jueves, 9 de diciembre de 2010

La Inmaculada, motivo de consuelo - S.S. Benedicto XVI


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nuestra cita con motivo de la oración del Ángelus adquiere una luz especial, en el contexto de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. En la Liturgia de esta fiesta, se proclama el Evangelio de la Anunciación (Lucas 1, 26-38), que presenta precisamente el diálogo entre el ángel Gabriel y la Virgen. "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo", dice el mensajero de Dios, y de este modo revela la identidad más profunda de María, el "nombre" por así decir con el que el mismo Dios la conoce: "llena de gracia". Esta expresión, que nos resulta tan familiar desde la infancia, pues la pronunciamos cada vez que rezamos el Avemaría, nos explica el misterio que hoy celebramos. De hecho, María, desde el momento en que fue concebida por sus padres, fue objeto de una predilección singular por parte de Dios, quien en su designio eterno la escogió para ser la madre de su Hijo hecho hombre y, por tanto, preservada del pecado original. Por este motivo, el ángel se dirige a ella con este nombre, que implícitamente significa: "llena desde siempre del amor de Dios", de su gracia.

El misterio de la Inmaculada Concepción es fuente de luz interior, de esperanza y de consuelo. En medio de las pruebas de la vida, y especialmente de las contradicciones que experimenta el hombre en su interior y a su alrededor, María, Madre de Cristo, nos dice que la Gracia es más grande que el pecado, que la misericordia de Dios es más potente que el mal y sabe transformarlo en bien. Por desgracia, cada día, nosotros experimentamos el mal, que se manifiesta de muchas maneras en las relaciones y en los acontecimientos, pero que tiene su raíz en el corazón del hombre, un corazón herido, enfermo, incapaz de curarse por sí solo. La Sagrada Escritura nos revela que en el origen de todo mal se encuentra la desobediencia a la voluntad de Dios, y que la muerte ha dominado porque la libertad humana ha cedido a la tentación del Maligno. Pero Dios no desfallece en su designio de amor y de vida: a través de un largo y paciente camino de reconciliación, ha preparado la alianza nueva y eterna, sellada con la sangre de su Hijo, que para ofrecerse a sí mismo en expiación "nació de mujer" (Gálatas 4, 4). Esta mujer, la Virgen María, se benefició de manera anticipada de la muerte redentora de su Hijo y desde la concepción quedó preservada del contagio de la culpa. Por este motivo, con su corazón inmaculado, nos dice: confiad en Jesús, Él os salva.

Queridos amigos: hoy por la tarde renovaré el tradicional homenaje a la Virgen Inmaculada, ante el monumento a ella dedicado, en la plaza de España. Con este acto de devoción me hago intérprete del amor de los fieles de Roma y de todo el mundo a la Madre que Cristo nos ha dado. Encomiendo a su intercesión las necesidades más urgentes de la Iglesia y del mundo. Que ella nos ayude sobre todo a tener fe en Dios, a creer en su Palabra, a rechazar siempre el mal y a escoger el bien.


[Después de rezar el Ángelus, el Papa añadió:]

En la fiesta de hoy, tengo la alegría de saludar a la Academia Pontificia de la Inmaculada. Queridos amigos, invoco sobre cada uno de vosotros la protección maternal de la Virgen María y encomiendo a su intercesión vuestra actividad. Os doy las gracias por vuestro generoso trabajo.

Dirijo un saludo especial también a la Acción Católica Italiana, que hoy, en muchas parroquias renueva su compromiso en la Iglesia. Recordando la gran fiesta vivida junto a los muchachos y jóvenes, aquí, en la Plaza de San Pedro, a finales de octubre, manifiesto a todos los socios mi afecto y mi cercanía. Les aliento a caminar por el camino de la santidad, llevando la luz del Evangelio a los espacios de la vida cotidiana.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]


Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los profesores y alumnos del Colegio Claret, de Madrid. En este día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, nos dirigimos a la madre del Señor para que ilumine con su luz este tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador, que es el Adviento. Para que, meditando con docilidad la palabra de Dios, sepamos acoger a Cristo en nuestra vida y llevarlo a los demás, con el testimonio de nuestra fe y caridad. Feliz fiesta de la Inmaculada.


[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina © Libreria Editrice Vaticana]

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