lunes, 27 de julio de 2009
Homilía de monseñor Andrés Stanovnik, arzobispo de Corrientes, en la Fiesta de San Pantaleón
(26 de julio de 2009)
1. Hoy celebramos con mucha alegría la Fiesta en honor de San Pantaleón, Patrono y protector de esta querida comunidad parroquial. Un santo realmente con mucho poder por la multitud de amigos y devotos que convoca todos los años en este santuario. Pero es un santo poderoso por dos motivos principales: uno, porque nos hace ser agradecidos a Dios por el don de la vida y de la fe; y el otro motivo es porque nos enseña, con su ejemplo, a ser buenos cristianos. Me alegra mucho de poder compartir con ustedes el gozo de contar con un santo tan grande, un verdadero regalo para la Iglesia y para toda la sociedad.
2. ¿De dónde le vienen a San Pantaleón esa grandeza y ese poder? No lo dudemos: le vienen de su profunda amistad con Dios. Él fue, ante todo, un gran amigo de Dios. Esa cercanía con Dios, lo llevó a ser también amigo de los hombres y un gran servidor de la comunidad. En el relato de la multiplicación de los panes, que nos narra el Evangelio de hoy, escuchamos que Jesús, después que tomó los panes y antes de distribuirlos, dio gracias. Esto nos enseña que primero está Dios y es ante todo a Él a quien debemos agradecerle el don de la vida y de la fe. Y la fe nos dice que la amistad con Jesús es el regalo más maravilloso que podemos tener. Esa amistad con él nos hace buenos y nos lleva a compartir de tal manera que alcance para todos y aún sobre mucho. En esto consiste el poder del amor que descubrió nuestro santo, fiel discípulo de Jesucristo y gran misionero de su amor.
3. Hoy, que nos aflige la pandemia de la gripe, nos hace bien mirar a nuestro santo y aprender tantas cosas de su vida ejemplar como médico y como cristiano. San Pantaleón fue un gran médico del siglo IV, que curó a muchos enfermos en el cuerpo y en el alma. Utilizó la ciencia médica para aliviar y sanar los cuerpos. Pero como era un médico cristiano, mientras la medicina le servía para curar el cuerpo, la fe le ayudaba para sanar el alma de sus enfermos. Curó a muchos y al mismo tiempo los hizo amigos de Jesús. El amplio conocimiento que él tenía de la medicina no lo apartó de la fe. Él sabía que la fe no anula la razón, al contrario, la razón cuando está iluminada por la fe, se abre a un conocimiento más profundo de Dios, de las personas y actúa siempre a favor de la vida. Cuando la inteligencia se abre a la verdad, busca el mayor bien de las personas y de la naturaleza. En cambio, cuando la inteligencia se cierra sobre sí misma y se cree todopoderosa, va en contra de Dios, de las personas y de la creación.
4. El Papa Benedicto XVI, en su reciente encíclica Caritas in Veritate, nos recuerda que “sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador”. Somos caritativos en serio cuando vivimos en la verdad, es decir en Cristo y por Él. Él es el que hace verdadero nuestro servicio al prójimo; Él es quien lo purifica de los intereses egoístas y de la mentira, para que esté dirigido siempre al bien de los otros. La caridad llega al punto máximo cuando se la vive hasta el martirio, es decir, hasta dar la vida. San Pantaleón es mártir de Cristo. Él vivió su profesión por amor a Cristo y, por eso, en cada enfermo veía el rostro de su Amigo. Por eso también, mientras los curaba, les hablaba de Él. Esto le costó la vida, porque el Emperador Maximiliano, que no toleraba que se hablara de Jesús, mandó cortar la cabeza a su mejor médico. Así vemos cómo una razón nublada se vuelve irracional y mata la vida. En cambio, la razón y la fe, como las vivió San Pantaleón, llevaron vida, consuelo y esperanza a todos los que se encontraban con él. Las palabras del Papa lo confirman, cuando dice que “el desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor”.
5. Nosotros, que tenemos la dicha de contarnos entre los amigos y devotos de San Pantaleón, tendríamos que preguntarnos si estamos dispuestos a seguir su ejemplo. Preguntémonos si la profunda veneración y amistad que sentimos por él va junto con un deseo sincero de imitarlo con nuestra conducta. Al inicio dijimos que San Pantaleón fue un gran santo y también un regalo para la sociedad. Fue un cristiano ejemplar y un buen ciudadano. Amó a Dios y al prójimo. Fue obediente a las leyes de Dios y cumplió con sus obligaciones ciudadanas. Esto vale para todos los santos y santas. Esos varones y mujeres tomaron en serio la invitación que les hizo Jesús de seguirlo hasta la cruz y dar la vida por los otros. La cruz fue la gran señal que orientó la vida la vida de los santos.
6. La señal de la cruz orientó también la vida de San Pantaleón. Al respecto, él nos enseña dos cosas muy importantes. Una: para ser amigo de Dios hay que abrazar la cruz de Jesús, para que en ese abrazo él nos purifique de todo egoísmo y nos comunique su amor para que vivamos en la verdad. María, junto a la Cruz, nos enseña lo mismo, sobre todo hoy, que nos preparamos para el Centenario con el lema: “Discípulos y misioneros de Jesús, con María de Itatí, junto a la Cruz”. Y la otra cosa importante que nos enseña nuestro santo, es la siguiente: ese abrazo a Jesús Crucificado debe multiplicarse, como el pan, en muchos abrazos y servicios a los otros, especialmente a los enfermos, a los pecadores y a los pobres. Entonces sí, nuestra fiesta en honor de San Pantaleón será auténtica, nuestra devoción verdadera y Dios derramará muchas sobre nuestra comunidad.
7. En Corrientes, después del X Congreso Eucarístico Nacional, nos suenan muy fuertes y familiares aquellas palabras del lema, sacadas del relato de la multiplicación de los panes, que nos narra san Marcos, y que no aparecen en texto de San Juan que leímos hoy: “Denles ustedes de comer” (Mc 6,37). San Pantaleón, fiel testigo del amor de Jesús, nos enseña que para “dar de comer”, es decir, para trabajar a favor de la vida de todos, es necesario sacrificarse por entero, como lo hizo Jesús y como lo sigue haciendo hoy en los signos sacramentales del pan y del vino, cuerpo entregado y sangre derramada. Que nosotros, mientras participamos de este altar, a ejemplo de nuestro santo, asumamos el mandato de Cristo de “dar de comer”, pero empezando como lo hizo él, dando gracias a Dios, para que el pan material, pero también pan del amor, del perdón y de la reconciliación, se multiplique y llegue realmente a todos, especialmente a los niños, a los ancianos y a los pobres. “Seamos, como Iglesia, signo de esperanza”, haciendo realidad el lema que acompañó nuestra novena.
8. Este santo tiempo de la novena culmina alrededor del altar de la Palabra y del Sacrificio, pero no termina aquí. Lo que hemos visto y oído, lo que hemos celebrado y nos ha llenado de vida y esperanza, ahora se convierte en misión. Como misioneros, miramos a San Pantaleón, y lo vemos un hombre feliz, abrazado a la cruz de Jesús y descubriendo en ese abrazo que sólo el amor de Dios cura el corazón del hombre y lo abre, lleno de caridad, hacia los otros. También nosotros, si somos buenos discípulos de Jesús, si nos esforzamos por conocerlo, amarlo e imitarlo, vamos a sentir la misma felicidad que sintió San Pantaleón. Y como él, impulsados por el amor a Jesús y bajo el amparo de nuestra Madre de Itatí, lo multiplicaremos en gestos de amor y servicio a todos nuestros hermanos. Así sea.
Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes
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