sábado, 20 de junio de 2009
Perpetuo sagrario de la Eucaristía
Desde el principio de la vida pública de Jesucristo, la Virgen Santísima ardía de deseos para que su Hijo instituyera cuanto antes el Sacramento de la Eucaristía, que seguramente ya le habría sido revelado. Las bodas de Caná le pareció la ocasión apropiada para ello y cuando el vino empezó a faltar, María se dirigió a los criados ordenándoles: “Haced todo lo que Él os diga” (Jn 2, 5). 1
Pero aún no era el momento: “Mujer, mi hora no ha llegado todavía” (Jn 2,4) —respondió Jesús. Solamente tres años más tarde, en la víspera de su Pasión, Nuestro Señor daría a su Madre ese celestial alimento.
Paraíso terrenal del nuevo Adán ¡Qué dura debió ser la espera de Nuestra Señora hasta que pudiera recibir las Sagradas Especies! El Hijo, además, tampoco veía que llegara el momento de regresar a ese materno y santísimo claustro, que durante nueve meses fue su purísima mansión.
Las bodas de Caná le parecieron a María Santísima ser el momento adecuado para que Su Divino Hijo
instituyera la Sagrada Eucaristía
Pues afirma San Luis María Grignion de Montfort: “Digo con los santos que María Santísima es el paraíso terrenal del nuevo Adán, en el cual éste se encarnó por obra del Espíritu Santo, para obrar en él maravillas incomparables.
Es el gran y el divino mundo de Dios, donde hay bellezas y tesoros inefables”.2
En efecto, Dios le dio a Adán el Edén, en donde se esparcen todo tipo de maravillas: flores y plantas aromáticas, animales, piedras preciosas…
Para los santos y bienaventurados, reservó un lugar tan superior en naturaleza a este mundo que fue llamado Cielo Empíreo, o sea, “de fuego”.
Y para sí mismo, creó un Paraíso tan sublime y atrayente que a los otros los deja en meras prefiguras: María Santísima. 3
Así, como veremos en seguida, cuando la Virgen acogió en su interior a su adorabilísimo Hijo bajo las Especies Eucarísticas por primera vez, estas no se deshicieron nunca más dentro de Ella.
Permanencia milagrosa de las Sagradas Especies Las Sagradas Especies son, por la propia naturaleza de su materia, tan corruptibles y susceptibles de deterioro como el pan y el vino comunes.
En la hora de la Comunión, éstas “se deshacen poco tiempo después de haber sido recibidas cesando en ellas la presencia de Cristo”. Pero como afirma el P. Gregorio Alaustrey en su conceptuado Tratado de la Santísima Virgen, fuera de este modo ordinario y común, “puede darse otro modo milagroso y singular, en que, incorruptas las especies, siga Cristo presente en el comulgante”.4
Así le ocurría, por ejemplo, a San Antonio María Claret, en cuya autobiografía leemos: “En el día 26 de agosto de 1861, mientras estaba rezando en la iglesia del Rosario, en Granja, a las diecinueve horas, el Señor me concedió la gran gracia de la conservación de las Especies Sacramentales y de tener siempre, día y noche, al Santísimo Sacramento en el pecho”.5
Gracia singular y adecuada para la Madre de Dios Ahora bien, la Iglesia enseña que Cristo colmó a su Madre, “de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacados del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos”.6
Porque, como afirma Alaustrey: “todo lo que de gracia se concedió a otros dividido y por partes, fue dado a la Bienaventurada Virgen en conjunto y de modo perfecto, como convenía a la Madre de Dios, para que estuviese adornada con toda la hermosura de las gracias y dones concedidos a los otros justos”.7
A esto hay que acrecentar que, habiendo sido María constituida, por libre disposición de Dios, “dispensadora universal de todas las gracias que se concedieron y se concederán a los hombres hasta el final de los siglos” 8, convenía que poseyese todos los dones que Ella misma distribuiría a los hombres.
Por eso, si grandes héroes de la virtud, como el fundador de los claretianos, fueron favorecidos con la permanencia de Jesús Eucarístico en su pecho, no podía Nuestra Señora haber dejado de recibir en sumo grado gracia tan singular y tan adecuada para la Madre de Dios.
¿Sería inapropiado considerar que las Sagradas Especies permanecieron intactas en María Santísima desde el momento en que las había recibido por primera vez, en la Última Cena, hasta su Asunción?
La piedad y la razón nos llevan a pensar que no. Al contrario, creemos que el título de “Perpetuo sagrario de la Eucaristía” no se contradice en nada, e incluso completa, las hermosas expresiones de alabanza usadas por el Siervo de Dios Juan Pablo II: “Mujer eucarística” y “Primer tabernáculo de la Historia”.9
* * *
Una última consideración. Discuten los teólogos si María conservó la presencia de las Sagradas Especies en el Cielo después de su Asunción.
El tema cautiva, pero exponerlo exigiría entrar en consideraciones sobre el Cielo y los cuerpos gloriosos que se escapan de la materia de hoy.
Dejémoslo para un próximo artículo y quedémonos, de momento, con esta reflexión del P. Gregorio Alaustrey como punto de partida para otra ocasión: “No puede negarse la posibilidad de que las especies sacramentales permanezcan incorruptas en el pecho de la Virgen Madre de Dios, ya mientras vivió en la tierra, ya también ahora en el Cielo; porque si Dios puede impedir que los agentes naturales externos alteren y corrompan las especies eucarísticas, como parece ha sucedido con frecuencia, del mismo modo puede preservarlas de la corrupción que se sigue al influjo de los humores internos necesarios para la acción digestiva; cosa que tiene su máximo valor si se trata de la vida en el Cielo, donde por el estado de los cuerpos gloriosos, deben excluirse u ordenarse de otro modo las funciones de la vida que proceden del alma, en su grado inferior o más vegetativo”. 10 ²
1 Cf. ALAUSTREY, Gregorio. Tratado de la Virgen Santísima. Madrid: BAC, 1956, p. 680-681.
2 MONTFORT, San Luis María Grignion de. Tratado da Verdadeira Devoção à Santíssima Virgem.
32. ed. Petrópolis: Vozes, 2003, p. 19.
3 Cf. MONTFORT, Op. Cit., p. 19-20.
4 ALAUSTREY, Op. Cit., p. 687.
5 Apud: CONTRERAS MOLINA, Francisco. San Antonio María Claret: La palabra hecha vida y misión. Madrid: BAC, 2008. (C. IV. N. 4).
6 PIO IX, Ineffabilis Deus, n. 2.
7 ALASTRUEY, Op. cit., p. 342.
8 ROYO MARÍN, OP, Antonio. La Virgen María – Teología y espiritualidad marianas. 2. ed. Madrid: BAC, 1997, p. 194.
9 JUAN PABLO II. Ecclesia de Eucaristia. n. 53 e 55.
10 ALAUSTREY, Op. cit., p. 688.
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