miércoles, 24 de febrero de 2010
Justicia, mensaje de Benedicto XVI
La aspiración más sentida en la generalidad de los pueblos de la Tierra es la aspiración de la justicia. Benedicto XVI, en su mensaje para la Cuaresma 2010, radicaliza esta aspiración, ampliando su horizonte y ahondando sus raíces. Justicia en el lenguaje común, recuerda el Papa, es dar a cada uno “lo suyo”, como lo afirmó Ulpiano, jurista romano del siglo III. Pero ¿qué es “lo suyo”? Jesús se preocupó de los bienes y necesidades materiales, de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía. Jesús no nos quiere indiferentes frente a la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua, de medicinas, de un techo para protegerse. Los ecuatorianos, gobernantes y gobernados, hemos seguido objetivamente los sentimientos de Jesús frente al dolor de los haitianos.
Pero todos estos bienes materiales no proporcionan al ser humano todo “lo suyo” que necesita. Sabemos por experiencia que bulle en nuestro interior la aspiración a algo más. Este algo más no se puede garantizar por ley, sino por algo que va más allá de la ley, por el amor, entendido por apertura a respetar la dignidad de las otras personas a acoger sus aspiraciones.
Algunas de las ideologías modernas parten del supuesto que la justicia viene de fuera. Según esas ideologías, para que reine la justicia basta eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Bastaría, según esas ideologías, cambiar las estructuras, constitución y leyes, para que surja una sociedad justa. Benedicto XVI alienta, por supuesto, todo esfuerzo por eliminar los obstáculos exteriores a la justicia; pero afirma con Jesús que la justicia no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano. Todos sentimos en nuestro interior dos fuerzas contrapuestas: una, el impulso profundo que nos mueve a entrar en comunión con el prójimo y a compartir con él; otra, esa extraña fuerza que orienta a replegarnos dentro de nosotros, a imponernos por encima de los demás y contra ellos; esa fuerza interior es el egoísmo.
Benedicto XVI encuentra un vínculo profundo entre la fe en Dios, que “levanta del polvo al desvalido” (salmo 113,7) y la justicia para con el prójimo. Dios nada necesita para él; el honor que él quiere, como padre que es, es la equidad con el prójimo (Éxodo 20, 12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano, la viuda. (Deuteronomio 10, 18-19). Dar al pobre no es otra cosa que dar a Dios. Dios está atento al grito del desdichado y, como respuesta, pide justicia con el pobre, el forastero, el esclavo.
Una especie de ceguera nos impide ver que lo que somos y tenemos no se debe exclusivamente a nosotros y nos encierra en la ilusión de la autosuficiencia. La justicia exige salir del encerramiento egoísta, que es el origen de nuestra injusticia.
La justicia es manjar que debemos empezar a saborear en la Tierra; es don de Dios y tarea humana; don y tarea exigen salir del encerramiento.
José Mario Ruiz Navas jmruizn@easynet.net.ec
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