sábado, 31 de julio de 2010

La Iglesia, "aunque sufriente", no es "una Iglesia envejecida", sino "joven y llena de alegría" - SS Benedicto XVI


El Papa Benedicto XVI afirmó que la Iglesia, "aunque sufriente", no es "una Iglesia envejecida", sino "joven y llena de alegría".

Así lo expresó antes de ayer, 29 de julio, tras serle presentado por la tarde el film "Cinco años del Papa Benedicto XVI", un film que narra los primeros años de su pontificado, obra de la Bayerischer Rundfunk, la radio bávara.

Para el Papa, el film está lleno de momentos "muy conmovedores" para él, y señaló en particular el día de su elección como pontífice: el día "en el que el Señor impuso sobre mis espaldas el servicio petrino", afirmó.

El papado es "un peso que nadie podría llevar por sí mismo solo con sus fuerzas, sino que se puede llevar solo porque el Señor lo lleva y me lleva", añadió.

SS Benedicto XVI destacó la idea de los realizadores de la película de insertar todo en el marco de la novena sinfonía de Beethoven, del "Himno de la alegría".

"Hemos visto que la Iglesia también hoy, aunque sufra tanto, como sabemos, con todo es una Iglesia gozosa, no es una Iglesia envejecida, sino que hemos visto que la Iglesia es joven y que la fe crea alegría".

Por ello, el himno "expresa cómo detrás de toda la historia está la alegría de la redención".

"He encontrado también hermoso que el film termina con la visita a la Madre de Dios, que nos enseña la humildad, la obediencia y la alegría de que Dios está con nosotros", añadió.

En la película afirmó el Papa, están presentes "la riqueza de la vida de la Iglesia, la multiplicidad de las culturas, de los carismas, de los diversos dones que viven en la Iglesia y cómo en esta multiplicidad y gran diversidad vive siempre la misma, única Iglesia".

Por ello, explicó, "el primado petrino tiene esta misión de hacer visible y concreta la unidad, en la multiplicidad histórica, concreta, en la unidad de presente, pasado, futuro y de la eternidad".

La imitación de María - Beato Tomás de Kempis



Párrafos selectos:

“Escuche ahora el piadoso enamorado de tu santo nombre. El cielo se alboroza, llénase de asombro la tierra, cuando digo: Ave María.

Satanás huye, tiembla el infierno, cuando digo: Ave María.

El mundo aparece ruin, la carne se marchita, cuando digo: Ave María

Se desvanece la tristeza, reaparece el gozo, cuando digo: Ave María.

Se disipa la pereza, el corazón se derrite de amor, cuando digo: Ave María

Acreciéntase la devoción, estalla la compunción, se reanima la esperanza, aumenta el consuelo, cuando digo: Ave María.

El espíritu se recrea y el ruin afecto se enriquece, cuando digo: Ave María”.

“La salutación angélica fue compuesta bajo la inspiración del Espíritu Santo, y es adecuada a tu grandísima dignidad y santidad.

Esta oración es en palabras, corta; en misterios, sublime; en el dictado, breve; en eficacia, prolija; dulce más que la miel; preciosa más que el oro”.

“Esta es, en verdad, según que atestiguan las Santas Escrituras, la prudentísima Virgen de todas las vírgenes, la más recatada de todas las mujeres, la más hermosa de todas las doncellas, la más honesta de todas las matronas, la más agraciada de todas las dueñas, la más noble reina de todas las reinas”.

“¡Oh prole de veras ilustre, noblemente engendrada de la insigne prosapia de los Patriarcas, generosamente producida de raza sacerdotal, dignísimamente derivada de dignidad pontifical, verísimamente anunciada por el coro de profetas, ilustrísimamente salida de estirpe real, rectísimamente originada de la línea de David, clarísimamente desgajada de la nobilísima tribu de Judá, felicísimamente engendrada de la plebe de Israel, singularmente elegida de en medio del elegido pueblo de Dios, por ordenación divina serenísimamente nacida a la luz del mundo de padres santos, religiosos y agradables a Dios!”.

“Porque en virginidad eres candidísima; en humildad, profundísima; en caridad, fervorosísima; en paciencia, mansísima; en misericordia, copiosísima; en la oración, devotísima; en la meditación, purísima; en la contemplación, altísima; en compasión, suavísima; en consejo, prudentísima; en socorrer, poderosísima.

Tú eres la casa de Dios, la puerta del cielo, el paraíso de delicias, pozo de gracias, gloria de los ángeles, alegría de los humanos, modelo de costumbres, esplendor de virtudes, lumbrera de vida, esperanza de los menesterosos, salud de los enfermos, madre de los huérfanos.

¡Oh virgen de las vírgenes, toda suavidad y hermosura, brillante como estrella, encarnada como rosa, resplandeciente como perla, luminosa como el sol y la luna en el cielo y en la tierra!

¡Oh Virgen apacible, inocente como corderita, sencilla como la paloma, prudente como noble matrona, servicial como humilde esclava!

¡Oh raíz santa, cedro altísimo, vid fecunda, higuera dulcísima, paJustificar a ambos ladoslma jocundísima! En ti se hallan reunidos todos los bienes, y por ti se dan a nosotros los galardones eternos”.

“¡Oh clementísima Virgen María, Madre de Dios, Reina del cielo, Señora del mundo, júbilo de los santos, consuelo de los pecadores! Atiende los gemidos de los arrepentidos; calma los deseos de los devotos; socorre las necesidades de los enfermos; conforta los corazones de los atribulados; asiste a los agonizantes; protege contra los ataques de los demonios a tus siervos que te imploran; guía a los que te aman al premio de la eterna bienaventuranza, en donde con tu amantísimo hijo Jesucristo reinas felizmente por toda la eternidad. Amén”.

“El amor a Santa María apaga todos los ardores de la concupiscencia carnal y fomenta la castidad.

El amor a Santa María ayuda a menospreciar al mundo y servir a Cristo en la humildad.

El amor a Santa María preserva de toda mala compañía y prepara para la pureza de la vida religiosa.

Ama, pues, a Santa María, y percibirás gracia espiritual.

Invoca a María, y alcanzarás victoria.

Honra a María, y obtendrás perpetua misericordia”.


“Feliz el devoto aquel que, despreciando todos los solaces del mundo, escogió a nuestra Señora Santa María que como Madre le consolará y como guardiana le protegerá durante toda su vida”.

“Si deseas ser consolado en las tribulaciones, acércate a María, Madre de Jesús, que está al pie de la cruz llorando y gimiendo. Y todos tus desasosiegos o se desvanecerán pronto o se te harán leves”.

“Ahora bien, ¿qué hay que pedir a María? En primer lugar, pídele el perdón de tus pecados. Luego, la virtud de la continencia, y el don de la humildad tan grato a Dios”.

“Duélete al ver que todavía estás tan lejos de las verdaderas virtudes: de la profunda humildad, de la santa pobreza, de la perfecta obediencia, de la purísima castidad, de la devotísima oración, de la fervorosísima caridad, virtudes todas ellas que en sumo grado adornaron a María, Madre de Jesús”.

“Cualquier cosa que desees, pídela humildemente por mediación a María, puesto que, gracias a sus gloriosos méritos, son auxiliados los que se encuentran en el purgatorio y en la tierra”.

“¿Quieres hacer lo que agrada a la Virgen? Sé humilde, paciente, sobrio, casto, modesto, manso, recogido, devoto de alma.

No salgas con frecuencia. Lee, escribe, ora a menudo. No te parezca ni prolijo ni pesado el servir a María.

Servir con el corazón y los labios a tal Señora, es cosa deleitable y que no puede menos que regocijar.

No quedará, en efecto, sin notable recompensa todo lo que se haya hecho, por poco que sea, en su honor.

Madre humilde, no menosprecia los pequeños obsequios. Virgen piadosa, acepta con gusto lo poco que se le ofrece, a condición de que se haga devota y espontáneamente.

Sabe de sobra que no podemos dar grandes cosas, y, como Señora misericordiosa y Reina apacible que es, no exige imposibles de sus siervos.

Aquella noble naturaleza, por quien vino la misericordia a todo el universo, no puede menos que compadecerse de los indigentes.

¿Cómo no ha de acoger graciosamente a sus fieles servidores, la que tan a menudo con sus avisos y patentes milagros convierte a los que viven miserablemente en el mundo?

¿Cuántos no se hubieran condenado por toda la eternidad, o se hubieran atascado obstinadamente en la desesperación, de no haber la benignísima Virgen María intercedido por ellos ante su Hijo?

Con sobrada justicia se dice de ella que es la misericordia de los miserables y el recurso de todos los pecadores.

No busca nada de lo que tenemos, ni necesita para nada de lo nuestro, cuando en el cielo todos se afanan en satisfacer sus deseos.

Si exige de nosotros que la sirvamos, es porque busca nuestro bien. Si pide que la alabemos, es porque desea nuestra salvación.

Y cuando ve que festejamos la memoria de su nombre, esto le sirve de pretexto para colmarnos de beneficios. Deléitase, en efecto, en corresponder a sus servidores.

Es muy fiel en las promesas, y generosa en los favores.

Está colmada de delicias, y los ángeles la alegran con incesante concierto. Esto no obstante, se goza en los homenajes de los hombres, porque ello redunda en mayor gloria a Dios y salvación de muchos.

Se ablanda con las lágrimas de los miserables; se apena con los dolores de los atribulados; corre en auxilio al ver los peligros de los tentados; se inclina a las preces de los devotos.

El que con pie firme y corazón humillado recurra a ella e invoque su santo y glorioso nombre, no volverá con las manos vacías.

Son muchísimos los que están a su lado; los mismos coros de ángeles esperan sus órdenes; y ella a todos puede mandarlos para aliviar a los desvalidos. Conmina a los demonios a que no se atrevan a molestar al que se ha sometido a su señorío y cuidado”.

“Por su singular reverencia es atendida al instante en toda causa que se le confíe. Su benigno Hijo Jesús, autor de la salvación del género humano, la honra en efecto no negándole nada. De modo que todo fiel y devoto que desee escapar de los naufragios del mundo y arribar al puerto de la eterna salvación, acuda a nuestra Señora Santa María”.

“Por tanto, si deseas alabar dignamente a la bienaventurada Virgen y venerarla con todo ahínco, procura ser como los sencillos hijos de Dios, sin malicia, sin doblez, sin engaño, sin enojo, sin discordia, sin murmuración ni recelo”.

“No hay lugar más seguro para esconderse que el regazo de María; ni caballo más veloz para escapar de la mano del perseguidor, que la oración de la fe dirigida al alcázar de la real Dueña nuestra, Santa María”.

“Procura asirla, y ya no la sueltes, hasta que te bendiga, y te acompañe bojo su égida feliz al palacio celestial. Amén”.

“Tú eres el ornato del cielo de los cielos. Tú eres el gozo y júbilo de todos los santos. Tú eres el dorado reclinatorio del Santo de los Santos. Tú el alborozo y expectación de los Padres antiguos”.

“No quiero, pues, pues llamar madre a nadie sobre la tierra; rehusó tener otra fuera de ti, Madre de Dios, y solamente a ti.

No hay otra semejante a ti en virtud y encanto, en caridad y mansedumbre, en piedad y dulzura, en fidelidad y consuelo maternal, en misericordia y piedades sin número.

En este día te elijo y reservo. En este día me entrego con toda confianza a ti, y solo deseo que confirmes este mi propósito para toda la eternidad”.

“Te ruego, además, oh María, gloriosísima Madre de Dios, que desde esta hora hasta el momento de la muerte no te canses de mirarme con rostro propicio y sereno y con dulcísimo corazón.

A cualquier sitio que me dirija, extiende maternalmente sobre mí tus santísimos brazos.

Y cuando se acerque mi último día, que no sé cuándo será, y la tremenda hora de la muerte, de la que no puedo escapar, oh clementísima Señora mía, que eres especial confianza en todos los apuros, pero en particular en la hora de la muerte, acuérdate de mí y asísteme en los últimos momentos de mi vida, consolando mi alma temblorosa. Ampárala contra los espantosos e inmundos espíritus, para que no se atrevan a acercarse.

Dígnate visitarla con tu graciosa presencia, acompañada de los ángeles y santos”.

“Acepta, pues, la plegaria que yo, siervo tuyo, ahora elevo a ti; y mírame misericordiosísimamente, Madre de Jesús, Virgen María amada más que nadie, y acuérdate siempre de mí”.

¡Oh mínima Compañía de Iñigo de Loyola –y de Jesús! - Reverendo Padre Leonardo Castellani



Homilía del R.P. Leonardo Castellani, (31 de julio de 1966, Festividad de San Ignacio de Loyola)

Hacer el panegírico de San Ignacio de Loyola es un gran honor para mí; y le quedo cordialmente agradecido por el honor al Sr. Cura Párroco, Dr. Agüero. La palabra «panegírico» ha ido tomando un sentido peyorativo; y eso con razón, cuando en vez de ser una simple exposición de la vida del Santo se convierten en piezas retóricas pomposas hinchadas y huecas que ponen al santo por las nubes pero lo quitan de la tierra.

Pero las vidas de los Santos es la lectura más útil al cristiano después de la Sagrada Escritura: esa lectura convirtió a San Ignacio de Loyola.

Una monja mejicana me escribió hace poco que no le gustan la vida de los Santos porque son aburridas o mentirosas; tiene razón con respecto a las biografías escritas por devotos ininteligentes. En su Vida de San Ignacio el escritor inglés Cristopher Hollis dice que los devotos suelen ser poco honrados; quiere decir que escriben vidas de Santos hombres que no tienen la inteligencia y la experiencia requeridas por ese género literario, el más difícil de todos. «Hay que ser un santo para escribir bien la vida de otro santo» dijo Tomás de Aquino, con alguna exageración. Pero hay numerosas vidas de Santos buenas: hace poco la Sra. Clara Luce Booth ha publicado un libro Santos de Ahora, entre quienes cuenta a San Ignacio: vidas breves escritas por los mejores escritores yanquis -de ahora.

San Ignacio no ha tenido suerte en biografía: no he hallado ninguna que me satisfaga, y he leído muchas. Incluso hay no pocas equivocadas y aun calumniosas, como la del austríaco Fulop-Müller y la del suizo Bluck, que ha publicado Peuser entre nosotros. Casi todas conciben a Iñigo de Yañez y Loyola (no Iñigo López de Recalde que dicen algunos) como el «Gran Inquisidor»: un hombre terco, rígido, implacable, inhumano incluso; porque, por ejemplo, a un jesuita que dio por broma una palmada en el trasero a otro que estaba agachado, lo echó al instante de la Compañía; rasgo accidental que no define a San Ignacio, y pudo ser un error, por cierto; pero para mí, en el fondo es un rasgo de sentido común; como el rasgo de Onganía al cerrar Tía Vicenta.

He aquí un soldado cojo y calvo, «soldado desgarrado y vano», de estatura casi enano, hijo de un terruño rudo, que jamás supo bien el castellano ni el vasco ni el latín ni el francés ni el italiano... se pone en el siglo XVI –dice el historiador protestante Lord Macaulay- «en el rango de los más grandes estadistas europeos» y el hombre que más ha influido en el mundo moderno –dentro de la Iglesia: A san Ignacio se podría aplicar lo que me dijo por broma un vasco no hace mucho: «Nosotros los vascos somos todos buenos; pero somos muy brutos. Ahora que cuando un vasco sale inteligente, como yo por ejemplo.. ¡arripoa!». San Ignacio fue un vasco genial. No les han faltado tampoco a los vascos genios especulativos.

Ignacio no fue ni el gran inquisidor de la leyenda de Dostoiewski, ni el jefe taimado y tramposo de Carducci y Víctor Hugo, ni el «Perinde ac cadáver» (frase que no inventó él sino San Francisco de Asís) ni el sargento mayor encalabrinado de disciplina, ni el «profesor de energía» que dice el P. Laburu, ni el gran politicastro, ni el Quijote viviente de Unamuno. Eso es leyenda o caricatura. Más cerca de encender hogueras estuvo él de ser mandado a la hoguera; y salvó de la hoguera a muchos. El nombre que él se daba era el de «Peregrino», el de «Pecador» o el de «Pobre en virtud»; y quienes lo conocían lo llamaban «Padre».

Veremos brevemente la conversión de San Ignacio, la fundación de la Compañía de Jesús y el estado de la Compañía hoy en día.

I

Dice Papini en su libro «Los Operarios de la Viña» que Ignacio de Loyola no es un santo popular: pocas veces los hombres de mando y de lucha y de orden son populares para el vulgo; son muy amados por los que están en contacto inmediato con ellos; y esto sucedió grandemente con San Ignacio. Por otra parte tuvo siempre enemigos y calumniadores –hasta nuestro días. Grandes amigos y grandes enemigos; porque simplemente, era grande.

La conversión de San Ignacio se verificó en 1521 a los 30 años, en su lecho de convaleciente; en la misma fecha en que Lutero se sublevó contra la Iglesia de Roma. En el sitio de Pamplona por el ejército francés, una bala de cañón le trizó la pierna derecha, no el muslo sino la canilla; y apenas cayó él, el puñado de españoles que defendía la fortaleza se rindió. Los médicos le ensamblaron los huesos rotos mal que bien; mejor dicho mal; y después se vio que una punta de hueso se proyectaba como un tarugo debajo de la piel; impidiendo el uso de la bota alta y estrecha que usaban los oficiales. Iñigo de Loyola exigió que le arreglaran eso: dijeron había que reabrir la herida, serruchar el hueso y estirar la pierna con poleas: sin anestesia. Iñigo soportó la horrible operación sin un gemido, solamente suspirando «¡Ay Jesús!» de vez en cuando. Quedó sin embargo rengo: «martirio de vanidad» lo llamará más tarde. No era su primer acto hazañoso; y mucho menos el último: toda su vida hizo actos arrojados, indomables, atrevidos incluso; es decir, caballerescos.
En su segunda larga convalecencia Iñigo leyó vidas de Santos; había pedido le trajeran novelas de caballería y le trajeron a falta dellas la «Vida de Cristo» del Cartujano y el «Flos Santorum», o Vidas de los Santos. Leyéndolas, su ánimo ardiente y ambicioso decía: «¿Esto hizo San Francisco? Pues yo también lo puedo hacer. ¿Esto hizo Santo Domingo? Pues yo también lo tengo de hacer» Y notó que cuando se pasaba horas soñando con «la dama de sus pensamientos» (que era nada menos según parece que la princesa Juana de Aragón, casada más tarde con el Rey de Nápoles; «pues no era condesa ni duquesa sino más arriba que eso» -dice él en su Autobiografía) mas cuando pensaba en las grandes hazañas y hechurías que iba a hacer por ella, el final de los pensamientos le dejaba un extraño amargor; mas cuando pensaba en los Santos, el final era tranquilo y gozoso. Después de una larga lucha de sentimientos («discernimiento de espíritus» lo llamará más tarde) se decidió a dejar la caballería terrena y seguir a Jesucristo, visto por él como un Jefe temporal (mucho mejor que el Duque de Najera, su señor) que hace reclutamiento en todo el orbe de la tierra para su sempiterna campaña contra Satanás. «Si San Bernardo hizo esto (la primera Cruzada) yo también lo haré».
Se arrancó de su casa no sin resistencia de los suyos y fue, cojeando, mendigando y desconocido al monasterio de Montserrat, donde veló una noche entera en oración, conforme a la costumbre de los caballeros antes que un Rey o una Reina (o «su señor natural») les diesen el espaldarazo con la espada y les calzasen las espuelas de oro, consagrándolos para siempre al servicio de la Justicia –y de la patria. Pero él dejó su espada al pie del altar de Nuestra Señora; y se fue, hecho un mendigo rengo y penitente a la vecina ciudad de Manresa. Allí buscó una cueva a la orilla del Río Cardoner y comenzó la más extraordinaria tanda penitencias, privaciones y oraciones. «Si San Antonio Abad hizo esto, yo también lo haré». El demonio lo tentó como a San Antonio, también extraordinariamente, con tristezas, escrúpulos, desesperación, hasta el punto de incitarlo a suicidarse. Pero él venció las tentaciones con decisiones heroicas, y tuvo grandes visiones de Dios. Esta fue la conversión de Iñigo, que tiene destellos épicos, novelescos, dramáticos y estremecedores; los cuales son conocidos. Un año estuvo en Montserrat y Manresa; y de ahí se trasladó a Barcelona, después a Venecia, después a Jerusalén.

Fue a Barcelona como etapa para Jerusalén. Una noble dama catalana que tenía un marido ciego y vivía dedicada a su cuidado y a la piedad, Isabel Rosell, estando en la iglesia sintió como una voz interior que le decía «Ese mendigo que está en la puerta». Enseguida que habló con él quedó prendida o prendada: le oyó el lenguaje de los caballeros; y lo protegió todo el tiempo de Barcelona y todo el tiempo de su vida, como otra dama, Inés Pascual en Manresa; y con esta y otra monja, Teresa Rejadella, Ignacio se escribió toda la vida. Blunck dice que San Ignacio fue un misógeno, es decir, enemigo de las mujeres; y en realidad fue lo contrario, demasiado atraído por las mujeres, digamos enamoradizo. En Roma fundó una casa para mujeres arrepentidas; y se iba él mismo a las casas malas, peleaba con los rufianes o «cafishios» y siendo ya General de la Compañía, consejero del Papa y conocido en todo el mundo, las acompañaba a pie por las estrechas y lodosas calles de Roma. Un enemigo de los Jesuitas, Miguel Mir, ex-jesuita, escribió: «Ignacio de Loyola prohibió a sus secuaces la dirección espiritual de mujeres; y él dirigió hasta su muerte un montón de mujeres. Impuso a sus secuaces una obediencia férrea; y él no obedeció una sola vez en su vida...» Lo primero es verdad, lo segundo falso.

En Barcelona tuvo su primer topetazo con la Inquisición; no el último ni mucho menos. Ignacio no podía quitarse de enseñar, exhortar y predicar, incluso en las calles; ni podía andar sin una cola, es decir, compañeros que se le pegaban infaltablemente, como a un imán. Tenía ese magnetismo, el poder de influenciar, tenía «el genio de la amistad» dijo un contemporáneo. No era ni brillo intelectual ni prepotencia de la voluntad; simplemente su libertad obraba sobre las libertades ajenas, y su dignidad era atrayente, radiante, arrastrante. El que se haga Emperador de sí mismo, ese podrá imperar a los otros. Más de una vez le bastó ir a visitar a un enemigo, conversar una hora y dejarlo convertido en adicto; como cuentan de Irigoyen; pero más que don Hipólito por cierto, como fue también el caso de San Francisco y Santo Domingo. La Inquisición andaba con ojo inquieto y barbas al hombro en ese tiempo; y con razón. Sus cinco primeros compañeros lo dejaron al partir él para Venecia y para Jerusalén. Sus cinco primeros compañeros lo dejaron al partir él para Venecia y para Jerusalén.
El viaje a Jerusalén, hecho sin dinero y descalzo, tuvo las más increíbles peripecias, que no contaré: los desprecios, los peligros y las palizas fueron sin cuento. Cuando la nave de los peregrinos en que viajó gratis llegó a Jerusalén, el Provincial de los franciscanos, que era prácticamente el Arzobispo de Tierra Santa, les dijo visitaran el Santo Sepulcro y se mandaran mudar, porque el Turco andaba bravo -los turcos desplumaban y maltrataban a los peregrinos- Ignacio se quedó. El franciscano lo llamó y le dijo si no se marchaba lo iba a excomulgar. Obedeció, pero antes fue a despedirse del Monte Oliveto, de la piedra donde según decían, estampó sus pies Jesucristo al subir al cielo. Sobornó al centinela turco con un cortaplumas, adoró la piedra, y se volvía cuando le vino una idea repentina: mirar si Cristo al subir al cielo estaba mirando hacia España, o al revés, de espaldas. Sobornó otra vez al centinela con una tijeras y entrando vio con gran ufanía que las puntas de los pies miraban a España. Se le acabó la ufanía enseguida porque un sirviente armenio del convento franciscano lo topó; y a empellones puñadas y patadas lo llevó ante el Provincial, que lo reprendió ásperamente. Este era el mismo Iñigo que a los 18 años: porque un grupo de hombres armados que venían por su acera no le cedían la derecha, desenvainó, hirió a uno y los hizo huir a todos. Pero él contó que mientras el armenio lo arreaba como a un animal, el veía delante de sí a Cristo.

Vuelto a España (en las mismas condiciones hazañosas de siempre, de Venecia a Barcelona a pie y mendigando, pasando por Francia, que estaba en guerra con España) Ignacio se puso a estudiar o quiso ponerse a estudiar: la Inquisición le había mostrado que lo que importa no es el saber, lo que importa es el título; que no basta tener talento, hay que tener permiso de tener talento.

Se fue a Alcalá y después a Salamanca algo más de dos años: en Alcalá a la escuela del maestro Arévalo, donde iban niños de 10 años, sentado en el último banco; y de hecho era el último de la clase. Se ponía a decorar la primera conjugación, Amo amas amare amavi amatum y se acordaba del amor de Dios, se abstraía y no aprendía; ni a palos, pues le pidió al maestro Arévalo que le pegase como a los chicos si no sabía la lección. A los dos años Arévalo cansado lo mandó a Salamanca. Como siempre, se le apegaron tres compañeros; y como siempre, andaba predicando y visitando enfermos y encarcelados; y como siempre, alarmó a la Inquisición y los metieron presos tres veces por lo menos.

La primera vez los interrogaron interminablemente y los largaron mandándoles se comprasen zapatos y no anduvieran descalzos. Ignacio le dijo al Inquisidor Figueroa que le regalase él los zapatos; y añadió: «Con tanta y tanta pregunta, ¿qué ha sacado Ud.? ¿Ha encontrado algo malo en lo que enseño?» «No,» -dijo Figueroa- «porque si hubiese encontrado algo malo, os mandaba a la hoguera.» «Y yo también a vos, en el mismo caso» dijo el peregrino.

Este rasgo de humor de Ignacio es uno entre muchísimos: tenía el sentido del humor, que según Aristóteles es propio del hombre magnánimo; y en él era cosa habitual; en este vasco que suelen pintar como seco, seriote, ceñudo, adusto, frío y aun lúgubre. Por ejemplo, cuando por tercera vez lo metieron preso, en Salamanca, con grillos y cadenas, fue a verlo el Inquisidor Frías con el Obispo Mendoza -el que después se haría famoso en el Concilio de Trento, hecho Cardenal de Burgos, confesor y amigo íntimo de Carlos V-; y Frías le preguntó irónicamente: «¿Me tiene odio por estos grillos y cadenas?» «Dr. Frías» contestó el reo «sepa que no hay en toda Salamanca tantos grillos y tantas cadenas cuantos yo desearía sufrir por Cristo. Lo que me impacienta son unos animalejos que hay por aquí, muy chiquitos, pero muy bravos.» La respuesta le ganó la voluntad del Cardenal de Burgos, que lo había ido a ver por curiosidad como a un chiflado cualquiera.

Podría multiplicar los ejemplos del humor un poco tosco y aun salvaje pero siempre amable del peregrino. (Una vez en Roma dijo que a él le gustaría ser judío para tener en las venas sangre de la raza de Jesucristo y un tal Mateo López le dijo, «¿Judío, señor?» y escupió. «Sí señor, judío... como Vuestra Merced» dijo Ignacio, y escupió también).

Una vez, ya General, encontró a un lego que estaba barriendo un corredor y le dijo: «Hermanos, este trabajo ¿lo haces por Dios o por los hombres?» «Por Dios» dijo el lego. «¡Qué lástima! Porque si lo hicieras por los hombres no me importaba; pero haciéndolo por Dios y barriendo tan mal como barres te tengo de dar una buena penitencia». Las penitencias que solía dar era mandar al culpable a rezar a la Capilla hasta que él avisase. Y cuando le preguntaban «¿Por quién debo rezar?» respondía: «Por mí, para que no me olvide».

Dando Ejercicios al Dr. Ortiz, un célebre profesor de Teología y encontrándolo deprimido se puso a bailar delante con su pata renga para hacerlo reír; y cuando, salido de Ejercicios, Ortiz le pidió entrar en Compañía, le dijo «No, porque sois muy gordo». Prohibió admitir en la Compañía hombres de cara fea; sin embargo Diego Laínez, el segundo General, era feísimo. «Me admitieron de noche» decía él.

Se puede contar también como rasgo de humor las catorce horas que esperó sentado a la puerta del Papa Paulo IV, su enemigo, sin comer, sin beber y sin dormir. Lo que quería el Papa era que se fuese; pero tuvo que recibirlo.

El P. Nadal en su «Memorial» dice que el buen humor era continuo en él: «En la recreación y en su aposento estaba siempre alegre y risueño, pero guay cuando fruncía el ceño; ninguno podía sostener su mirada de enojo» esa misma mirada que dirigió en Pamplona a sus compañeros de armas y al Capitán Herrera cuando querían rendirse a los franceses.
Lo hemos dejado en Salamanca, preso. Lo soltaron, con el mandato de no predicar más sobre la diferencia del pecado venial y el pecado mortal. El no se avino a ese mandato: «Me voy a estudiar a París».

Al Prior de San Esteban que, habiéndolo invitado a almorzar, le preguntó de sobremesa, después de haberlo interrogado sobre su vida y haber respondido él ingenuamente: «Bueno, si Ud. no tiene estudios, y predica cosas teológicas, entonces a Ud. ¿le ha enseñado el Espíritu Santo?» Ignacio respondió: «Si lo que yo predico está bien ¿qué le importa a Ud. quién me lo ha enseñado?» «Pues ahora veréis», dijo el Prior y salió furioso y lo denunció, y esta fue su tercera prisión. Cuando salió, dejó a sus primeros compañeros, se fue a París y fundó la Compañía de Jesús.

II

San Ignacio entró en la Sorbona, donde permaneció 7 años (1528-1535) al mismo tiempo que salía della el heresiarca Juan Calvino: otra coincidencia. ¿Para qué voy a contar las peripecias novelescas y las obras hazañosas que hizo en todo este tiempo, como de costumbre? Para él lo más hazañoso fue sacar los títulos de bachiller, maestro de Artes y licenciado y teología; porque el estudio le costaba la mar. Seguía predicando, exhortando, dando Ejercicios y eso casi le costó una «sala» que era un tremendo e infamante castigo; del cual se libró con uno de sus rasgos geniales: fue a verlo a Govea, el Rector, le habló media hora y terminó diciendo: «Cosa donosa es, Sr. Rector, que en un país cristiano sea novedad hablar de Cristo». El Rector lo abrazó y le perdonó la «sala».

Apenas dio el tremendo examen de la Piedra seleccionó seis de sus muchos seguidores, los llevó a la Capilla de Montmartre (Monte de los Mártires) donde hoy está la suntuosa basílica del Sacré Coeur; y allí hicieron votos de pobreza, celibato, obedecer al Papa e ir a Jerusalén. Esta fue la primera fundación de la Compañía. Los siete nuevos monjes eran Francisco Javier, navarro, que de joven casquivano y divertido se había de convertir en el misionero más grande que ha habido después de San Pablo; Pedro Fabbro, francés, beatificado por Paulo V, Simón Rodríguez, portugués, Alfonso Salmerón, castellano; Nicolás Bobadilla, granadino, y Diego Laínez, judío, hijo de judíos conversos.

Constituidos en «Societas Iesus», nueva sociedad religiosa, partieron hacia Roma, caminando, mendigando y predicando, estilo Loyola, en medio de la tercera guerra entre Francisco I Carlos V. En Roma se pusieron a predicar en todos los barrios y después en varias ciudades de Italia con gran expectación: la gente comenzaba por reírse del cocoliche que hablaban, mezcla de español, francés e italiano, pero luego quedaban prendidos por el fuego y verdad de sus palabras: surgieron los eternos impugnadores, que metieron presos a dos de ellos en Ravenna, y también los amigos que los apelaban «los Santos». Se enteró Paulo III, que les había negado una audiencia, y los invitó a almorzar; y esos harapientos le cayeron en gracia y les dijo: «¿Para qué quieren ir a Jerusalén? Italia es su Jerusalén». Gracias a esta caída en gracia existe hoy la Compañía de Jesús. Dos años más tarde aprobó el esquema de sus Constituciones. «El dedo de Dios está aquí» dijo al leerlas.

Paulo III subió al Papado a los 60 años y vivió hasta los 85. No hubiese subido al Papado de no ser el hermano de Julia Farnesio, la concubina de su antecesor, Alejandro VI. Era propenso a la ira y estaba siempre rabioso contra la Iglesia, contra Francia, contra España, contra Inglaterra, contra el Turco y contra sí mismo; los Romanos decían «la iracundia deste viejo no parece cosa deste mundo». Antes de morir le asesinaron un hijo suyo, Pier Luigi; y entre los asesinos estaba un Cardenal, el Cardenal Gambara. Murió lleno de ira como había vivido, pero su ira no hizo daño a la Iglesia; pues cuando estaba enojado, acertaba. Cristopher Hollis ha escrito: «Es curioso que Paulo III, si no hubiese tenido una hermana manceba de un Papa no hubiese llegado a Papa; y que si no llegaba a Papa, la Iglesia perdía a toda Europa». En efecto, Paulo III estableció a los jesuitas, convocó el Concilio de Trento y fundó el Colegio Romano, mi Universidad, la Universidad Gregoriana hoy día. Fue el primer Papa de la Contrarreforma y el más eficaz de todo. Como Uds. Ven, tenía motivos para andar enojado.

Después de Paulo III vinieron dos Papas contrarios a los jesuitas, uno los molestó poco, Julio III, pero el otro quiso suprimirlos, Paulo IV; y otro favorable, pero que reinó sólo 21 días, Marcelo I. La Compañía de Jesús empezó a crecer con rapidez tal que tan sólo el Imperio de Alejandro y el Imperio de Napoleón pueden comparársele. Entonces fue elegido el Cardenal Juan Pedro Caraffa, Paulo IV. Cuando le anunciaron a Ignacio la elección, le temblaron los huesos; el P. Nadal dice que se puso pálido y se le estremeció la osamenta. Caraffa era enemigo personal de San Ignacio porque, en primer lugar, Ignacio era español y él era napolitano y odiaba a los españoles; en segundo lugar porque lo había invitado a entrar en la Orden de los Teatinos que él había fundado junto con San Cayetano en Thiena; y tercero, después de hecha la Compañía los había instado a fundirse con su Orden que tenía porvenir mientras ellos no tenían ninguno –creía él; e Ignacio se había negado. Era para temblar porque Paulo IV era intemperante y arbitrario; y por cierto gobernó desastrosamente.

Pero San Ignacio, una vez que el médico le había dicho que evitara todo disgusto, y los presentes le preguntaron qué cosa le podría dar a él el mayor disgusto, se recogió un momento y respondió: «Si mi Compañía se deshiciese como la sal en el agua; pero si mi Compañía, que me ha costado tantos esfuerzos, luchas y sufrimientos se deshiciese como la sal en el agua, me bastaría hacer un cuarto de hora de oración para quedar de nuevo tranquilo y en paz». Y, en efecto, después de haberle temblado los huesos, al día siguiente se fue a verlo al Papa; el Papa lo hizo esperar 14 horas y después no pudo menos que recibirle media hora y, al salir el Santo, Paulo IV no estaba amigado pero sí estaba advertido: había visto ante sí un hombre de poderoso carácter cuya mirada le hacía bajar los ojos. Siguió un tira y afloje hasta la muerte de San Ignacio; una serie de desafueros que no puedo detallar, para obligar a los jesuitas a disgregarse y entrar en los Teatinos; los cuales jesuitas vivían en el más extremo apuro; pues tenían voto especial de obediencia al Papa y el Papa no podía verlos ni en pintura. Mas Ignacio aguantó: cuando en la recreación alguno comenzaba a hablar de Paulo IV (todos en Roma hablaban mal del Papa), Ignacio lo cortaba diciendo: «Hablemos del Papa Marcelo», frase que se usa aún como proverbio entre los jesuitas. El gobierno de Paulo IV fue desastroso. Al morir, él le dijo al Padre Diego Laínez que estaba a su cabecera: «Mi Pontificado ha sido el más desastroso que ha habido». No era verdad del todo, pero era verdad en parte.(Es curioso que este Papa de vida intachable y gran letrado, pero sonso para gobernar, hiciese más daño a la Iglesia que otros Papas disolutos -pero mejores estadistas- como Julio II y Alejandro Borgia. Es que, como dijo Macaulay, un Rey sonso hace más daño que un Rey malvado; y Santo Tomás dice que los sonsos pueden ir al cielo, con tal que no sean gobernantes. Así que el que saca a un sonso del gobierno, aunque sea por medio de un golpe, se hace un bien a su alma).

La Compañía creció y se plantificó en todas las partes del mundo: los Teatinos se extinguieron. El Rey Juan III mandó a su Embajador en Roma pidiese a Ignacio seis jesuitas para Portugal; y el reciente General dijo: «Embajador, somos diez actualmente: si mando seis a Portugal ¿qué me queda para todos el mundo?». Pareció una humorada y era una verdad. «Los jesuitas conquistaron a Sud América para la Iglesia de Roma» dijo Lord Macaulay, que es muy adverso a ellos. Es exageración grande pues cooperaron muchísimo franciscanos, dominicos y clero secular; pero la verdad es que los jesuitas llevaron la batuta, por decirlo así, en la evangelización del Nuevo Mundo; no olvidemos las Misiones del Paraguay, o sea de la Argentina (pues la mayoría dellas estuvieron en territorio actualmente argentino donde tuvieron tres mártires, un paraguayo, Roque González de Santa Cruz, pariente de Hernandarias; y dos españoles) y no olvidemos que un hermano carnal de San Ignacio fue uno de los fundadores de Santiago del Estero.

Así quedó establecida en el mundo la Primera gloriosa Compañía de Jesús. Después, Ignacio la gobernó 15 años y murió apaciblemente y silenciosamente, con sólo un compañero a su lado y dos médicos. Sus últimas palabras fueron iguales a las de Juan Manuel de Rosas: «¿Cómo se siente Padre?» «No sé» dijo. «Cómo se encuentra, tatita?» preguntó Manuelita a su padre. «No sé, niña». A lo mejor lo hizo adrede el “astuto tirano” –porque tenía gran admiración por San Ignacio de Loyola.

III

La Segunda Compañía de Jesús ¿es la misma que la primera? Hoy día lo niegan; diciendo por ejemplo que el Papa Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús y por algo lo habrá hecho.
Hay que decir brevemente una verdad enorme; la Compañía de Jesús fue suprimida en 1773 por obra de los masones, los enciclopedistas y un Rey cristiano tonto y disoluto -tres personas distintas y una sola calamidad verdadera. Verdad histórica demostrada diez veces.

¿No dieron motivo los jesuitas para su eliminación? Dieron asa para ello los jesuitas franceses, como he explicado en algún libro mío; sin algunos abusos ocurridos en Francia, jamás Luis XV, el Duque de Choiseul y Madama Pompadour hubieran podido eliminarlos; pero esos abusos fueron el asa, la ocasión, el pretexto, no la causa. La causa fue que ellos defendían la religión y el Papa en Europa y todo el mundo.

Pero la nueva Compañía, restaurada por Pío VII en 1814, ya no es la antigua: se ha sentado, se ha conventualizado, se ha cuartelizado, ha perdido sus filos. Fue fundada para la Contrarreforma, ya no tiene nada que hacer. Ya no tiene el espíritu de San Ignacio, ha cambiado muchas cosas de San Ignacio. Ellos que fueron el martillo de los herejes y siempre de ortodoxia impecable, han dado nacimiento en su seno a herejes o sospechosos de herejía, como el P. Telar Chardon, el P. De Lubac, el P. Rahner...

Etcétera. Estas cosas se oyen y se escriben, aquí también en la Argentina: al primero a quién se las oí fue al filósofo Maritain, cuando vino a dar conferencias a Buenos Aires. Son sofismas, según creo. Yo no puedo dar respuesta a esos brulotes y a otra media docena que podría añadir, porque acabaría a las 12 de la noche. Daré la respuesta breve de Diego Laínez a Melchor Cano en el Concilio de Trento.

Melchor Cano fue un gran teólogo español dominico que les agarró una tirria implacable a los jesuitas, a los que llamaba precursores del Anticristo. Les achacaba que no tenían coro, y por tanto no eran una verdadera Orden Religiosa; que ayunaban y se azotaban demasiado poco; y que eran demasiado indulgentes con los pecados carnales –en el confesionario, por supuesto.

En el Concilio de Trento acusó a los jesuitas y pidió su abolición. Se levantó Diego Laínez –que era un judiíto muy feo de cara, endeble y enfermo, pero el hombre más docto del Concilio y quizá de toda Europa, una inteligencia vivaz y una memoria prodigiosa- y dijo:

- Reverendo Padre, ¿cuántos Papas hay?

- Uno solo, por supuesto.

- Y entonces ¿por qué recusa Ud. una orden religiosa aprobada por Paulo III, haciéndose Ud. otro Papa? ¿Quién es Ud. para eso?

- Ah querido colega, querido colega –dijo Melchor Cano -¿Qué quiere Ud.? Cuando los pastores del aprisco duermen, por lo menos que los perros ladren.

- Que ladren -dijo Laínez- pero que ladren contra los lobos, no contra los perros.

Así también, si los Papas todos han mantenido su confianza en la nueva Compañía y la han colmado de aprobaciones y elogios ¿quiénes somos nosotros para improperiarlos y corregirlos?

¡Adelante los que quedan! ¡Oh mínima Compañía de Iñigo de Loyola –y de Jesús! Yo quisiera que repitieses los hechos hazañosos y gloriosos de tu primer siglo –y eso pido de todo corazón a tu Jefe Jesús y a tu fundador el rengo. Pero si por una desgracia enorme llegases a caer de tu espíritu y a inutilizarte para las grandes batallas actuales, si dejases de ser la caballería ligera de la Iglesia para convertirte en burocracia o rutina, si te contaminases de mundanidad, de vanidad o de progresismo, si cedieses a la pereza o a la mentira, vicios que tanto aborreció San Ignacio, entonces... ¡que Dios tenga misericordia de los cristianos que hayan de vivir en el mundo que se viene!

Tomado de: Stat Veritas

San Ignacio de Loyola - 31 de Julio


Para conocer su hagiografía clickear sobre la imagen.

viernes, 30 de julio de 2010

La Virgen María - San Antonio María Gianelli


Si alguna vez os hemos dirigido con alegre afecto del corazón Nuestras Cartas pastorales, Venerables Hermanos e Hijos Amadísimos, es sin duda ésta con la que os vamos a anunciar una gracia que al igual que llena nuestro espíritu de extraordinario regocijo, no dudamos que también a vosotros os va a revestir en suma alegría y en una santa exultación.

Varias veces hemos deseado que se nos ofreciese ocasión de poderos recomendar una tierna y filial devoción a la gran Madre de Dios como aquel ser en quien, después de Dios, hemos puesto toda nuestra confianza y a quien encomendamos continuamente nuestra eterna salvación al igual que la vuestra. Dios ha secundado nuestros deseos y nos ha concedido hablar de ella por un motivo que no podía resultar ni más suave para Nos, ni más consolador, así lo esperamos, también para todos vosotros. Debemos hablaros, si no del más grande, sí del más hermoso y singular Misterio que, después del de la divina Maternidad, veneramos en María, quiero decir el de su Inmaculada Concepción.

No ignoráis, amadísimos, que la Iglesia favoreció y promovió la doctrina que enseña cómo María Virgen, por singular privilegio sobremanera conveniente a quien estaba destinada para Madre del Hijo de Dios, fue preservada de la universal infección del pecado original, y fue concebida en la justicia original. No ignoráis que, al tiempo que promovía y animaba con amplias y generosas indulgencias las devotas prácticas dirigidas a tan gran Misterio y otorgó siempre las más amplias facultades de escribir y hablar a favor del mismo y predicar ampliamente sobre él en toda la Iglesia, impuso el más grave y riguroso silencio y amenazó con los más tremendos anatemas a quien se atreviere a escribir o hablar en contrario. Y si por dignos motivos concedió solamente a alguna Orden Religiosa emplear algunas fórmulas especialísimas por las que se le llama Inmaculada en su Concepción y libre de toda mancha original, se mostró no obstante siempre contenta de ver que los fieles la invocaban y predicaban gozosamente Inmaculada y concebida sin mancha. Yendo así las cosas, esta devoción se hizo tan común y universal que, mientras que muchos ignoran otros misterios de la gran madre, éste se lo saben y lo recuerdan con preferencia, y pocos hay entre nosotros que no profesen por él alguna devoción particular; y Nos nos hemos regocijado varias veces al encontrar que en Nuestra Diócesis no sólo era generalmente invocada con este título luminoso de Inmaculada en su Concepción, sino que después de la bendición del SSmo. Sacramento, al versillo con el que suele ser alabado se le añade otro con el que se honra a María Inmaculada.

Y esta propensión general a honrar a María Inmaculada en su Concepción se ha hecho tanto más universal en nuestros días cuanto que la medalla Milagrosa, cuya historia esperamos que conoceréis todos, y luego la admirable Archicofradía del purísimo e inmaculado Corazón erigida en París en la Iglesia de N. S. de las Victorias, y difundida ya en todo el mundo católico, hicieron llover una inmensidad de gracias y de prodigios hasta el punto que los incrédulos se quedaron maravillados y muchísimos se convirtieron.

Fue entonces cuando algunos Obispos se dirigieron a la Santa Sede y suplicaron al Santo Padre que tuviera a bien concederles la gracia de poderla llamar Inmaculada en el Prefacio de la Misa que se dice en la Fiesta y en todas las Misas de su Concepción, o bien añadir a los muchos títulos que se le dan en la letanía Lauretana también el de regina sine labe originali concepta (Reina concebida sin mancha original), y llegó a obtener lo uno y lo otro. No faltó tampoco quien, animado por estas nuevas concesiones, creyó llegada la época venturosa en que el Espíritu Santo por medio de aquel Pedro que vive en sus Sucesores y cuya fe no puede decaer ni por la mudanza de los tiempos, ni por el transcurso de los siglos, sino que manteniéndose estable e inconcusa frente a todos los asaltos debe con su vigor y gallardía mantener firmes y confortar a los demás en su fe, habría finalmente disipado toda nube y hecho desaparecer toda duda, declarando dogmática la fe que ya franca y abiertamente se manifiesta a través de los labios devotos de todos los fieles. En consecuencia, presentaron al Sumo Pontífice Reinante Gregorio XVI vivísimas instancias para que se dignase finalmente llegar al gran punto de pronunciar el oráculo por el que tantos siglos suspiraron y que pidieron en vano.

Nos, que somos los ínfimos en méritos y en saber, pero quizá no los últimos en el deseo de ver honrada a María, y a María Inmaculada en su Concepción, hemos creído que no debíamos perder tan feliz ocasión de seguir ejemplos tan bellos; y como los hemos imitado enviando Nuestro Voto, con el que nos hacemos la ilusión de haber expresado nuestro deseo junto con el vuestro, así también los hemos seguido en pedir para Nos y para toda Nuestra Diócesis la doble gracia de invocarla del modo arriba indicado, tanto en las Letanías como en la Misa. Tenemos ahora el dulcísimo placer de anunciaros que se nos han concedido una y otra con doble Rescripto de la S. Congregación de Ritos desde el 12 de enero último pasado.

La Sagrada Visita que debíamos emprender, la celebración de Nuestro Segundo Sínodo que debía seguir, y la extraordinaria solemnidad con que celebramos poco después la exposición del Cuerpo de nuestro insigne Patrón S. Columbano, nos impidieron anunciaros algo antes tan gozosa noticia, y nos propusimos hacérosla llegar, como ahora lo hacemos, precisamente al acercarse el día festivo solemne en el que se honra la Concepción de la Bienaventurada Virgen en toda la Iglesia. Tendréis, pues, entonces el contento de oír en el sagrado Rito de la Misa que se ensalza como Inmaculada y podréis todos cantar sus alabanzas e invocarla sine labe originali concepta, es decir, verdaderamente preservada por Dios de la deplorable infección que se propagó en todos nosotros con el pecado de Adán y a todos tristemente nos excluyó del Reino de los Cielos. ¡Oh, cuánto más grata y más serena nos resultará la llegada de aquel día! ¡Qué nueva alegría brillará en nuestros rostros! ¡qué extraordinaria devoción en nuestros corazones! Nos comenzamos ya a exultar desde ahora y nos hacemos la ilusión de que la buena Madre deba recibir con agrado nuestra alegría, por ser una alegría que se deriva de su mayor gloria y de ella sobre nosotros redunda.

Pero para que María pueda recibirla con mucho más agrado y moverse a compensarla con gracias mayores y con más amplias bendiciones, no nos perdamos ni nos quedemos en el regocijo solamente, el cual, aun siendo como es suave y virtuoso, no respondería por otra parte ni a nuestro corazón ni al corazón amorosísimo de la gran Madre. Si María se goza de que la celebremos Inmaculada, se goza sobre todo y se complace en que aprendamos de ella a huir del pecado y a odiarlo. Al ver que el Unigénito Hijo de Dios no se desdeña de vestir nuestra pobre humanidad, para redimirnos de la perdición eterna, pero que entre tanto se elige una Madre que no estuviera tocada por el pecado, ¿quién no aprende a conocer que Dios aborrece sobremanera el maldito pecado? Al ver que María huye de la serpiente insidiadora y se ofrece a Dios desde los primeros instantes toda purísima e inmaculada, y El comienza a tener en ella sus complacencias y apresura los momentos de nuestra Redención, ¿quién no siente júbilo en el corazón por las glorias de ella y juntamente humillación y dolor por los propios pecados? Y esto es, sí, esto es lo que quiere María, y lo que Dios espera de nosotros en tan alegre circunstancia. María preservada del pecado original, y luego libre siempre de todo pecado, nos enseña y nos inspira con este misterio el aborrecimiento del pecado. Nosotros, detestando el pecado y disponiéndonos a rehuirlo con toda cautela y diligencia, tributamos a María el homenaje más bello y damos la más grata acción de gracias a Dios que nos la ha dado por Madre. Y esto es cabalmente, queridos míos, lo que tanto nos interesaba encareceros, o sea, que recordéis siempre cómo nuestro amorosísimo Salvador nos ha dado por Protectora y Abogada, más aún por Madre, a su misma Madre Santísima y que, por tanto, todos debemos profesarle la devoción más sincera, más tierna y verdaderamente filial. Yo bien sé que no hay lugar tan abyecto y miserable en Nuestra Diócesis que no se honre en él a María; ni, quizá, hay una sola alma tan perdida que no recuerde a María y que al menos no invoque a María en algún tiempo o en alguna circunstancia; y en caso de que la hubiera, no podríamos por menos llorar y derramar lágrimas sobre ella. Pero nosotros no estamos contentos, queridos míos, no estamos contentos con tan poco. María es Madre de Dios y Madre nuestra: Ella es por tanto sobremanera grande y sobremanera amorosa para no recibir de nosotros más que este poco. Ella es Madre de Dios y poderosísima ante Dios, hasta el punto de que puede todo lo que quiere. Quidquid tu, Virgo, velis, le decía S. Anselmo, nequaquam fieri non potest. Cualquier cosa que tú quieras, oh María, es imposible que no se realice. En lo cual están de acuerdo los Santos Padres y los Doctores Católicos, todos ellos, y dan como razón su divina Maternidad. Porque, al hacerse Ella Madre del Verbo Divino, adquirió Ella sobre el Hijo la autoridad y los derechos de Madre y el Hijo Divino se le sometió y se le hizo deudor. Todos, escribía S. Metodio, somos deudores de Dios, pero para contigo, oh María, es deudor el mismo Dios. Deo universi debemus, tibi etiam ille debitor est. Y por ello mismo, añade el Santo Obispo de Nicodemia, tu divino Hijo cumple de buena gana tus ruegos como pagándote lo que te debe. Filuis, quiasi exsolvens debitum, implet petitiones tuas. Y el gran Agustín no tuvo reparo en afirmar, siendo quizá el primero en hacerlo, lo que luego enseñaron muchos otros, a saber, que habiendo Ella merecido ser la portadora del precio de la redención por todos, puede más que todos juntos (Ángeles y Santos) ayudar a los redimidos con su Patrocinio. Quae meruit pro liberandis proferre praetium potest plus omnibus impender. ¿Es que, sigue diciendo, no cuadraba con la benignidad del Señor, que vino no a disolver sino a perfeccionar la ley, guardar a María el honor que quiere que todos muestren a los padres? Numquid non pertinet ad benignitatem Domini Matris honorem servare, qui legem non venit solvere sed adimplere? Concluye, por tanto, S. Antonino que los ruegos de María ante Dios no tienen tanto razón de ruegos, cuanto de mandatos, y que por consiguiente es imposible que no sean escuchados. Oratio Deiparae habet rationem imperii, unde impossibile est eam non exaudiri.

Pero su amabilidad y bondad hacia nosotros no es menos admirable que su autoridad y su poder ante Dios. Porque Ella está tan dispuesta a beneficiarnos que, como si estuviera impaciente por concedernos sus gracias, ella misma va en busca, dice S. Buenaventura, de quien con devoción y reverencia quiera rogarle; y, una vez encontrados, los abraza y los alimenta y los ama como a otros tantos hijos suyos. Ipsa tales quaerit, qui ad eam devote, et reverenter accedant; hos enim diligit, hos nutrit, hos in filios suscipit. Y añade en otro lugar que la sola vista de nuestras miserias la enternece tanto que corre veloz para ayudarnos. Videns enim nostram miseriam, est et festinans ad impendendam suam misericordiam.

Y esto no debe sorprendernos en absoluto, pues sabemos por el mismo Evangelio que, aun sin haber sido invocada, socorre y atiende a las necesidades, incluso temporales, de sus devotos. ¿Qué no hará si se le ruega, concluye un docto escritor, cuando aun sin ruego vuela tan pronta a prestar socorro? Si tam prompta ad auxilium currit non quaesita, quid quaesita praestitura erit? Sí, muy a menudo, escribe Ricardo de San Víctor, Ella se adelanta a nuestros ruegos, y se anticipa a las causas de los necesitados, porque la sola noticia de nuestras miserias le llega tan hondo que no puede oírlas sin socorrerlas. Velocius accurrit ejus pietas, quam invocetur, et causas miserorum anticipat. Y poco después, vuelto a Ella, nec possis miserias scire et non subvenire. Y sábete, añade el piadoso Bernardino da Busto, que en ayudarte Ella será bastante más generosa de lo que seas tú en tus deseos. Plus vult illa facere tibi bonum, quam tu accipere concupiscas. Y será mucho más fácil, concluye el doctísimo Blosio, que se derrumbe el mundo que el que María deje de socorrer a quien seriamente la invoca. Citius Coelum cum terra perierunt, quam Maria aliquem serio se implorantem sua ope destituat.

Pero no se para aquí S. Anselmo y se atreva afirmar que, muy a menudo, somos escuchados antes recurriendo a María que recurriendo a Jesús. Velocior nonnumquam est nostra salus invocato nomine Mariae quam invocato nomine Jesu. Y da la razón de ello: porque, dice, a Cristo, como Juez que es, le corresponde también castigar; a María, como a Patrona, sólo mostrarse misericordiosa. Quia ad Christum, tamquam Judicem, pertinet etiam punire; ad Virginem, tamquam Patronam, nonnisi miserere. Y añade Nicéforo que esto sucede también porque plugo a Dios conceder a María tan gran honor. Multa petuntur a Deo et non obtinentur; multa petuntur a María et obtinentur; non quia potentior, sed quia Deus eam decrevit sic honorare.

Y aquí tenéis la razón, Amadísimos, por la que los pecadores, aun los más enormes y perdidos, aun los más desesperados, y también los que ya de algún modo están abandonados de Dios, y casi incluso malditos, encuentran salvación y amparo en María. No, escribía el devotísimo Blosio en pos de los Padres, el mundo no tiene un pecador ta execrable que María lo abomine, y lo arroje lejos de sí, y al que, si él se lo pide, no pueda, no sepa y no quiera reconciliarlo con su querido Hijo. Nullum tam execrabilem peccatorem orbis habet, quem ipsa abominetur et a se repellat, quemque dilectissimo nato suo, modo suam precetur opem, non possit, sciat et vellit reconciliare. No desconfíes, pecador, exclama Bernardino da Busto, aunque hubieras cometido todos los pecados. Ven seguro a María y no temas . O peccator, ne diffidas, etiamsi commisisti omnia peccata; sed secure ad istam gloriossimam Dominam recurre. No hay, pues, que maravillarse de que unos Santos Padres la llamen con S. Agustín la única esperanza de los pecadores: Unica spes peccatorum; otros, con S. Juan Damasceno, esperanza de los desesperados: Spes disperatorum; y si S. Efrén, después de haberla llamado refugio en el que pueden salvarse todos los pecadores, Puerto segurísimo para todos los náufragos, se atreve también a llamarla enfáticamente Protectora de los mismos condenados. Refugium ad quod confugere valent omnes peccatores; naufragorum Portus tutis simus; Protectrix damnatorum. Las cuales cosas son conformes a las revelaciones de S. Brígida, a quien la misma divina Madre asegura que no hay pecador tan abandonado de Dios que, mientras vive, esté privado de su misericordia; y que aunque pueda haber alguno maldecido por Dios (si no lo estuviese con la sentencia final), con tal de que recurra a Ella, se arrepentirá y obtendrá misericordia; y mereció escuchar al Salvador mismo que le decía que se mostraría misericordioso con el demonio mismo si fuera éste capaz de humillarse a requerirla. Y ¿quién habrá, le decía S. Bernardo, que no espera en Vos, oh María, si ayudáis incluso a los desesperados? Yo no dudo en absoluto que si recurrimos a Vos, obtendremos de Vos cuanto sepamos desear ¡Ah!, que espere en vos hasta el que desespera. Quis non sperabit in te, quae adiuvas disperatos? Non dubito quod si ad te venerimus, habebimus quod volemus. In te ergo speret qui desperat.

Pero cuanto más afortunados son los que recurren a María y ponen en Ella su confianza, tanto más desgraciados son los que se desentienden de ella y la olvidan. Nunca se llega a encontrar a Cristo, enseña S. Buenaventura, sino con María, y por medio de María; y en vano lo busca el que no lo busca con Ella. Numquam invenitur Christus, nisi cum María, nisi per Mariam. Frustra igitur quaerit qui cum Maria invenire non quaerit. Y quien pide gracia sin María, remacha S. Antonino, trata de volar sin alas. Qui petit sine ipsa, sine alis tentat volare. Y en mil lugares lo razona S. Bernardo afirmando repetidamente que es voluntad segura de Dios que lo debemos recibir todo por manos de María. Quia sic est voluntas eius, qui totum habere nos voluit per Mariam. Si alguna esperanza hay, pues, todavía para nosotros, si todavía hay lugar para nuestra salvación, todo, concluye él, todo reconocemos que deriva de Ella. Y en cuanto a mí es mi máxima confianza, es toda la razón de mi esperanza. Si quid spei, si quid salutis in nobis est, ab ea noverimus redundare. Haec maxima mea fiducia, haec tota ratio spei meae.

¡Oh, cuán desgraciados son los que se olvidan de María! ¡Cuán venturosos los que guardan y cultivan su devoción! Como es imposible, le decía S. Anselmo, que se salve quien se aleja de Ti, y queda abandonado por Ti , así es imposible que perezca quien a Ti se dirige y a quien Tú vuelves los ojos. Sicut impossibile est, ut a te aversus et a te despectus salvetur, ita ad te conversus et a te respectus impossibile est ut perear. Y casi con las mismas palabras lo afirma S. Antonino, el cual añade que aquellos por los que ruega María, necesariamente se salvan. Necessarium (est) ut hi salventur et glorificentur.

Llegados aquí, confiamos que no habrá ninguno entre vosotros tan ciego y tan perdido que quiera abusar de estas doctrinas de los Santos para darse con mayor libertad al pecado, haciéndose la ilusión de que Dios lo salvará en gracia a algún obsequio hecho por él a María. No: Tales presuntuosos, escribía S. Alfonso María de Ligorio, por esta su confianza temeraria merecen castigo, no misericordia. Se está hablando, por consiguiente, de aquellos devotos que, con deseo de enmendarse, son fieles en obsequiar y encomendarse a la Madre de Dios. Estos digo, es moralmente imposible que se pierdan. Seáis pues, vosotros justos o seáis pecadores, y aun los mayores pecadores del mundo, María seguramente os acepta, María seguramente os salva, con tal de recurráis a Ella y seáis fieles en obsequiarla y encomendaros a Ella; pero, si sois pecadores, debéis hacerlo con deseo de enmendaros.

Ahora bien, ¿quién habrá tan poco solícito de su eterna salvación que no quiera asegurarla pudiéndolo hacer con tan poco como es ser devoto de María? Nosotros deberíamos serlo aunque debiera costarnos grandes sacrificios y grandes esfuerzos; pero ¿por qué no hacerlo cuando lo podemos tan fácilmente y casi nos cuesta más no ser devotos de María que serlo grandemente y con pasión? Con sólo pensar en Ella, incluso con sólo recordarla, ¿no os parece que el corazón os lleva a Ella? y como que os dice: ¿Quién puede no amarla? Amadla, pues, obsequiadla constantemente y estáis a salvados. Aunque seáis pecadores, e incluso grandísimos pecadores, os dice S. Hilario, si os hacéis devotos de María, no podéis condenaros. Quantumcumque quis fuerit peccator, si Mariae devotus extiterit, numquam in aeternum peribir.

Pero ¿qué debemos hacer nosotros (parece que deben decir muchos al oír esta exhortación nuestra), qué debemos hacer nosotros para ser verdaderos devotos y merecernos esta eficaz protección de la gran Madre? ¿Qué ofrendas? ¿Qué obsequios? ¿Qué servicio deberemos prestarle?

Nos va a resultar demasiado difícil determinar una cosa que no está definida ni por las Escrituras ni por la Iglesia. Pero para deciros algo y no dejaros del todo suspensos en punto de tanta importancia, comenzaremos por deciros lo que Nos deseamos para Nos mismos, a saber, que todos seáis tan devotos de María que, como a todos recomendaba S. Bernardo, nunca se os aparte de los labios, nunca se os aparte del corazón. Nunca de los labios, porque yo querría que siempre los abrierais para alabarla o para llamarla en vuestra ayuda; nunca del corazón, porque, después de a Dios, yo querría que la amarais todo lo que se puede amar a la más amable de las criaturas: yo querría que le dedicarais vuestros corazones y vuestras personas; que le encomendarais vuestras casas, vuestras familias, vuestros haberes, y todo lo que de más importante o de más querido tenéis en el mundo; pero sobre todo que le confiarais con la mayor solicitud y ansiedad la salvación de vuestras almas, y los padres la de las almas de vuestros hijos, y los amos y dueños de las almas de vuestros dependientes. Madres, yo querría que depositarais en las manos, mejor dicho, en el corazón de María a vuestras criaturas nada más concebirlas, y que le rogarais que no os las devolviera más que en el Cielo.. Yo querría que no pasarais un día ni una hora en que no os acordarais de Ella y desde lo más limpio de vuestro corazón no le enviarais una oración, un saludo, un afecto. Yo querría que para recordarla y bendecirla con frecuencia tuvierais su imagen, no sólo en la habitación que es enteramente vuestra, sino en todas las habitaciones, en todas las salas, en todas las entradas de vuestras casas, de vuestras tiendas, de vuestras oficinas, de vuestros negocios y hasta de vuestros campos. Yo querría que le llevarais personalmente con vosotros mismos, y que fueron vuestros más preciosos ornamentos, o al menos los más queridos, sus escapularios, sus cinturones, sus medallas, sus rosarios. Yo querría que pudierais decir con el beato Leonardo de Porto Maurizio que quien pudiera leer bien en vuestro corazón, y examinaros por completo, os encontrara a todos hechos una Virgen. Yo querría que estuvierais prendados, enamorados apasionados por Ella como un Bernardo, un Buenaventura, un Ildefonso, y tantos otros, de los que apenas se puede creer lo que alcanzaron a decir y a escribir por María y dierais a conocer a todos que vuestro amor por Ella supera a todo otro amor excepto el de Dios. Yo querría, finalmente, que, no contentos con obsequiarla, tuvierais un verdadero, constante e incansable afán por imitarla siempre en sus singulares virtudes (en lo que cabalmente consiste lo sublime de toda devoción más escogida) y hasta tal punto que también vuestra conducta os declarara sin más devotos mejores, hijos predilectos de la gran Madre. ¡Oh, qué suerte, queridos míos! ¡Qué incomparable felicidad!

Pero puesto que por nuestros pecados no podemos esperar gracia tan grande, queremos rogaros al menos que no seáis escasos en los obsequios que prestéis a ésta nuestra amorosísima Madre. Esforzaos en imitar a los que cada día, o al menos cada semana Le ofrecen algún ayuno, alguna abstinencia, alguna mortificación especial. Seguid aquellos que, al acercarse sus Fiestas y Solemnidades, se preparan a ellas con Triduos, con Septenarios, con Novenas, u otros devotos ejercicios, y no las pasan nunca sin acercarse a los divinísimos Sacramentos. Imitad a los que no saben vivir si no se ven inscriptos en alguna o incluso varias devotas Cofradías suyas. Cantad sus Laudes, recitad su Oficio los que lo podéis; y todos absolutamente, porque lo podéis todos bastante fácilmente, su Santísimo Rosario; y que no haya una sola familia en toda nuestra Diócesis de la que no reciba María este tributo; y sea para todos su Corona de rosas (el Rosario) una prenda de aquella que a todos los que devotamente la llevan y la recitan les está preparando Ella en el Cielo.

Pero si a alguno le pareciera también en esto que Nos estamos pidiendo más de lo que puede o de lo que cree que puede hacer, Nos retiraremos estas peticiones, Nos abandonaremos a vuestra discreción y nos limitaremos a una sola cosa, que os pedimos por las entrañas de Jesucristo, por amor a María, y también a vosotros mismos si lo queréis: Haced lo que queráis en honor de María, pero haced algo y sed constantes en practicarlo. Ella siempre ha tenido por costumbre (nos advierte el S. Pontífice Inocencio III) dar o devolver cosas grandes a cambio de cosas incluso mínimas: Maxima pro minimis reddit, y sean cuales sean las prácticas que hagáis por Ella, Ella certícimamente os sabrá pagar con tal generosidad que supere los más amplios favores por la recitación diaria pero constante de alguna Salve o de algún Ave María, e incluso alguna vez a librarlos de la eterna perdición. ¡Ay! ¿Quién habrá tan perdido que quiera renunciar a tanto bien? No, no queremos Nos creer que se halle uno sólo entre nuestros amadísimos hijos que no quiera aprovechar tan gran bondad de María y darnos también a Nos este grandísimo consuelo de que todos estáis así confiados y encomendados a María.

Y si queréis concedernos un especialísimo consuelo, como con tierno afecto paterno os pedimos, sea el de honrarla con especialísimo homenaje como Inmaculada en su Concepción. Santificad su fiesta confesándoos bien y alimentándoos con el pan divino; honrad sus templos, sus altares, sus imágenes; adornaos con la medalla milagrosa; ofrecedle alguna mortificación, algún don, alguna oración; alabadla, llamadla, rogadle bajo la advocación de Inmaculada. Así la caracterizó Dios en la Esposa mística en que la Iglesia la reconoció simbolizada; así la llamaron los Santos Padres, los Concilios, los Doctores, los Teólogos, los Santos; y que así la podamos llamar e invocar solemnemente nos concede el Santo Padre. ¡Oh, cuánto gozará la buena madre al sentirse invocada por nosotros con este título sobremanera querido y suavísimo para Ella! No, no será sin alegría de su purísimo corazón, ni sin algún favor distinguido para con vosotros. María tuvo siempre por costumbre atender y consolar a sus devotos; pero cuando alguno se dedicó a invocarla en memoria de Su Inmaculada Concepción, pareció muy a menudo más pronta y más generosa todavía que de costumbre. No tengo tiempo bastante para mostraros las pruebas frecuentes e irrefregables que de ello nos ofrecen las historias. Solamente los prodigios que se cuenta que han obrado los cartelitos que reparte la Archicofradía de la Inmaculada Concepción de Roma bastarían por sí solos para componer una historia maravillosa. Pero nosotros, que sabemos los que María obró y sigue obrando con la graciosa Medalla y con la Cofradía del purísimo Corazón, no necesitamos otras pruebas para persuadirnos de que a María le es querido por demás este culto y que es harto solícita y generosa en compensarlo. ¿Cómo iba a ser entonces tacaña con nosotros la buena madre, si aprovechando estos nuevos estímulos, la invocamos con el título de Inmaculada en su Concepción, y con los Ángeles y con Dios mismo nos unimos para decirle, para llamarla, para invocarla: pulchra, electa, formosa, columba, tota pulchra et macula non est in te? (bella, elegida, hermosa, paloma, toda bella, no hay en ti mancha)

Ea, pues, unámonos también con todo el Espíritu a la cabeza visible de la Iglesia de Jesucristo, en quien habla la Iglesia misma, mejor dicho, Dios mismo; y acojamos estas extraordinarias concesiones como precursoras del oráculo que la universalidad de los fieles está deseando y por el cual suspira. Gocemos en llamarla Inmaculada, y estemos seguros de que todos los antiguos Padres exultan y nos aplauden desde el Cielo. María derramará sobre nosotros sus favores con mano amplia, nos acogerá bajo el manto de su protección y nos salvará.

Y al objeto de que estas nuevas disposiciones que dan sumo consuelo resulten más eficaces y fructuosas para todos, ordenamos a los MM. RR. Párrocos, Ecónomos y Vicepárrocos de las Iglesias subsidiarias que publiquen esta nuestra el primer Domingo después de haberla recibido y entretanto anunciar un Triduo de preparación a la Fiesta de la Inmaculada Concepción de María Virgen y en éste y en la Fiesta misma leer una porción de ella y hacer alguna explicación y reflexiones que crean más adecuadas a enfervorizar mayormente a su pueblo en la devoción a María Virgen, y señaladamente a su Inmaculada Concepción. Animarán también a todos mientras tanto a confesarse y a comulgar también para conseguir las Indulgencias particulares que pueden conseguirse de ese modo por casi todos los fieles. Recordarán las que fueron anunciadas por Nos en el Apéndice del Sínodo nº 8 art. 12 y art. 15 nº 6. Los irán también ejercitando en aprender y cantar con la debida devoción y cadencia en la Letanía lauretana el versillo arriba indicado Regina sine labe originali concepta después del versillo Regina Sanctorum omnium (dejando entonces algún otro versillo que se acostumbrara añadir, como ordena el Rescripto Pontificio).

Y al tiempo que os pedimos que no olvidéis en vuestras oraciones al Sumo Pontífice Reinante, os exhortamos también a implorar para él del Cielo las luces particulares que pueden moverlo a la proclamación dogmática mencionada, como también os recomendamos que continuéis vuestros ruegos por nuestros Augusto Soberano y por toda la Familia Real. Encomendadnos también a Nos a la divina Piedad y de modo particular a María Inmaculada, a quien con sumo agrado os encomendamos a todos vosotros a la par que con toda la efusión del corazón os impartimos la bendición Pastoral.

Bobbio, desde el Palacio Episcopal, 24 de noviembre de 1844.

Tomado de: Movimiento Misionero del Milagro

Sagrada Eucaristía, fortaleza y gozo de Santa Juana de Arco


"La misma fortaleza y gozo le fue dada a Santa Juana de Arco cuando se le permitió recibir la Sagrada Eucaristía antes de ir a su ejecución en la hoguera. Cuando Jesús entró a su oscura prisión, la santa cayó sobre sus rodillas, y encadenada, recibió a Jesús, y quedó absorta en la oración. Tan pronto como se le ordenó ir a su muerte, se levantó e hizo su jornada sin interumpir sus oraciones. Procedió hasta la estaca y murió en medio de las llamas, siempre en unión con Jesús, que permaneció en su alma y en ese cuerpo que fue sacrificado".

Fray Stefano Manelli, O.F.M. Conv., S.T.D., Santa Juana de Arco, 1973.

"De la fe en lo que no se ve" - San Agustín


En la vida social, también se creen muchas cosas sin ser vistas. La buena voluntad del amigo no se ve, pero se cree en ella. Sin alguna fe, ni siquiera podemos tener certeza del afecto del amigo probado

I. 1. Piensan algunos que la religión cristiana es más digna de burla que de adhesión, porque no presenta ante nuestros ojos lo que podemos ver, sino que nos manda creer lo que no vemos. Para refutar a los que presumen que se conducen sabiamente negándose a creer lo que no ven, les demostramos que es preciso creer muchas cosas sin verlas, aunque no podamos mostrar ante sus ojos corporales las verdades divinas que creemos.

En primer lugar, a esos Insensatos, tan esclavos de los ojos del cuerpo que llegan a persuadirse que no deben creer lo que no ven, hemos de advertirles que ellos mismos creen y conocen muchas cosas que no se pueden percibir con aquellos sentidos. Son innumerables las que existen en nuestra alma, que es por naturaleza invisible. Por ejemplo: ¿qué hay más sencillo, más claro, más cierto que el acto de creer o de conocer que creemos o que no creemos alguna cosa, aunque estos actos estén muy lejos del alcance de la visión corporal? ¿Qué razón hay para negarse a creer lo que no vemos con los ojos del cuerpo, cuando, sin duda alguna, vemos que creemos o que no creemos, y estos actos no se pueden percibir con los sentidos corporales?

2. Pero dicen: lo que está en e1 alma, podemos conocerlo con la facultad interior del alma, y. no necesitamos los ojos del cuerpo; pero lo que nos mandáis creer, ni lo presentáis al exterior para que lo veamos con los ojos corporales ni está dentro en nuestra alma para que podamos verlo con el entendimiento. Dicen estas cosas como si a alguno se le mandara creer lo que ya tiene ante los ojos. Es preciso creer algunas cosas temporales que no vemos, para que seamos dignos de ver las eternas que creemos. Y tú, que no quieres creer más que lo que ves, escucha un, momento: ves los objetos presentes con los ojos del cuerpo; ves tus pensamientos y afectos con los ojos del alma. Ahora dime, por favor: ¿cómo ves el afecto de tu amigo? Porque el afecto no puede verse con los ojos corporales. ¿Ves, por ventura, con los ojos del alma lo que pasa en el alma de otro? Y, si no lo ves, ¿cómo corresponderás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no puedes ver? ¿Replicarás, tal vez, que ves el afecto del amigo en sus obras? Verás, en efecto, las obras de tu amigo, oirás sus palabras; pero habrás de creer en su afecto, porque éste ni se puede ver ni oír, ya que no es un color o una figura que entre por los ojos, ni un sonido o una canción que penetre por los oídos, ni una afección interior que se manifieste a la conciencia. Sólo te resta creer lo que no puedes ver, ni oír; ni conocer por el testimonio de la conciencia, para que no quedes aislado en la vida sin el consuelo de la amistad, o el afecto de tu amigo quede sin justa correspondencia. ¿Dónde está tu propósito de no creer más que lo que vieres exteriormente con los ojos del cuerpo o interiormente con los ojos del alma? Ya ves que tu afecto te mueve a creer en el afecto no tuyo; y adonde no pueden llegar ni tu vista ni tu entendimiento, llega tu fe. Con los ojos del cuerpo ves el rostro de tu amigo, y con los ojos del alma ves tu propia fidelidad; pero la fidelidad del amigo no puedes amarla si no tienes también la fe que te incline a creer lo que en él no ves; aunque el hombre puede engañar mintiendo amor y ocultando su mala intención. Y, si no intenta hacer daño, finge la caridad, que no tiene, para conseguir de ti algún beneficio.

3. Pero dices que, si crees al amigo, aunque no puedes ver su corazón, es porque lo probaste en tu desgracia y conociste su fidelidad cuando no te abandonó en los momentos de peligro. ¿Te imaginas, por ventura, que hemos de anhelar nuestra desgracia para probar el amor de los amigos? Ninguno podría gustar la dulzura de la amistad si no gustara antes la amargura de la adversidad; ni gozaría el placer del verdadero amor quien no sufriera el tormento de la angustia y del dolor. La felicidad de tener buenos amigos, ¿por qué no ha de ser más bien temida que deseada, si no se puede conseguir sin la propia desgracia? Y, sin embargo, es muy cierto que también en la prosperidad se puede tener un buen amigo, aunque su amor se prueba más fácilmente en la adversidad.

Si de la sociedad humana desaparece la fe, vendrá una confusión espantosa

II. En efecto, si no creyeras, no te expondrías al peligro para probar la amistad. Y, por tanto, cuando así lo haces, ya crees antes de la prueba. En verdad, si no debemos creer lo que vemos, ¿cómo creemos en la fidelidad de los amigos sin tenerla comprobada? Y cuando llegamos a probarla en la adversidad, aun entonces es más bien creída que vista. Si no es tanta la fe que, no sin razón, nos imaginamos ver con sus ojos lo que creemos. Debemos creer, porque no podemos ver.

4. ¿Quién no ve la gran perturbación, la confusión espantosa que vendrá si de la sociedad humana desaparece la fe? Siendo invisible el amor, ¿cómo se amarán mutuamente los hombres, si nadie cree lo que no ve? Desaparecerá la amistad, porque se funda en el amor recíproco. ¿Qué testimonio de amor recibirá un hombre de otro si no creer que se lo puede dar? Destruida la amistad, no podrán conservarse en el alma los lazos del matrimonio, del parentesco y de la afinidad, porque también en estos hay relación amistosa. Y así, ni el esposo amará a la esposa, ni ésta al esposo, si no creen en el amor recíproco porque no se puede ver. Ni desearán tener hijos, cuando no creen que mutuamente se los han de dar. Si estos nacen y se desarrollan, tampoco amarán a sus padres; pues, siendo invisible el amor, no verán el que para ellos abrasa los paternos corazones, si creer los que no se ve es temeridad reprensible y no fe digna de alabanza. ¿Qué diré de las otras relaciones de hermanos, hermanas, yernos y suegros, y demás consanguíneos y afines, si el amor de los padres a sus hijos y de los hijos a sus padres es incierto y la intención sospechosa, cuando no se quieren mutuamente? Y no lo hacen estimando que no tienen obligación, pues no creen en el amor del otro porque no lo ven. No creer que somos amados, porque no vemos el amor, ni corresponder al afecto con el afecto, porque no pensamos que nos lo debemos recíprocamente, es una precaución mas molesta que ingeniosa. Si no creemos lo que no vemos, si no admitimos la buena voluntad de los otros porque no puede llegar hasta ella nuestra mirada, de tal manera se perturban las relaciones entre los hombres, que es imposible la vida social. No quiero hablar del gran número de hechos que nuestros adversarios, los que nos reprenden porque creemos lo que no vemos, creen ellos también por el rumor público y por la historia, o referentes a los lugares donde nunca estuvieron. Y no digan: No creemos porque no vimos. Pues si lo dicen, se ven obligados a confesa que no saben con certeza quiénes son sus padres. Ya que, no conservando recuerdo alguno de aquel tiempo, creyeron sin vacilación a los que se lo afirmaron, aunque no se lo pudieran demostrar por tratarse de un hecho ya pasado. De otra manera, al querer evitar la temeridad de creer lo que no vemos, incurriríamos necesariamente en el pecado de infidelidad a los propios padres.

Motivos para creer. Cumplimiento de las profecías relativas a la Iglesia

III. Si no es posible que subsista, por falta de concordia, la sociedad humana, cuando rehusamos creer lo que no vemos, ¿con cuánta mayor razón hemos de dar fe a las verdades divinas que no vemos; pues, si se niega, no se profana la amistad de los hombres, sino la religión sublime, para caer en la eterna desventura?

5. Pero dirás: aunque no veo el afecto del amigo, puedo tener pruebas de su existencia. Vosotros, en cambio, sin prueba alguna nos mandáis creer lo que no vemos. Ya es algo que me concedas que hay motivos para creer algunas verdades aunque no se vean. Porque así queda bien sentada esta afirmación: No todo lo que no se ve debe no ser creído. Y rechazada en absoluto esta otra: No debemos creer lo que no vemos. Mucho se equivocan los que piensan que sin pruebas suficientes creemos en Cristo ¿Qué prueba más evidente que el cumplimiento de las profecías? Por tanto, los que pensáis que no hay motivo alguno para creer de Cristo lo que no visteis, considerad lo que estáis viendo.

La misma Iglesia con voz maternal os habla: Yo, a quien admiráis extendida por todo el mundo y dando frutos copiosos de santidad, no siempre existí como ahora me estáis viendo. Pero escrito está: En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones 1. Cuando Dios bendecía a Abraham, era yo la prometida, pues con la bendición de Cristo me propago entre todas las gentes. La serie de generaciones de testimonio de Cristo, descendiente de Abraham. Lo probaré en pocas palabras: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendr6 a Jacob, Jacob engendró doce hijos, y de éstos procede el pueblo de Israel. Pues Jacob fue llamado Israel. Entre los doce hijos se cuenta Judá, del que tomaron su nombre los judíos; y de éstos nació la Virgen María, que dio a luz a Cristo. Veis con asombro cómo en Cristo, esto es, en la descendencia de Abraham, son bendecidas todas las naciones. ¡Y aun teméis creer en Él, cuando lo que debisteis temer, en realidad, es vuestra falta de fe! ¿Ponéis en duda o negáis el parto de la Virgen, cuando más bien debéis creer que así convenía que naciera el Hombre Dios? Sabed que fue anunciado por el profeta: He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y llamarán su nombre Emmanuel, que, traducido, quiere decir Dios con nosotros 2. No podéis dudar que da a luz la Virgen, si queréis creer que nace Dios; que, sin dejar el gobierno del mundo, viene a nosotros en carne humana; que hace a su madre fecunda sin quitarle la integridad virginal. Así debía nacer el que, siendo eternamente Dios, se hizo hombre para ser nuestro Dios. Por eso, hablando de Él, dice el profeta: Tu trono, ¡oh Dios!, es por los siglos eternos, y cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amaras la justicia y aborreces la iniquidad; por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría más que a tus compañeros. Con esta unción espiritual, Dios ungió a Dios, o sea, el Padre al Hijo. De aquí sabemos que el nombre de Cristo viene de crisma, que significa unción.

Yo soy la Iglesia, de la que se le habla en el mismo salmo y se anuncia como un hecho que había de venir: Estará la reina a tu derecha, vestida de oro, rodeada de variedad, es decir, en el templo de la sabiduría, adornada con variedad de lenguas. Allí se me dice: Oye, hija, mira, aplica tu oído, olvida tu pueblo Y la casa de tu padre; porque el rey se prendó de tu hermosura, pues él es el Señor Dios tuyo, y las hijas de Tiro vendrán con dones para adorarle, los ricos del pueblo solicitarán tu favor. Toda la gloria de la hija del rey viene de dentro; sus vestidos son brocado de oro y variedad de colores. Detrás de ella, las vírgenes son introducidas al rey; sus amigas os son presentadas: vendrán con júbilo y con alegría, serán introducidas en el real palacio. A tus padres sucederán tus hijos; los constituirás príncipes por toda la tierra. Recordarán tu nombre de una en otra generación. Por esto los pueblos te alabarán eternamente 3.

6. Si no veis a esta reina acompañada de su real descendencia; si ella no ve cumplida la promesa que le fue hecha cuando se le dijo: Oye, hija, mira; si no ha dejado ya los antiguos ritos del mundo, obedeciendo la orden: Olvida tu pueblo Y la casa de tu padre; si no glorifica en todas partes a nuestro Señor Jesucristo, según la profecía: El rey se prendó de tu hermosura, pues Él es el Señor Dios tuyo; si no ve cómo las ciudades de los gentiles elevan súplicas a Cristo y le ofrecen dones, como fue anunciado: Las hijas de Tiro vendrán con dones para adorarle; si no se humilla la soberbia de los poderosos, y piden auxilio a la Iglesia, a quien fue dicho: Los ricos del pueblo solicitarán tu favor; si no reconoce a la hija del rey, a quien se ordenó decir: Padre nuestro, que estás en los cielos 4; y si en sus santos no se renueva interiormente de día en día 5, aquella de quien fue dicho: Toda la gloria de la hija del rey viene de dentro; aunque impresione a los extraños con la gloria de sus predicadores en diversidad de lenguas, como vestidos resplandecientes de oro y variedad de colores; si, después de difundir por todas partes el buen olor de sus obras, no lleva las santas vírgenes a Cristo, de quien y a quien se dice: Detrás de ella, las vírgenes son introducidas al rey; sus amigas os son presentadas, y, para que no se imagine alguno que son conducidas a una prisión, vendrán, dice, con júbilo y con alegría, serán introducidas en el real palacio; si no da a luz hijos, y de entre ellos venera algunos como padres y los nombra prelados en diversos lugares, según el texto: A tus padres sucederán tus hijos, los constituirás príncipes por toda la tierra; a sus oraciones se encomienda la madre que es, al mismo tiempo, señora y súbdita; y por esto se añade: Recordarán tu nombre de una en otra generación; si, por la predicación de esos padres que recordaron siempre la gloria de la santa madre Iglesia, no se congregan en su seno tantas multitudes de creyentes que en sus propias lenguas la alaban sin cesar, conforme a la profecía: Por esto los pueblos te alabarán eternamente.

Lo que ahora vemos cumplido, debe movernos a creer lo que no vimos

IV. Si todo esto no se demuestra con tanta evidencia que los adversarios, adonde quiera que vuelvan la vista, encuentren el fulgor de la luz que les obligue a confesar la verdad, decís, y tal vez con razón, que no hay motivos para creer lo que no veis. Si, por el contrario, lo que estáis viendo fue anunciado mucho antes y se ha cumplido con toda exactitud; si la verdad se os manifiesta a sí misma en los hechos, pasados y presentes, entonces, ¡oh restos de la infidelidad!, para creer lo que no veis, sonrojaos ante lo que veis.

7. Prestadme atención, os dice la Iglesia; prestadme atención, pues me veis, aun sin quererlo. Todos los fieles que había en aquel tiempo en la Judea conocieron estos hechos cuando se realizaron: que Cristo nació milagrosamente de la Virgen; que padeció, resucitó y subió a los cielos, y, además, todas sus palabras y obras divinas. Estas cosas no las visteis vosotros, y por eso os negáis a creerlas. Pero mirad, ved y considerad atentamente las que estáis viendo. No se os habla de las pasadas ni se os anuncian las futuras: se os muestran las presentes. ¿Os parece de poca monta, o imagináis que no es un milagro, y un milagro estupendo, que todo el mundo siga a un hombre crucificado? No visteis lo que fue vaticinado y cumplido sobre el nacimiento de Cristo según la carne: He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo; pero veis cumplida la promesa que hizo Dios a Abraham: En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones. No visteis los milagros de Cristo que la profecía anuncia con estas palabras: Venid y ved las obras del Señor, los prodigios que ha dejado sobre la tierra 6; pero veis lo que fue vaticinado: Díjome el Señor: tú eres mi Hijo; hoy te engendré yo. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra 7. No visteis lo que fue anunciado y cumplido referente a la pasión de Cristo: Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos; y ellos me miran, me contemplan; se han repartido mis vestiduras y echan suerte acerca de mi túnica; pero veis lo que en el mismo salmo fue anunciado y ahora aparece cumplido: Se acordarán del. Señor y se convertirán a El todos los confines de la tierra, y le adorarán todas las familias de las gentes; porque del Señor es el reino, y Él dominará a las naciones 8. No visteis la profecía, que se cumplió, acerca de la resurrección de Cristo; pero hablando en nombre de Él, el Salmista dice primeramente del traidor y de los perseguidores: Salían fuera y hablaban reunidos, murmuraban contra mí todos mis contrarios; contra mí pensaban mal; en mi daño dijeron palabras injustas. Y para demostrarles que nada conseguirían dando muerte al que había de resucitar, añadió estas palabras: ¿Por ventura el que duerme no volverá a levantarse? Y un poco después, en el mismo salmo, anunció del traidor lo que también está escrito en el Evangelio: El que comía mi pan, alzó contra mí su calcañal; es decir, me pisoteó. E inmediatamente añadió: Pero tú, ¡oh Señor!, ten piedad de mí, haz que me levante, y les daré su merecido 9. Esto se ha cumplido: durmió Cristo y despertó, es decir, resucitó, El es quien en otro salmo, por boca del mismo profeta, dijo: Acostéme y me dormí, y me levanté porque el Señor me sustentaba 10.

No visteis esto, ciertamente; pero veis su Iglesia, de la que también se ha cumplido lo anunciado: Señor Dios mío, a ti vendrán los pueblos desde los últimos confines de la tierra y dirán: Verdaderamente nuestros padres adoraron dioses falsos, vanidad sin provecho alguno. Esto, ciertamente lo veis, queráis o no. Y aunque os imaginéis que hay o que hubo algún provecho en el culto de los dioses falsos, sin embargo, a innumerables pueblos gentiles que habían abandonado, derribado o destruido esas estatuas inútiles, les oísteis decir: Verdaderamente nuestros padres adoraron dioses falsos, vanidad sin provecho alguno; si es el hombre el que se hace los dioses, entonces no son dioses 11. Y no se os ocurra pensar que estos pueblos han de venir a Dios en un lugar divino determinado, porque se ha dicho: A ti vendrán los pueblos desde los últimos confines de la tierra. Entended, si podéis, que al Dios de los cristianos, que es el Dios altísimo y verdadero, no vienen los pueblos gentiles caminando, sino creyendo. Esto mismo anunció otro profeta: El Señor será terrible contra ellos y destruirá a todos los dioses de la tierra, y todos, cada uno desde su lugar, y todas las islas de las gentes le adorarán 12. Lo que uno dice: A ti vendrán todos los pueblos, el otro lo expresa de esta manera: Cada uno desde su lugar le adorarán. Vendrán, por consiguiente, a Él sin salir de su lugar, porque, creyendo en Él, lo hallarán en su propio corazón.

No visteis lo que fue anunciado y cumplido acerca de la ascensión de Cristo: Alzate, ¡oh Dios!, sobre los cielos; pero veis lo que añade el profeta: Y brille tu gloria por toda la tierra 13. No visteis todos aquellos hechos ya pasados referentes a Cristo, pero estos que están presentes en su Iglesia no podéis negarlos. Os demostramos la predicción de aquellos y de éstos, pero no podemos demostraras el cump1imiento de todos, porque es imposible presentar de nuevo ante la vista el pasado.

La visión del presente es motivo de la fe en el pasado y en el porvenir

V. 8. Pero así como por las pruebas que se ven creemos en los sentimientos amistosos sin ser vistos, de la misma manera, la Iglesia, que ahora vemos, es índice del pasado y anticipo y anuncio del porvenir, que no se ve, pero se muestra en las mismas Escrituras, en que ella es anunciada. En el instante de la predicción, nada era visible: ni el pasado, que ya no se puede ver, ni el presente, que no todo es visible. Cuando comenzaron a realizarse estas cosas, desde las ya pasadas hasta las presentes, todas las profecías relativas a Cristo y a su Iglesia se han ido cumpliendo en serie ordenada. A esta serie pertenecen: el juicio final, la resurrección de los muertos, la eterna condenación de los malos con el diablo y la eterna gloria de los buenos con Cristo. Todas estas cosas fueron igualmente anunciadas y han de realizarse. ¿Por qué no hemos de creer las cosas pasadas Y futuras que no vemos, teniendo la 'prueba de unas Y otras en las presentes que vemos, Y leyendo u oyendo leer en los libros proféticos que las pasadas, las presentes y las futuras fueron todas anunciadas antes que sucedieran? A no ser que los infieles sospechen que las escribieron los cristianos para dar mayor autoridad a las que ya creían, suponiéndolas prometidas antes de realizarse.

Los libros de los judíos prueban nuestra fe. Por qué no ha sido exterminada la secta de los judíos

VI. 9. Si tienen esta sospecha, examinen detenidamente los libros de los judíos, nuestros enemigos. Lean allí todas estas cosas de que hemos hablado, anunciadas de Cristo, en quien creemos, y de su Iglesia, que vemos desde los primeros trabajos en la propagación de la fe, hasta la eterna bienaventuranza del reino de los cielos. Cuando leen, no les sorprenda que los poseedores de esos libros, cegados por el odio, no entiendan estas cosas. Pues esta falta de inteligencia ya fue anunciada por los profetas, y debía cumplirse, como todas las demás profecías, para que los judíos, por secretos motivos de la divina justicia, reciban el castigo merecido por sus culpas. Aquel que crucificaron, y a quien dieron hiel y vinagre, aunque estando pendiente del madero, por amor de los que había de sacar de las tinieblas a la luz, dijo al Padre: Perdónales, porque no saben lo que hacen 14, sin embargo, a causa de los otros que, por secretos juicios divinos, había de abandonar, anunció mucho antes por boca del profeta: Echaron hiel en mi alimento, y cuando tuve sed, me dieron a beber vinagre; séales su mesa un lazo y su prosperidad un tropiezo; apáguese la luz de sus ojos para que no vean, y sus lomos estén siempre vacilantes 15. Con los ojos sin luz van por todas partes, nevando consigo las pruebas luminosas de nuestra causa, para que con ellas ésta sea probada y ellos, reprobados. Este pueblo judío no fue exterminado, sino dispersado por todo el mundo, para que, llevando consigo las profecías de la gracia que hemos recibido, nos sirva en todas partes para convencer más fácilmente a los infieles. Esto mismo que voy diciendo ha sido anunciado por el profeta: No los mates, por que no se olviden de tu ley; dispérsales con tu fortaleza 16. No fueron muertos porque no olvidaron lo que habían leído o habían oído leer en las sagradas Escrituras. Si, aunque no entienden esos libros santos, los hubieran olvidado completamente, habrían perecido con los ritos judaicos. Porque si los judíos no conocieran la Ley y los Profetas, para nada nos servirían. Por eso no fueron muertos, sino dispersados: para que sus recuerdos nos sean útiles, aunque ellos no tengan la fe que salva. En sus corazones son nuestros adversarios, y en sus Escrituras nuestros servidores y testigos.

Maravillosa conversión del mundo a la fe de Cristo

VII. 10. Aunque no existieran profecías acerca de Cristo y de su Iglesia, ¿quién dejaría de creer que brilló de improviso para el género humano una divina claridad, cuando vemos los falsos dioses abandonados, sus imágenes destrozadas, sus templos destruidos o destinados a fines diversos, tantos ritos supersticiosos, profundamente arraigados en las costumbres populares, abolidos, y que todos invocan a un solo Dios verdadero? Y esto lo realizó un hombre por los hombres insultado, detenido, maniatado, azotado, despojado, cubierto de oprobios, crucificado, muerto. Eligió, para continuar su obra, unos discípulos humildes e ignorantes, pescadores y publicanos, que predicaron la resurrección del Maestro y su gloriosa ascensión, de la que ellos, según propia declaración, fueron testigos oculares; y, llenos del Espíritu Santo, anunciaron este Evangelio en lenguas que no habían aprendido. Algunos de los que oyeron la buena nueva, creyeron; otros se negaron a creer y se opusieron ferozmente a los predicadores y a los fieles, que lucharon por la verdad hasta la muerte, no haciendo mal, sino padeciéndolo con resignación; y vencieron, no matando, sino muriendo. Así se convirtió el mundo; así entró el Evangelio en el corazón de los mortales, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, sabios e ignorantes, prudentes y necios, fuertes y débiles, nobles y plebeyos, grandes y pequeños; y de tal manera se propagó la Iglesia por todas las naciones, que no hay secta perversa contraria a la fe católica, ni error tan enemigo de la verdad cristiana, que no usurpe y quiera gloriarse del nombre de Cristo. Por cierto que no le sería permitido manifestarse en el mundo si la contradicción no sirviera también para probar la verdadera doctrina.

Aunque nada de esto hubiera sido anunciado por los profetas, ¿cómo hubiera podido un hombre crucificado realizar tan grandes cosas si no fuera un Dios encarnado? Mas habiendo tenido este gran misterio de amor sus vates y predicadores, que por inspiración divina lo anunciaron, y habiéndose cumplido con absoluta fidelidad, ¿quién estará tan privado de la razón que diga que los apóstoles mintieron, predicando que Cristo ha venido como lo anunciaron los profetas, que no callaron la verdad de los hechos futuros referentes a los mismos apóstoles? De éstos habían dicho: No hay idioma ni lenguaje en el que no se oiga su voz; su pregón resonó en toda la tierra, y sus palabras llegaron hasta los confines del universo 17. Esto, ciertamente, lo vemos cumplido en el mundo, aunque no conocimos en carne a Cristo. ¿Quién, pues, que no padezca increíble ceguera intelectual o que no esté endurecido con increíble obstinación, rehusará dar fe a las sagradas Escrituras, que anunciaron la conversión de todo el mundo a la fe de Cristo?

Exhortación a permanecer constantes en la fe

VIII. 11. Fortalézcase y aumente en vosotros, queridos míos, esta fe que ya tenéis o que acabáis de recibir. Como se cumplieron las cosas temporales mucho antes anunciadas, se cumplirán también las eternas prometidas. No os dejéis seducir ni por los supersticiosos paganos, ni por los pérfidos judíos, ni por los falaces herejes, ni tampoco, dentro de la Iglesia, por los malos cristianos, enemigos tanto más peligrosos cuanto más interiores. Y, para que no vacilasen los débiles, no guardó silencio el profeta divino. Y así, en el Cantar de los Cantares, hablando el Esposo a la Esposa, o sea, Cristo a la Iglesia, le dice: Como el lirio entre espinas, así mi amada entre las hijas 18. No dijo entre las extrañas, sino entre las hijas. Quien tenga oídos para oír, oiga; y mientras la red que fue echada al mar y recoge toda clase de peces, como dice el santo Evangelio, es sacada a la orilla, esto es, al fin del mundo, apártese de los peces malos, no con el cuerpo, sino con el corazón; no rompiendo las redes santas, sino mudando las malas costumbres. No sea que los justos, que ahora aparecen mezclados con los malos, encuentren no la vida eterna, sino el eterno castigo cuando sean separados en la orilla 19.

Notas:

1 - Gn 22, 18.
2 - Is 7, 14.
3 - Sal 44, 7-18.
4 - Mt 6, 9.
5 - 2Co 4, 16.
6 - Sal 45, 9.
7 - Sal 2, 7-8.
8 - Sal 21, 17-19, 28-29.
9 - Sal 40, 7-11; Jn 13, 18.
10 - Sal 3.
11 - Jr 16, 19-20.
12 - So 2, 11.-
13 - Sal 107. 6.
14 - Lc 23, 34.
15 - Sal 68, 22-24.
16 - Sal 58, 12.
17 - Sal 18, 4-5.
18 - Ct 2, 2.
19 - Mt 13. 9, 47-50.