martes, 2 de febrero de 2010
Preciosa Sangre
La sangre de nuestro Divino Salvador. Jesús, en la Ultima Cena, le atribuye el mismo poder dador de vida que corresponde a Su carne. Los apóstoles, San Pedro (I Pedro, i, 2, 19), San Juan (I Juan, i, 7; Ap. i, 5 etc.), y sobre todo San Pablo (Rom., iii, 25; Ef. i, 7; Hebr., ix, x) la consideran como sinónimo con Pasión y Muerte de Jesús, la fuente de redención. La Preciosa Sangre es por tanto una parte de la Sacra Humanidad e hipostáticamente unida a la Segunda Persona de la Santa Trinidad. En el siglo quince algunos teólogos, con un propósito de determinar si la sangre derramada por el Salvador durante Su Pasión permaneció unida a la Palabra o no, llegaron al punto de si la Preciosa Sangre es una parte esencial o solamente es acompañante de la Sacra Humanidad. Si parte esencial, arguyen ellos, nunca podría ser separada de la Palabra; si solo acompañante, podría serlo. Los Dominicos sostenían la primera opinión, y los Franciscanos la segunda. Pio II, en cuya presencia tuvo lugar la discusión, no ejecutó ninguna decisión doctrinal sobre el punto en disputa. Sin embargo, principalmente desde el Concilio de Trento (Sess. XIII, c. 3) llamó al cuerpo y la sangre de Jesús “partes del Señor Jesucristo”; la tendencia del pensamiento teológico ha estado en favor de la doctrina Dominicana. Suárez y de Lugo no aprueban la opinión de los Franciscanos, y Faber escribe: “No es meramente un acompañante de la carne, un accidente inseparable del cuerpo. La sangre misma, como sangre, fue asumida por la Segunda Persona de la Santa Trinidad” (Precious Blood, i). La sangre derramada durante el triduo de la Pasión, por consiguiente volvió a unirse al cuerpo de Cristo en la Resurrección, con la posible excepción de unas pocas partículas que inmediatamente perdieron su unión con la Palabra y se convirtieron en reliquias santas para ser veneradas pero no adoradas. Algunas de tales partículas pueden haberse adherido y aún se adhieren a los instrumentos de la Pasión, v.g. clavos, columna del azotamiento, la Escala Santa. Varios lugares como Saintes, Bruges, Mantua, etc. exigen, con fundamento en antiguas tradiciones, poseer reliquias de la Preciosa Sangre, pero es a menudo difícil decir si las tradiciones son correctas. Vista como una parte de la Sacra Humanidad hipostáticamente unida a la Palabra, la Preciosa Sangre merece culto de latría o adoración. Puede también, como el Corazón o las Llagas de las cuales fluyó, ser singularizada para honra especial, hasta cierto punto como se le rindió honra especial desde el comienzo por San Pablo y los Padres que tan elocuentemente alabaron su virtud redentora y apoyaron en ella el espíritu Cristiano de autosacrificio. Como anota Faber, las vidas de los santos están repletas con la devoción a la Preciosa Sangre. En el debido transcurso del tiempo la Iglesia dio forma y autorización a la devoción, aprobando sociedades como los Misioneros de la Preciosa Sangre; enriqueciendo confraternidades como aquella de San Nicolás in Carcere, en Roma, y aquella del Oratorio de Londres; atribuyendo indulgencias a las oraciones y escapularios en honor de la Preciosa Sangre; y estableciendo fiestas conmemorativas de la Preciosa Sangre, el Jueves siguiente al cuarto Domingo de Cuaresma y, desde Pio IX, el primer Domingo de Julio.
BENEDICT XIV, De servorum Dei Beatificatione, II, 30; IV, ii, 10, de Festis, I, 8 (Rome, 1747); FABER, The Precious Blood (Baltimore, s.d.); HUNTER, Outlines of Dogm. Theol. (New York, 1896); IOX, Die Reliquien des Kostb. Blutes (Luxemburg, 1880); BERINGER, Die Ablässe (12th ed., Paderborn, 1900).
J.F. SOLLIER
Transcrito por W. Stuart French, Jr.
Dedicado a Theresa Gloria Roberts French
Traducido por Daniel Reyes V.
No hay comentarios:
Publicar un comentario