domingo, 14 de junio de 2009

Aquel Corpus Christi de 1955 - Mario Caponnetto


Un día como hoy, el 11 de junio de 1955, se realizó en Buenos Aires la Procesión de Corpus Christi cuya festividad litúrgica se había celebrado dos días antes, el 9 de junio. Fue un sábado, por la tarde. Una tarde fría y destemplada como son casi todas las tarde porteñas del final de otoño.

¿Qué ocurrió aquel lejano día de Corpus en Buenos Aires? La tiranía peronista, próxima a su fin, había llegado al paroxismo de su ruindad y de su locura. A la falta de libertad, al encarcelamiento de los adversarios políticos, al latrocinio de los jerarcas del régimen y a la corrupción de la juventud, la tiranía había sumado, desde varios meses atrás, una torpe persecución a la Iglesia Católica. Los medios de la época, controlados férreamente por el Gobierno, fogoneaban, día a día, una campaña tendiente a presentar a la Iglesia y a los católicos como los máximos enemigos del pueblo, culpándolos de todos los males y azuzando a la opinión pública contra ellos. El Parlamento, dominado por una mayoría adicta al régimen, había derogado la Ley de Enseñanza Religiosa en las escuelas públicas (establecida en 1943 durante el Ministerio de Martínez Zuviría) y aprobado la ley de divorcio. Dos obispos habían sido detenidos, primero, y luego expulsados del país; varios más fueron encarcelados. Los católicos vivíamos en un clima de opresión, de hostigamiento constante: hasta la asistencia a misa resultaba en extremo peligrosa. En suma, un Gobierno de neto corte populista con oscuras conexiones masónicas, devenido en verdadera tiranía.

Frente a esta situación la reacción católica fue unánime. Rompiendo la barrera del miedo, desafiando las iras gubernamentales y exponiendo la libertad e, incluso, la vida, los católicos organizaron y llevaron adelante una firme resistencia civil. Fueron meses de grandes luchas y de duros enfrentamientos. La movilización católica fue total, orgánica, masiva. Las misas vespertinas, sobre todo en las iglesias del centro de Buenos Aires, atraían multitudes (desde luego, no todos asistían por verdadera devoción, pero asistían) las que, tras la misa, ganaban las calles porteñas en contundentes manifestaciones que terminaban, casi siempre, disueltas, incluso a tiros, por la Policía o por los grupos de choque del Gobierno. Se necesitaba no poco valor para enfrentar a la tiranía. Pero el miedo no prevaleció y poco a poco el poder del régimen se fue erosionando. El catolicismo, organizado, de pie, se hizo, pues, la vanguardia de la resistencia que, finalmente, logró derribar el nefasto régimen.

Pues bien, culminando esta estupenda resistencia, aquel 11 de junio de 1955, miles de fieles se reunieron en la Plaza de Mayo a pesar de que el Gobierno había prohibido expresamente la tradicional procesión de Corpus. En filas compactas, la multitud avanzó, portando la Cruz y los estandartes, entonando cánticos religiosos, rezando el rosario… Fue un magnífico testimonio de Fe y de amor a la Patria. La columna de fieles avanzó por Diagonal Norte, a paso sostenido, sin ningún incidente, en medio de un fervor que crecía minuto a minuto, cuadra a cuadra. El punto final fue la Plaza del Congreso. Allí, sí, los sicarios del Gobierno protagonizaron un hecho vergonzoso: un grupo de agitadores y provocadores, infiltrados en nuestras filas, quemó una bandera argentina en un burdo intento de atribuir ese crimen a los manifestantes católicos. La maniobra fracasó pero la afrenta a la bandera quedó como una de las manchas más grandes de aquella tiranía. Perón fue un General que ordenó, o consintió al menos, que se quemara una bandera nacional para enlodar a quienes resistían su régimen. No debemos olvidar esto. Años después se aliaría a la guerrilla para acelerar su retorno al poder. Luego la echó de la Plaza. Pero ya era tarde.

Pero volvamos al Corpus de 1955. Fue algo inolvidable. Con mis apenas 15 años participé de aquella estupenda manifestación de Fe y patriotismo. No puedo dejar de evocarla, hoy, cincuenta y cuatro años después, también en un día de Corpus (aunque la celebración de esta gran Festividad de la Sangre y el Cuerpo de Cristo se traslada al domingo siguiente, ella propiamente cae en jueves, el que sigue a la festividad de la Santísima Trinidad).

Con los recuerdos se entremezclan sensaciones diversas: gratitud a la Divina Providencia por haber sido testigo de esos hechos, nostalgia de un catolicismo militante y varonil, pena profunda por la Patria sometida, hoy, a otra tiranía.
No quiero ofender a nadie ni menos renovar las heridas de nuestras discordias.
Sólo me pareció que no podía dejar pasar este día sin recordar aquel Corpus de 1955 en que los católicos argentinos fuimos capaces de levantar bien alto el estandarte de la Cruz y poner en fuga a un tirano que en su delirio se atrevió a afrentarla.

Mario Caponnetto
Buenos Aires, 11 de junio de 2009
Festividad de Corpus Christi

Tomado de: http://elblogdecabildo.blogspot.com

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