cristo Rey y caminar definitivamente hacia su Reino. Se lo encomendamos a la Santísima Virgen, María Reina, la Madre del Rey, la mujer vestida del sol.


Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo de Rosario, en la solemnidad de Cristo Rey (20 de noviembre de 2011)

Evangelio del día 22 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 21,5-11. Martes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario


Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin". Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.



Comentario:


«Cuando oigáis hablar de guerras y catátrofes, no temais» - San Juan Crisóstomo




Cuanto más se acerca el rey, hay que prepararse más. Cuanto más cercano es el momento en que se le concederá el premio al combatiente, hay que combatir mejor. Así que hagamos como en las carreras: cuando llega el final de la carrera, cuando se acerca el fin, estimulemos con más ardor a los caballos. Por eso dijo San Pablo: " Ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día ya se acerca" (Rm 13,11-12).
Ya que la noche se acaba y el día aparece, hagamos las obras del día; dejemos las obras de las tinieblas. Así como hacemos en esta vida: cuando vemos que la noche deja paso a la aurora y que empieza el canto la golondrina, nos despertamos los unos a otros, aunque todavía sea de noche... apresurándonos en las tareas del día; nos vestimos dejando atrás el sueño, para que el sol nos encuentre preparados. Lo que hicimos entonces, hagamoslo ahora: sacudamos la modorra, arranquemos los sueños de la vida presente, salgamos de nuestro sueño profundo y revistámonos con el traje de la virtud. Esto es lo que el apóstol nos dice claramente: " Rechacemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz" (v. 12). Ya que el día nos llama a la batalla, en el combate.
¡No os alarméis al oír estas palabras de combate y lucha! Si revestirse de una armadura pesada es doloroso, en cambio es deseable revestirse de una armadura espiritual, porque es una armadura de luz. Así brillarás con un resplandor mayor que el del sol, y brillando con un intenso resplandor, estarás segura, porque estas son las armas..., las armas de la luz. Entonces, ¿estamos dispensados de luchar? ¡No! Hay que combatir, pero sin llegar al cansancio y sin pesadumbre. Ya que esto es menos que una guerra, a la que se nos invita, como una fiesta y una celebración.


San Juan Crisóstomo (v. 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia. Homilía sobre la carta a los Romanos, n°24

Jesucristo Rey del Universo - 22 de Noviembre


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lunes, 21 de noviembre de 2011

Evangelio del día 21 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 21,1-4. Lunes de la XXXIV Semana del Tiempo Ordinario


Después, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo.
Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre,
y dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie.
Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir".


Comentario:


Darse todo, porque Cristo se ha dado todo - Beato Carlos de Foucauld



Mi Señor Jesús, qué pronto se hará pobre quién amándoos de todo corazón, no pueda soportar ser más rico que su Bienamado... Mi Señor Jesús, qué pronto se hará pobre, quien pensando que todo lo que se hace a uno de estos pequeños, es a Vos a quien se hace (Mt 25,40.45), que todo lo que no se les hace, es a Vos a quien no se hace, aliviará todas las miserias a su alcance... Qué deprisa se hará pobre, quien reciba con fe vuestras palabras: «Si queréis ser perfectos, vended lo que tenéis, y dádselo a los pobres... Bienaventurados los pobres... Todo aquel que deje sus bienes por mi, recibirá aquí abajo, cien veces más y en el cielo la vida eterna...» (Mt 19,21.29; 5,3). Y tantas otras.
¡Dios mío, no sé si es posible a algunas almas veros pobres y seguir a gusto siendo ricas, verse mayores que su Maestro, que su Bienamado, no quererse parecer a Vos en todo lo que de ellas depende y sobre todo en vuestras humillaciones; yo creo que ellas os aman, Dios mío, y sin embargo creo que falta algo a su amor, y en todo caso yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una imperiosa necesidad de conformación, de semejanza, y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida... Ser rico, a mi gusto, vivir tranquilamente de mis bienes, cuando Vos habéis sido pobre, machacado, viviendo penosamente de un trabajo rudo! Yo no puedo, Dios mío... Yo no puedo amar así.
«No conviene que el criado sea mayor que el Amo» (Jn 13,16), ni que la esposa sea rica, cuando el Esposo es pobre... a mí me resulta imposible entender el amor, sin la búsqueda de la semejanza... sin la necesidad de compartir todas las cruces...


Beato Carlos de Foucauld (1858-1916), ermitaño y misionero en el Sahara. Retiro de Nazaret, 11 noviembre 1897 (trad. Obras espirituales. Editorial San Pablo 1998)

Presentación de la Virgen María en el templo - 21 de noviembre


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domingo, 20 de noviembre de 2011

Evangelio del día 20 de noviembre de 2011




Evangelio según San Mateo 25,31-46. Jesucristo, Rey del Universo - Solemnidad


Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".


Comentario: Heredad el Reino preparado para vosotros, antes de la creación del mundo - San Hilario



«Cristo devolverá el Reino a su Padre" dice san Pablo (1Co 15,28), no en el sentido, de que renunciará a su poder al entregarle su Reino, sino que seremos nosotros el Reino de Dios, cuando seamos conformes a su gloria... será a nosotros a quién nos devolverá a Dios, después de habernos constituido «Reino de Dios" para glorificación de su cuerpo. Somos nosotros a los que entregará al Padre, como Reino, según lo que se dice en el Evangelio: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino que os ha sido preparado desde la creación del mundo».
«Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre » (Mt 13,43). Porque el Hijo entregará a Dios, como su Reino, a aquellos que han sido invitados, a aquellos a quienes se les ha prometido la bienaventuranza propia de este misterio con estas palabras: "Bienaventurados los límpios de corazón, porque ellos verán Dios" (Mt 5,8)... Cristo entrega a Dios el Reino, y también a aquellos que entrega a su Padre como estando en su Reino ven Dios. El Señor mismo declaró a sus apóstoles, en qué consiste dicho Reino: »El Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21).
Y si alguno desea saber, quién es el que entrega el Reino, que escuche: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, y es primicia de los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección» (1Co 15,20-21). Todo esto se refiere al misterio de su Cuerpo, ya que Cristo es el primer resucitado de entre los muertos... Por consiguiente, todo esto, es para el progreso de la humanidad asumida por Cristo ya que "Dios será todo en todos «(1Co 15,28).


San Hilario (v. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia. La Trinidad, 11, 38-39

San Félix de Valois - 20 de noviembre


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sábado, 19 de noviembre de 2011

Evangelio del día 18 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 20,27-40. Sábado de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario


Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él". Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien". Y ya no se atrevían a preguntarle nada.

San Odón - 19 de noviembre



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viernes, 18 de noviembre de 2011

Evangelio del día 18 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 19,45-48. Viernes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario


Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones". Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.



Comentario:


«Cada día subía al templo para enseñar al pueblo» - Beato Juan Taulero



Nuestro Señor mismo nos enseña lo que debemos hacer para que nuestro interior se convierta en una casa de oración, porque el hombre es verdaderamente un templo consagrado a Dios. Primero debemos echar de él a todos los vendedores, es decir, las imágenes y representaciones de los bienes creados y todo lo que significa satisfacción en las criaturas y gozos de la voluntad propia. Luego, hay que limpiar y purificar el templo con lágrimas. No todos los templos son santos por el mero hecho de ser casas habitables. Es Dios quien los santifica.
Aquí se trata del templo amado por Dios, donde Dios se manifiesta de verdad si está purificado. ¿Cómo podría Dios morar en el alma si no ha puesto su pensamiento, por breve que sea, en Dios? ¿No será porque está abarrotada de otras cosas?



Beato Juan Taulero (1300-1361) fraile dominico. Sermón 69

Santa Rosa Filipina Duchesne - 18 de Noviembre

Santa Rosa Filipina Duchesne nació el 29 de agosto de 1769 en Grenoble, Francia. Fué bautizada en la iglesia de San Luis, y le dieron el nombre de San Felipe apóstol, y el de Santa Rosa de Lima, primera santa del nuevo continente. Educada en el Convento de la Visitación de Ste. Marie-d'en-Haut, y atraída por la vita contemplativa, entró en ese monasterio a los 18 años.


La comunidad se dispersó durante la Revolución Francesa. Filipina regresó a su familia y se dedicó a cuidar a los presos y a todos los que sufrían. Intentó reconstruir el monasterio de Ste. Marie después del Concordato de 1801 con algunas compañeras, pero no lo logró. En 1804 Filipina oyó hablar de una nueva congregación, la Sociedad del Sagrado Corazón, y pidió a la fundadora Magdalena Sofía Barat ser admitida, ofreciendo su monasterio. La Madre Barat visitó Ste. Marie en 1804 y recibió a Filipina y sus compañeras como novicias en la Sociedad.


La vida contemplativa alimentó en Filipina el deseo de ir a las misiones. Atraída por la Eucaristía desde su juventud, pasó la noche de un Jueves Santo en oración. Escribió a la Madre Barat: «Pasé la noche entera en el Nuevo Continente llevando el Santísimo Sacramento por todas partes... Tenía que hacer tantos sacrificios: una madre, hermanas, parientes, mí montaña ... Cuando me diga: "Te envío", responderé en seguida: "Voy"». Sin embargo, tuvo que esperar otros 12 años.


En 1818 el sueño de Filipina se vió realizado. El Obispo del territorio de Louisiana buscaba una congregación de religiosas para ayudarle a evangelizar los niños franceses e indios de su diócesis, y Fílipina fue enviada a responder a esta llamada. En St. Charles, cerca de St. Louis, Missouri, fundó la primera casa de la Sociedad fuera de Francia, en una cabaña de troncos. Allí vivió todas las austeridades de la vida de frontera: frío extremo, trabajo duro, falta de dinero. Nunca llegó a aprender bien el inglés. Las comunicaciones eran muy lentas: a veces no le llegaban noticias de su querida Francia. Luchó por mantenerse estrechamente unida con la Sociedad del Sagrado Corazón en Francia.

Filipina y otras cuatro Religiosas del Sagrado Corazón trazaron un camino. En 1820 abrió la primera escuela gratuita al oeste del Mississippi. En 1828 había fundado ya seis casas. Estas escuelas eran para las jóvenes de Missouri y Louisiana. Las amó y trabajó para ellas, manteniendo siempre en el fondo de su corazón el anhelo de ir a los Indios americanos. Cuando Filipina tenía 72 años, se abrió una escuela para los Potowatomies en Sugar Creek, Kansas.


Aunque muchos pensaban que Filipina estaba demasiado enferma para ir, el jesuita que dirigía la misión insistió: "Tiene que venir: quizás no podrá hacer mucho trabajo, pero con su oración alcanzará el éxito de la misión, y su presencia atraerá muchos favores del cielo para la obra".

Estuvo sólo un año entre los Potowatomies, pero su valor pionero no flaqueó, y sus largas horas de contemplación inspiraron a los indios el llamarla " La mujer que siempre reza ".


Su salud no pudo resistir el régimen de vida en el poblado. Volvió a St. Charles en julio de 1842, aunque su corazón valiente nunca perdió el deseo de las misiones. "Siento el mismo anhelo por las Montañas Rocosas que sentía en Francia cuando pedí venir a América ... ".

Filipina murió en St. Charles, Missouri, el 18 de noviembre de 1852, a la edad de 83 años.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El Vaticano denuncia a Benetton por la foto del Papa besándose con un imán


La polvareda que levantó la provocativa campaña de la firma italiana Benetton ya tiene sus primeras consecuencias judiciales. El Vaticano anunció hoy que va a emprender acciones legales contra el fotomontaje en el que el papa Benedicto XVI besa en la boca al imán de la mezquita Al-Azhar en El Cairo, anunció la Secretaría de Estado de la Santa Sede.

"Hemos encargado a nuestros abogados que emprendan en Italia y en el exterior las oportunas acciones legales para impedir la circulación en medios de comunicación del fotomontaje realizado en el ámbito de una campaña de publicidad de Benetton", anunció el Vaticano en una nota oficial.



Una campaña difundida ayer muestra, mediante trucos digitales, besándose en la boca a Benedicto XVI y Ahmed Mohamed el-Tayeb, imán de la mezquita Al-Azhar en El Cairo; a presidente de EE.UU. Barack Obama y el líder chino Hu Jintao; al presidente palestino Mahmoud Abbas y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu; al presidente francés Nicolas Sarkozy y la canciller alemana Angela Merkel, entre otras personalidades.



Parte de la provocativa campaña se pudo ver en el Puente de Sant'Angelo en Roma, a pocos metros del Vaticano, donde se desplegó o un enorme fotomontaje que muestra al Papa y al imán egipcio besándose en la boca.



La campaña lleva como título “Unhate: contra el odio” y el objetivo es ser una invitación "a los líderes y habitantes del mundo a combatir la cultura del odio", según un comunicado del grupo.

Evangelio del día 17 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 19,41-44. Jueves de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario


Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: "¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios".


Comentario: «Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró» - San Agustín



Dos amores construyeron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio a Dios hizo la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de si mismo, la ciudad del cielo. La una se glorifica a sí misma, la otra se glorifica en el Señor. Una busca la gloria que viene de los hombres (Jn 5,444), la otra tiene su gloria en Dios, testigo de su conciencia. Una, hinchada de vana gloria, levanta la cabeza, la otra dice a su Dios: «Tú eres mi gloria, me haces salir vencedor...» (cf Sal 3,4) En una, los príncipes son dominados por la pasión de dominar sobre los hombres y sobre las naciones conquistadas, en la otra todos son servidores del prójimo en la caridad, los jefes velando por el bien de sus subordinados y éstos obedeciéndoles. La primera, en la persona de los poderosos, se admira de su propia fuerza, la otra dice a su Dios: «Te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.» (Sal 17,2)
En la primera, los sabios llevan una vida mundana, no buscando más que las satisfacciones del cuerpo o del espíritu o las dos a la vez: «...habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su insensato corazón...han cambiado la verdad de Dios por la mentira.» (cf Rm 1,21-25) En la ciudad de Dios, en cambio, toda la sabiduría del hombre se encuentra en la piedad que da culto al verdadero Dios, un culto legítimo y que espera como recompensa, en la comunión de los santos, no solamente de los hombres sino también de los ángeles, «que Dios sea todo en todos.» (1Cor 15,28)


San Agustín (354-430) obispo de Hipona, doctor de la Iglesia. La Ciudad de Dios 14,28

Santa Isabel de Hungría - 17 de noviembre


Para conocer su hagiografía clickear sobre la imagen.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

In Memoriam: a 112 años del natalicio del Reverendo Padre Leonardo Castellani


REVERENDO PADRE
LEONARDO LUIS CASTELLANI
1899 – 16 de noviembre – 2011