jueves, 3 de junio de 2010

SS Benedicto XVI: Sacerdocio "para transformar el mundo con el amor de Dios"


SS Benedicto XVI celebró la santa misa en la basílica de san Juan de Letrán –el tiempo inestable impide el rito en el atrio, como estaba previsto- en la solemnidad del Corpus Domini. Es la fiesta de la Santísima Eucaristía para las Iglesias que siguen el calendario juliano.

A pocos días de la clausura del Año sacerdotal, el Papa ha centrado su homilía en la relación entre la Eucaristía y el sacerdocio de Cristo, quien, en la Última Cena, «transforma el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre para que los discípulos puedan alimentarse de Él y vivir en comunión íntima y real con Él».

Pero Jesús –que «no era un sacerdote según la tradición judaica»- «tomó distancia de una concepción ritual de la religión, criticando el planteamiento que daba valor a los preceptos humanos ligados a la pureza ritual más que a la observancia de los mandamientos de Dios, o sea, el amor de Dios y el prójimo, que ‘vale más que todos los holocaustos y sacrificios’».

«No es un sacerdocio según el ordenamiento de la ley mosaica», sino que «depende sólo de su singular relación con Dios». Jesús «no era sacerdote según la Ley, sino que se hizo tal de forma existencial en su Pascua de Pasión, muerte y resurrección –subrayó Benedicto XVI-: sufrió Él mismo en expiación y el Padre, exaltándolo sobre toda criatura, le constituyó Mediador universal de salvación».

En este punto se detuvo en particular el Papa, subrayando que «el sacerdocio de Cristo comporta el sufrimiento», pues Jesús «en verdad sufrió y lo hizo por nosotros». «Él era el Hijo y no tenía necesidad de aprender la obediencia a Dios, pero nosotros sí, lo necesitábamos y lo necesitamos siempre. Por ello el Hijo asumió nuestra humanidad y por nosotros se dejó “educar” en el crisol del sufrimiento, y se dejó transformar por él, como el grano que para dar fruto debe morir en la tierra».

Y es que Jesús afronta su pasión «inmerso en una profunda oración, que consiste en la unión de su propia voluntad con la del Padre»; «esta doble y única voluntad es una voluntad de amor». «Vivida en esta oración, la trágica prueba que Jesús afronta se transforma en oferta, en sacrificio vivo», profundizó el Papa. Y Jesús «fue escuchado» «por su pleno abandono a la voluntad del Padre: el proyecto de amor de Dios pudo realizarse perfectamente en Jesús, quien, habiendo obedecido hasta el extremo de la muerte en la cruz, se convirtió en “causa de salvación” para todos los que le obedecen a Él».

Jesús se ha convertido en sumo Sacerdote «por haber, Él mismo, cargado con todo el pecado del mundo», y el Padre «le confirió este sacerdocio en el momento mismo en el que Jesús atraviesa el paso de su muerte y resurrección», insistió Benedicto XVI.

Y regresó a su meditación sobre la Eucaristía, en la que «Jesús anticipó su Sacrificio, un Sacrificio no ritual, sino personal», actuando en la Última Cena «movido por el espíritu santo con el que se ofrecerá después en la Cruz».

«Es el amor divino el que transforma: el amor con el que Jesús acepta entregarse del todo por nosotros», amor que «no es otra cosa que el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, que consagra el pan y el vino y muta sus sustancia en el Cuerpo y la Sangre del Señor, haciendo presente en el Sacramento el mismo Sacrificio que se realiza después de modo cruento en la Cruz».

Así, «Cristo fue sacerdote verdadero y eficaz porque estaba lleno de la fuerza del Espíritu Santo –subrayó el Papa-, estaba colmado de toda la plenitud del amor de Dios, y esto precisamente en la noche en que fue traicionado, precisamente en la hora de las tinieblas».

«Es esta fuerza divina la misma que realizó la Encarnación del Verbo, para transformar la extrema violencia y la extrema injusticia en acto supremo de amor y de justicia. Es ésta la obra del sacerdocio de Cristo, que la Iglesia ha heredado y prolonga en la historia, en la doble forma del sacerdocio común de los bautizados y del ordenado de los ministros, para transformar el mundo con el amor de Dios», y «todos, sacerdotes y fieles, nos alimentamos de la misma Eucaristía, todo nos postramos para adorarla, porque en ella está presente nuestro Maestro y Señor, está presente el verdadero Cuerpo de Jesús, Víctima y Sacerdote, salvación del mundo», concluyó.

Y es cuando ha realizado a continuación Benedicto XVI, con prolongados momentos de adoración eucarística hasta concluir con la bendición con el Santísimo en la basílica lateranense –colmada de fieles-, pues el mal tiempo en Roma ha impedido la tradicional procesión que después de la misa, con el Sacramento, habría llegado por la vía Merulana hasta la basílica de Santa María la Mayor.

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